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"Yo te conozco a vos, fui tu maestra": 43 años después, Betty encontró a su señorita Estela

HISTORIAS DE ACÁ

"Sos mi Betty": sin querer queriendo, casi medio siglo después, se cruzaron en un mágico encuentro este sábado. Los recuerdos volvieron como si el tiempo no hubiera pasado nunca. ¿Qué harías si te encontraras con tu maestra más querida?

Estela y Betty, 1980 y 2023.





“Quiero expresar mi agradecimiento a los chicos que endulzaron mi soledad en las costas del Salado y del Dulce… y me ayudaron a vivir” dice Jorge Ávalos en las palabras introductorias de Shunko, esa novela que ya se convirtió en parte de nuestra literatura clásica, en donde se puede leer sobre el inmenso vínculo desarrollado entre un maestro normalista y sus alumnos de la zona rural de Santiago del Estero. Una novela que sin duda caló hondo en sus lectores, especialmente en quienes guardan algún tipo de vínculo entre la docencia y la zona rural.

No es mentira que para muchos docentes los niños son especiales pilares de apoyo en momentos cruciales de su vida. Tal así es el caso de Estela Quinteros, quien atravesaba una de sus épocas más difíciles allá por los años 80. 

43 años después, en una inesperada reunión familiar, uno de esos pilares reapareció ante los ojos de Estela, ojos que ya vieron y vivieron una extensa vida, pero que, pese al paso del tiempo, fueron capaces de reconocer a su “angelito” al instante: “Vos sos mi Betty” dijo, apenas tuvo de frente a Betty Torres, una tucumana oriunda de Santa Lucía que, aunque hoy tiene 51 años, sigue siendo una niña pequeña para su maestra de primaria.

Llanto, abrazos y un momento de desconcierto que nadie entendía. Así fue como se encontraron de frente la señorita Estela y la pequeña Betty, más de medio siglo después, en Monteros.

“La reconocí inmediatamente. Me volvió todo lo que sentía en ese momento. Ese año, el 80, era un año muy difícil para mí, algo familiar. Yo tenía un niño que nació enfermo, que murió a los 20 años, pero en esa época tenía 10. Lo dejaba solo para ir a trabajar y me afligía volver. Yo iba en un ómnibus que nos dejaba en la ruta, en Acheral, de ahí hacíamos dedo desde el puente hasta Santa Lucía, donde estaba la escuela”, explicó Estela con eltucumano, sobre ese ciclo lectivo que estuvo al frente de la educación de Betty y sus compañeritos.

Ese día, Betty y Estela estaban invitadas a una gran reunión familiar. Estela, como amiga de una de las organizadoras, Betty, como nuera de otra de ellas. Eso sí, nunca se imaginaron que un sábado casual terminaría por agolpar de recuerdos su corazón y su mente: “Cuando llegué esa tarde saludé a dos o tres personas, cuando me toca saludarla a ella a quien ya vi que me observaba, me acerco a saludarla y me dice ‘sos mi Betty’, la veo con sus ojitos con lágrimas. ‘Yo te conozco, yo he sido tu maestra’ me dijo. Entonces yo le quedo mirando el rostro a ver si la reconocía y ella me sonríe pero ya con sus lágrimas. No te puedo explicar porque es la primera vez que sentí algo que nunca antes había sentido, salvo cuando nació mi hija claro. Encontrarme a mi maestra en casa de familiares, que tenga amistad con la que es mi suegra, me dijo que fueron compañeras del secundario y amigas, esto ha sido tremendo, para mí en ese momento entre que la demás gritaban de alegría y sorprendidas y yo verla a ella, ver sus ojitos, su rostro, volver atrás todos esos años. Nos abrazamos de inmediato, el latir de su corazoncito y el mío era tremendo. Fue algo maravilloso y sorprendente” confesó Betty a este medio, evocando uno de los días más especiales de su vida.

Regresar un ratito a la infancia es el deseo de quienes recuerdan la vida con nostalgia y amor. Y son pocos quienes tienen esa fortuna. Algunos lo consiguen con un aroma, una foto, una canción… y en este caso, un rostro.

“Después de esto, desde que me levanto pienso en ella. Ya estamos conectadas ahora. Apenas llegué ese día busqué la foto, la libreta con su firma” nos dice, recordando la fotografía que atesora de su infancia, abrazando a su querida maestra.

“Todo el grado sentía su cariño. Era de esas maestras con vocación de docente, era muy especial para mí, te daba cariño, atención, estaba atenta a todos sus alumnos. Les daba cariño a todos, estaba presente en los recreos observándonos que estemos bien”.

