Fernando Martín Peña, un arqueólogo cinematográfico que no tiene televisor
El historiador y fundador de míticos cine clubs presenta esta noche en Tucumán su último libro Diario de la Filmoteca: “No veo un verdadero interés en difundir el cine nacional”.

Foto: ttps://www.infobae.com
Historiador, investigador, coleccionista, divulgador, por qué no arqueólogo cinematográfico, a Fernando Martin Peña le calzan perfectamente cualquiera de estos roles. Pero el que mejor le sienta –quizá sea el que elegiría para su propia presentación- es el de cineclubista. Fundó, junto a Octavio Fabiano, la Filmoteca Bs As en 1994, el mítico cine club que hasta comienzos de este siglo programó el más variado contenido que podía caber en material celuloide, en formato 16 o 35 mm, incluso en súper 8. Luego, para su versión televisiva, se transformaría en Filmoteca, temas de cine, el programa de culto cinéfilo que, con algunas interrupciones, desde el año 2000 y hasta la fecha alberga la televisión pública argentina.
“No tiene sentido coleccionar para guardar y no mostrar” suele repetir Peña para explicar las razones de su actividad, que no solo consiste en investigar, buscar y obtener las películas en copias fílmico, sino que eso lo lleva a una tarea que le ocupa gran parte de su tiempo y dedicación; recuperar el material para que quede en condiciones de ser proyectado. Así, en su afán por coleccionar y difundir, algo que se le despertó en su niñez, Peña tuvo que convertirse en una suerte de restaurador de films –rol que no le gusta que le asignen- debido a la carencia de políticas públicas que se ocupen de la materia, a pesar de lo que indica la ley de cine promulgada en 1994. Sin embargo, gracias a esa tarea, en 1993 pudo recuperar una copia en 16 mm de Los traidores (Raymundo Gleyzer, 1973), contribuyendo así a rescatar la figura del emblemático director argentino. En 2008, trabajando en el Museo del Cine “Pablo Ducrós Hicken”, encontró una escena perdida de Metrópolis, el clásico alemán dirigido por Fritz Lang, estrenado en Berlín en 1927. Un verdadero eslabón perdido de la cinematografía mundial. La experiencia de todo este proceso está exquisitamente narrada en su libro Metrópolis (Fan ediciones, 2011). Estos y otros hallazgos similares pusieron a Peña en la consideración de los más prestigiosos museos y cinematecas del mundo.
Desde un oscuro sótano en pleno centro porteño, primera sede de la Filmoteca, al estallido cinéfilo en la pantalla de la tele pública, donde nos regaló memorables copetes de presentación del cine universal en complicidad con sus amigos Octavio Fabiano y Fabio Manes, hoy desaparecidos, y que desde 2016 conduce junto al crítico Roger Koza, lo de Fernando Martin Peña es, más allá de todo intento de definición, una militancia inclaudicable. Actualmente programa cine en el MALBA, en la sede Bs As de la ENERC y en Hasta Trilce, un bar y teatro independiente del barrio de Almagro.
Este viernes, en el marco del 18˚ Festival Tucumán Cine “Gerardo Vallejo”, Fernando Peña presentará su último libro, Diario de la Filmoteca, editado este año por Blatt&Ríos. La presentación será a partir de las 20 en la sede de Libro de oro (Corrientes 532). Por ese motivo, dialogamos con él.
- La labor que llevas adelante es solitaria, de entrecasa y cotidiana, de alguna manera es algo íntimo, ¿que te llevó a publicar este libro? ¿Sentiste alguna necesidad de dar cuenta de ello?
- El trabajo es íntimo por necesidad. Convencionalmente tendría que pertenecer al orden de lo institucional porque es algo que se hace en equipo. Yo lo hago solo porque no tenemos institución. Por otra parte, no olvidemos que mi formación es la de cineclubista y eso va de la mano con una acción de tipo social o por lo menos comunitaria. Siempre estás pensando en proyectar para otros, en mostrar el material a otros. Así que no sé si es tan íntimo. Un poco por eso y un poco porque empecé a postear las cosas que hacía, cuestiones de mi trabajo que son más personales y que yo siempre las apuntaba en un cuadernito, y vi que en las redes sociales esos posteos generaban bastante interés. Había preguntas y comentarios sobre el tema, aparte del intercambio con gente que andaba en la misma o tenía curiosidad. Entonces me pareció que el libro podía prolongar ese interés o por lo menos ratificarlo.
- Abres el libro con unas recomendaciones de cómo usarlo, ¿porqué?
