Cuando el bullying destruye la alegría: la desgarradora historia de un niño tucumano y la lucha de una madre
A los diez años, Mateo intentó quitarse la vida atormentado por el acoso que sufría en la escuela. El desgarrador testimonio de una madre desesperada: “Le han arrebatado las ganas de salir, incluso de recibir muestras de cariño”.

Ilustración de Daniel Gamboa, artista visual y caricaturista. IG/gamboachicoo
En la quietud del silencio, donde las palabras no fluyen y las emociones se comprimen, yace la angustia de no poder liberar la carga que se lleva dentro. El miedo se convierte en una prisión invisible, sellando los labios y congelando las emociones. ¿Cómo el abatido podría expresarse cuando siente que le robaron la sonrisa y le fue arrebatada su vida?
Con 10 años, Mateo no quiere ir a la escuela. Llegó a ese punto donde la violencia, el abuso, el desdén y las burlas de los demás truenan como un eco desorbitante que desgarra su corazón y sus ganas de vivir. A esa corta edad, enfrenta un diagnóstico psicológico de trastorno mixto de la personalidad y epilepsia. Por todo eso que le toca vivir, cualquiera se sentiría profundamente quebrado al escuchar a ese niño decir: "Mamá, perdón, quiero irme con los abuelos porque ya sufrí demasiado, porque ya no aguanto".
La inocencia de Mateo estaba siendo devorada por el veneno de la crueldad de sus compañeros. Y ahí estaban los medios de comunicación informando lo que nadie quiere leer, ni escuchar, ni vivir: "Un niño de 10 años intentó suicidarse por ser víctima de bullying".
Dicen que la desesperación crea monstruos y enemigos inmensos. Y que sólo la esperanza puede darle pelea. Hoy, la ilusión de Tania, la mamá de Mateo, es hacer justicia. Con 31 años, cada palabra que sale de su boca lleva el peso de la angustia, del dolor y de la impotencia de ver a su pequeño sumergido en un abismo que no parece tener ni salida ni respuestas.
Es innegable. El dolor es abrumador, la sensación de impotencia es arrasadora y la rabia ante tanta crueldad, un fuego que quema en lo más profundo de su alma. Mateo solía personificar la felicidad propia de un changuito de barrio como cualquier otro. Por eso, Tania se repite una y otra vez aquellas preguntas para las que no tiene una respuesta: "¿Dónde estaban las maestras cuando todo esto pasaba? ¿Por qué hacían la vista gorda? No pueden pretender que todo quede en un acta, y que los niños vuelvan a sus casas como que nada pasó para que sigan viviendo sus vidas", reclama.
La escuela, que debería ser un refugio para los alumnos, se convirtió en un campo de batalla en el que Mateo - como quizás tantos otros - era el objetivo; un blanco fácil para el hostigamiento. "Este año Mateo comenzó el curso de una manera excelente, con un equipo de apoyo detrás y Julieta Frías, que es verdaderamente excepcional en su labor de maestra integradora. Hemos notado un increíble progreso; Mateo participaba activamente en clases, exponía frente a sus compañeros, e incluso solicitaba la oportunidad de ir al pizarrón por sí mismo. No necesitábamos recordarle sus responsabilidades; él mostraba entusiasmo y ganas de aprender; ganas que le han ido quitando de a poco y sin razón alguna", recuerda Tania, visiblemente angustiada y con la voz entrecortada.
Con el tiempo, ese resplandor distintivo en Matu comenzó a desvanecerse gradualmente. En su lugar, aparecieron señales preocupantes. Tania explicó: “Primero, notamos cambios en su comportamiento que lo volvían fácilmente irritable. Luego, empezó a expresar sus preocupaciones: 'Mamá, me molestan en el baño de la escuela', decía. Hago una pausa aquí para destacar que reconocía que eran compañeros de sexto grado. ¿Por qué? Porque llevaban el uniforme de ese curso, ya que estaban en su último año. Mateo necesitaba usar el baño con frecuencia debido a una cirugía previa en el estómago. Para él, no era cuestión de esperar al recreo; lo necesitaba en cualquier momento".
Y sigue: "Otro llamado de atención fue que no quería estar en la escuela. Le decía a su maestra: 'quiero que me vengan a buscar, mamá, no quiero quedarme'. Este fue un punto de inflexión para nosotros. Nos preguntamos qué estaba sucediendo, ya que, hasta ese momento, no habíamos entendido completamente la gravedad de lo que pasaba. Por desgracia, la situación empeoró y Mateo comenzó a mostrar agresividad. Finalmente, nos vimos en la necesidad de acudir a la policlínica de Tafí Viejo, donde fue evaluado por la doctora Samantha Campos".
