Cuando la muerte inundó Famaillá: la mañana que terminó con la vida de 600 hombres
Una madrugada sin precedentes teñía de rojo el suelo famaillense. Sus habitantes se escondieron en el monte ante la llegada del horror.
Hubo una vez un tiempo de sangre derramada y de ideales de vida o muerte. Y es en suelo tucumano donde se guarda la memoria genética e histórica de miles de cuerpos derrotados en pos de una idea, de un sueño, de una lucha.
En años de batallas entre unitarios y federarles, existieron quienes se atrevieron a enfrentarse al régimen rosista desde esta parte del Norte Argentino. La Liga del Norte o Coalición del Norte, estuvo conformada por todas las provincias que integran hoy la región noroeste, exceptuando Santiago del Estero.
La idea de esta unión que duró alrededor de un año, fue la de enfrentarse allá por el 1840 al régimen de Juan Manuel de Rosas, a través de la conformación de ejércitos regionales. Sin embargo, la diferencia en recursos era tan tremendamente notoria, que la vida útil de esta coalición no tuvo más que un año.
Hace algunos días, en este mismo sitio contábamos para el horror de muchos, la historia de la muerte de Marco Avellaneda, exgobernador tucumano degollado en Metán, y cuya cabeza fue expuesta en una pica en la plaza independencia por varios días. Hoy, toca hablar del suceso que dio por desenlace la cruda ejecución de Avellaneda. Suceso que transcurrió en una ciudad donde ahora abundan los dinosaurios, las empanadas y las avenidas.
Famaillá fue eje central de esta batalla. En este departamento que ocupa el centro de la provincia, se libró a cabo una campal que dejó un saldo terrible: cientos de hombres muertos, la mayoría por degüello. En el mismo lugar donde poco más de un siglo después, sucedería la batalla de Manchalá, otro antecedente igualmente sangriento que ocupa lugar en la historia de la tierra famaillense.
Para llegar a ese punto, toca primeramente hablar sobre Juan Lavalle, jefe del ejército unitario hasta el fin de sus días. Había sido elegido gobernador de Buenos Aires en 1828, ordenando fusilar a Manuel Dorrego, gobernador y capitán general del ejército provincial, el mismo día de su asunción. En 1839 inició la mayor de sus campañas en pos del unitarismo, llegando hasta la organización norteña que conocemos como esa famosa Liga del Norte.
Uno de los mayores aliados de Lavalle, fue el tucumano Gregorio Araoz de Lamadrid. El militar que había sido convocado por Rosas para luchar en favor de los federales, no dudó en aliarse al ejército unitario ni bien regresó a Tucumán, en total apoyo a Marco Avellaneda. Buscó aliarse con Lavalle, pero la falta de comunicación generó ciertos desencuentros, por lo cual mientras uno preparaba todo un ejército unitario en la zona de La Rioja, el otro (Lamadrid), preparó a un gran grupo de hombres en Tucumán, en espera del ejército federal dirigido por el uruguayo Manuel Oribe. Se llamaba el "Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación”. Sin embargo, la diferencia de números en fuerzas era abrumadora, y el trágico resultado era inminente.
El desencuentro nuevamente había separado a Lavalle y a Lamadrid. Lavalle lideró esta sangrienta batalla, y Lamadrid se encontraba ahora en la zona cuyana, sin saber cómo caía en territorio tucumano el primer ejército dedicado exclusivamente a derrocar a Juan Manuel de Rosas.
La idea de Lavalle era la de sorprender al ejército de Oribe, y por eso emprendió un viaje al sur tucumano desde capital hacia Famaillá, saliendo la noche del 15 de septiembre de 1841 en marcha, con apenas cuatro cañones, unos 1300 hombres en caballería y menos de 100 sujetos de infantería. En tanto, el ejército federal había salido ya el 2 de septiembre desde Santiago del Estero con sus 3000 hombres y sus seis cañones.
La madrugada del 16 de septiembre, el ejército del uruguayo llegó a Famaillá. Según los registros del coronel García, fiel acompañante de Oribe que lo registraba todo, los pobladores de este lugar que era todavía una aldea, habían huido a esconderse al monte.
En ese mismo momento, Lavalle acampaba a orillas del rio Balderrama, al día siguiente pasó por la zona de La Florida, y el 18, llegaba el ejército del norte a Negro Potrero. Esa noche, cruzó el río Famaillá con apenas 20 cuadras de distancia del lugar donde descansaba el ejército que defendía ese régimen de Rosas.
La batalla se libró desde la madrugada del 19 de septiembre del año 1841. Lavalle buscó una definición inmediata avanzando por su costado izquierdo, luchando personalmente con la artillería. Pese a la inmensa cantidad de bajas federales que fueron dándose en una trenzada campal que duró alrededor de tres horas, el relato de quienes sobrevivieron remarca la vergonzosa y humillante retirada de la caballería tucumana ante la inminente derrota.
Fueron unos 600 muertos los que comenzaban a adobar el suelo famaillense desde media mañana. Y como si fuera poco, todo lo que quedara con vida, pasó por la orden de degüello del uruguayo: "todo cuanto cayó en poder del general Oribe en clase de oficial, fue degollado, y no se movió del campo sin haber ultimado a todos los jefes y oficiales rendidos” dicen los registros de García.
Los relatos dicen que tanto Juan Lavalle como Marco Avellaneda, lucharon hombro a hombro con sus coterráneos. Marco Avellaneda fue capturado los primeros días de octubre con el trágico desenlace que ya conocemos, mientras que Lavalle fue asesinado de un disparo en la cabeza un 8 de octubre en una casa donde se ocultaba en Jujuy.
La batalla de Famaillá, conocida por la historia también como la batalla de Monte Grande, señaló el final de la Coalición del Norte, una de las últimas esperanzas de darle fin al régimen rosista. También fue la última batalla de Lavalle, y la penúltima de esa guerra civil; y el país volvía a ser controlado por el partido federal, casi sin oposición, por otros diez años.
En las filas de los federales, peleaba Celedonio Gutiérrez. Asumió la gobernación de Tucumán días después, un 14 de noviembre de 1841.