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Corazón de boxeador: dos guerreros peleándole al destino

Historias de acá

Esta es la historia de dos tipos que se muelen a piñas arriba de un ring para cumplir su sueño de brindarles un mejor futuro a sus familias. Lee la crónica y mirá el microdocumental.

Frente a frente. Todas las imágenes son fotogramas del microdocumental. Cámaras: Álvaro Simón Padrós y Marcos Arias.





Es el llamado del destino que llega de afuera como un rumor informe, mezcla de canto de sirenas y gritos ansiosos de tribuna, de reflectores incandescentes y brumas parrilleras, de espectáculo y encrucijada existencial. Adentro, en los vestuarios del club Defensores de Villa Luján, dos hombres se mueven en círculos erráticos como fieras enjauladas. La atmósfera está viciada por el olor del átomo desinflamante y no hay palabras, sólo el siseo de la piel sintética de los guantes cortando el aire, golpeando, trazando parábolas ávidas de piel, de carne, de sangre. Apenas un simulacro antes del ruido que hace el hambre cuando impacta la piel, la carne, la sangre y tiembla en los huesos. Alguien vocifera una arenga. Es el momento. Afuera, la noche del viernes es tensa expectativa.

En instantes, cada uno por su lado, Ezequiel “Danger” Casalicchio y Sergio “Beco” Vega transitarán el camino que antes recorrieron Carlos Monzón, Horacio Accavallo, Nicolino Locche, Horacio “La Pantera” Saldaño, Jorge “Locomotora” Castro, Juan Martín “Látigo” Coggi, Reggie Johnson y Emilio Ale Alí, entre otras glorias que han regado con su sudor y su sangre esta arena colmada de añejos recuerdos y eternos fantasmas; ecos espectrales que acaso resuenan en esta gritería excitada y difusa.

¿Pensará quizás Casalicchio en Emiliano, Leonel y Ezequiel, los tres hijos que lleva tatuados? ¿En Rocío, su esposa? ¿En Mónica Ángela, su madre que ya no está, pero siempre lo protege? ¿En la casa que ansía comprarle a su familia? ¿Qué película correrá por su cabeza ahora? ¿Pensará en Vega, en las manos hirientes de Vega, en los flancos que deja Vega en su defensa? ¿Pensará en su propia historia? ¿En el futuro? ¿En eso que llama destino?

¿Pensará tal vez Vega en el apellido tatuado en su puño derecho, la mano que puede darle la victoria y forjarle un mejor porvenir a los suyos? ¿En Bianca y Renata, sus hijas pequeñas, sus angelitos? ¿En una bolsa que le permita reparar el techo de su gimnasio, ese que le voló una tormenta? ¿Pensará en las indicaciones de su entrenador, en cómo dañar a su rival, en el éxtasis del árbitro levantándole el brazo al final de la pelea? ¿Pensará en su propia historia? ¿En el futuro? ¿En eso que llama destino?  

Sonará la campana y 2 minutos y 24 segundos después habrá dos hombres, uno lanzando una andanada de golpes y otro contra las cuerdas; uno vencedor y otro derrotado. Adentro, la satisfacción y el dolor. Afuera, tendrán que seguir peleándola.

 

*****

Faltan unos días para la pelea y, en el corazón del barrio Villa Luján, el gimnasio de Miguel Nasul es el escenario donde Ezequiel Casalicchio guantea con “El Perro” Gambarte. El sol de la siesta que se filtra entre el techo y la pared rebota en los cuerpos sudados y tatuados. Las pieles brillan, resplandecen, tras la película líquida que los cubre. Los gritos con las indicaciones del entrenador se entreveran con las respiraciones agitadas y la conversación de los guantes en su roce constante con otros guantes y con los protectores. Ezequiel interrumpe las combinaciones de golpes sólo para buscar algo de aire que no siempre encuentra. Llevaba más de cinco meses sin entrenarse cuando decidió volver a boxear y pesaba más de 118 kilos. El día del pesaje de la pelea, la balanza arrojará 88 kilos con 800 gramos. Casi 30 kilos bajados a fuerza de correr todas las mañanas por la plaza San Martín y las cuadras que rodean al gimnasio. A fuerza de una rutina rigurosa acompañada de una dieta estricta. A fuerza de sacrificio como motor para impulsar su sueño. Nasul dice basta y Casalicchio resopla como un toro para confirmar que está vivo. Y está de vuelta.

