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Show, discusiones, vanidades y aplausos: el FILT, mucho más que literatura

Crónica

La sexta edición del festival literario se expandió para abrazarse al cine, a lo performático y a la música para convertirse en un encuentro cultural diverso y convocante. Una mirada personal desde adentro de la gran fiesta tucumana de las letras.

La cineasta Lucrecia Martel, una de las figuras más convocantes del FILT. Fotos: Magui Brizuela





Mientras el gobierno nacional ardía la semana pasada, autores y artistas de todo el país (y de Uruguay) se preparaban para desembarcar en el gran campamento literario tucumano, libre y gratuito, que se llama Festival Internacional de Literatura de Tucumán (FILT).

¿Pero qué significa para los tucumanos un evento como el que se realizó entre el pasado viernes y el domingo? ¿Qué representa para les escritores invitades? ¿Y para todes les involucrades: organizadores, editoriales, libreros, docentes, público? ¿Qué se puede decir sobre una experiencia que es individual y que a la vez involucra y depende de muchos otros?

Aquí un recorrido personal por el FILT 2022 en busca del mejor sentido para una aventura llena de luces, egos, talentos, ventas y presupuestos, aplausos, discusiones, abrazos y vanidades.

 

Comenzando por el comienzo

“Vos estás muy enojado”, me dice la poeta y actriz Gabriela Bejerman el viernes a eso de las 18:30, cuando se empezaba a sentir que el dragón dorado que es el FILT se estaba despertando de su siesta de dos años impuesta por la pandemia. El solcito de julio todavía calentaba el jardín del Museo de la Universidad Nacional de Tucumán (MUNT) y la Bejerman acababa de participar en la mesa “Albúm de autor” junto con Salustiano Zavalía, Rossana Nofal y Alejandro Crotto. Estábamos parados en la galería, a la puerta de la sala audiovisual y al lado de la mesita que vende café y cosas dulces. Mi perra buscaba restos de coco y dulce de leche entre los pies de los vendedores de café. Un poco más allá, en los jardines subtropicales del museo, un árbol de copa frondosa cobijaba al escenario y a la mesa del patio de lectura. En las galerías y por unos caminitos del patio, stands de editoriales y librerías ofrecen su mejor literatura mientras un carrito con empanadas y cerveza empezaba a prepararse para la noche.  

No es que yo estuviera enojado, pero con la malicia propia de los escritores y de los panelistas de Intrusos le buscaba las costillas con mis preguntas. Quería saber qué sentido le daba ella a su participación en esa mesa. Gabriela es un personaje muy teatral: se cambió los zapatos mientras hacía su presentación, se calzó un saquito brillante plateado y unos chirimbolos en la cabeza, improvisó un cuello eduardiano violeta con papel crepe para decir unas pocas palabras sobre su yo poético, su ser como artista y dar algunos pelos y señales sobre su poesía (“Uno de mis talentos es entender mal”, había proclamado antes). Por mi parte, yo le secaba la cabeza como un denso que intenta hacerse el interesante o el profundo e insistía en saber cuál había sido su intención, qué buscaba ella con esa performance y qué podía esperar el público en los días venideros.

Gabriela Bejerman. Foto de Magui Brizuela. 

“Para mí los festivales son una experiencia hermosa donde nos encontramos, nos reunimos como cuerpos. Me interesan cosas que tal vez están un poco pasadas de moda, pero yo creo en el bien, en la alegría y en la generosidad”, me dijo para zanjar la cuestión. Y me recitó unos versos del poeta Juan L. Ortiz: “Oh que todos se den aquí / y no en la eternidad errando… ramas de un mismo árbol”. Para Gabriela, de eso se trata participar en un festival de literatura: un acto luminoso de comunión trascendental. 

Antes, en su misma mesa, Salustiano Zavalía había desplegado un divertido show sobre sus características como autor: “No leí a Borges porque soy muy bruto”, “Soy mar y teatro de revistas”, “Escribo para no perder la vida o lo bello”, “Ni catarsis ni autoayuda, porque nos van a asfixiar”, “Escribo porque estoy harta de sentir tanto, de habitar mi cuerpo, de sentir mi propia piel. Escribo para descansar y estar tranquila un rato”.

