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Seducido y emborrachado: El Valiente Gómez, el héroe tucumano de la Patria y la traición que le dio la muerte

HISTORIA

El luleño Mariano “El Valiente” Gómez es un héroe olvidado que luchó por la independencia del país. Su historia de coraje y el complot de la “maldita mujer” que lo llevó a la perdición.

Fuente de la imagen: revisionistas.com





“Tomó el vaso de vino y picando el caballo salió de golpe en alcance de su partida, pero muy cargado ya con vino que le había hecho tomar aquella maldita mujer”: estas fueron las palabras con las que Gregorio Araoz de La Madrid retrataba la escena que, dolorosamente, había logrado reconstruir sobre la muerte de uno de sus más preciados y confiables sargentos.

“¿Qué puede hacerles este muchacho a tantos?”: el día que fusilaron al luleño más valiente de todos los tiempos, tenía un poco más de 20 años. Se llama Mariano y su apellido era Gómez. Desde adolescente luchó con bravura contra los realistas, y mantuvo su plan recto y certero por amor a la Patria… o al menos así fue, hasta que la fatalidad se le apareció junto a la morocha, a la Chuquisa.

Si alguien retrató de manera meticulosa todo lo que se vivió por la liberación de la Patria, ese fue Gregorio Araóz de La Madrid. O el General Lamadrid, como lo conocemos la mayoría de los tucumanos. En sus memorias, describió muchas situaciones que parecen dignas de películas de ciencia ficción, en sus temerosas travesías al frente de su cuerpo de batalla, el escuadrón de “Los Dragones”. Mariano Gómez era otro Dragón.

Mariano se había unido al ejército con tan solo 17 años, bajo el mando de Juan José Castelli, para luego caer prisionero de los realistas en 1811 y 1812. Más tarde, pudo regresar a su patria y decidió encolumnarse en las filas de Manuel Belgrano. Es decir, estuvo presente en aquella batalla del 24 septiembre de 1812 que devolvió la esperanza a un ejército que caminaba desmoralizado ante el avallasador avance español.

El grado de Sargento, le fue otorgado por Manuel Belgrano junto a otros dos patriotas: los cordobeses Santiago Albarracín y Juan Salazar, después de un 24 de octubre, exactamente 200 años atrás, en donde fueron culpables de una hazaña en donde, refugiados por el frío y la negrura de la noche, se abalanzaron sobre un destacamento realista cerca del pueblo de Yocalla, cerquita de Potosí, dejando como saldo de esa emboscada al menos una docena de prisioneros y quedándose con el botín de mulas, caballos, armas y provisiones que el ejército argentino necesitaba para recuperar fuerzas tras la derrota de Vilcapugio. Desde ese momento, fueron renombrados como “Los Tres Sargentos del Tambo Nuevo”.

Paradójicamente, el regalo que recibió Gómez de parte del General Belgrano fue el señuelo que guió a los realistas a darle la muerte más adelante: un hermoso corcel blanco, que era de su propiedad. Pero, todas las virtudes del sargento Gómez, las sabemos también porque que el General Lamadrid se las reconoció incansablemente en sus memorias: “(…) no he creído justo dejar en silencio un hecho semejante, como no dejaré otros aún más marcados del valiente tucumano Gómez, quien por su extraordinario valor y la más incansable actividad con que llevó desde entonces las más arriesgadas comisiones que se le encomendaron, mereció toda la confianza y estimación del distinguido general Manuel Belgrano”.

Entre Tupiza, Suipacha, Humahuaca y decenas de pueblos que eran zona de conflicto, Gómez era la mano derecha del General Lamadrid con un poco más de 20 años. Juntos, rotaban en turnos de cuidado para descansar y se comprendían a la perfección. En prácticamente todos sus recuerdos, La Madrid se refiere al luleño como “El valiente Gómez”.

El suelo que pisamos hoy en estas tierras, está regado por la sangre de tucumanos que dieron su vida en una de las batallas definitivas por la independencia de la patria. Muchos han sido plasmados en el bronce monumental y otros han sido borrados por los álgidos huracanes de nuestra historia. La Batalla de Tucumán, fue el enfrentamiento definitivo que sirvió para no perder el norte del país ante el avance de Pío Tristán y la retirada de nuestros ejércitos desde Jujuy.

Fueron demasiados los enfrentamientos que sucedieron en las zonas fronterizas que delimitaban fundamentalmente Jujuy con la actual Bolivia después de 1812, hasta la firma de la Declaración de la Independencia en 1816.

En esas batallas, fueron innumerables los hechos llevados a cabo por hombres y mujeres que, sin duda alguna, son dignos de ser recordados como grandes hazañas en pos de conseguir la tan ansiada libertad de ese yugo español. Las hazañas del luleño fueron muchísimas, pero la más reconocida, fue la que le confirió ese grado de Sargento. Un grado y un reconocimiento que lo encontraron de frente con su destino final.

