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Carretas tucumanas: el medio de transporte que distinguió nuestra provincia

HISTORIA

Ruedas gigantes, calidad de fama reconocida, y trabajo asegurado: de cuando Tucumán era reconocido como el lugar de las mejores carretas de todo el Virreinato.

Memoria Descriptiva de la Provincia de Tucumán. Gobierno de la Provincia de Tucumán. 1882.





Pensar y repensar el territorio que habitamos en función de sus alcances y proyecciones económicas pasadas, presentes y futuras, no es una tarea sencilla, ya que pareciera que cada generación se adapta a lo que en función de su subsistencia parece servir en su época. Lo que ahora podemos nombrar como arándanos, el limón o la caña de azúcar, fue en el pasado otra cosa: las carretas.

Un producto que es resultado de bienes naturales y la mano de obra especializada, y que existió por un par de siglos como una fuente de trabajo segura en Tucumán, fue este. El oficio de carretero o las familias carreteras eran directamente un trabajo fijo.

Famosas, abundantes y estratégicas

Como se sabe, antes de que Argentina sea Argentina, este territorio formaba parte del Virreinato del Río de la Plata. Tucumán era el espacio intermedio entre el famoso Puerto de Buenos Aires y el Alto Perú. Es por este mismo motivo que fue –entre otras cosas- tan importante mudar San Miguel de Tucumán desde Ibatín hasta La Toma, es decir, para estar más cerca del famoso Camino del Perú. Esto, facilitó el desarrollo económico de la provincia hacia diversas direcciones, y una de ellas, fue la producción del medio de transporte más utilizado de la época: las carretas.

Algunos informes indican que las famosas carretas tucumanas llegaron al punto de registrarse unas 200 anuales para el siglo XIX.  Se sabe que los carpinteros más conocidos eran los “indios ladinos”, originarios fundamentalmente de las tribus Lules, Tonocotés y Diaguitas. Ellos habitaban el bosque pedemontano a la llegada de los españoles.

La economía extractivista que desarrollaron los españoles desde el momento cero de su llegada a este continente, dio por resultado que los artefactos de madera más necesarios en este punto del viaje, se fabricaban en Tucumán. Así fue como el oficio de carretero fue tomando cada vez más relevancia.

Las carretas tucumanas, con ruedas más alta que sus pasajeros, fueron tomando fama y relevancia en todo el Virreinato del Río de la Plata. Este medio de transporte fue tan importante que, según aseguran en el blog “Relatos e Identidad”, complementó el rol de los buques marítimos y fluviales porque las mercancías y las personas solo podían desplazarse a través de la Colonia por carretas. 

¿Cuándo comenzó el declive del oficio de oro?

Como habrán de imaginarse, algunas cuestiones son incompatibles entre sí. Una de ellas, era el progreso y la carreta. Cuando a fines del siglo XIX llegó el tren a Argentina, las brechas temporales que significaban 3 meses de distancia entre el puerto y el Norte del País, se simplificaron a un par de días. El oficio comenzó a caer en picada y las carretas, eran cada vez menos solicitadas.

A pesar del posterior declive, el oficio fue tan importante, que llegó inclusive a tener su gremio. De hecho, esta idea nació mucho antes, cuando la corona permitió en el siglo XVI la formación del gremio Real Cabaña de Carreteros en distintos puntos del virreinato. Así fue como se instalaron en Tucumán y proporcionaron las técnicas y la información a la población indígena tucumana. Las ténicas y los utensillos que comenzaron a fabricarse, rápidamente modificaron y en cierto punto mejoraron los   modos de vivir y habitar la vida social y privada de los indígenas. El censo de 1812 revela que de la población total de Tucumán, había 400 artesanos registrados, dentro de los cuales un importante número se dedicaba a las carretas y a la carpintería.

Descripción de una carreta de la época: 

“Las dos ruedas son de dos y medias varas (2,10 mts) de alto, puntos más o menos, cuyo centro es de una maza gruesa de dos a tres cuartas (60 cm aproximadamente). En el centro de ésta atraviesa un eje de 15 cuartas (3,10 mts) sobre el cual está el lecho a cajón de la carreta. Este se compone de una viga que se llama pértigo, de siete y media vara de largo (6,20 mts), a que acompañan otras dos de cuatro y media (3,70 mts), y éstas, unidas por el pértigo, por cuatro varas (3,70 mts) o varejones que llaman teleras, forman el cajón, cuyo ancho es de vara y media (1,25 mts). Sobre este plan lleva de cada costado seis estacas clavadas, y en cada dos va un arco que, siendo de madera a especia de mimbre, hacen un techo ovalado. Los costados se cubren de junco tejido, que es más fuerte que la totora que gastan los mendocinos, y por encima, para preservar las aguas y soles, se cubre con cueros de tara cosidos, y para que esta carreta camine y sirva se le pone al extremo de aquella viga de siete y media varas (6,20 mts) un yugo de dos y media (2,10 mts) en que se unen los bueyes, que regularmente llaman pertigueros”.

"Los ejes de mi carreta... nunca los voy a engrasar" 

                                                              Atahualpa Yupanqui

Sin embargo, pese a la fama del momento y que se mantiene en algunas mentes hasta el día de hoy, toca admitir que las carretas tucumanas distaban bastante de ser perfectas. Ninguna duraba más de dos años cuando se usaba para los fines de viaje.

Pese a que en Tucumán todavía existen algunas muestras de este transporte, dificilmente se encuentren modelos como el que fue tan popular por dos siglos. Sin embargo, hay un departamento que conserva (sobre todo en sus comunas rurales) las carretas y no como medio de trabajo, sino que, como medio de transporte. Nos referimos a los famosos sulkys de Simoca.