Así, el comienzo del FILT tenía mucho de espectáculo de varieté o de stand up. Y uno empezaba a sospechar que esa podía ser una respuesta calculada a la solemnidad pomposa típica de los festivales donde se habla mucho de juegos de referencias y de tradiciones literarias, de dispositivos y representaciones, de mediaciones del lenguaje y de la forma y otra vez de la intertextualidad, los espejos, Borges, lo no dicho, lo que el lector completa, “todo lo real es ficcional y todo lo ficcional es real” y la sarta de lugares comunes que la secan. Parecía que los primeros momentos del sexto FILT viraban hacia la irreverencia, el show y cierto entretenimiento pasatista como respuesta a lo sagradamente literario. Si la sacralización de la literatura resulta mortífera, ¿Qué aporta la desacralización boba de las letras? ¿Acaso son esas las dos únicas opciones?

Todo esto se sumaba en mi cabeza al hecho de que la figura más importante de la edición 2022 fuese la directora de cine Lucrecia Martel. No había figura literaria en el festival que le haga sombra a la artista audiovisual salteña, la más célebre de los cineastas argentinos vivos. Y eso se iba a notar un par de horas más tarde cuando más de 500 personas muy entusiastas se congregaran para escuchar su charla, en modo tía piola y paciente, contra la estructura narrativa (eso que nos enseñan en el colegio: introducción, nudo y desenlace), modelo clásico al que Martel le ha declarado la guerra. Su propuesta es que tenemos que buscar otros caminos para comunicarnos y expresarnos: sin las viejas y gastadas ideas de conflicto, arco narrativo, tiempo lineal y cambio-transformación que hoy usan todas las series de Netflix y que, de tan instaladas en nuestras cabezas, están pisoteando y triturando la experiencia singular de cada persona (y en especial la de los artistas), reduciendo todas nuestras experiencias a una fórmula genérica, banal y aburrida.  

 Foto de Magui Brizuela. 

Estaba claro que este año, el FILT venía con una impronta distinta. De sus primeras ediciones, los memoriosos recuerdan un festival a pulmón, más caserito (pese a algunas grandes figuras), con mayor presencia de las provincias (muchas editoriales y autores cordobeses, santafesinos y norteños) y con el empuje de unos deliciosos veinteañeros determinados a organizar un mega evento. Después, el FILT se profesionalizó de golpe, pegó uno de esos estirones propios de los adolescentes y empezó a traer los nombres más rutilantes de la literatura rioplatense: el tercero y cuarto FILT se recuerdan como hitos festivaleros con las visitas de Mariana Enríquez, Hebe Uhart, Carlos Busqued, Claudia Piñeiro y Daniel Guebel. Pero eventualmente la pandemia implicó un hiato de dos años y la sexta edición se presentó en palabras de sus organizadores de esta manera: “El FILT vuelve, pero no vuelve igual que antes. Los últimos tiempos nos han cambiado como han cambiado también los modos en que nos relacionamos con la literatura… Es por eso que, también el cine, la música y el teatro son protagonistas de esta edición 2022.” 

Y así el primer día terminaba con una cantidad de público nunca antes vista por lo descomunal y energética (en su mayoría estudiantes de cine), celebrando el show de poetas performáticos en el patio y discutiendo las ideas de una realizadora audiovisual de culto bajo la noche tucumana. En el aire se respiraba la división entre el público “nuevo” y el “histórico” del festival. Los festivales son espacios de encuentro, construcción colectiva y de tendido de puentes, pero también sacan la territorialidad y el sectarismo de las personas. Alguien diría, entre risas, que se notaba que los de cine no tienen tanta cancha en festivales y por eso les cuesta asimilar ideas novedosas y diferentes. “Medio cabezas de termo resultaron” chicaneaba una boca del palo de las letras a propósito de los últimos cuarenta minutos de la presentación de Lucrecia Martel, cuando algunas personas del público defendieron el arco narrativo tradicional con una intensidad encarnizada. Como en la viña del Señor, en los festivales pasa y hay de todo.

