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Famaillá, la ciudad lisérgica donde no existe lo feo

Crónica

Un cronista colombiano recorre con ojos fascinados la capital de la empanada y descubre un monumento humano donde es posible la realización alucinatoria de los deseos más inverosímiles. Por Giovanny Jaramillo Rojas.

Fotos: Alejandro Saldívar.





El ambiente festivo de la ciudad de Famaillá es imperial, aunque nuestro mentor usó dos o tres veces la palabra “poderoso”. Famaillá es un lugar que, si bien no es “de locos”, específicamente, sí tiene mucho de extravío común. Común porque es social, horizontal, casi que idiosincrático. Y extravío porque cada paso dado se diluye en medio de fantasías que toman más forma y contexto gracias a la acción del calor en las cabezas: de repente, sin saber cómo, te ves cobijado por la sombra de un superhéroe o frente al fusil de un combatiente de la independencia o plenamente embebido frente a la memorable escena de la mano de D10S. Un mapa gigante del país señala el trabajo popular y mancomunado por mantener viva, o por lo menos identificada, la extraña mezcla entre raíces locales y barcos foráneos y, de una manera inexplicable, sepulta Tierra del Fuego.

Famaillá es una ciudad lisérgica en la que el concepto de “feo” no existe y la realidad es esa insondable extravagancia que, en sí misma, no es otra cosa distinta a la angustia por esa existencia que puede terminar en cualquier momento. Tal vez por esto la necesidad de inmortalizar un lugar que se mueve con ingentes dosis de deformación entre la mismísima nada y la completitud del todo. Y, como toda deformación es un acto político, la ciudad se irgue, entre todas sus estatuas y genialidades como un monumento humano en favor de la realización alucinatoria de los deseos más inverosímiles.

Las miradas son livianas y las consciencias etéreas, como sucede cuando despertamos rejuvenecidos por el sueño profundo. Un vagabundo narra la importancia de su vida en la ciudad, una campeona nacional de la empanada se comunica con sus comensales a punta de docenas de obras maestras que, al ser mordidas, obligan a abrir las piernas y un turista se entristece porque quizás en el único lugar del mundo donde siempre debería haber locro simplemente no hay. Le echan la culpa al calor, pero es mentira, no hay porque es temporada de tamales y en eso el pedemonte tucumano no miente, porque allí hasta el aire es un ritual.

Los mellizos Orellana son omnipresentes y, como buenos bailadores del poder, casi que gestionan cada pequeño detalle en la ciudad: desde un balneario con figuras de dinosaurios, seres mitológicos y toboganes en espiral, pasando por fiestas populares sacadas de sombreros mágicos y, según dicen, pequeños auxilios personales tipo “no tengo qué comer y si golpeas la puerta de sus casas ellos resuelven”, hasta un funeral que sucede sigilosamente en medio de una formidable réplica de la vaticana plaza de San Pedro.

Es Famaillá, la capital del arte, el lugar donde se hizo la estatua de Messi más irreconocible y humorística, capaz con la intención de que llegara más rápido al astro. Es en Famaillá en donde está la escultura más bella y predicadora de La Negra Sosa, donde está el verdadero obelisco de la Plaza de Mayo, aunque la humildad local lo pase como una revelación mendaz, mientras a pocos metros hay un megalito con un Jesucristo cuyos gestos sufrientes se pierden en la indescifrable picardía de su sonrisa. Es imperial, Famaillá, quizás porque lo “poderoso” es demasiado vago o genérico y, allí, en ciudad de artistas, todos son reyes, más cuando de lo que se trata es de volver anodino lo más extraordinario.

*Nació en Bogotá en 1987. Es Sociólogo, periodista y docente. Forma parte del Consejo Editorial de Revista Late.

** Las fotos son del fotógrafo y reportero mexicano Alejandro Saldívar.Integrante del Consejo Editorial de Revista Late.