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"Adivine cuál se vende más": Ramón Márquez, el señor de las masas y el manjar que empalaga a Tucumán

HISTORIAS DE ACÁ

Lustró zapatos y durmió de niño en la Plaza Independencia. Anclado en la esquina de San Martín y 25 de Mayo, quién es este hombre al que echaron de su anterior trabajo por discapacidad y se levantó para laburar todo el día. De dónde son las masas que trae, cuántas vende y un secreto más. | Por Alfredo Aráoz

Ramón Márquez y las masas, patrimonio cultural de Tucumán.





-¿Cuánto vale, señor?

-Mil pesos y la promoción 3 x 2000, caballero.

-No, está bien. Una sola quiero. Para llevar. ¿Tendrá una bolsita? 

-¿Bolsita le pongo? Muy bien caballero, usted será atendido como tiene que ser.

-Gracias, maestro.


El señor Ramón Márquez está parado en la esquina de San Martín y 25 de Mayo, en el corazón de San Miguel de Tucumán. Ya pasaron unos minutos de la una de la tarde, ya comienzan a tronar las persianas de los comercios para irse a dormir la siesta, pero él sigue ahí. Los autos le pasan de cerca cuando se pone el semáforo en verde, pero nadie lo toca. Y desde arriba, los albañiles que están dejando hermosa la Iglesia San Francisco para el estreno de julio, le chiflan: “¡Eh, Ramón! ¡Mandá saludos!”.


- Usted diga de cuál desea, caballero. ¿Cuál va a llevar? ¿Milhojita?

-¿Cuánto me dijo que vale? 

-1000 cada una. 

-¡Pero sí, señor! Déme una para que lleve a la casa.

-Ahí está la milhojita. Toda nueva, caballero.

-Gracias, querido. 

-Con todo el respeto, que le vaya bien, caballero.

-Muy amable. Hasta luego.


Abrigado con una gorra blanca, bufanda marrón de llama con nudo simple o Connoisseur y una camiseta de algodón que asoma por el puño de su campera azul, Ramón Márquez se mueve detrás de su exhibidor lo justo y necesario. Con la mirada ya sabe quién le va a comprar y quién no, como el empleado de la Caja Popular de Ahorros que se llevó la milhoja para el postre.

“Hace 13 años que estoy con las masas. Arranqué pidiendo limosnas, aquí en el centro, en la peatonal. Pasa que me quedé sin laburo por una discapacidad y quedé en la calle. De limosna tras limosna, iba guardando un poco por semana y así llegué a este trabajo. Ahorraba todas las semanas un poco, iba a la la fábrica de masas, señaba el producto sin retirar hasta el día que llegué a juntar lo que me faltaba, retiré el producto y salí a la calle. Así empecé”, le cuenta Ramón a eltucumano. 

Los martillazos de la San Francisco obligan a Ramón a gritar un poco, ¿pero dónde queda uno de los templos de las masas que abrigan, alimentan y empalagan a los tucumanos? “En el pasaje Campo de las Carreras al 1500, Ciudadela. A tres cuadras de Central Córdoba. Ahí está quien las hace, la hija del dueño original del lugar, un señor que ya falleció. Ella hace las masas. Pregunte por la señora Carolina”.

Pinta de tanguero con su bigote al ras, ¿de qué Shakespeare lunfardo se ha escapado este hombre? “Tengo 67 años, joven. Hice la escuela primaria en Concepción del Sur y en el 71 me vine para la Capital y aquí ya me radiqué. De niño lustraba y dormía allá, en la plaza Independencia. Pero nunca nadie me molestó. Siempre tuve respeto por el otro”, dice Ramón Márquez mientras una estudiante de delantal blanco que sí tuvo clases este jueves abre la boca mientras, por fin, asoman las protagonistas también de esta historia. 

“Mire lo que son. Aquí están. Todas ordenadas, listas para disfrutar. Le cuento: tengo alfajorcitos de miel de caña y dulce de leche, arrope de tuna y de chañar, el mismo alfajor pero tamaño grande de miel de caña, la milhojas con crema y dulce de leche toda en masa de hojaldre, maicena con dulce de leche, chocolate con dulce de leche, pañuelito con dulce de leche y pañuelito con crema pastelera, y después la palmerita, la lengüita y el cañoncito”, detalla mientras pasa un habitué de Bernasconi con toda el agua en la boca.

“¿Cuáles son las que más se venden? Adivine cuál se vende más”, pregunta Ramón y la respuesta es: “La milhojas”. Ramón actúa la pena por la respuesta incorrecta y corrige: “En su momento sí, fueron las más vendidas. Sobre todo en la cancha. Yo iba a la cancha. Antes. A la de Atlético y a la de San Martín. Pero ya no. Ahora las que más se venden son las de crema pastelera. Esas son las que más lleva la gente”, detalla.

Para que nadie se enoje, Ramón aclara que los alfajores y el arrope no son de la fábrica de masas de Ciudadela sino que tienen el sabor del patrono de la tucumanidad hecha caña, del lugar donde nacieron nada más y nada menos que los ingenios San Pablo y Mercedes, de San Isidro de Lules: “Llamo al celular que figura en el paquete y me lo traen en la traffic al lugar donde me hospedo, a la par del colegio de los curas, en Villa San Cayetano”.

Desde ahí, desde San Cayetano, nuestro santo de las masas tiene un ritual: “A las 3.30 de la madrugada ya estoy en la fábrica. Voy caminando con el carrito desde Villa San Cayetano hasta Ciudadela. Ahí retiro el producto y ya me vengo al centro vendiendo. En un buen día, viernes, sábado o domingo, puedo llevar a vender más de 100 masas. Usted sabe: cuando hace calor, el ambulante vende helado y achilata. Pero nada se vende más en Tucumán que cuando hace frío. Nada se vende más que con las masas y los regionales. Y ahora que se adelantó el frío, mejor. Este fin de semana es 25 de Mayo y ya hay turistas. La gente responde. Es buena la gente conmigo. A mí me conocen. Por toda la 24 de Septiembre y la Terminal me conocen. Aquí me encuentran. Hasta las diez de la noche me quedo. Sáqueme una foto si quiere, pero antes dígame: ¿cuál desea? ¿Cuál va a llevar?”.



La Patria es Ramón.