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"No pienso en retirarme": Alberto, el rey del brillo que siempre cumple

Historias de acá

Alberto Vier es el lustrabotas histórico de la ciudad. Llegó con doce años y hoy que cumple 77 sigue firme en su parada de San Martín al 400. Una historia de trabajo, sacrificio y mucho brillo: “Con esto crié a mis hijos honradamente”.

Alberto, el rey del brillo





Con estampa de prócer y constancia de monumento, Alberto Antonio Vier forma parte del paisaje urbano de los que pasan todas las mañanas, de lunes a viernes, por la San Martín al 400, frente a la plaza Independencia. Ahí llegó con su cajoncito de lustrar a cuestas cuando tenía apenas doce años y buscaba una manera de ganarse la vida. Ahí sigue, incluso esta mañana en que las hojas del almanaque le indican que es su cumpleaños 77. Y ahí, siempre firme, piensa estar mientras sus manos ágiles continúen abrillantando el andar de los tucumanos. Alberto, el rey del brillo, siempre cumple y no se cansa: “Voy a seguir firme hasta que Dios diga basta, mientras pueda, voy a seguir ahí”.

El rey del brillo lleva ya más de sesenta años en la parada de siempre; ese lugar por el que han pasado miles y millones de pares de zapatos y de botas, de mujeres y de hombres, desde el fallecido ex presidente Carlos Menem, hasta los jóvenes oficinistas de zapatos puntudos y pantalones chupines. Sentado, con el mismo cajón de madera con el que llegó cuando era un changuito, ha visto crecer a generaciones de tucumanos: “Hay mucha gente que me conoce porque me saludan, no en la parada mía, sino cuando me ven en la calle. Mi nombre es Alberto, pero soy más conocido como Gringo. Hay gente que pasa, se para y me dice: ‘sabe, usted me sabía lustrar cuando yo era chico, cuando iba al colegio con mi mamá, y ahora paso por acá y lo veo a usted que sigue trabajando’.  ¿Sabés lo lindo qué es que te digan eso? La gente te conoce y te habla. Chicas que tenían quince años y ahora son señoras que pasan con sus hijos… Gente que tiene familia, hijos…”.

“Yo a la gente la miro a los ojos y ya me doy cuenta cómo es, cómo anda. Hay gente que viene y charla, que conversa… De tantos años que estoy en la calle, algo siempre estoy aprendiendo todos los días. Hay gente que pasa por acá y me cuenta cosas de los años treinta, cuarenta. Es gente a la que hay que creerle porque es gente que sabe y es de bien”, comenta Alberto que es el lustrabotas histórico de los empleados de Casa de Gobierno, de la Caja Popular de Ahorros y de las oficinas del centro. Viejos, jóvenes y también chicos que llevan en sus zapatos luminosos el toque de distinción que él y su arte del brillo les otorgan.

Los Guante, los Delgado, los Grimoldi, los Christian Dior; enumera las marcas que se destacaron en la era dorada; cuando el zapato era el calzado por excelencia de laburantes de pasos cansados y dandis de andar distendido: “Mermó un poco el trabajo en los últimos años, pero yo tengo mi clientela… Gente conocida, amigos. La gente empleada que trabaja en oficinas siempre va de zapatos… Hay buenos, regulares y mediocres, pero zapatos finos finos eran los de antes. Últimamente, se usan bastante los abotinados con trenzas, que lo usa la juventud y también la gente grande. En su momento, el Guante ha sido lo máximo, pero ya no se ven. Me comentaron que está en Chile la fábrica y que allá se usan mucho, pero acá ya no”.

“Cuando se amontona la gente hay que mover las manos. En cinco o seis minutos a lo máximo hay que lustrar un par de zapatos”, revela Alberto. Como en toda forma de arte, la del lustrado requiere de conocimientos específicos: “Tengo un secretito, no sé si los otros lo tendrán. Por ejemplo, hay zapatos que no necesitan tinta y yo igual les pongo muy poquita. No tengo problema en hacer el gasto, quiero que el cliente salga bien. Otro secretito es frotar bien con la franela porque ahí se desparrama la pomada, se calienta el cuero y eso le da más brillo”.

En tantos años de oficio, parece haberlas vivido a todas: las buenas, las no tan buenas y las malas. Pero lo que siempre se mantuvo a lo largo del tiempo fue el cariño y el reconocimiento de la gente: “Hace unos dos años atrás, en septiembre, a mí me robaron todas las cosas, menos el cajón. Me robaron la tinta, la pomada, el cepillo… Fueron dos minutos, me paré un rato de la parada y, cuando vengo, ya me faltaban todas las cosas. Esa vez vinieron de Canal 8, de Canal 10… Después, toda la gente que pasaba se solidarizaba conmigo. Creo que la gente se da cuenta que uno siempre se ha portado bien. Si fuera fulero, no me darían bolilla, ni me saludan”.

Para Alberto el oficio de lustrabotas fue una manera de ayudar con la magra economía familiar; un oficio que ya es para él una forma de vida: “También trabajaba en la construcción, pero el fuerte mío siempre ha sido el cajón de lustrar. Siempre me he abierto camino con eso. Nosotros éramos cinco hermanos y veníamos de abajo, la nuestra siempre ha sido una vida dura, difícil, el sueldo de mi padre era un sueldo de hambre. Pasaron los años y seguí en lo mío y aquí estoy, con esto crié a mis hijos honradamente. No es ninguna deshonra trabajar así, pero no quisiera que mis nietos hagan esto el día de mañana, preferiría que estudien para que puedan desempeñarse mejor en la vida”.

Alberto tiene cuatro hijos biológicos (Alberto, Gustavo, Silvia y Valeria) y dos del corazón como él les llama (Mirta y Hugo), alrededor de quince nietos y no recuerda cuántos bisnietos: “A todos los quiero por igual. Siempre trato de brindarles cariño, me respetan mucho y yo a ellos. Siembre busco inculcarles algo y eso es lindo porque pienso que ellos pueden aprender algo de uno”. Además del trabajo y la familia, el fútbol es otra de sus grandes pasiones. Es hincha del Decano y de Boca, pero, se confiesa como admirador del buen juego: “Soy muy fanático del fútbol, lo aprecio mucho, más allá del club del cual soy hincha, aprecio si el rival juega bien o si hay buenos jugadores en la cancha”.

Hoy es un día especial porque es su cumpleaños 77 y quizás reciba visitas en su casa, ubicada en el límite entre Villa Alem y Villa Amalia. También se trata de una jornada signada por cierta nostalgia: “Pienso que van a venir algunos de los hijos y vamos a estar un rato acá. Ya no es lo mismo que antes, cuando vivía mi señora la pasaba distinto, era más relajado. El 30 de octubre de cumplieron diez años de su muerte. Ahora estoy tranquilo, feliz… Cuando uno se va haciendo viejo se vuelve medio chocho”. Alberto, el rey del brillo, cumple y piensa seguir brillando y haciendo brillar: “Todavía sigo. Cuando el día de mañana me sienta flojo de los brazos, ahí voy a decidir qué hacer. Hay un cansancio de estar sentado ahí seis horas todos los días, pero estamos para seguir todavía… Dios dirá, no pienso todavía en retirarme”.