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Yonopongo: la verdad acerca del curioso nombre del pueblo tucumano

Polémica histórica

Hay distintas versiones que explican el origen de esta localidad monteriza que es presa fácil de diversas humoradas. La historia de los indios guerreros que protegían la Quebrada de Humahuaca.





 Días atrás, una crónica retrataba las particularidades de la localidad tucumana de Yonopongo que forma parte de la comuna monteriza de León Rouges. La nota, que lleva la firma de la periodista Cindy Damestoy, hacía mención al supuesto origen del nombre de este pueblo, blanco fácil de chistes y humoradas. Sin embargo, se conoció una nueva versión que explicaría la raíz ancestral del nombre. 

“Le decís a cualquiera ‘soy de Yonopongo’ y casi siempre te contestan ‘yo tampoco’”, confesaba Myriam Cruz, oriunda de la tan afamada localidad tucumana. Si bien la historia detrás del nombre es difusa, hay dos versiones que son las más conocidas y las que los lugareños suelen repetir cuando les preguntan por qué se llama así. 

“Monteros está rodeado de ríos: al sur el río Pueblo Viejo, al norte el río Romano, y por el medio lo atraviesa el arroyo El Tejar. Nosotros estamos más cerca del Río Pueblo Viejo; antes el cauce no era tan ancho como es ahora, y como estamos al pie del cerro bajaba toda el agua, y toda la correntada, y era fácil que se inundara, entonces había que ensancharlo para evitar eso”, relata Myriam sobre la primera posible explicación. Y agrega: “Se dice que todos los que tenían terrenos en la zona tenían que ceder parte de sus tierras porque había venido gente del gobierno de San Miguel para que se pongan de acuerdo y ver qué cantidad se requería, y cuando empezaron a preguntar quién cedía, todos contestaban: ‘Yo no pongo, yo no pongo’”.

“La otra leyenda dice que este lugar no tenía nombre y que, cuando vino la gente del gobierno para preguntar, ninguno quería ponerle nombre, entonces todos decían: ‘Yo no pongo’, ‘Yo no pongo’, y como nadie propuso otra cosa, quedó Yonopongo, todo junto”, comenta. En temporada del Rally Dakar, cuenta que las personas que pasaban frenaban para sacarse una foto con el cartel de ingreso, porque les llamaba mucho la atención.

Sin embargo, ante la difusión de esta nota, surgieron publicaciones que desmienten estas versiones y que se remiten a las poblaciones originarias de este territorio. Es el caso de la que hizo Sergio García, autor de la obra “Toponimia de Chicligasta, Famaillá, Monteros y Simoca. Notas históricas y geográficas para su estudio”. En esta investigación explica que, en realidad, la denominación de Yonopongo es muy antigua y se remonta a principios del siglo XVII cuando se lo nombra en un título de confirmación de merced de tierras otorgada por el Gobernador Francisco de Barraza y de Cárdenas en Santiago del Estero a Doña Isabel de Leguisamo (1605). Tenía una legua de contorno y se conocía como “pueblo y asiento que llaman Yonopongo que está despoblado”.  

Con respecto al topónimo “Yonopongo” hay una versión que el historiador Pablo Cabrera expuso en 1926 que dice: “pongo, pungo o puncu, en los casos de Jujuy y de San Miguel de Tucumán, era la puerta, portezuelo o entrada forzosa por donde de ordinario o periódicamente invadían los indios Lules, Juríes o Chiriguanos a los indios de la región antes de la llegada de los españoles y a éstos en las horas de la conquista o durante la época colonial”.

“En esa entrada forzosa, pongo, pungo o puncu habíase erigido una atalaya o divisadero o, para emplear un vocablo genuinamente americano de vieja procedencia, un mangrullo, desde lo alto del cuál el yanacona pungo camayoc o yonopongo observaba o espiaba los movimientos del enemigo, por si había o no peligro de que éste asaltase o trajera un malón a las tolderías de los suyos o a la naciente colonia española…en el idioma de los indígenas de Tucumán la clasificación (calificación) de pongo hacíase extensiva al cuidador del mismo o sea al pungo camayoc o yono pungo, trocados respectivamente la apócopa y de la aféresis, en pongo simplemente y como existía un cuerpo de soldados indígenas o de yanaconas cuyos miembros se alternaban en el cuidado del pongo, mangrullo o atalaya, a esa guarnición o cuerpo de guardia se le clasificaba también, colectivamente de Los pongos”.

 Según otras notas al respecto dice que “yonopongo” en lengua vulgar de los españoles es “pongo” y que ésta en quichua y citando a Carrillo es el nombre de un sirviente esclavo: “es el que cuida la puerta”. Señalaba finalmente que en Jujuy los indios pongos eran grandes luchadores que guarnecían la puerta de la Quebrada de Humahuaca.

Otra versión sostiene que “Yonopongo” es una voz quichua compuesta por “yana” o “yono” que significa “negro” y “punko” o “pongo” que es puerta. Es decir “puerta negra” o “puerta negra a los cerros” (Gutiérrez Colombres).

La historia de Yonopongo 

En 1615 el hijo de Doña Isabel que fue Juan Gutiérrez de Leguisamo vende las tierras de Yonopongo a su cuñado Antonio de Aragón dándosele posesión de las mismas al año siguiente. Años después ésta estancia es agrandada en varios kilómetros hacia el norte, este y oeste.

Cuando el acaudalado vecino Antonio de Aragón falleció sucedió su mujer Doña Ana de Leguisamo que, junto con sus hijos, comenzaron a vender por fracciones la extensa propiedad desde la década de 1660; las tierras del extremo oriental que tocaron a Lázaro de Aragón las heredaron sus sucesores: Molina, Soria, Bernio, Abregú y otros. Francisco de Aragón vendió luego una legua cuadrada desde el Tejar hasta el río de la Ciudad (Tucumán, hoy Pueblo Viejo) a Doña Gerónima de Peñalosa que las pobló y vendió posteriormente al Sargento Mayor Diego de Herrera y Guzmán que a su vez las transfirió a Don Juan de Aragón de quién sus herederos lo hicieron al Capitán Francisco de Leorraga en 1669 y son las tierras que en parte hoy ocupa la ciudad de Monteros.

En la segunda mitad del siglo XVIII ya no se conocía con exactitud el “sitio y asiento” de Yonopongo o el “Paraje del Pongo” como se lo designa en algunos títulos, de lo que podemos deducir que sus antiguos y primeros lindes habían sido modificados o disueltos en el siglo XVII por las compras que hizo Antonio de Aragón, su poseedor desde 1616.