"Cuando la doctora lo vio, intentamos analizar todas las situaciones y considerar todas las posibilidades que podrían estar en juego. Finalmente, llegamos a la conclusión de que estaba siendo objeto de acoso extremo en la escuela. Mateo, visiblemente emocionado, con voz quebrada y lágrimas en sus ojos, respondió afirmativamente a una pregunta directa de la doctora: '¿Te están molestando en la escuela, Mateo?' En ese momento, un bombazo de emociones me invadió; me sentí abrumada y pérdida, cuestionándome por qué no lo había entendido antes y por qué insistí en que fuera a la escuela cuando me decía que no quería. Sin embargo, resultó que la maestra tutora estaba al tanto de la situación; sabía que lo molestaban en el baño, aunque no conocíamos la magnitud exacta de esas molestias. Nos prometió investigar, pero nunca hizo nada al respecto. En las reuniones con la dirección, negó todo y llegó incluso a presionar a los compañeritos de Mateo, con quienes tenía más contacto, para que dijeran que no sabían nada de lo que ocurría. Afortunadamente, estos niños estaban bien educados y sus padres se pusieron en contacto conmigo para informarme la verdad. Mateo también compartió algunas de sus experiencias con la psicóloga, la doctora María Paz López. Aunque no tengo todos los detalles, me compartió que sufría de agresiones tales como escupidas, le quitaban el papel higiénico que le proporcionábamos, golpeaban la puerta del baño hasta abrirla, le acosaban viéndolo desnudo, tocándole la cola y sus partes íntimas, además de burlarse de su miembro. También lo encerraban en el baño…", relata la joven madre.
Respecto a cuál fue la reacción de las autoridades de la escuela, Tania fue enfática: "La respuesta de ellos fue inaceptable; no se tomaron en serio la situación ni implementaron medidas adecuadas a tiempo. Si lo hubieran hecho, tal vez mi hijo no habría llegado al punto de intentar quitarse la vida. Han arrebatado la luz en los ojos de Mateo. A pesar de su condición (Trastorno mixto de la personalidad y epilepsia), es un niño amable que nunca ha dañado a nadie, y le han quitado todo. Le han arrebatado las ganas de salir, de compartir, incluso de recibir muestras de cariño. Es desgarrador y algo que nadie debería experimentar. Hablan de derechos, pero los derechos de mi hijo han sido violados. Ni siquiera fueron escuchados. Simplemente le dijeron: 'Ya se te pasará'. Es una experiencia devastadora y deseo que nadie tenga que pasar por esto".
Según explica Tania, ante lo que ha sufrido su hijo, la familia decidió proceder judicialmente: "Ya hemos presentado la denuncia y hemos enviado los documentos, tanto al establecimiento como a la obra social. Ahora, estamos en la etapa en la que debemos esperar a que se autoricen ciertos procedimientos, como la cámara Gesell. Aún estamos esperando la confirmación por parte del abogado al respecto. En tanto, Mateo, no ha podido asistir a la escuela y no hemos recibido ninguna tarea por el momento. Estamos preocupados por su situación escolar. No obstante, es importante mencionar que ha estado recibiendo atención de psicólogos y psiquiatras, además de una medicación que ha sido ajustada y complementada recientemente. También nos han recomendado la intervención de un asistente social para brindar apoyo adicional".
La psicóloga Gabriela Costanti (M.P 2937) advierte sobre el bullying: “El acoso escolar constituye una forma de violencia y maltrato que puede manifestarse en diversas dimensiones, incluyendo el abuso físico, verbal y psicológico. Lamentablemente, las víctimas a menudo optan por mantener silencio y no comunicarlo ni a sus padres ni a las autoridades escolares debido al temor que sienten hacia los agresores".
En su experiencia profesional, ha observado que las víctimas suelen sufrir en silencio durante años y suelen buscar ayuda profesional "a edades más avanzadas, generalmente entre los 18 y 21 años, debido a problemas de baja autoestima, depresión, ansiedad (incluyendo fobias y ataques de pánico), indecisión y sentimientos de culpa, entre otros. En casos graves en los que el sufrimiento causado por el acoso ha tenido un impacto significativo en áreas sociales, académicas y otras áreas importantes de la vida de la persona, se requiere un enfoque interdisciplinario que incluye la colaboración de un psiquiatra".
Con voz quebrada, Tania no pudo contener su indignación y el dolor que siente en estos momentos: "Me ha costado mucho expresar lo que estoy diciendo hoy. Mi experiencia de parto con él fue extremadamente complicada, llena de miedo, y tuve que aceptar muchas cosas para que él estuviera aquí hoy conmigo. Es doloroso que un par de personas, que solo puedo llamar delincuentes, intenten arruinar lo más valioso que tengo: mi hijo. No voy a permitir que nadie lo haga, porque nadie tiene el derecho de decidir sobre la vida de otro ser humano... Nadie".
En medio de tanto desconsuelo, el mensaje de Tania es claro: "Deseo profundamente que las familias que tienen hijos en situación similar logren buscar ayuda, que sus hijos puedan superar esta etapa y convertirse en personas de bien en el futuro. Hablamos de un caso que involucra a niños de sexto grado, y esto nos hace reflexionar sobre lo que puede suceder más adelante. No podemos cerrar los ojos y negar la realidad, diciendo que nuestros hijos son perfectos e inocentes". La joven madre hace hincapié en que este caso, que ha sacudido a Tucumán, es solo uno entre muchos otros. Situaciones que evidencian la importancia de abordar el flagelo del bullying de manera urgente y decidida: "Esto ocurrió en la escuela, durante el horario escolar. La escuela está lidiando con numerosos casos y, en lugar de enfrentarlos, intenta ocultarlos y solucionarlos desesperadamente de cualquier manera posible".
¿Cómo es posible que la vida de un niño se vea eclipsada por el sadismo de otros? No hay respuestas que puedan mitigar este sufrimiento, solo testimonios que nos ayudan a comprender la magnitud del problema y nos instan a unirnos en la búsqueda de un cambio significativo.