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"Un premio a tantas lágrimas": Violeta, la cantante que recuperó su nombre y volvió

Historias de acá

Violeta La Flor Tucumana regresó a la música después de luchar durante años para recuperar su nombre artístico. Del éxito a la depresión y la felicidad actual del recuentro con su pasión: “Amo la cumbia”.





Cuando se subió al tren que la llevaba hasta la estación de Retiro en Buenos Aires todavía no la conocían como Violeta La Flor Tucumana. La decisión no había sido fácil, era mucho lo que dejaba atrás: el último año del secundario en la escuela Normal, parte de su familia, su barrio, su provincia, una vida y un nombre. Porque entonces aún era Liliana Del Valle Villagra, una joven cantante de cumbia que había decidido apostar todo a la música. Después llegarían el nombre artístico, los escenarios, los discos, los fans. Una carrera y un sueño. Por eso, cuando le secuestraron el nombre y no la dejaron ser más Violeta, sintió que todo eso que había construido con tanto esfuerzo se derrumbaba. Devino el ostracismo, el silencio, la depresión y la tristeza. Ahora, volver a ser Violeta es recuperar la voz, la música, una carrera y aquel sueño. 

“Me tuve que alejar de la música porque me quitaron el nombre. Me había costado mucho imponer mi nombre artístico en los noventa. Hace unos años pude recuperar el nombre y ahí decidí volver y grabar un material discográfico que se llama ‘Por siempre Violeta’. La de animarme a volver fue una decisión difícil, con mucho miedo, pero tenía que cerrar ese círculo que había quedado pendiente en mi vida. Yo amo hacer esto, mi pasión es cantar cumbia… Por eso decidí regresar”, cuenta la mujer de 51 años que, ante la pregunta de cómo quiere que la llamen, no duda y me dice: “Violeta, estás hablando con Violeta”. La que habla es la artista y la artista tiene un nombre: Violeta La Flor Tucumana. 

La que se subió al tren en 1991 era Liliana; la joven que buscaba una carrera en la música tropical. La que cuenta esta historia, su historia, es Violeta: “Lo de viajar a Buenos Aires fue una inquietud mía. Tuve que sentarme con mis padres y decirles: ‘mamá, papá: yo quiero esto, yo amo la cumbia, no quiero hacer otra cosa, quiero grabar un disco’. Estaba terminando la secundaria y dejé los estudios para irme. Siempre fuimos una familia muy humilde y, con mucho sacrificio, me sacaron el pasaje en segunda para irme junto a mí mamá. Unos parientes nos recibieron allá”. 

Se escuchaba cumbia en la casa familiar de Chile al 900. Como en miles de hogares tucumanos, los días transcurrían al ritmo de los discos de la santísima trinidad tropical: El Maestro Avelino, Don Carlos, Vielmetti. Acunada a cumbias desde pequeña, hizo sus primeras armas a los quince años como corista de la banda de Tito Juárez y sus chicas. Para entonces, ya había dejado la banda Gladys La Bomba Tucumana y empezaba a cantar Isabelita quien luego se convertiría en La Diosa Tucumana. Otra trinidad cumbiera, femenina y tucumana: La Bomba, La Diosa y La Flor. Todas surgidas del mismo semillero; todas con la provincia como marca distintiva. “Suena a frase hecha, pero no lo es: nací para el escenario, siempre me gustó. Empecé a los cinco años haciendo danzas con el maestro Antonio Gómez. Por cosas del destino empiezo en el grupo de Tito Juárez. Se había ido Gladys y yo entro a hacer los coros cuando empezó a cantar su hija (Isabelita). Estuve mucho tiempo en la banda y después estuve en uno de los tantos grupos que armaron las integrantes de Las Minifaldas cuando se disolvieron”, cuenta Violeta. 

Hoy Violeta se reconoce como parte de esa tradición de cantantes de cumbia locales y valora el legado de las mujeres que fueron pioneras en la movida tropical: “Cuando me hice adolescente escuchaba mucho a Las Minifaldas, fue el primer grupo de mujeres que fue mi referente. Después, a Gladys también siempre la admiré y la admiro muchísimo. Tengo la suerte de ser su colega y para mí es algo maravilloso. Cuando entré a cantar con La Minifaldas (aclaro que no era la banda original, sino una de las que se armaron después) esa fue una gran escuela. Ahí aprendí cómo subir al escenario, cómo vestirme, cómo maquillarme…Aprendí muchísimo de ellas”. 

A comienzos de la década del noventa, la cumbia comenzaba su popularización como género musical. En las revistas especializadas solían encontrarse avisos de las distintas productoras que salían a la caza de nuevos talentos para esa floreciente industria. Cuando se subió al tren que la conduciría a la usina de sus sueños, Liliana llevaba una lista con las direcciones de todas esas productoras y discográficas y un cassette con dos temas propios grabados: “Cuánto te quiero” y “Mi flaco”. Junto a Selsa, su mamá, empezó a golpear las puertas de todas esas oficinas. En algunas ni la atendieron, en otras la recibieron con absoluta indiferencia y una, finalmente, se abrió: Callao 257, séptimo D. Ahí funcionaba la productora de Ricardo Casquero, el manager que entonces conducía los destinos musicales de bandas como Grupo Sombras y Los Leales. Ella tendría la oportunidad que tanto había soñado. 

