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Lali en Tucumán: un Boomerang de amor que vuelve cada vez con más fuerza

MÚSICA

Central Córdoba vivió un show inolvidable, mágico, completo y sin fisuras. Hubo lágrimas en la cantante, chapes por doquier, un público abrumado por el repertorio y una hermosa sensación que todavía flota en el aire. ¡VIDEO!

Lali en Central Córdoba. Volcánica.





Es la medianoche y todavía tengo glitter en la cara. Todavía tengo glitter en la cara y juro que todavía los cuerpos retumban. Son pasos, movimientos, trotecitos que empezaron con un army de estricto dress code rojo y negro, lejanos a cualquier película de pesadillas, todos dispuestos a ese sueño que comienza a convertirse en realidad en las inmediaciones a Central Córdoba.

Afuera las parrillas están empezando a calentarse y el Chape Tour ya empieza a hacer ruido. Es la primera de las cientas de veces que el chape estará latente como la pulsión de dos bocas que arriba y abajo del escenario arrancarán suspiros, juramentos, ruegos, pancartas, mensajes, gritos y delirio.

Ese Boomerang que esta noche mágica ha arrojado Lali ha vuelto con una fuerza, un amor y una potencia que la propia artista ha asumido con su piel, con sus canciones y con sus lágrimas. Hubo algo que esta noche Lali ha sentido y no hay chamuyo, no hay nada de tu histeria, nada gira entorno a tu histeria.

“¿Qué lindo es estar enamorado, no?”, sonríe Lali, cómplice, ante la ola de rumores que llegan cruzando mares, pero apenas será un guiño, una excusa para volver a comerse la marea, la ola de jóvenes que abren los ojos y, lejos de enceguecerse por su ego, ego, ego, celebran a la diva soñada del pop, la más barrial de las divas, la más auténtica de las divas, jurando y creyéndole que esta noche no ha sido una más en su vida. No.

“Se nota todo lo que hemos pasado desde la última vez, ¿no?”, dice Lali, antes de perfumarse con Chanel. El perfume todavía fresco de la última vez había sido en el teatro Mercedes Sosa, nada que ver con el cielo abierto y soñado de este templo de la música llamado Central Córdoba y las oraciones en voz alta de la familia Urueña.

Abajo, a unos metros de Lali, están sus familiares santiagueños que sonríen, como su sobrino Milo para quien Lali pide ovación y se la lleva. Todo lo que pide Lali, Lali lo recibe. Todo lo que Lali da, todo Tucumán lo abraza.

Ha sido una noche sin fisuras, sin tiempos para lamentos ni para pausas ni para ruegos de una pausa por favor que tengo que llevar a la nena al baño. No. No hay pausa. Lali genera devoción pero aclara que no es ninguna santa, ¿eh? Lali jura que así culmina una semana intensa de tres fechas potentes, animales, voraces, furiosas. “¿Cómo cantamos algunas canciones, no? Hay furia”, dice Lali ante un público que ya ha desbordado las sillas plásticas y, sin golpearse, cada tema está más cerca de ella que está ahí, extrañamente tan cercana.

Si nos organizamos chapamos todos”, cantan. “No me voy más de Tucumán, chicos”, les responde Lali con el carisma y el timing que puede haber acuñado en las primeras audiciones de pequeña pero con un ángel que le es nato, puro, auténtico.

Un grupo de músicos acordes al tempo y un grupo de bailarines que son todo lo que está bien redondean un show que calentó Salustiano Zavalía, bello y eterno en sus tacones lejanos blancos para recordarnos a todos que, después de su show de 20 minutos que concluye con un himno de Nathy Peluso, está ella, ahí, atrás, detrás de las pantallas que rezan disciplina, justo a ella, la que hace lo que quiere, como quiere, cuando se le canta, cuando canta, cuando baila, cuando brilla, cuando lanza ese último boomerang de amor, y vuelve a sus manos, llevándoselo hasta el reencuentro, hasta que dure este glitter, este glitter que tampoco se quiere ir.