 

Ké le pasa?

Con la llegada del mes de julio, los escritores tucumanos empezamos a revisar nuestros correos y mensajes de Whatsapp a la espera de la invitación al FILT. No hay nadie que quiera perderse la oportunidad de participar en una mesa panel, en una lectura y en la aventura soleada que representan esos tres días en el MUNT. El clima siempre acompaña (se comen mandarinas bajo el sol y se fuman cientos de cigarrillos en los jardines subtropicales del Museo de la UNT), pero sobre todo el FILT reúne a la crema de la crema literaria local y nacional. Es el festival de literatura más importante de la provincia y uno de los más destacados del país. Y como todo evento importante tiene varias caras y facetas, sirve agendas muy diversas y cada cual lo carga de un sentido particular o le impone expectativas propias.

Foto de Magui Brizuela. 

Los libreros y las editoriales acarrean sus stands persiguiendo ventas y difusión. Los docentes buscan ideas nuevas y estrategias extraordinarias para transmitir la pasión por la literatura a sus alumnos. El público quiere conocer en persona a sus escritores favoritos, sacarse una foto y llevarse un ejemplar autografiado. Y también quieren no aburrirse y, con suerte, escuchar o descubrir algo nuevo. Los organizadores ruegan que todo fluya y salga medianamente bien. ¿Y los escritores? ¿Qué queremos los escritores?     

En mi caso, selecciono con cuidado mis outfits y mis gestos mientras le pongo moños y cintas a mi perra. Mi estrategia de marketing este año va a ser pasearme por el MUNT con la Pixie. Si en la pulseada por llevarme mi tajada de atención, mi literatura tiene demasiada competencia entonces voy a apelar a que me reconozcan por mi perra. Porque el FILT, para muchos escritores, es como jugar en las grandes ligas, una oportunidad de codearse con nombres famosos y celebrados. Es hambre de gloria, ego o vanidad lo que hace que se multipliquen los regalos de ejemplares de escritores desconocidos o que todavía no despegaron a escritores establecidos y respetados, con la esperanza de ascender en la escalera literaria. Todo festival es una oportunidad para mostrarse, para cultivar cierta imagen y algunas relaciones útiles.

Foto de Magui Brizuela. 

El escritor (de culto) uruguayo Daniel Mella, con encantadora simpatía, me confiesa que lo peor de estos eventos es “la careteada”. “Al final, te duele la cara por esa sonrisa forzada con la que los escritores nos pasamos los dos o tres días que dura un festival. Todos haciendo lobby, en una situación medio incómoda porque hay pila de gente que no te leyó ni leíste, pero están los intercambios, y los regalos de libros, esa mezcla de compromiso y diplomacia hasta que llega un momento en el que decís ¿qué estoy haciendo aquí?”, describe. A esa desesperada frivolidad, Mella le contrapone el encuentro verdadero con algunos pares, personas con las que uno pega onda de verdad y con los que se llega a compartir conversaciones en las orillas del festival sobre los temas más variados y profundos. “Lo mejor que me ha pasado es conocer a una o dos personas realmente increíbles”, dice Mella.

A mí esa sensación me tocó este año al compartir las conversaciones más estimulantes del fin de semana con Valentín Monroy y Diego Font en los tiempos muertos entre las actividades del programa. En otras ediciones hice grandes amigos o tuve momentos de hermosa conexión como cuando le pedí en Mirasoles a Hebe Uhart que me hiciera pata con un Daniel Guebel a su vez claramente encandilado por Mariana Enríquez.     

Es sábado y el buen clima continúa y mientras se despliega en el MUNT –por la noche, en la Facultad de Derecho, volverá a dominar el cine y el show– este FILT vuelve a parecerse al viejo y moroso festival literario. Menos gente, más mesas de discusiones sobre literatura dura y pura. A veces más solemnes, a veces más difusas, pero cada tanto, de manera oblicua y sorprendente, una mesa abrirá al pasar un resquicio inesperado para pensar algo nuevo, como cuando Manuel Martínez Novillo y Hernán Ronsino terminaron hablando medio de casualidad sobre la autobiografía del cineasta chileno-francés Raoul Ruiz y sus teorías contra el clásico arco narrativo aristotélico.