- Es medio un juego también de cómo usar este libro. Pero básicamente, dado que el formato no es el más usual para un libro de cine, quería dejar establecido que es un libro que se puede leer a los saltos. Un libro para el baño, para leer de a poquito. Desde luego que también puede haber alguien que lo quiera leer de corrido y el libro está preparado para eso. Fui muy escrupuloso en cuidar que los temas no se repitieran muy seguido entre las diferentes entradas, en que hubiera un cierto equilibrio mes a mes respecto del material que iba poniendo. En principio es eso, es plantearle un juego al lector.
- En su libro Adiós al cine, bienvenida cinefilia (Monte Hermoso, 2018), Jonathan Rosenbaum dice que con el tiempo supo apreciar a los nuevos formatos, que gracias a los medios hoy existentes mucha gente puede acceder a material que de otra manera no hubiera conocido. Él habla de una nueva cinefilia con relación a esa práctica ¿Crees que hay un precio que pagar por esa accesibilidad?
- No sé si sería un precio a pagar. En todo caso, ese acceso, que estoy de acuerdo con Rosenbaum en que es invalorable, sobre todo en la experiencia de mi generación, la contrapartida -más que el precio- sería que se deja de apreciar y tener el contacto con la imagen fotográfica, que tiene sus cualidades específicas y que están totalmente ausentes en la imagen digital, que es otra cosa. Gracias a lo digital podemos acceder a muchas obras que de otra forma no podríamos ver, pero dejamos de verlas con las mismas cualidades formales que traían las copias en fílmico. Diría que es una contrapartida; frente a esta ventaja, está esta contra.
- ¿Cómo te llevás con la pantalla digital? ¿Ves estrenos en salas? ¿lo usás en casa?
- Me llevo lo menos posible. Obviamente elijo ver algunas películas argentinas para estrenar en el MALBA, pero no me siento obligado a estar actualizado con el cine contemporáneo. Me interesa mucho más el cine del pasado y todo lo que hago está orientado a ese cine del pasado entonces uso poco la pantalla digital. Aunque series y algún estreno veo. A la última Indiana Jones la fui a ver, a Barbie no sé (risas), alguna cosa que me interesa la voy a ver al cine. Me gusta la experiencia de ir al cine. Hace unos meses fui a ver seguidas, una atrás de la otra, Los Faberman y Babylon. Así que voy, pero no lo hago escrupulosamente. Lo mismo pasa con las plataformas, suelo mirarlas en casa de mis novias, no en la mía porque no tengo televisor.
- ¿Sigues el emergente de los cines regionales de los últimos años? ¿Qué conocés acerca del cine de Tucumán?
- No sigo puntalmente nada de lo contemporáneo. Por lo tanto también me pierdo lo que se hace aquí. He visto algunas cosas hechas en Córdoba porque, como te dije, me interesaron para estrenar; así que las pedí, me las mandaron, las miré y me gustaron. Pero no lo sigo escrupulosamente como sí tenía que hacerlo cuando dirigía festivales. Tanto cuando lo hice los tres años de Mar del Plata como los tres años del Bafici, obviamente estaba obligado a estar al día con lo contemporáneo. No teniendo ese trabajo, realmente no estoy al día con lo que se hace actualmente. Fuera de lo que me pueda interesar especialmente para programar, o por recomendación de algún amigo, lo sigo de una manera muy informal.
- Sueles ser muy crítico con el sector cinematográfico argentino que centraliza sus demandas en la producción, ¿cómo ves el panorama actual de la preservación del patrimonio cinematográfico en Argentina?
- Soy crítico porque me parece que más allá de la responsabilidad de la política –que ciertamente existe-, la razón por la que no tenemos cinemateca es porque, dado que todo el quehacer cinematográfico argentino depende del Estado, quienes viven de eso se han ocupado de pedirle al Estado exclusivamente para producir. Es decir, lo necesario para hacer las películas y embolsarse los dineros que corresponden. Lo cuál no está mal pero me parece que hay una responsabilidad de los realizadores y los productores hacia el Estado que les permite trabajar, que no está cumplida. Por un lado, por la difusión de las obras que hacen. No veo un verdadero interés en difundir. Sí veo reclamos que rozan la superstición, como el de la cuota de pantalla. No veo reclamos serios, que cuesten guita implementar, como el de tener un circuito propio de pantallas, que sea estatal, para ofrecer ese material que el Estado contribuye a producir a precios populares y que les permita competir cómodamente con el material que viene de afuera. Eso no lo veo. Obviamente implicaría menos plata para producir y entonces no quieren. Lo mismo pasa con el tema de la preservación. En la nueva ley audiovisual está tratado de una manera verdaderamente miserable. Tratan la cuestión de la cinemateca de una forma que, con todo lo que venimos advirtiendo quienes conocemos del tema, me da repugnancia. Casi te diría que merecen que se les pierdan las películas (risas). A esta altura tendría que haber más conciencia en el sector y sigue sin haber. Es muy impresionante.
*El autor es docente de la EUCVTV y miembro de Tucuman Audiovisual.