"Se sintió ese fuego, Tucumán": Skay, cuando el calor fue rock
En una noche especial, Skay Beillinson puso a 2500 personas en un clima hermoso: ¿cómo se mide el calor cuando es tan lindo abrazar a alguien totalmente transpirado para ponerse a saltar juntos? La lista de temas y la declaración del guitarrista más querido del país después del show.

Skay, el fuego. Fotos: Lunáticos Viajantes.
Lo primero que se ve son jóvenes y adultos en cuero, con la remera en la mano y el pecho transpirado, que deambulan en este rectángulo rojo y oscuro, donde las mujeres se han levantado las mangas y alguna que otra anda en corpiño subida arriba de los hombros.
Aquí, en la medianoche del sábado, Skay Beillinson sale al escenario, y si antes el vapor abrazaba hasta la cerveza fría, ahora que estas 2500 personas saltan juntas en Floresta, están conectadas por algo más que los primeros acordes del Flaco: el mismo sudor que las une.
Cuando empieza el recital, afuera de este microestadio cerrado y techado, en la calle, la sensación térmica es la misma que hubo a las tres de la tarde: 35 grados. Si afuera hace mucho calor, lo que sucede adentro quizás habría que medirlo de otra manera.
Porque: ¿cómo se entiende que, en esta caldera, aquellos caballeros de más de 40 años anden metidos en el pogo durante las dos horas que duró el show?
¿Quién explica que, en el calorón del campo, haya quienes desparramen a chorros su cerveza entre la gente en vez de tomarla?
¿Cómo se mide el calor cuando es tan lindo abrazar a alguien totalmente transpirado para ponerse a saltar juntos?
Quizás, entonces, lo que aquí sucede nada tiene que ver con lo que marca el termómetro, y sí con el latir del corazón de Patricio Rey.
La hermandad que se respira no es pesada como el calor. Se agitan, pero no se cansan, las banderas que cubren todo el perímetro del club, y que llevan impreso nombres de ciudades y provincias argentinas: La Banda, Concepción, Moreno, Salta, Metán, Santiago del Estero, Tucumán, Perico, Aguilares… el pueblo ricotero está acá. Y es una noche especial.
Sale el Flaco relajado y preciso como él mismo. Usa una camisa con flores, como si supiera que acaba de meterse a un verano infernal. Pero él, a sus 71 años, arriba del escenario se mueve fresco. Los pies plantados en el piso, y su guitarra que se lo lleva. En sus movimientos angulosos, se va con el codo para arriba. Parece separado de su música. Una vez, años atrás, Skay dijo: “Generalmente toco la guitarra eléctrica sin enchufar. Así que para mí el sonido es algo que viene mucho después. Alguien decía que el sonido está en los dedos. Para mí es cierto”.
Entonces, después de sus dedos, el sonido llega al campo y su música se vuelve cuerpos sudados.
Skay toca 20 temas. Arranca con La Luna en Fez (“Luna compañera de mi soledad”, le canta a nuestra luna) Explota todo con Ji Ji Ji y el pogo más grande del mundo ocurre en el lugar más caliente de la provincia. También con el Golem, con Todo un Palo y con el último tema, Callejón.
A esta altura, el latir de la masa multiforme se ha extendido. No hay rincón donde alguien no esté saltando. La temperatura nos ha vuelto libres, movedizos, inquietos; somos calor, somos Tucumán. Y esta noche somos rock.
Un último coro dice: “vaaaamo, vamos los redondos”. El Flaco saluda, agradece y se despide. La Leyenda se va ardiente. Su público lo abraza, con calor lo abraza.
Un rato después del recital, Skay publicará en sus redes sociales: “Se sintió ese fuego, Tucumán".