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Pedro Bohorquez: el villano más ágil de la historia que se rindió en Monteros

HISTORIA

Embaucó a los españoles, a la iglesia y a todas las tribus del Valle Calchaquí. Un triple engaño que terminó de la manera más áspera y sangrienta que un embustero podría imaginar.

Imagen: del libro "Titaquín", de Lucía Gálvez.





El campeón de las mentiras: así llaman algunos historiadores a Pedro Chamijo, un andaluz nacido en Granada que, en medio del auge por la nueva vida en lo que hoy conocemos como América, se despedía del puerto de Cádiz en 1620 para no volver nunca más.

Desde niño, Pedro tenía una ambición y una obsesión muy grande: ser rico y poderoso. Proveerse de poder, y de los más deliciosos tesoros, joyas, oro en toneladas. El nuevo mundo, conocido en ese entonces como las Indias, parecía ser el lugar más propicio para cumplir tal sueño. Sin embargo, casi al mismo tiempo de su llegada a Pisco, Perú, comenzaron las ruidosas aventuras y desventuras de Chamijo, un joven de tan solo 18 años pero cargado de energía, planes y sueños que parecían demasiado lejanos para quien hasta hace poco, había sido un niño pobre de la aldea de Arabal.

Las noches en el Perú transcurrían entre jolgorios, picanterías, negocios, promesas de negocios… esto le traía muchos inconvenientes con su reciente esposa, Ana Bonilla. Ante el primer descuido, tomó la herencia de Ana y huyó a los Andes, en donde tuvo su primer contacto con los indios. Aquí es donde comprendió la fuerza que tenía para una nación que había habitado estas tierras de manera milenaria, el recuerdo del Inca, ese semi-Dios que aun muerto seguía ejerciendo autoridad.

La fiebre del oro americano: un anzuelo perfecto

El “Gran Paitití” era el nombre del yacimiento de oro que los españoles buscaban incansablemente desde que se instalaron con toda su fuerza en el Alto Perú. Tras más de un año viviendo con los indios, Pedro Chamijo se presentó ante el virrey Gerónimo Fernández de Cabrera asegurando conocer la ubicación de este lugar, pero fue ignorado. Aun así logró vender un falso mapa del Gran Paitití a un hombre que, junto a toda una expedición, fueron presa de la desgracia bajo una tormenta de flechas, siguiendo los supuestos planos de Chamijo, quien disfrutaba con el dinero de las noches de Lima, ahora en complicidad con una pequeña tribu, casado con la hija de un cacique, y envalentonando a estos indios contra el Virrey por no querer nombrarlo gobernador de las tierras conquistadas en Los Andes.

Esto llevó a la segunda huida de Pedro Chamijo, que desembocó en la casa del padre Alonso Bohorquez en Potosí. Aquí, se presentó como su sobrino Pedro Bohorquez Girón, hijo del escribano Gerónimo Bohorquez Girón. El anciano, ante la credulidad y la emoción, creyó ciegamente en Chamijo. Llegó inclusive a cederle los ahorros de su vida para que su supuesto sobrino se emprendiera en la búsqueda del Gran Paitití. Nuevamente, quien ahora llamaremos Pedro Bohorquez, huyó lejos, tras un nuevo embuste. Así es como se fue acercando a Tucumán.

Pedro pudo huir de la cárcel en –al menos- dos ocasiones. La primera, en Concepción (Chile), en donde se encontraba preso por diez años tras comandar una banda de indios bandidos que habían saqueado una Misión. Escondido en Los Andes otra vez, eligió Tucumán como destino para rehacer su vida desde cero.

En Tucumán las tierras se definían entre tres naciones: pulares, calchaquíes y diaguitas. Todos habían protagonizado de alguna manera hasta la llegada de Pedro a sus tierras, dos levantamientos grandes contra los españoles años anteriores. Vivían momentos de tensión pero inclinados hacia la paz.

El andaluz tenía la plena convicción de que en los Valles Calchaquíes había oro. Pero los calchaquíes hacía muchos años que se habían instalado según la corona y la iglesia, como un problema por su bravura y resistencia al sistema de encomiendas, y a la conversión católica, entre otras cuestiones relacionadas a su resistida conquista. Así fue como el español comenzó a idear el plan que le permitiría ser el primero en acceder a esas minas de oro “tan ocultas” por los indios.