“Es mucha dedicación, hay que ser un atleta. Yo había subido mucho de peso, lo que tengo es conducta… no tomo, no fumo, no me drogo… nada de eso. Entonces eso me ayuda a la hora de volver y creo que volví con un objetivo puesto en lo que soy y en lo que puedo llegar a ser. Creo que estoy en mi mejor momento. Volví con todo, veo una foto mía de hace siete meses atrás y me veo ahora y soy otra persona”, comenta el boxeador de 33 años que nació en la ciudad de Rosario y se afincó de muy pequeño con su familia en Tucumán.

Ezequiel tuvo una infancia marcada por las carencias y el sacrificio. Fue el primero de siete hijos y tuvo que dejar la escuela a los 12 años para trabajar y ayudar a su familia. Creció con bronca por la realidad que le tocó vivir, pero encontró en el boxeo una forma de canalizar esa violencia. También, una vía de superación personal: “Por la vida de uno…es como que uno se vuelve muy temperamental. A la primera de cambios, siempre quiere ser agresivo por la vida que le ha tocado y me peleaba jugando a la pelota… una patada y problemas así. Pero una vez que empecé a hacer deporte me di cuenta de que, de alguna manera, era superior a los demás por el hecho de hacer un deporte de contacto. Entendí que no servía salir y pelear en la calle con nadie. Eso me marcó la diferencia para ser lo que soy ahora”.

Miguel Nasul en su gimnasio

“El principal desafío de entrenar a un boxeador es mantenerlo bien. Mantenerlo sin droga, sin joda, como se dice. Porque eso es lo primero que piden los padres cuando los traen a los chicos acá al gimnasio, que uno lo hable porque el chico anda saliendo mucho, que esto y aquello... Uno es como un padre y los padres vienen para que yo les dé consejo, entonces es un compromiso también; un compromiso que uno se lo agarra bien y trata de que los chicos vayan por el buen camino”, reflexiona Miguel Nasul que tiene 67 años y hace 19 que entrena boxeadores. Hoy ve en Ezequiel a uno de sus pupilos con más futuro en el boxeo profesional: “Es un muchacho que, como se dice, se ha puesto bien las pilas. Está trabajando duro y tiene muchas ganas, hambre de campeón. Y está para eso. Es un boxeador muy explosivo, muy técnico y tiene todo por delante si sigue así”.

Anteojos oscuros y porte de rockero de la vieja escuela, Rolo Marín da vueltas por el gimnasio siguiendo de cerca el entrenamiento. Para el ex líder de la mítica 448, la vuelta de Ezequiel al ring es también su regreso a la actividad tras 16 años. La pasión por el boxeo se remonta a su infancia en la localidad santiagueña de Añatuya donde escuchó por radio la transmisión entrecortada de la pelea entre Carlos Monzón y Rodrigo Valdez en agosto de 1977, en el que fue el último combate del pugilista argentino: “La parte deportiva es impresionante, pero, con el tiempo, me fui enamorando de las historias de vida del boxeo. Por ahí hay mucho prejuicio, de verlo como un deporte extremo y violento, pero la vida es extrema y violenta en un mundo muy difícil, donde hoy somos 8 mil millones de seres humanos y las oportunidades no son muchas… Y el boxeo es una gran oportunidad. ¿Qué te da el boxeo? Te da la posibilidad de vivir todos los días en un gimnasio, de tener un sueño. Todos estos chicos sueñan con ser campeones del mundo y, de esa manera, se mantienen ocupados, disciplinados, enfocados y con un sueño. Termina salvando muchas vidas”.