Aquella maldita mujer

La muerte se encontró de frente con Gómez en Humahuaca. Pocos días antes de morir, el sargento había elegido personalmente 12 dragones de las filas de La Madrid, para encarar la lucha hacia la ciudad donde encontró su último respiro. En esta parte del relato de La Madrid, es apenas la segunda vez en 100 páginas que se nombra a una mujer. Se trata de una “vivandera” cochabambina, establecida en una pulpería del lugar. Otros, decían que era de Chuquisaca. Gómez ordenó a Salazar y Albarracín, los otros dos sargentos, continuar hasta Uquía, en tanto se quedó sobre su caballo blanco en la puerta de la pulpería donde esa “maldita mujer” –como la denominó el General-, le insistió para que tomara más y más vino, aunque sin siquiera bajar del caballo. Otros registros la mencionan como una seductora morocha con un fuerte poder de convencimiento.

 “Ya había logrado hacerle tomar dos morrudos vasos poco antes, a fuerzas de insistencias, y resistiéndose el sargento, sale la mujer con otro vaso en la mano y le insta de nuevo a que lo tome a su nombre, tomándole la rienda del caballo. Gómez que estaba almorzando un pedazo de carne asada sobre el caballo y que observó que los enemigos se aproximaban ya demasiado, tomó el vaso de vino y picando el caballo salió de golpe en alcance de su partida, pero muy cargado ya con vino que le había hecho tomar aquella maldita mujer”. 

Continuó el sargento como pudo hasta encontrarse a la izquierda del camino con un perchel de alfalfa seca, que, a ojos de la ebriedad, se vieron como una cama ideal para descansar un poco de los efectos del vino sobre su cuerpo tan cansado, con ese cansancio propio de un soldado que lleva años sin descanso y que no resiste ni medio vaso de vino sin caer desplomado. Amarró su caballo blanco, su regalo más preciado de Belgrano, y se tumbó a dormir.

Cuenta Gregorio que pasaron 50 hombres realistas por la pulpería de la cochabambina, quien les dio el santo y seña del luleño: “Acaba de salir el Sargento Gómez en este instante, solito y muy cargadito de vino que lo he largado”. Inmediatamente, el oficial realista corrió al alcance del joven tucumano, pasando inclusive de largo y sin alcanzar a ver su caballo blanco, a pesar de haberle pasado por el lado. Llegando al punto de Tres Cruces y decididos a regresar para reclamar una mentira a la cochabambina, se dieron con el preciado regalo de Manuel Belgrano, resplandeciendo de blanco a un costado del camino. “Bájase el capitán a la puerta con pistola en mano y lo encuentran dormido como un tronco, le amarran las manos, le quitan el sable y el puñal que tenía en su cinto y así lo recuerdan después ( SIC)”.

Dicen los registros históricos que Gómez, encontrándose amarrado y ante las burlas de los españoles, bramaba como un “toro rabioso”. Salazar y Albarracín regresaron en su búsqueda para darse con la cruel noticia de que había sido prisionero.

Cuando el tucumano fue presentado ante el jefe de la vanguardia de Pío Tristán, tuvo la oportunidad de salvar su vida. Ante la promesa de servir con fidelidad a la corona española, esta fue su respuesta: “Imposible que yo traicionara la confianza de mi general y a mi patria, ni por todo el oro del mundo, no digo por mi vida, que la desprecio. Si quiere conocerme coronel, mándeme desatar las manos y hágame entregar el sable. ¿Qué puede hacerle este muchacho a tantos que están en su presencia? Hágalo por su vida y sabrá entonces quién soy”. Esa fue su propuesta en el que estaba destinado a ser su lecho de muerte.

El joven fue sentenciado a morir fusilado al día siguiente, no sin que antes se le propusiera en reiteradas oportunidades que podía ser liberado si cambiaba de bando. Evidentemente el enemigo valoraba la madera de la que estaba hecho el nacido en Lules, y no quería perder a Mariano todavía. Sin embargo, insistió: “Entréguenme mis armas y lárguenme en medio de este cuadro. ¿Qué temen de un hombre solo? Así les hará conocer cuán imposible es que Gómez les sirva contra su patria”.

Mariano Gómez moría los primeros días de 1814 en Humahuaca, fusilado. Su muerte fue de profundo pesar para los Dragones, para Lamadrid, para Belgrano e inclusive para San Martín. Algunos registros dicen que el apodo de la mujer que lo sedujo y embriagó, es “La Chuquisa”. Un monumento lo recuerda en su lugar de su ejecución hasta el día de hoy, al frente de la iglesia Francisco Solano en la plaza central de Humahuaca.

Existen pocos y nulos estudios sobre Mariano Gómez. No hay un retrato de él. De hecho, en algunos registros lo nombran como José María y no Mariano. En Buenos Aires, existe la estación de ferrocarril “Tres Sargentos” en honor a la hazaña que les confirió tal grado.

Desde la Casa Histórica, el historiador Juan Pablo Bulacio indica para eltucumano que, historias desconocidas o poco retratadas como las de nuestro valiente, están en el nombre de muchos tucumanos: “Bernabé Araíz era la mano derecha de Belgrano. Alejandro Heredia también tuvo un papel fundamental, o Pedro Miguel José Araoz”.

De la valentía de nuestro luleño, solamente existe este cuadro que representa esa acción de los tres sargentos en Tambo Nuevo. Este es pequeño homenaje para Mariano Gómez, en el bicentenario de haberse su ascenso al grado de Sargento.

Creditos al autor de la imagen. Fuente: revisionistas.com