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"Ni sabíamos que había una guerra": Miguel, el adolescente tucumano que no volvió de Malvinas

HISTORIAS

En Monteagudo, zona rural cercana a La Madrid, la familia de Miguel Antonio González todavía recuerda el día que “se lo llevaron”. Hoy está en el cementerio, y todo el pueblo conoce su nombre, gracias a una leyenda.

La tumba de Chalita.





La herida dejada por Malvinas es todavía un hecho que a muchas personas les cuesta relatar. Sin embargo, los hay quienes a base de endurecer el corazón, continúan relatando lo que esta guerra les arrebató. Como la familia de Candelaria González, mamá de uno de los soldados fallecidos en esa oscura época.

En Tucumán Paranormal compartieron este fin de semana la triste historia de Miguel Antonio González, quien partiera de este mundo con tan solo 18 años y de una manera muy cruel: sin datos, sin información, sin nada.

En Monteagudo todos sintieron hablar de Miguel Antonio González, pero su biografía todavía no ha sido escrita. ‘Chala’ o ‘Chalita’, como lo llaman en el pueblo, se murió dejando los rastros justos. Ni siquiera la existencia de un monumento con su nombre en el cementerio puede ser considerada una huella contundente de su vida: el cajón vino cerrado y así fue depositado. El tiempo incrementó las dudas en Candelaria del Carmen González, la madre del soldado, se pregunta si será verdad que volvieron los restos” comienza la historia.

“La tumba fue blanca alguna vez: ahora está manchada. Flores de plástico y una Virgen avivan la cabecera terminada en una cruz. Se ve que a González quisieron darle una ubicación céntrica dentro del predio, pero si no hubiese sido por las Castro, habría resultado difícil hallar su última morada. Ninguna placa remite a Malvinas ni a la desgracia del Belgrano, y en los hechos el marinero parece un habitante más del camposanto”, explicaron, debajo de la foto de su tumba.

“Ubicado entre Atahona y La Madrid, Monteagudo se distingue en el este por la amabilidad de sus habitantes. Las casas son sencillas pero abiertas, como si hasta allí no hubiesen migrado los fantasmas de la inseguridad ciudadana, alternan con ranchitos más o menos firmes. En uno de ellos vive Candelaria González. La casa no queda propiamente en Monteagudo sino en Sud de Trejo, a cuatro kilómetros de distancia, explica la mamá del soldado. Dice que en algún lugar conserva la bandera que el Ejército le entregó en 1982. ‘¿Fotos? No, ninguna’, informa con una sonrisa”. Es decir que Chalita está solamente en el recuerdo. No hay ninguna foto de él.

“A él lo llevó la colimba. No sé si quería ir. La milicia no se lo preguntó. Vino de visita una vez: fue la última. Se lo llevaron con 18 años. Nosotros no sabíamos nada, no sabíamos que había una guerra: si ni siquiera teníamos televisión. Un día nos mandaron a decir que lo habían bombardeado. Los militares después trajeron el cajón, pero no nos dejaron verlo. A mí me dieron dinero, ni mucho ni poco. ¿Cómo era él? Buenito. Jugaba a la pelota en el complejo de Monteagudo. Me imagino que la habrá pasado muy ‘fiero’, relata la mujer. Luego mira a lo lejos, hacia el monte donde dice que fueron sus animales”.

Según expusieron en Tucumán Paranormal, Miguel Antonio González fue el primero de los seis hijos que tuvo su madre. Una de sus hermanas más jóvenes se llama precisamente Malvina. De su padre no se sabe nada. Criado en lo de una abuela, sólo completó la primaria como casi todos los chicos de ese tiempo.

No es uno más en la lista de los 23 comprovincianos que perecieron entre el frío polar y los torpedos. González es el único que “volvió” a casa: los demás cadáveres quedaron en el océano. Enseguida se suma a la conversación Sergio González, quien conoció al protagonista en la escuela pero no son parientes. “‘Chalita’ era muy humilde: un buen chango”, sentencia. ¿Cómo murió ese joven? “No se sabe”, dice casi disculpándose Elisa Albornoz, otra hermana del soldado.

Lo que sí se sabe, según este grupo de investigadoras paranormales, es que Miguel ronda algunas noches su casa y el cementerio donde descansan sus restos algunas personas lo vieron con uniforme militar, y sus hermana sintieron su presencia en más de una vez.

“Malvina nos contó que una vez sintió como le acariciaban la cabeza mientras dormía. ‘No tuve miedo, no sé porque siento que él no se fue del todo, nos cuida. Murió muy joven y quizás todavía dejó cosas por hacer por eso creo que es el a quién percibimos de vez en cuando”, cerró el relato.

Te dejamos la foto de Candelaria, mamá del soldado de Malvinas que, al igual que tantos otros jóvenes, nunca volvió a su casa.