Bastó una respuesta de Ezequiel para que se convenciera de volver al ámbito del box y al rol de manager: “En la primera conversación que tengo con él, le pregunto ¿por qué volvés vos? Y él me dijo ‘por mi familia’. Si alguien te dice eso, es claro el mensaje. No hay un guerrero más grande en la vida que alguien que pelea por su familia”. Para el músico y manager, Casalicchio está entre los mejores pesos crucero del país. “Si él se enfoca y entiende que esto es su forma de vida, no dudo que en dos años estamos peleando por un título importante y en ligas importantes en cualquier lugar de Europa… y, por qué no, Estados Unidos”, confiesa Rolo que también elije soñar.

Mientras Ezequiel se seca el sudor y se prepara para salir del gimnasio junto a sus hijos, vuelvo a hacerle esa pregunta.

- ¿Por qué volviste a boxear?

- Volví al boxeo para lograr mi objetivo que es poder comprarme una casa, poder darle un futuro a mis hijos, dejar de alquilar… Digamos, poder estabilizarme. Esa es realmente mi meta. Y obviamente ser el mejor, el mejor de la categoría y pelear afuera del país por mi patria.

 

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Como en las guaridas secretas de las películas, para entrar al gimnasio de Sergio Vega, en el barrio San Eduardo de Yerba Buena, hay que correr una tabla redonda de madera, parte de un carrete de cables de alta tensión que hace de puerta improvisada. La amplia habitación ha quedado sin techo desde el año pasado cuando fue arrasado por los vientos de una tormenta y los elementos de entrenamiento descansan ahora a la intemperie. El lugar es custodiado por Beto Marciano, una especie de maniquí hecho de fierros y siempre listo para recibir los golpes. Las últimas luces de la tarde proyectan la silueta de Sergio sobre la pared del fondo. La sombra se agita acompañando el ritmo vertiginoso con que el boxeador lanza combinaciones al aire. Todavía se recupera de un estado gripal que amenazó con dejarlo sin poder pelear. No le pasa por la cabeza bajarse de la velada. Sabe que necesita hacerse con la bolsa para recuperar los días, semanas y meses que descuidó su taller mecánico de motos para dedicarse a entrenar. Sabe que, con 35 años, está transitando el periplo final de su trayectoria profesional. Sabe que sus puños siguen haciendo daño. Y sabe que, antes que Casalicchio, la pelea es contra él mismo.

“El mayor rival es uno mismo porque por la mente de cada uno pasan muchas cosas; muchos pensamientos negativos a veces, pero hay que saber controlarlos”, reflexiona Sergio que, antes de volverse boxeador, fue campeón argentino y sudamericano de pulseadas. Tiene manos fuertes y pesadas que le valieron títulos a nivel nacional y regional como pugilista amateur, pero no fue por la potencia de sus puños que empezó a boxear, sino por la fragilidad de un corazón devastado por el desamor: “Empecé de grande a boxear, a los 20 años. Mi primer deporte fue el boxeo. Yo tenía una pareja, con la cual estuve de novio, me peleé y entré en un estado depresivo, de bajón, y mi papá me decía ‘por qué no hacés un deporte, hacé algo, salí de la pieza, andá a hacer boxeo’. Si no fuera por el boxeo, creo que estaría en otros rumbos ahora. Pero estoy enfocado, me cuido, tengo 35 años y tengo buena salud… buen físico, trabajo, entreno y el deporte me ha dado mucha disciplina; me ha dado garra para seguir adelante”.

