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Inundaciones, resistencia calchaquí y enfermedades: cuando el destino de Tucumán cambió su rumbo

HISTORIA

Alguna vez la capital tucumana estuvo en Monteros, precisamente, en Ibatín. ¿Qué sucedió y porqué se tomó la decisión tan difícil de mudar a una ciudad entera?

Imagen de autor desconocido.





¿Por qué la historia de Tucumán cambió radicalmente? Para el historiador tucumano Santiago Bliss, si queremos pensar en las ciudades en la época de la colonia, es necesario situarlas en nuestra cabeza como sujetos políticos, y no como el elemento urbano que conocemos actualmente.

La instalación de los conquistadores europeos en nuestra América respondió a un proceso histórico complejo, que se dio entre tensiones y pocos momentos de paz, en busca de estrategias de conquista, subyugados por la resistencia indígena de quienes habitaban ancestralmente los territorios. En el caso de Tucumán, tenemos que hablar principalmente de dos pueblos: los Diaguita-Calchaquí y los Lule Vilel.

A través de la conocida Quebrada del Portugués, ese camino fantástico que parece sacado de un cuento de hadas, llegaron los españoles hasta Ibatín, hace casi 600 años. Esta primera ciudad fue a pantallazo de análisis un lugar ideal para instalar la capital del Tucma, lo más sureño del incaica Imperio del Tahuantinsuyo.

En Ibatín, fragmento de tierra que está hoy en día enmarcado en el departamento Monteros, muy cercano al actual municipio, prevaleció la visión del mismo como un espacio que significaba la riqueza al pie de la montaña. Sin embargo, pese a la rápida instalación de las familias patricias, de los políticos y de los trabajadores de la Corona, los problemas no dejaron de ser parte de lo que fue escogido como la primera capital de Tucumán.

En un primer sentido, podemos hablar de un río (hoy devenido en arroyo) que cargaba con un problema histórico: los desbordes e inundaciones, me refiero a El Tejar. Un problema constante de quienes vivían en Ibatín tenía que ver con las anegaciones que ocurrían en cada lluvia torrencial, de manera casi inevitable. El curso de este río poco a poco se fue moviendo de lugar, pero la acumulación de sedimentos en sus márgenes imposibilitaba evitar los problemas acarreados con cada lluvia. Cabe destacar que aun devenido en arroyo, El Tejar continúo desbordándose e inundando el actual Monteros, hasta hace unos pocos años.

Estamos atravesando un otoño lluvioso en Tucumán. Solo quienes vivimos en esta provincia sabemos que cuando el agua cae, nunca es poca. Y a veces, decide el cielo que el agua caerá en tales cantidades y con tanta rápidez, que evadir el ingreso de la misma por ventanas, puertas y techos, es una tarea titánica. Pensar esto en épocas de viviendas precarias y poco conocimiento de una buena arquitectura para esta zona del mundo, da por resultado la suma incomodidad con la que se vivían estas inclemencias climáticas.

Sin embargo, este no fue el principal motivo por el cual la historia de la provincia cambió de rumbo. Ibatín fue la capital de Tucumán entre 1565 y 1685. 120 años en total de los cuales prácticamente durante 115 hubo múltiples levantamientos del pueblo calchaquí, que organizadamente (unas veces más, unas veces menos), descendían desde los valles hasta Ibatín para atacar y tratar de evitar la comodidad del asentamiento español. Lo que se dice, la resistencia. Fue recién en 1667 cuando después del segundo gran levantamiento, la Corona Española pudo afirmar que había derrotado al pueblo Calchaquí. Sin embargo, la molestia y el enojo  de muchos habitantes de Ibatín por los sangrientos enfrentamientos que hacen de Monteros un verdadero museo de la sangre, ya era un recuerdo compartido sin vuelta atrás, en la memoria colectiva de sus habitantes.

A pesar de todo, los historiadores como Verónica Ovejero, Silvia Nassif o Santiago Bliss, aseguran que el motivo definitivo por el cual se decidió dejar la primera capital que con tanta fuerza se había defendido, fueron económicos.

A pesar de que en los últimos años se ha ido instalando la idea de Tucumán como una provincia pobre, la realidad es que por muchos siglos, este mismo territorio fue un lugar de crecimiento económico inevitable. ¿El motivo? Tucumán era paso obligado hacia Potosí, hacia el Alto Perú, el lugar de América Latina en donde se extraían y acumulaban las mayores riquezas del mundo. Nuestro conocido Camino del Perú, ese que continúa llamándose de la misma manera en el límite entre Yerba Buena en San Miguel, era el más transitado. Y quedaba demasiado lejos y a trasmano de Ibatín, en momentos de la historia donde todo traslado se hacía con suerte, en carreta.

Según el libro “Historia del Municipio de Monteros”, en el año 1678 hubo una gran inundación tras el desborde del Tejar, con lo cual llegaron aparejadas enfermedades propias del agua como el Paludismo o el Bocio, y por ello se realizó un cabildo abierto en donde se propuso por primera vez y de manera institucional, trasladar la ciudad de San Miguel a un sitio llamado La Toma. El Camino del Perú pasaba por Esteco, Choromoro y Tapia, todo muy cercano a esta ubicación geográfica, llamada así por tener acceso al Río Salí a través de una acequia.

Desde España, el rey Carlos II aceptó el pedido de traslado, y así fue como –con una gran resistencia de quienes se oponían a abandonar sus propiedades- se comenzó el traslado de la capital de Tucumán a lo que hoy conocemos como San Miguel de Tucumán, en donde se oficializó la segunda fundación de San Miguel de Tucumán.

El historiador monterizo Tulio Otonello cuenta en sus investigaciones que se llamó Francisco de Leorraga el principal opositor a esta idea. Leorraga tenía diversas propiedades en Monteros y era procurador general de la ciudad.

En 1685 cambiaba para siempre el rumbo de la historia tucumana, abandonando en una cantidad masiva de pobladores un espacio que, pese a su gran belleza, sufría inmensamente las inclemencias del clima y su geografía, imposibilitando el progreso de toda la población que vivía con enfermedades y con la pérdida material de sus pertenencias en cada una de esas lluvias torrenciales que solamente quienes habitamos el “Jardín de la República” conocemos bien.

Los registros explicitan que, en el nuevo espacio que comenzó a desarrollarse Tucumán, había madera, agua y espacios propicios para cultivos en demasía, además de comenzar a formar parte activa de este camino que unía el puerto, Santiago, Tucumán y el resto del territorio con la ciudad del oro. Una decisión, a los rastros de la historia, acertada. ¿Cómo creés que hubiera sido  el destino en caso de no haber realizado esta mudanza?