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Como las carpas de niñxs hechas con sábanas, los auriculares te refugian del mundo

OPINIÓN

La tecnología cambió, la música cambió, todo cambió. No es para llorar ni para recordar el pasado con nostalgia, pero extraño la aventura de salir a buscar y escarbar pilas de discos. Extraño un mundo libre de inmediatez | Por Jérónimo Cipriani


Nací a mitad de los 80’s. No recuerdo bien cómo entró la música a mi vida. Desde que tengo uso de razón la música me interesa, no recuerdo de qué manera o cuando me conecté a ella. Mi abuela Juanita me dijo hace unos años: “Cuando eras chiquito te acercabas al parlante y ponías la oreja” y con esto supongo que el interés nació antes de comenzar a guardar recuerdos.

En la casa de mi abuela Mecha vivía el menor de mis tíos y en el living estaba su minicomponente negro de luz anaranjada frente al que pasé muy buenas tardes cuando íbamos de visita. Con una pequeña colección de no más de treinta discos, me entretenía sólo escuchando lo que sea que mi tío Hernán tenía. Experimentaba con el sonido y botoniaba opciones, deslizaba los fades del EQ y veía que pasaba. Recortar graves, subir agudos, recortar todo y subir de a uno, ajá. 

Su colección no reflejaba un gusto particular y pienso que la regla entre esos discos era el éxito comercial de alguna de sus canciones, basicamente eran discos que contenían uno o más hits radiales. Estoy hablando, calculo, de más o menos 1992. De aquella colección, recuerdo precisamente El milagro argentino (1989) de Los Auténticos Decadentes. Un éxito, un gran debut para la banda, grabado en el mega reconocido Estudios Panda y producido en su mayoría por el gran Mario Breuer.

Yo estaba alucinado con Loco (tu forma de ser), presionaba Repeat en el equipo y la escuchaba en loop. La escena en el bar que se dibujaba en mi cabeza era nítida, estaba enamorado y la cantaba entera. No entendía un carajo cuando en la letra decía “me tiraste el pingüino”. 

En esa misma pila de discos apareció Kick (1987) de INXS y fue más que instantáneo el abrazo cálido de los teclados al comienzo de Never tear us appart. Guardo profundo cariño por esa canción y cuando la escucho cada tanto, tengo un viaje automático al living de mi abuela.

Fue producido por Chris Thomas (quien mezcló Dark side of the moon, produjo Country life de Roxy Music, Never Mind the Bollocks, Here's the Sex Pistols, Different Class y This is harcore de Pulp, entre otros) y lograron un finísimo sonido en las grabaciones. Con la salida del primer sencillo Need you tonight la recontramil pegaron. El guitarrista Andrew Farriss, con un “busco algo y vuelvo”, dejó esperando a un taxista 45 minutos en la puerta de un hotel para grabar las famosas guitarras de la canción en un cassette. Diez años después de publicar el disco que los llevó a estadios de todo el mundo, el fachero y atractivo cantante Michael Hutchence se colgó con un cinto en la habitación 524 del Ritz Carlton Hotel en Sidney, ciudad donde nació la banda en 1977. 


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Un recuerdo clave y bastante desfigurado por mi mala memoria es de cuando tenía siete u ocho años y fuimos con mi flia a pasar navidad en lo de mi tía Ana. Tengo la seguridad de que, a partir del regalo que recibí esa noche, mi vida con la música pasó a otra cosa.  

Para un niñx con suerte (yo la tuve) el regalo es la navidad. Los cohetes también eran lo máximo para mi y creo que era muy divertido pasar la noche tirando cohetes con mis primos. Como un Robert Duvall pequeño, recuerdo que disfrutaba el perfume a pólvora que quedaba en las calles al día siguiente. 

¿Cuánto falta para las doce? lxs niñx quieren su regalo, la navidad es el pretexto y no importa ni la comida, ni el niñito Jesús, ni la familia ni nada. Mientras morfamos, la radio esta prendida esperando la hora oficial acercándose. Entusiasmo en el aire porque en la radio comienza la cuenta regresiva al son de treees dooos unooo: ¡¡feliiiz navidaaad!!. Afuera truenan los cohetes y adentro, el corchazo al techo, el alboroto, el chinchineo de copas y los saludos.