Cuando comenzó su carrera como pugilista profesional a mediados de los ochenta, el periodista tucumano Julio Martín Navarro lo bautizó con el apodo con el cual todavía lo conocen en el mundo del boxeo: El Cirujano. En su primera pelea, Pedro José Ruiz le provocó tanto daño a su rival con sus puños que le valió ese apelativo. Desde 1994 es director técnico de boxeo y, al igual que el entrenador de la esquina rival, cree que preparar boxeadores es mucho más que enseñarles a pelear: “Creo que formar a un boxeador no es solamente formarlo para que compita, pelee, sino que uno tiene que guiarlo; tiene que ser un guía espiritual en la vida. Hay que enseñarle las cosas buenas, alejarlo de lo malo y hacerle una carrera. Tratar de que sea una carrera bien deportiva y que adopte como una forma de vida el deporte, que lo incluya en su vida”.

Pedro José Ruiz en el gimnasio de Sergio Vega. 

La escritora estadounidense Joyce Carol Oates decía que el boxeo es el único deporte donde no se admite el verbo jugar. Con 60 años sobre sus espaldas y décadas de experiencia como boxeador y entrenador, Pedro José sabe qué hay de cierto en esas palabras y sabe también qué es lo que hay tener para subirse a un ring a cagarse a piñas con otro. Eso que le ve a Sergio Vega y que lo ha llevado a prepararlo en esta última etapa de su carrera: “Al Beco lo conocí en el 2015 y siempre lo he admirado porque es un buen boxeador, pero es mejor persona. Siempre fue un muchacho con una potencia tremenda en su mano, aunque carecía un poco de conocimiento técnico. Él tiene su propia manera de entrenar y eso también hace que, por ahí, descuide un poco el entrenamiento, pero tiene mucha garra, tiene un corazón de boxeador. Eso no lo tiene cualquiera”. 

- ¿Corazón de boxeador? ¿Qué es para vos eso? – le pregunto ante la duda de si se trata de una condición física o de una condición, llamémosle, espiritual.

- Y tener el ojo del tigre, como dice la película de Rocky. Tener hambre de gloria, sed de ser el mejor. Y todo eso significa mucho sacrificio, dedicación, privarse de muchas cosas y dedicarse exclusivamente al entrenamiento, que eso es muy difícil. Eso es para mí tener pasión por el boxeo.

Se ha hecho de noche en el gimnasio a cielo abierto donde Sergio encara el entrenamiento final antes de la pelea. Está agotado y confiado en el poder destructivo de sus manos; confiado en él y en su destino.

- ¿Qué es el boxeo en tu vida? – le lanzo antes de despedirme.

- El boxeo es todo para mí porque hace 15 años que empecé a entrenar y me dio disciplina, me dio conducta, me dio amor, me dio alegría, triunfos, derrotas y me hizo conocer muchos lugares, mucha gente… Me dio muchas cosas de las que estoy muy agradecido. Si volviera a nacer, prefiero ser boxeador de vuelta.

Ha dicho varias veces la palabra amor; una palabra que parece contrastar con la lógica de un deporte que tiene como premisa derrotar al rival, derribarlo, demolerlo, devastarlo, arruinarlo.

- ¿Se puede pelear con amor?

- Sí, se puede… Con amor, con tranquilidad… Porque el amor es tranquilidad, es paz. Hay que pelear tranquilo, bien frío y concentrado. Sí, hay amor en la pelea.

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Ezequiel “Danger” Casalicchio y Sergio “Beco” Vega se conocen bastante. Se enfrentaron en dos oportunidades cuando ambos competían en el boxeo amateur tucumano. El primer encuentro fue un empate. El segundo, una victoria por puntos para Vega. Hasta hoy Ezequiel insiste en que los jueces le arrebataron el combate que había ganado con los puños en las tarjetas. Sergio lo desmiente: se sabe ganador y asegura que cualquiera que vea el video de aquel enfrentamiento coincidirá con él. Para Casalicchio la pelea tiene un trasfondo de revancha, no sólo por quien tendrá enfrente, sino porque necesita ganar para acercarse a su meta de progresar en el boxeo profesional y tener la chance de pelear en el máximo nivel y por bolsas cuantiosas. Para Vega, una victoria no hará más que confirmar aquella superioridad sobre su rival que ya demostró en el pasado, pero además necesita del triunfo para confirmarse que todavía está a la altura de las grandes hazañas.