“Desde el principio Ricardo me atendió muy bien. Puso el cassette que yo había llevado, lo escuchó un rato y me dijo, textuales, estas palabras: ‘A ver, parate y mostrame lo que sabés hacer’. Y yo ahí empecé a cantar y a bailar. Ese era un momento en que las mujeres estaban pegando mucho en la cumbia. Ya estaban Gladys, Mary La Dulce, Lía Crucet…”, cuenta Violeta cómo fue su inicio en la industria de la música tropical. Después de esa prueba, firmó contrato y en 1992 salió su primer disco “Cuánto te quiero”. Esa fue su bienvenida a la cumbia y también la despedida de Tucumán: “En ese momento era muy costoso viajar así que ya me quedé en Buenos Aires trabajando. Casquero me armó una banda con nueve músicos que eran excelentes. Y empezamos que la tele, que las radios, que las revistas, que los bailes, era una cosa que teníamos un montón de presentaciones y ya no podía venirme, pero extrañaba mucho. Era tremendo eso para mí. Por eso, en 1993 decidí llevármelos a mis padres para allá, se fueron conmigo”. 

Ese fue el comienzo de Violeta La Flor Tucumana, una de las voces femeninas que animaba la cada vez más pujante escena nacional de la cumbia. En 1993 salió a la venta su segundo álbum “Esperando el amor” y vinieron más shows, más giras y más seguidores de sus canciones. También los discos de oro y de platino. Pero Violeta pudo disfrutar apenas unos cuantos años de las luces de esa carrera artística en pleno ascenso: “En el 96 fue que empecé a tener problemas judiciales por el nombre artístico. Me acuerdo que teníamos una gira armada para todo el norte y ya era muchos problemas, no me permitían hacer los shows. En aquel momento yo era muy joven y no estaba capacitada para afrontar todo eso. Detrás de ese nombre hubo mucho sacrificio… irme de mi provincia, dejar a mis padres acá… fue trabajo arduo imponer el nombre de Violeta y era una bronca muy grande; una impotencia de saber que alguien que no había hecho nada se quería apropiar de todo mi trabajo”. 

Según explica Violeta, fue un músico tucumano quien había registrado entonces como propio ese nombre artístico y lo había hecho sin su consentimiento: “Al nombre lo registró un músico de acá de Tucumán que prefiero no nombrar porque no quiero tener problema. Con él trabajamos en el primer disco y había registrado el nombre sin decirme a mí. Hubo una interna con mi representante, entonces él registró el nombre y esperó a que yo me hiciera popular para hacerme problemas. Eran quince familias que trabajamos muchísimo todos los fines de semana y, de repente, vernos sin trabajo era horrible para mí y toda mi gente. Cuando yo me retiro de la música, sacó a muchas mujeres con ese mismo nombre, pero la gente ya me tenía identificada a mí. Creo que esta persona no se dio cuenta de todo el daño que vino detrás de eso”. 

Sin el nombre artístico que había cimentado su carrera en la movida tropical, Violeta decidió dejar la música y Buenos Aires para regresar a Tucumán y volver a ser Liliana. Fueron tiempos muy difíciles en los que tuvo que acostumbrarse a la idea de abandonar el canto. Era también una forma de dejar de ser. “Pasaron los años y yo veía en la tele a las cantantes y decía ‘pensar que yo podría estar ahí’ y me invadía una tristeza y una nostalgia que no te puedo explicar. Cuando me vine de Buenos Aires me deprimí y me enfermé por todo eso. Al poco tiempo me refugié en la danza, que era mi antigua profesión, y abrí mi academia de danzas árabes y flamencas”. 

 Fue a instancias de la insistencia de uno de sus fans que, años atrás, pudo comprobar que ese músico que había registrado el nombre había dejado de pagar el registro. Entonces, Liliana decidió volver a ser Violeta, aunque, en realidad, nunca había dejado de serlo. Pero ahora podía volver a mostrarse como tal, regresar a los escenarios y retomar su carrera. En 2019 grabó “Para Siempre Violeta” y hace poco firmó contrato con la discográfica Magenta. Violeta volvió y esta vez para quedarse: “Creo que Dios me está dando una segunda oportunidad. Este es un premio a tantas lágrimas y sufrimiento porque tuve que dejar de hacer lo que amaba. Fue una tristeza que me había invadido durante todos estos años, pero creo que ahora la moneda se ha dado vuelta”. 

Lo que más la sorprendió de este regreso fue que sus fans seguían ahí, esperando por ella: “Con esto de las redes sociales, cuando volví a aparecer, me empezaron a mandar un montón de mensajes de fans de entonces y de sus hijos que escuchaban mis temas. Hubo tres personas que me dijeron: ‘mi hija se llama Violeta por vos’. Es increíble, por eso estoy muy agradecida con ellos, que han mantenido viva mi música y con los djs que en todos estos años nunca han dejado de pasar mis canciones. Cuando hago mis temas veo que la gente los canta y eso es maravilloso”. 

“Yo decidí volver, sea cual sea el resultado, sé que los años han pasado y que ahora todo es diferente. Lo estoy haciendo porque me hace feliz y me siento plena. Creo que estoy en mi mejor momento”, confiesa emocionada Violeta y adelanta que grabará nuevos temas y hará shows próximamente. 

No hay ninguna: habla Violeta La Flor Tucumana. La artista que ha recuperado su nombre, su voz y su sueño. 

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