De esta manera llego a Don Pedro Pivanti, un cacique de la tribu de los Pacciocas de la región de Tolombón que según relata Teresa Piossek Prebisch en “La Rebelión de Pedro Bohorquez, el Inca del Tucumán”, encarnaba el ideal varonil de su raza: alto, recio, con una larga cabellera negra, ceño ajustado, cuello grueso y pecho prominente. Todo esto le daba un aspecto temible y era uno de los jefes más temidos del valle. Pudo nuestro gran villano enviarle una invitación presentándose como el “Inca verdadero”. Tras un encuentro, le expuso su idea de unir a todas las tribus calchaquíes en una sola nación para rebelarse contra los españoles y volver a ser los dueños naturales de Tucumán. Ni bien regresó a Tolombón de este encuentro, Pivanti preparó el terreno para recibir al “salvador de la raza”.

Los registros señalan que Pedro Bohorquez era de origen Moro, por lo tanto, era de piel morena. Sin embargo, no tenía rasgos aborígenes. Pero su poder de convencimiento, su pronto dominio de la lengua kakán, y su contundente afirmación de ser el mismísmo descendiente de Atahualpa, lo convirtieron en menos de 2 meses en el personaje más popular de todo el Valle Calchaquí. Recibía Pedro junto a la araucana que lo acompañaba desde Chile, en su nueva casa improvisada en Tolombón, a caciques de todas las tribus. Estaba logrando la confianza de toda una nación en tiempo récord, algo que llamaba terriblemente la atención del clero, instalado en los valles desde hacía 15 años sin poder tener grandes avances en la conversión católica.

A unos kilómetros más abajo pero ya sin ondeantes montañas, existía San Miguel de Tucumán en el actual departamento Monteros, en esa tierra conocida como Ibatín.

Luego de conquistar a los indios y de vivir entre ellos como un verdadero Rey, tocó conquistar al poder religioso. Y así fue como Titaquín (como renombraron los locales a Chamijo), comenzó a mandar a los pobladores del valle a bautizarse, casarse y tomar la comunión. Este fue el primer paso para conquistar y convencer a los misioneros jesuitas.

En resumidas cuentas, fueron estos mismos misioneros los que propiciaron e hicieron posible el encuentro entre Bohorquez y don Alonso, gobernador de Córdoba. Este histórico encuentro entre el mayor representante de la corona, y el mayor representante de los Calchaquíes, se llevó a cabo en Pomán (Londres), en la actual Catamarca. Desde este evento, el falso Inca comenzó a vestirse como un verdadero descendiente del gran Atahualpa.

Imagen: del libro "Titaquín", de Lucía Gálvez.

Las exigencias de Bohorquez para avanzar en la conversión y vasallaje de los indios eran: ser nombrado representante real en el Valle Calchaquí, y tener permiso para dejarse llamar Inca. Después de largas jornadas de debate y tras obtener el apoyo de la iglesia firmado, don Francisco de Alonso firmó todas las actas que otorgaban el poder a Pedro.

Pese a que el obispo de Tucumán, don Fray Melchor, le había advertido a don Alonso que no se fie de Bohorquez, este hizo caso omiso y creyó estar tomando la decisión más acertada para avanzar en la obtención de los secretos más profundamente guardados de los Calchaquíes respecto a las riquezas. La verdad innegable es que "Hualpa Inca" jugaba a dos puntas.


De cuando todos se dieron cuenta de que habían caído en el embuste más grande de la historia

Ni dos meses habían pasado para que tanto Alonso como Fray Melchor cayeran en la profunda desesperación de haber cometido un error. Por su parte, el falso Inca ya había explorado prácticamente todo el territorio Calchaquí solo para convencerse de lo que los misioneros le habían asegurado antes: no existían minas de oro en la zona.

La presión comenzó a ser doble para Pedro: los españoles pidiendo noticias con respecto al oro y sobre el plan de avasallamiento sobre los calchaquíes, y los calchaquíes exigiendo una organización más contundente para el levantamiento que les devolvería el poder sobre sus tierras.

