Cuando la ciudad se achica: el calvario de transitar Tucumán
Veredas destrozadas, obras en las calles, bares y cines sin accesos para personas con movilidad reducida; la odisea de Julio para transitar en una ciudad hostil y su experiencia en primerísima persona.

La odisea diaria de Julio para moverse en la ciudad. Fotos: Lucas Bayk.
Falta una hora para mi primera clase presencial desde el repliegue de la virtualidad. Casi un año y medio después, conoceré a mis compañeros cara a cara. Debo ser muy puntual, apenas tendremos una hora de clase. Aunque me quede cerca, quiero salir con tiempo. Ya ni recuerdo cuánto demoraba en llegar. Y no sé cómo estarán las veredas.
Quiero salir ya, no aguanto más. Seguimos dando vueltas, seguimos demorando. ¡Dios! Como odio estos momentos previos a salir. ¿Llegaremos a tiempo? Me parece que sí. Todavía falta una hora y si no mal recuerdo en 20 minutos llegamos, pero nunca se sabe. Igual quiero irme, prefiero esperar ahí, aunque sea temprano.
Ya estoy listo. El problema es que no puedo salir solo. Que desgracia depender siempre de alguien. Obvio que les agradezco a todos, pero necesitar a alguien para tantas cosas te limita. Tengo que esperar que mi mamá se aliste. Ella me lleva, ella empuja mi silla de ruedas. Al menos ya guardamos todo, aunque por las dudas le pediré que revise antes de cruzar el umbral hacia la calle.
¿Será que le falta mucho? ¿Por qué demora tanto? Ya empiezo a desesperarme. Que embole ser tan obsesivo, tan detallista. ¿Por qué me preocupo tanto? Si no controlo todo o las cosas no salen como lo planeé me estreso. Lo peor de todo es que no puedo hacer las cosas por mi cuenta y eso frustra. Pero bueno, no me quejo. Tengo todo. Salud, buenos amigos y familiares que siempre están. Además, después de 26 años ya me acostumbré a vivir así.
¿Listo? ¿Pusiste el bolso? ¿El agua? ¿No falta nada? ¿Seguro? Bueno, vamos. Me pongo el barbijo de salida. Al fin comenzamos el recorrido hacia la Unsta del centro. No quiero saber la hora, ya fue. Mi mamá me lleva a su ritmo. No la voy a apurar y, aunque lo haga, vamos a demorar el mismo tiempo. Lo tengo cronometrado.
Vamos bien, en las primeras cuadras están los mismos huecos de siempre. Hasta que por General Paz, entre Chacabuco y Ayacucho, encontramos el primer obstáculo nuevo. La entrada de una obra en construcción ocupa casi toda la vereda. Tengo un espacio angosto para pasar, entre la chapa y un tronco clavado en un cantero. "Sí pasamos, sí pasamos", le digo a mi mamá. Sé que la silla pasa, puedo calcular a ojo el espacio que ocupa. Pudimos avanzar con lo justo y seguimos nuestro camino.
Por la "Chacapiedras" la vereda está intransitable. Parece que están "arreglando" algo, aunque no hay rastro de nada ni nadie. Aún así le digo a mi mamá que avancemos. Vamos derecho por Las Piedras hacia Buenos Aires. Está muy roto, pero se puede pasar. Sin embargo, a medida que avanzamos, el espacio es más angosto. ¡La puta madre! Llegamos a una parte en la que no entra la silla, estamos trabados. "Me voy a caer, esperá mamá". Ella me reta: "Te dije que no sigamos por acá". No le respondo y le digo que bajemos marcha atrás hacia la calle. Pasan muchos autos, pero no nos queda otra. Seguimos. "Bueno ya está. Mañana venimos por otro camino" le digo.
Por las siguientes cuadras está todo bien hasta que llegamos a la San Lorenzo, entre Buenos Aires y 9 de Julio. Parece que acá también "están arreglando". Hay muchos orificios y roturas pequeñas, aunque no son un problema. Continuamos. Mientras avanzamos la cosa empeora. Aumentan los huecos y son más grandes. ¡Me cago en la mierda! Hay una abertura enorme en la vereda. Si pasamos de la forma normal la silla se puede quedar trabada; o peor aún, me puedo golpear o caer. Por eso, le digo a mi mamá que pasemos en reversa. Así es imposible caerme, pero maniobrar es de lo más incómodo y molesto.
Falta poco para llegar. Vamos por la esquina de San Lorenzo y 9 de Julio y ya pienso en el reencuentro con una vieja amiga. Una rampa súper empinada, hazaña arquitectónica pensada más para un skater que para alguien con movilidad reducida. Por más irónico que suene, siento alivio porque están las semipeatonales. Aunque sean una pesadilla para los conductores y empeoren el embotellamiento, a mí me facilitan las cosas.