En ese clima más relajado de sábado, aprovecho para preguntarle al poeta porteño Alejandro Crotto sobre qué se va a llevar del festival. Me dice: “Me encantó lo que dijo Gaby Bejerman sobre que los gustos, como escribir un poema, hay que dárselos en vida”. A mí también me gustó mucho una idea de la Bejerman que habló sobre una cajita que tenía su madre con moldes para confeccionar ropa. Cuando su madre murió, Gabriela tiró el contenido de las cajitas. “No sé por qué lo hice. No sé para qué los tiré. Ahora me arrepiento muchísimo y no sé si pueda perdonarme”, dijo y en ese recorte, en esa anécdota, en esa imagen, me pareció encontrar tanta literatura que estoy casi seguro que sus dudas y preguntas cifran algo del sentido más profundo de la literatura.    

 

¿Los cimientos de un puente entre el cine y la literatura tucumanos?

El domingo de este camaleónico FILT vuelve a tomar colores y ribetes sorprendentes. Temprano, predomina la literatura con lecturas en el patio, presentaciones como la de la novela de la joven escritora y neuróloga tucumana radicada en Buenos Aires Grimanesa Lázaro, mesas sobre la cuestión editorial en Argentina (¡el dólar! ¡la inflación!), pero a medida que avanza la tarde los colores del cine y de la música se imponen y se vuelven predominantes.

En la mesa “Escribir para cine”, Verónica Quiroga y el multipremiado Ezequiel Radusky despliegan detalles sobre el proceso creativo en el cine. “Siempre hay que hacer leer lo que uno escribe a los que saben más. Todos los directores, por más que tengan cinco películas hechas, hacen clínicas especializadas o hacen circular sus guiones para mejorarlos”. La humildad en el proceso creativo no deja de maravillarme. No hay mucho tiempo para preguntas después de esa presentación, pero una logra colarse: ¿Cómo se relacionan con la literatura tucumana? ¿Les interesaría adaptar alguna obra de narrativa contemporánea al cine? Como respuesta, los realizadores audiovisuales confiesan desconocer el campo literario tucumano actual. Aunque sí les entusiasma la posibilidad de trabajar con material de escritores locales. Y la pregunta que se impone es: ¿por qué no hay más contacto entre el cine y las letras?

Foto de Magui Brizuela. 

Afuera de la sala, en el patio, se prepara el escenario para el cierre musical del Festival con un acústico de Paula Trama y la presentación de Luciana Tagliaprieta y su banda (quien también lanzó un libro de poemas el día anterior). Cuesta encontrar a esa hora público que haya estado en el festival los días anteriores (salvo para la charla de Lucrecia Martel) o que se identifique con el mundo de las letras. Son casi todos jóvenes que vinieron por la música, a disfrutar de ese pop cálido y unas cervezas, de una noche primaveral de domingo de julio.          

 

Concluyendo     

Los stands de venta de libros empiezan a hacer sus cuentas. Pese a ser fin de mes y a la crisis económica, las ventas han superado las expectativas. Francisca Olazabal de Madreselva Libros me cuenta exultante que en tres días ha vendido más de 80 libros. Ha superado en un treinta por ciento sus ventas de todo un mes y en solo tres días. Nacho Jurao de Gerania Editora también pone en perspectiva el éxito del fin de semana: tuvieron el mismo volumen de ventas que en la Feria del Libro de Buenos Aires en mayo, pero en un tercio del tiempo.