En medio de esto, por dos caminos intentó la corona asesinar al falso Inca, pero no fue posible. En una de las noches que iba a ser degollado, una perra muy guardiana que dormía entre sus piernas habría ahuyentado a sus casi-asesinos. En otra ocasión, con su cocinero personal vendido a Alonso, llegó a sentir un sabor extraño en el primer sorbo de agua envenenada que estaba ingiriendo.

Las cosas caen por su propio peso, y el caso del embustero Bohorquez terminó cayendo. Después de llegar al límite y con un ejército de aproximadamente 6000 hombres, y tras saquear e incendiar las misiones jesuíticas de San Carlos y Santa María, procedieron a comenzar con los ataques. La hora de recuperar la tierra con las promesas del descendiente de Atahualpa, había llegado.

San Miguel de Tucumán era el lugar donde más resistencia había desde el principio, pero se comenzó con Salta, precisamente con el fuerte donde se encontraba Alonso. Los españoles vencen. Días más tarde, atacaron el fuerte de Andalgalá, en donde mataron varios soldados. Finalmente, llegaron hasta Monteros. Aquí, con Pedro Chamijo peleando cara a cara por primera vez, 93 indios comandados por el falso Inca se decidieron recuperar Ibatín. Pedro se alzó mano a mano con Juan de Ceballos Morales, el encargado de la defensa de la ciudad.  

Cuenta Prebisch sobre esta batalla, que Bohorquez habría muerto en el actual departamento Monteros de no ser por la oportuna intervención del caballero José de Sueldo, que atacó a Pedro para luego ser flechado por un indio, momento en el que decidió que era mejor retirarse. Nadie comprendió el porqué, ya que todo indicaba que podría haber ganado Tucumán. Sin embargo, se rindió en estas tierras y comenzó la emprendida hacia los valles.

La historia tenía un final evidente. Los calchaquíes en su gran mayoría, abandonaron a Pedro. Inclusive, se estaban organizando para darle la muerte por haber caído en cuentas de su embuste, del engaño en el que habían caído para ser esclavizados en algún momento en las minas de Famatina, el espacio que faltaba explorar a Chamijo.

La única salida que le quedaba, era buscar el indulto de ambas partes. Decidió la corona española indultar a Pedro y que fuera escoltado hasta Potosí con su mulata y don Bartolo, el indio en el que se apoyó para hacer sus embustes y fechorías todo el tiempo que habitó los valles.

Los últimos años, sin pena pero sin gloria

Llegó hasta Lima castigado por tratar de huir en el camino, pobre y sin pertenencias. Pasó sus últimos años solo en una celda, encorvado, flaco e irreconocible. Inclusive logró huir de esta cárcel incendiando el techo, tan solo para entregarse horas más tardes pues sus piernas no tenían ya fuerza muscular. Esta es la segunda fuga de Bohorquez.

El último recurso de Pedro fue pedir por carta a uno de sus hijos naturales que vivía en la cercanía, Francisco de Medina Bohorquez, que se aventurara a Tucumán y se contactara con Bartolo para planificar la amenaza de un nuevo levantamiento por su libertad. El saldo de esta jugada fue que su hijo terminó colgado en una horca.

Dicen que los años que pasó en la cárcel, no demostró el falso Inca ningún tipo de culpa por todo lo que había logrado y malogrado en los valles.Solo instantes antes de su muerte y a fuerza de violencia, confesó todo. Lo que hoy en día muchos atinan a llamar como psicópata.

El ex Rey  de los Calchaquíes moría en una celda el 3 de enero de 1667 a la fuerza de garrote, para luego su cuerpo ser colgado por 24 horas, y posteriormente su cabeza cortada y puesta en el cardo del puente que mira al barrio de San Lázaro. Nunca pudo tomar Tucumán. Logró unir a todo un pueblo Calchaquí, pero bajo falsos pretextos de liberación.

Marianina Alegret para El Tucumano

  • Bibliografía: Piossek Prebisch, Teresa, La rebelión de Pedro Bohorquez. El Inca de Tucumán (1656-1659).