Bueno al fin llegamos a la facultad. Lo positivo es que ya sé por dónde no venir mañana. ¿Qué hora es mamá? Faltan 15', perfecto. Menos mal que salimos con tanto tiempo de anticipación.
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Mi nombre es Julio Villamil. Soy comunicador social y escritor. Tengo un gato. Me gusta el café. Pero eso no es todo, me falta una cosa. Para mí es la menos importante o quizá la tengo tan asumida que suelo omitirla cuando me presento. Tengo una enfermedad neuromuscular desde que nací, se llama distrofia muscular de Duchenne.
Básicamente, mi organismo no produce una proteína llamada distrofina y eso conlleva que mis músculos se atrofien o pierdan fuerza. Esa es la razón por la que hoy me muevo en silla de ruedas, aunque pude caminar más o menos hasta los 12 años.
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Quienes nos movemos en silla de ruedas enfrentamos muchos obstáculos al recorrer Tucumán. Estoy casi seguro que estás dificultades también afectan al transeúnte promedio. Pero creo que son más tortuosas para las personas con movilidad reducida. Como sea, la lista de cosas a mejorar para facilitar nuestro recorrido por la ciudad es casi interminable.
Lo primero que pondría en la lista es el estado de las veredas, mi principal obstáculo al salir a la calle. Debo aclarar que en los confines jurisdiccionales de San Miguel de Tucumán existe un marco legal acerca de esta cuestión. Se trata de la Ordenanza N° 2.073, que incluye, entre otros apartados, uno sobre la "reparación de veredas" (Artículo 6° al 11° inclusive) y otro sobre el "mantenimiento de veredas" (Artículo 12°).
Muchas veces, entidades municipales o empresas de servicios públicos destruyen grandes partes de las veredas para hacer refacciones. Cuando esto sucede, suele repetirse una situación: estas empresas demoran mucho en arreglar las veredas o jamás vuelven a dejarlas en condiciones. Dos artículos contemplan esta situación. El Artículo 7°, según el cual el dueño de un inmueble es el responsable de arreglar su vereda, "excepto cuando haya sido deteriorada por trabajos realizados por la Municipalidad o empresas de servicios públicos autorizadas, quienes serán las responsables de reconstruir la vereda". Y el Artículo 8°, que establece que "las preparaciones de veredas deberán efectuarse lo más rápidamente posible y de manera de no entorpecer el tránsito peatonal más de lo indispensable".
En ocasiones, arreglan dos veredas enfrentadas al mismo tiempo. Lo que infringe el Artículo 8: "no se permitirá reparar 2 (dos) veredas enfrentadas en forma simultánea". Otras veces, las partes en refacción de la vereda no están bien señalizadas. Esto incumple con el Artículo 10°: "el corte de tránsito peatonal por reparación de vereda, será señalizado según lo reglamente el Departamento Ejecutivo, el cual deberá contemplar todas las medidas necesarias en resguardo de la seguridad física del peatón normal, no vidente y discapacitado".
Ante estas infracciones, el Artículo 11° establece que el Departamento Ejecutivo notifique al dueño de la vereda defectuosa, fijándole plazos para su reparación. Este artículo indica que "vencidos los plazos otorgados, el Departamento Ejecutivo queda autorizado a realizar, por administración o por terceros, la refacción de la vereda con cargo al propietario del inmueble frentista". Por último, el Artículo 12° establece qué debe hacer el dueño de la vereda para mantenerla: Mantener en buen estado su revestimiento, mantener su higiene y limpieza, cuidar de espacios verdes no contemplados como vereda y despejarla de obstáculos para el tránsito peatonal.
También incluiría al transporte público en la lista de cosas a mejorar para facilitar mi andar por Tucumán. Hay pocos colectivos con acceso para silla de ruedas. En aquellos que sí lo tienen, el mecanismo no funciona. Para distancias largas, mi única opción es tomar un taxi. Y no cualquiera. Tiene que ser uno con baúl grande para que entre la silla. El tubo de gas me lo complica. Pero tomarlos en la calle es de lo más estresante. No paran. Eso reduce mis opciones a la aplicación para pedir taxis o amigos con auto.
Después de años de práctica, manejo la logística de taquito. Sin embargo, por lo general me muevo en distancias cortas. Y entonces surgen otros inconvenientes. Lugares sin rampa en sus entradas. Otros en los que hay que subir escaleras y no tienen ascensores. Otros con baños pequeños. Pero hay excepciones. ¡Menos mal!