Los organizadores, que ya arrastran los pasos después de tres días de tensiones y corridas y emociones fuertes, también están contentos. Al FILT lo organizan tres jóvenes en sus veinte y treinta años: Sofía de la Vega, Blas Rivadeneira y Ezequiel Nacusse. Más de mil personas han visitado esta edición del festival. Ha sido multitudinario, mucho más público que en las ediciones anteriores, con mesas paneles de entre treinta y cincuenta sillas ocupadas. Pero organizar este sexto FILT no ha sido fácil, de hecho ha requerido mucho más esfuerzo que los anteriores por cuestiones de presupuesto, sponsors y burocracia. No han encontrado ningún divismo insoportable entre los invitados. Algunos siempre piden más días de estadía o alguna cosita más, que igual para los organizadores es un montón. Pero también rescatan la predisposición de algunas figuras como Alejandro Crotto que se pagó su viaje y su estadía, aprovechando unas vacaciones familiares. Dolores Reyes puso de su parte para acomodar la invitación y conocer Amaicha después del FILT. Pero sobre todo, a los chicos se les encienden los ojos al hablar de la actitud de una superestrella como Lucrecia Martel que rechaza otros festivales más grandes y centrales en pos de participar en una edición del FILT. “Mario Bellatín (famoso escritor mexicano que estuvo en la primera edición en el 2015) o Lucrecia tienen la postura política de ir a estos encuentros más chicos y periféricos y eso es hermoso y destacable. A nosotros nos llena de orgullo eso”. Y como señala una estudiante de cine: “Todavía estoy procesando todo lo que ella dijo el viernes. A mí me abrió la cabeza la charla de Martel”.            

Un evento como el FILT tiene la tarea imposible de satisfacer las expectativas de una comunidad diversa, con gustos, agendas y experiencias muy distintas. Algunos conectan más con el show, el entretenimiento, los entretelones y las anécdotas curiosas de la escritura, otros buscan conocimientos más formales, debates políticos, intelectuales y estéticos. Muchos solo quieren pasar un buen rato con amigos y colegas. Y están los que festejan el encuentro, el abrazo, la reunión festiva de los cuerpos que producen literatura y arte.

Una mesa, titulada “Cuerpo y escritura” abordó algunos aspectos de todo esto y también mostró la diversidad de miradas y formas de participar en en un festival como este. La escritora tucumana María Lobo admitió lo mucho que le cuesta poner el cuerpo en estos eventos por su naturaleza tímida y más académica o cerebral, que se vió reflejado en el texto que leyó. Grimanesa Lázaro habló desde su experiencia como médica, cómo el cuerpo la atraviesa y las preguntas que el cuerpo le hace y a las que intenta dar respuesta con su escritura: “Yo me pregunto qué pasa con el cuerpo de alguien que intenta suicidarse pero no lo logra”. Dolores Reyes, autora del bestseller Cometierra sobre femicidios en la provincia de Buenos Aires, habló de la dimensión política y recordó cómo a ella la marcó el caso de María Soledad Morales y la importancia de visibilizar a las escritoras del siglo XX. Daniel Mella mencionó las sensaciones del cuerpo al escribir y al construir universos ficcionales (“Hay una erótica en la escritura. Creo que por lo menos los hombres necesitamos masturbarnos cuando escribimos”, aseguró).

Foto de Magui Brizuela. 

Algunas de estas intervenciones pueden sonar conocidas para los asiduos del festival, para otros son novedosas y reveladoras. Algunos pueden sentir que ya está todo dicho o que no se dijo lo suficiente. Pedir, siempre se puede pedir más: más sustancia, más tiempo, más comunidad. O aceptar lo que es, irse con la satisfacción de “Es lo que hay”. Algunos habrán hecho alianzas o consiguieron relaciones y contactos y alguna que otra cosita. Otros solo fueron a apoyar y se van silbando bajito. Hay demandantes y agradecidos. Hay solemnidad y desacralización. Y queda la pregunta sobre qué hace cada uno con la experiencia FILT.    

Lucrecia Martel no estaría contenta con esta crónica porque se apoya demasiado en la noción de conflicto. Otros cronistas menos hegemónicos tal vez hubieran buscado más detalles de color, sostener el texto desde “lo interesante” (la caspa de Levrero), desde “una experiencia única y personal”, “desde la luz y los sonidos particulares”. Qué quieren qué les diga. Así lo viví yo. Y a quién no le guste, con humildad y una sonrisa pícara, solo me queda decirle: ¿Para qué me invitan si ya saben cómo me pongo?