Los que saben de boxeo, en una esquina y en la otra, coinciden en un punto: si bien la pelea está pautada a cuatro rounds, la definición llegará antes. Rolo Marín utiliza una imagen para graficar el cruce de los colosos: será un choque de camiones.

¿Qué les pasará por la mente en los instantes previos a la colisión inminente? ¿Qué imágenes los acompañarán en el trayecto que va de los vestuarios al centro del ring? ¿Qué sensaciones les atravesarán los cuerpos en ese encuentro cara a cara con el destino?

“Yo pienso en estar tranquilo, porque todo el entrenamiento que vengo haciendo es lo que marca la diferencia.  A uno le da tranquilidad subir y saber que está bien entrenado y va a dar lo mejor. Pero voy a ser sincero, lo que muchos no admiten es que todo boxeador tiene un poquito de miedo. El que venga y diga que no, que no tiene miedo, es mentira. Creo que es normal porque la otra persona se entrena para lo mismo que uno”, confiesa Ezequiel.

“En el momento del camarín y cuando voy yendo hacia el ring hay muchos nervios y mucha tensión por la incertidumbre. No sé lo que va a pasar realmente. No es miedo, es una incertidumbre por lo que va a pasar. Pero, una vez que suena la campana, ya me concentro en mí y en mi rival. No me acuerdo de más nada. Es concentración y a boxear. No hay miedo, no hay ira, no hay bronca, no hay nada”, revela Sergio.

 

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El griterío que se hace eco en los rincones de Villa Luján anticipa la cercanía del desenlace, pero los de afuera son de palo. Casalicchio arremete y pone a Vega contra las cuerdas. Las manos vulneran la defensa y entran en rauda seguidilla. Uno y otro y otro fogonazo más. Son impactos certeros que sacuden la cabeza de Beco y lo obligan a doblar las rodillas, pero no logran esta vez llevarlo a la lona. Se sostiene de las cuerdas y de una guapeza que le impide claudicar. Es demasiado tarde. La intervención del árbitro y la toalla al aire de su esquina llegan casi en simultáneo. No va más. Gritos y aplausos encendidos acompañan la sentencia definitiva. Ese dictamen cruel que parte la noche en ganadores y derrotados. Afuera del cuadrilátero, la realidad es menos maniquea a veces, aunque se muestre siempre dispuesta al golpe de nocaut. Ezequiel y Sergio lo saben y se estrechan en un abrazo.

Abajo del ring, a Casalicchio lo esperan los elogios y aquellos que lo detienen para sacarse fotos con él. Levanta los brazos y le sonríe a la cámara. Todavía tiene los ojos húmedos de lágrimas. Eso que algunos llaman éxito son los flashes efímeros de estos instantes y conviene disfrutarlos. Mañana, la pelea continúa.

Imágenes: fotogramas del microdocumental. Cámaras: Álvaro Simón Padrós y Marcos Arias. 

A Vega lo sostienen brazos amigos que lo acompañan rumbo al vestuario. Algunos se acercan a palmearlo, a preguntarle cómo está, a dejarle palabras de aliento. En el camino, se cruza con Lucrecia Manzur, la boxeadora tucumana que acaba de perder su invicto en la pelea anterior. El combate fue encarnizado, golpe por golpe, y cuando su noche se encaminaba a una victoria segura, una mano de la cordobesa María Ferreyra la mandó a la lona de forma irreversible. Ese es un axioma que quienes luchan conocen muy bien: una sola mano puede dirimir el destino para salvación o condena. Ahora llora desconsolada y quienes la rodean se turnan para contenerla. La derrota duele aún más que las piñas porque socava por dentro. Ella no quiere ni puede guardarse las lágrimas porque con amor se pelea, con amor se gana y con amor también se pierde.

Mirá el microdocumental Corazón de boxeador: