"Hay que tener una cualidad mental especial": la historia del Flaco Arias, legendario pulseador tucumano
Fernando Arias se convirtió en una leyenda de las competencias de fuerza de brazos en la provincia donde venció a hombres bien picantes que lo doblaban en peso: “Los porteños no creían que podía venir un nadie a ganarles”.

El Flaco, Gladiador tucumano.
Un rumor de comité sobrevuela fantasmal la siesta tucumana entre en las mesas del billar El Tano, en la zona de Plazoleta Mitre. De fondo, el fragor de tacos y bolas, el tableteo lacónico de las fichas de dominó, las voces que se mezclan para recuperar historias y héroes de un prolífico trasfondo mitológico. A priori, nadie imaginaría un gladiador en ese sexagenario de pelo blanquecino y mirada sagaz que analiza su próxima jugada. Cuesta vislumbrar ahora al portador del brazo que, contra todo pronóstico, supo someter a luchadores titánicos que lo doblaban en peso. Cada tanto, tentado quizás por la leyenda, aparece algún atrevido que busca medirse; saber de qué está hecho uno de los pulseadores más picantes que ha parido este suelo. Impasible, El Flaco Fernando Arias sigue jugando al dominó convencido de que no necesita revalidar ninguno de los títulos que su nombre acarrea.
Hay ficciones que ejercen una influencia indudable en lo real. Lo atestigua el tendal de jóvenes huesos rotos que dejó el influjo de la película Los Bicivoladores en los ochenta y tempranos noventa. Varias generaciones de niños y adolescentes se estrolaron a bordo de sus BMX tratando de emular las piruetas de los ciclistas cinematográficos. Algo similar sucedió a fines de los ochenta con el film Over the Top, mejor conocido por estas latitudes como El Halcón. La película donde Sylvester Stallone hace de un camionero (Lincoln Hawk) que compite en un torneo de fuerza de brazos caló hondo en la provincia y en todo el país. A partir de ahí, las pulseadas, esa práctica bastante extendida entre los hombres de la época, comenzaron a adquirir visos deportivos. Así lo recuerda Fernando Arias: “Después del estreno de la película, el diario El Tribuno de Salta organizó un campeonato interprovincial y la Dirección de Deportes de San Miguel de Tucumán hizo las clasificaciones durante dos sábados en el Complejo Ledesma”.
Over The Top, un clásico que, de seguro, pasaron un millón de veces en Canal 10 y Canal 8.
Junto a su tío Diego Quiroga, quién por su gran tamaño era apodado como “El Buey”, y Marcelo Brahim, un compañero de la carrera de Agronomía, Fernando se inscribió en la competencia local. Los tucumanos no sólo lograron clasificar, sino que los tres volvieron de Salta con respectivos primeros puestos en sus categorías. “Me acuerdo que nos hicieron una nota en Apolo, una revista dedicada al fisiculturismo. Ahí, gracias a la revista, nos enteramos que en Buenos Aires estaban afiliando para participar del torneo el Consejo Mundial de Lucha de Brazos”, rememora.
Mucho antes de incursionar deportivamente en las competencias fuerzas de brazos, cuando era apenas un adolescente, Fernando ya tenía fama de picante para las pulseadas. Lo que más llamaba la atención de los contrincantes de turno era su fuerza, insospechada en alguien de su contextura física menuda: “Las pulseadas eran muy conocidas y siempre han existido en las escuelas. Yo pulseaba mucho con mis compañeros y, como tenía condiciones para eso, mi hermano que jugaba al rugby traía gente de otros clubes para pulsear conmigo. Eso te lleva a que uno le comenta al otro y ese a otro y tenés desafíos permanentes… Siempre hay alguno que te quiere ganar”.
A fuerza de desafíos improvisados en recreos y juntadas, El Flaco se fue haciendo un nombre entre los jóvenes que intentaban sin éxito vencerlo. De ahí que, cuando surgió la posibilidad de competir, no lo pensó demasiado y se mandó. Después de la experiencia triunfal en el torneo interprovincial de Salta, una comitiva de cinco tucumanos viajó a Buenos Aires para ser parte de la competencia nacional. La experiencia demostró que los pulseadores locales estaban lejos del nivel que ostentaban los bonaerenses y se volvieron en primera ronda. Fernando, que no había sido parte de esa primera delegación, viajó al año siguiente con sed de venganza.
“Al año siguiente fui al campeonato argentino y perdí la final de mi categoría con una persona de General Las Heras. Ellos estaban mucho más entrenados que nosotros porque acá no competíamos regularmente”, relata El Flaco. En esa recordada final el tucumano midió fuerzas con Alfredo Rocco, hermano de uno de los pulseadores más famosos del país: Alfredo Rocco. A comienzos de los noventa, Alfredo se había vuelto reconocido por su participación en La noche del domingo, el programa televisivo que conducía Gerardo Sofovich donde cualquier espectador podía competir contra él y llevarse un suculento premio en caso de ganar.
“Cuando vos pulseas con cualquiera, puede ser que la habilidad te ayude, pero en un torneo, si no tenés fuerza, no va… A la fuerza la tenés que tener y ver cómo la aplicás, tenés que tener un plan para ver cuál es tu musculo fuerte y usarlo a ese, para eso hay distintas técnicas. Yo llegué a la final y no sabía nada, era fuerza nomás, pero me alcanzó para eliminar a unos cuantos. Los porteños no creían que podía venir un nadie a ganarles, había varios ahí que ya eran medio famosos. Esa fue la única vez que me bajé de un escenario y la gente me pedía autógrafos”, cuenta sobre aquella experiencia en la que pudo medirse con los mejores pulseadores del país.
Al regresar a Tucumán, Fernando intentó trasladar esa experiencia a la incipiente comunidad de pulseadores locales: “Cuando vuelvo de Buenos Aires, ya me había dado cuenta que ellos hacían movimientos muy extraños para nosotros, nos parecía que era algo bastante incomodo, pero cuando lo practicamos le empezamos a encontrar el sentido a todo eso. Efectivamente, la técnica funcionaba, la probaba con tipos más fuertes que yo. El entrenamiento de pesas funciona, pero, más que nada, funciona la competencia; el entrenamiento pulseando con otros. Cuando los tipos son más fuertes, hacés un plan y los empezás a degastar. En la competencia, siempre lo mejor es definirlo rápido”.
En aquel tiempo las competencias se hicieron más frecuentes en la provincia y también surgieron algunos lugares de entrenamiento para pulseadores. Fernando se volvió un referente obligado de esa movida incipiente. Como en su categoría se había vuelto prácticamente imbatible, lo solían desafiar tipos mucho más grandes: “Yo tenía 64 kilos y los únicos que me ganaban tenían más de cien kilos”. Si bien la disciplina gozó de cierto auge, nunca se generaron las condiciones para su desarrollo en Tucumán y él optó por el retiro: “Empezamos a organizar algunos certámenes acá, pero entre 1988 y 1991 hay cuatro pulseadores que terminaron con los brazos fracturados y no había ni siquiera un seguro. Es mucha la fuerza que se hace y los huesos no resisten, es peligroso, por eso no volví a competir nunca más… ¿Dónde estaba el beneficio? No había, no se vislumbraba en ese momento que sea algo a lo que te puedas dedicar más profesionalmente”.
Mientras las competencias de fuerza de brazos no prosperaron como deporte en Tucumán, las pulseadas seguían vigentes en los circuitos clandestinos donde se desafiaban por plata. En esos encuentros, Fernando hizo sus buenos mangos. Recuerda que hasta llegó a medirse con contendientes extranjeros: “Un día vino alguien que vivía en Canadá y que venía con mucha fama porque decían que le ganaba pulseadas a una máquina. Era un grandote y le gané… Habrán sido unos 500 dólares, no era mucha plata”.
En otra oportunidad, viajando junto a una delegación de tucumanos que participaban de un campeonato de billa en Córdoba, fue protagonista de una apuesta importante: “Lo otros me insistían así que le dije a uno de los cordobeses ‘les puedo pulsear por la cena para toda la delegación, traigan al que quieran, pero no me traigan uno muy pesado’ y al final trajeron uno de como 100 kilos. Pulseamos y no lo podía vencer, el tipo era una pared. Tuvimos que hacer tres pulseadas hasta que le gané la cena para todos”.
“Todo el mundo me conoce por el rubro ese… Siempre me dicen ‘cuándo vamos a hacer una pulseadita’, pero no, ya estoy retirado”, confiesa el hombre de 60 años que trabaja como carpintero, pero que todavía carga con el peso de la leyenda de aquellos años dorados como pulseador. Hace alrededor de seis años, disputó la última de sus batallas. Fue durante una noche larga en una cena muy bien regada y el que perdía, pagaba: “Estábamos en un asado y el dueño de casa era un chango joven que estaba todo enfierrado. Fue y lo desafió a Daniel, un amigo, le dijo ‘te juego por todo’. Entonces mi amigo le respondió ‘pará, ya te traigo uno’ y el pierna este le respondió ‘lo voy a quebrar al anciano ese’. Y a mí eso me ha movilizado porque se fue de boca. Además, Daniel me insistía: ‘metele que, si le ganás, comemos y chupamos gratis’”.
¿Cómo terminó aquel combate final? Así recuerda Fernando el resultado del last dance de su carrera como pulseador: “Le gané fácil y parece que eso le tocó el orgullo porque ahí nomás se fue a dormir mientras nosotros nos quedamos tomando. Pero desde entonces no lo hago más, es jodido, te podés desgarrar o quebrar, por eso ya colgué los guantes, no pulseo más”.
Después de que dejó las pulseadas, se volcó a disciplinas menos temerarias como el billar y el dominó, actividad de la que se consagró campeón provincial años atrás, antes de la pandemia. También suele prenderse para tocar el bombo en las guitarreadas. Nadie imagina en ese espíritu bohemio y templado a un gladiador ya retirado que conoce el secreto del triunfo: “Mirá yo creo que, con el tiempo, la podés llegar a incrementar, pero tenés que nacer con la fuerza. Para mí la parte mental es la más importante… esa garra, esa convicción de que vas a ganar es la mayor arma. Ese que da todo, el que no se guarda nada, ese es el que va a ganar. Hay muchos enfrentamientos muy parejos donde el que cede pierde, por eso hay que tener una cualidad mental especial. Lo he visto mucho con el tiempo, había tipos que no habían perdido nunca en su vida y, una vez que perdían, no eran los mismos, eran un flan. Perdían la mentalidad de ganador y ya no tenían el mismo rendimiento. El pulseador tiene que ser curtido, ganar o perder y seguir siendo siempre él”.