Me diluyo en mi propia experiencia corriendo al árbol y puedo leer mi nombre en el paquete. De rodillas, como una fiera desmembrando una presa destruyo el papel con las manos. Chau papel, adiós plástico y el olor a nuevo, sagrado como el nacimiento de Cristo. Mis viejxs me miran y una sonrisa revela mi alegría. Sostengo el aparato con las palmas de las manos como a un hámster panza arriba.

Me calzo la vincha, abro la tapita y deslizo el cassette compilado de canciones pop que acompaña el regalo. Mientras agarro el walkman al pantalón miro por la ventana, y Papá Noel, mientras enciende un pucho me guiña un ojo, agita las riendas y su trineo se aleja en el cielo como Hell Angel en moto.

PLAY > La cinta comienza a girar sssssss y por primera vez en la vida escucho Boys and Girls de Blur. Desvanecido todo lo que me rodea y sumergido en un trance,  música, magia y tecnología, son la santísima trinidad. La canción se escucha en el cerebro, entre las orejas y los auriculares te raptan, te sacan de afuera y te llevan adentro. Como las carpas de ñiñxs hechas con sábanas, te refugian del mundo. 

 

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Para ir a las disquerías, primero los jodía a mis viejos para que me lleven y cuando me independicé para callejear iba solo. Deambular en el centro es algo que disfruto hasta el día de hoy y en mis años de pre adolescente lo hacía mucho también. Andaba yiriando con un compañero del colegio, amigo con quien compartía mucho la música. Pienso en veranos de siestas hirviendo y no sé qué nos empujaba a las calles, pero claramente disfrutábamos tomar coca de litro en los kioskos, ir a los videojuegos o entrar en las disquerías.

Una disquería era siempre un salón limpio, ordenado y con el aire acondicionado. Te acercabas a la batea, agarrabas una pila de discos y tac tac tac pasaban las tapas. Como joven me asombraba la velocidad de los empleados buscando entre las pilas. Más tarde me volví rápido también y convertido, en lo que yo pensaba, un joven coleccionista, la actividad de ir a la disquería me empezó a copar, me volví un buscador. -Se agilizaron mis dedos- pensaba el cerebro. Separaba y pasaba discos con velocidad y, aunque me percataba de esa estupidez, era solo un micro deporte dentro de la disciplina del descubrimiento musical. Entraba, chequeaba novedades y salía del negocio en un toque. Aguantame aquí, ya salgo... ¿llegó tal disco? ¿lo tienen en otra sucursal? ¿no queda uno en el depósito? Algún vendedor te toma cariño o no tanto, pero reconoce la curiosidad, te tira data y te atiende bien. 

En otro tipo de visita a las disquerías, me tomaba el tiempo, y sin pretensión ni apuro pasaba el rato ahí, daba vuelta en el salón y no buscaba nada en particular, quizás manguiaba una escucha en el equipo del local. Aclaro que antes que aparezcan las máquinas para escuchar que funcionaban con el código de barras, tenías que acercarte al mostrador y pedir que te pongan el CD que querías escuchar en su equipo con los auris. Y tenías a veces el límite, si mal no recuerdo, de 30 segundos por canción. 

El Secuestro: Entrar sin guita suficiente para comprar era igual importante y divertido para mí. Porque no solo debía comprar, sino que debía estar al tanto de lo que había ingresado al local. Atento y abocado al control de las bateas, velar por los tesoros para la colección y ensuciarme las manos. "Ahí está lo que estabas buscando, sacalo ahora mismo de ahí. Disimuladamente escondelo, alejalo de sus pares y llevalo a una batea ajena y lejana. No sufre, no está mal, lo estas escondiendo, protegiéndolo de otro comprador nada más. Él no sabe el valor que tiene para vos. Lo vas a cuidar, lo mereces, lo esperaste tanto, ya es tuyo. No lo compraste, pero lo vas a comprar".