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"Lamento comunicarlo": Daniel Cejas, la nueva víctima de dengue en Tucumán que dejó una pregunta sin respuesta

HISTORIAS DE ACÁ

Karina Baisi trabajaba en un bar de El Bajo cuando lo conoció. Aquel día, Daniel le contó lo que le hicieron en Salta y por qué vino a vivir a las calles de Tucumán. Creció tanto el vínculo que Karina lo adoptó y lo invitó a vivir a su casa. Pero Daniel volvió a las calles. Falleció hace dos días. | Por Alfredo Aráoz

Daniel y Karina. Le decía "Mamá".





Hace 12 años Karina Baisi trabajaba en el bar Francia de la San Martín y Avellaneda en El Bajo. Ahí lo conoció. Entre las películas de Space en la tele del Bar Ombú, cerca de las vacunas para caballos en El Bagual, a metros de la mejor ternera de Tucumán que está en Vallejo, por ahí andaba Daniel Cristian Cejas con un limpiavidrios en una mano y el hambre en la otra.

“Iba siempre a pedir al bar y le colaboraba con algo. A cambio, siempre se ofrecía para limpiar vidrios y lo que hiciera falta. Con el correr de los días, empecé a ver que era honesto. Por ejemplo, lo mandaba a pagar cosas a Rapipago con una gran cantidad de dinero y siempre venía con el recibo. Daniel se despedía y seguía limpiando vidrios por toda la zona. Además del bar, también era muy conocido en la parte de atrás de la Terminal, en la zona de la YPF y también de la Refinor. Muy conocido y muy querido. Siempre muy respetuoso. Pero tenía un problema y ese problema tenía un origen".

"El problema de Daniel era la calle. La calle y las adicciones. Cierto día me contó que todo su drama empezó en Salta, cuando murió su mamá. Daniel era adoptado. Cuando murió su mamá, su familia se desentendió y quedó a la deriva, abandonado. Ahí dejó Salta y se vino a vivir a Tucumán. Esto pasó hace 12 años. Ahí lo conocí”, le cuenta Karina a eltucumano este viernes a la noche frío de mayo.

Después de las idas y vueltas al Rapipago y una taza de mate cocido caliente, el vínculo entre Daniel y Karina creció tanto en confianza que un día ella tomó una decisión: “En el tiempo de pandemia, mis hijos viajaron al exterior y me quedé en mi casa sola. En pleno invierno por las noches lo veía a Daniel durmiendo solo con cartones y lo llevé a vivir a mi casa. Cuando lo conté, muchas personas me criticaron. Ahí confirmé la indiferencia de una parte de la sociedad que puede ver a un chico durmiento con frío en la calle y no pasa nada”.

Cuando Karina le abrió las puertas de su casa a Daniel, después de una larga ducha de agua caliente con jabón y shampú, después de probarse alguna camisa que habían dejado los hijos de Karina radicados en Italia, después de la primera cena, después de dormir la primera noche en una cama con almohada, sábanas y colchas, después de todo eso Daniel se despertó y le dijo a Karina: “Tengo que hacerme una limpieza de las drogas”.

“Fueron días muy felices. Él siempre estaba haciendo cosas. Limpiaba la casa, era muy ordenado. Cuando yo llegaba del trabajo me encontraba con la comida hecha. Empezó a comer, a engordar, le cambió la cara, dejó las drogas todo ese tiempo y hasta encontró un trabajo: empezó a ayudar en una verdulería y con la plata que ganaba, por primera vez en mucho tiempo, supo lo que era darse sus gustitos. Por entonces ya me decía ‘Mamá’ y un día que le pagaron vino todo contento y me dijo: ‘Mañana hagamos un asadito. Yo invito. Hace mucho tiempo que quiero comer carne’. De ese día no me olvido más: tengo fotos de Daniel mostrando las tiras de costilla, haciendo el fuego, feliz”.

Esa sonrisa de Daniel, esa mamá que lo había adoptado, esa casa que lo cobijaba, esa cama donde dormía, esa mesa donde comía, ese trabajo en la verdulería, todo lo que le iluminaba la cara sin el fuego de un encendedor en la boca, toda esa luz una noche se apagó: “No lo olvido y lo supe en el acto. Viene esa noche y me dice: ‘Me voy a quedar a trabajar de noche en una gomería’. Cuando me lo dijo, lo miré con una tristeza… Estábamos los dos solos y él supo lo que me estaba diciendo. Yo le rogué: ‘No tomés ese trabajo de noche’. Pero Daniel no aguantaba. No podía estar más tiempo sin las drogas. Se volcó muchas veces a la Biblia, se la sabía de memoría, era muy inteligente, pero no pudo. Y cuando se fue a trabajar a la gomería, se fue de mi casa y ya no volvió, ya no pude volver a abrirle las puertas de mi casa. Con el paso del tiempo, ya era otro. Me acompañaba a hacer las compras, pero ya no lo llevé más a mi casa”.

Mientras Karina le cuenta lo que le cuenta a eltucumano, hay silencios. Hay una voz que necesita pausas. Es la voz de una mujer fuerte, sin filtros, sin romantizar nada, con palabras crudas, con melancolía y con un dejo de bronca por lo que pasaría a continuación, la última vez, la última foto que se sacaron juntos: “Fue hace 10 días. Yo tengo un kiosco en mi casa y Daniel ese día viene con mucha fiebre. Se sienta afuera del kiosco y me dice: ‘Estoy mal, estoy haciendo sangre. Y no me quieren atender’. Le digo en ese momento: ‘Sentate acá en un cantero, tirate para atrás, ya llamo a la ambulancia. Cuando llamo, les digo: ‘El chico tiene dengue’. Lo ven flaco, de la calle, pipero y se olvidan de que hay una persona. Cuando lo internan, le hicieron siete frascos de suero. Lo veo al día siguiente y me dice: ‘Me siento mejor’. Pero eso le duró unos días”.

Daniel Cejas pasó las últimas noches en la estación de El Trencito del Parque 9 de Julio. Ahí, bajo ese techo donde don Vicente Arévalo cortaba los boletos, donde se encendía la máquina creada por don Lencina, donde miles de niños tucumanos se subían al primer paseo de sus vidas sobre las vías del parque 9 de Julio con un algodón en la mano y la sonrisa del tamaño de un vagón en la otra, ahí en esa estación ahora abandonada, ahí Daniel Cejas pasó las últimas noches junto a otras personas consumidas por la pasta base, con la mirada esquiva, los dientes comidos y los dedos de carbón. “Esto no lo sabía nadie, pero Daniel contrajo sida. Ahí vivía los últimos tiempos. Ahí está su DNI. Cuando volvió a verme, hace unos días, estaba caliente y lloraba. La ambulancia se lo llevó al Centro de Salud, lo operaron del intestino y ahí saltó que tenía sida. En ese momento, cuando lo internaron, me puse a buscar a la familia de Salta. Pero solo una sobrina se contactó”.

La publicación de Karina buscando a la familia de Daniel en Salta fue actualizada este viernes, hace unas horas. “Lamento comunicarlo: Daniel Cristian Cejas, a quien le decían El Salteño, murió solo en una cama del Centro de Salud. Gracias a todos por sus palabras y recuerden algo: Que el dolor nunca nos sea indiferente”. Esas palabras de Karina generaron un sinfín de comentarios, de pésames, de condolencias, y de la necesidad de velar a Daniel, de hacerle un velorio, de despedirlo, y de enterrar su cuerpo en un cementerio de Tucumán. Pero eso todavía no es posible y es la última pregunta que acompaña a Karina por estas horas: “¿Dónde está el cuerpo de Daniel? No lo retiró la familia. ¿Dónde está? No está en el Centro de Salud. No está en la morgue. Llamé y no me dan información. ¿Dónde está? Cuando averigüé, me dijeron que si no aparece ningún familiar y nadie lo reclama, al cuerpo lo mandan la Facultad de Medicina”. 

“Tengo mensajes de miles personas preguntándome por el velorio de Daniel. Yo entiendo que es un chico de la calle, ¿quién va a querer colaborar para un velorio? Pero es lo que se merece. Daniel Cejas murió el 8 de mayo en el Centro de Salud. Lo queremos velar. Un conocido tiene un lugar en el Cementerio del Ángel, pero no está el cuerpo. Entró al Centro de Salud con su nombre. No es un NN. Su DNI está en el Trencito del Parque. Lo tiene una amiga de él. Daniel tenía 39 años”, dice Karina y cierra  con una reflexión: “Lloré amargamente hoy por Daniel. Todo el día. Por suerte, a mis hijos los tengo bien posicionados en Italia. Pero a Daniel quise darle un lugar que él podía ocupar y no pude. No pude contra el flagelo de la droga. No me gustaba verlo llegar mal, con frío. Le daba un mate cocido, una tortilla. Pero no pude. Yo no soy Wanda Nara con la plata, pero lo ayudaba. Lo ayudaba y no pude. Y cuando lo abrazaba, la gente me miraba mal. Esas cosas me hacen mal. Me quedo con el dolor de no haberlo podido ayudar a salir de ese infierno. Pero también me quedo con mil risas, con mil bromas. Tengo esa foto con él los dos juntos: Daniel y yo. Miralo: ahí está bien comido, limpio. Usala a la foto para la nota si querés. Y tengo otra foto de Daniel en el Centro de Salud la última vez. Pero no. Esa foto de Daniel, mejor no”.