Tengo algunos beneficios, como los descuentos para asistir a eventos. Cines, teatros, conciertos, partidos de fútbol. Aunque conseguirlos es un padecimiento. Te hacen descuento en el precio, pero te lo cobran por otro lado. A veces, los conseguís fácil y, en el momento del espectáculo, te das cuenta que te dieron un lugar espantoso.
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Lo estoy esperando a mi amigo. Iremos a ver una película. No voy al cine desde que comenzó la pandemia. Mi ansiedad va en aumento. Ayer mi mamá fue a averiguar si me harían descuento en la entrada y si había acceso para la silla. Según le dijeron, me cobrarían la mitad del precio de la entrada y había acceso. ¡Que alivio! Si había que subir escaleras no podría ir. Lo del descuento no me preocupaba tanto, pero hay que hacer valer los beneficios que ganamos.
Me pongo el barbijo y salgo afuera para ver si está llegando mi amigo. Estamos a tiempo, así que mantengo la calma. Además, llegamos al toque, queda a cinco cuadras. Ya afuera, veo a mi amigo cruzando la calle en la esquina. Le digo a mi mamá que avancemos hasta él. Nos saludamos y encaramos por la Ayacucho.
Hace mucho que no vengo por acá. Ruego que estén bien estas calles. Pero mis plegarias no son escuchadas. Hay muchísimas complicaciones. En Ayacucho y Las Piedras, una esquina tiene las rampas destruidas y la otra las tiene anegadas con agua estancada. ¡Dios como me embolan estas cosas! Tenemos que subir por la vereda, maniobrando con la silla en plena calle. Bueno, espero que más adelante no esté tan desastroso.
Recorrimos unas cuadras más y agarramos de lleno el hueco de una rampa. No se lo veía, estaba cubierto de agua. Menos mal que no fue un impacto fuerte y bajamos la rampa despacio. Fue leve, pero si veníamos más rápido me podría haber caído en medio de la calle. Después de comernos el bache escucho "Odio la Ayacucho" y esbozo una mínima sonrisa. Mi amigo lo dijo. Y tiene toda la razón.
En lo que restaba del recorrido no tuvimos más contratiempos. Y después de tremenda odisea, por fin llegamos al cine. Yo sabía que había acceso en la entrada y que tenía un ascensor para llegar a las salas. También que tenía un baño para discapacitados. Con eso estábamos salvados.
Entramos a la sala. Hay que subir escaleras para llegar a las butacas. Jodeme, menos mal que dijeron que había acceso. No lo puedo creer. El cine tiene ascensor para subir, tiene baños para discapacitados. No sé a qué creen que venimos al cine si no tienen acceso en la sala. Lo primero que pienso es pedir que nos devuelvan la plata de la entrada e irnos. Le digo a mi amigo. Pero, después de lo que nos costó llegar, él quiere ver la película.
Yo no quería que se esfuerce tanto, pero respeto su decisión y lo dejo en sus manos. Aunque ya nada depende de mí, empiezo a idear un plan para subir. Por suerte, un chico que estaba con su novia se acerca a ayudarnos.
Le digo a mi amigo que levante la silla desde los manubrios de atrás y al chico que agarre, desde adelante, los fierritos del apoyapie. Subimos hasta casi la mitad de la altura máxima. Ahora hay que pensar dónde me voy a sentar. No puedo quedarme en la silla, es más grande que el descanso del escalón en el que reposamos. Mi amigo decide alzarme y ponerme en la butaca.
Terminamos de ver la película. Por lo menos, fue muy divertida. ¡Una buena! Ya es hora de volver. Bajar no fue mucho más fácil, pero ya conocíamos la ingeniería del asunto y lo logramos. Salimos del cine y emprendemos el regreso.
Otra vez el camino destrozado. Decidimos no volver por la Ayacucho. Así que volvemos por la Chacabuco. Es un alivio, está en mucho mejor estado. Al fin nos sonrió un poco la fortuna. Aunque atravesamos un par de dificultades más, fueron mínimas, nada comparado con lo anterior. Finalmente, llegamos. Cumplimos con el operativo retorno. Misión completa.
Es una lástima tener que bloquear este cine teniéndolo tan cerca. Pero bueno, seguiré yendo al de Barrio Norte que nunca me falló. Cuando voy a un lugar nuevo o hago un nuevo recorrido me fijo si tiene acceso y cuán eficiente es. Si es inaccesible lo "bloqueo". Si es accesible lo "desbloqueo". Uso el término "bloqueo" para referirme a que no iré más a ese lugar o no haré más ese recorrido. Y "desbloqueo" para categorizar los lugares y recorridos posibles. Con cada nuevo bloqueo, la ciudad se me achica más y más.