“Yo recuerdo que cada tanto ella se acercaba al banco y nos preguntaba si estábamos bien, recuerdo esas pequeñas charlas y, mirá vos, ahora me enteré el motivo por el cual ella estaba triste en la escuela a veces. Me acordaba un poco que ella hablaba y nos contaba que tenía un hijo que estaba enfermo” nos dice, sobre a situación que Estela atravesaba a sus 38 años, cuando debía dejar a sus hijos por varias horas para ir a trabajar, lejos, sin comunicación, y sin un transporte seguro para regresar a horario.

“Ella era una excelente maestra. Para mí ha sido una segunda madre. Me dejó muy marcada y la única foto que tengo con ella cada vez que la veía me preguntaba qué será de la vida de la maestra, pensaba que me encantaría volver a verla. Un día mi hermana me dijo que la ponga a la foto en Facebook, que seguro se iba a compartir y que iba a llegar a gente conocida para saber qué fue de la vida de mi querida maestra. Si no hubiera ido yo ese sábado a la reunión me iba a seguir perdiendo de verla. Tanto me sorprendió que ella me haya reconocido, porque yo tenía 9 años cuando fui su alumna. 43 años han pasado. Ella dice que yo sigo manteniendo el mismo rostro, y me dijo que ella sintió por mí un cariño especial” confiesa emocionada con eltucumano. 

Pasan los años, pero las almas mantienen su esencia

“Es la misma, con su calidez, con su voz tranquila y pausada, bien amable, es una persona maravillosa. Estoy feliz de ver que está bien. Bailamos, nos abrazamos, me comentó de su vida y bueno supe que tuvo sus malos momentos también. Lo bueno de esto es que la volví a ver. Nunca creí posible esto”.

“Una vez, teniendo yo mis 9 añitos, mi mamá me retó, y yo le dije ‘si vos no me querés mamá no me importa, yo voy a irme con la señorita Estela’. Mi mamá se da vuelta y me dice ‘¿qué’? y le digo, ‘si, ella me dijo que puedo ir con ella y aunque vos no me des permiso yo me voy igual. Mi mamá obviamente se largó una carcajada. Mi papá se dio vuelta y me preguntó ‘¿Qué la querés a tu maestra?’. ‘Por supuesto, es como mi segunda mamá’ le dije. Es que en mi corazón recuerdo que ella me decía siempre ‘¿Te gustaría vivir en mi casa?’, claro, era una muestra de cariño, pero yo me lo tomaba enserio. Para mi mala suerte en mis primeros grados me habían tocado maestras re bravas, en esas épocas no te quejabas de las maestras, te aguantabas. Luego me tocó ella. Y yo decía siempre ‘me voy con la señorita Estela’”.

Ese año que sigfnificó para Betty conocer a su segunda mamá, también fue importante para Estela: “En ese tiempo éramos cuatro maestras que ibamos de Tucumán para Santa Lucía. Del frío que pasábamos en la ruta rezábamos el Rosario esperando. Lo que me apuraba era volver. A veces caminábamos desde Santa Lucía hasta la ruta, a veces a dedo. La que más desesperación tenía por volver siempre era yo. Fui maestra ahí solo un año. Hicieron movimientos para que yo pueda estar en una oficina en el Ministerio, cerca de mi hijo, que no tenga que ir a ninguna escuela. Betty y los chicos del grado tenían la misma edad de mi hijo en ese momento, que murió diez años después", explicó.

A pesar del dolor, de la tristeza y de todo lo que significa transitar tantos años con el sufrimiento de un hijo, Estela tiene sus teorìas: "Dios equilibra. Yo tenía angelitos, yo sentía que eran ángeles, eso me hacía aguantar. La directora era severísima, ahora digo que está bien porque controlaba su escuela. Pero para mí era un tortura a veces. A mi me dijeron que iba a venir una Betty de Santa Lucía, yo dije ‘esta chiquita es’. Yo creo que las almas hacen un contrato, y están destinadas a encontrarse de nuevo. Esto nos pasó ahora. Ha sido amontonado el recuerdo, el sentimiento, todo junto".

Ahora, Betty y Estela han intercambiado números. Se contaron sus vidas, sus alegrías y sus penas. Se fundieron en un abrazo y recordaron la vida en Santa Lucía y su escuela Benjamín Zorrilla, allá a principios de la década de los 80, cuando pareciera que la vida era más compleja, pero también más simple.