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"Son cosas muy feas": la señora del helado, el terror de los taxistas tucumanos

Historias de acá

Durante décadas fue un mito entre los tacheros de la provincia hasta ahora que Cacho revela toda la verdad. Estafas, robos y las cientos de historias de un tipo que pasó cuarenta años arriba de un taxi.





Cacho es de esas personas que conocen al pájaro por la cagada, como dicen por ahí. La sabiduría que sólo llega con los años y las experiencias vividas a lo largo de los miles y miles de kilómetros recorridos durante las cuatro décadas que lleva arriba del taxi han hecho de él un auténtico baqueano urbano. Conocedor como pocos de los rumores sociales que han poblado de historias su asiento trasero y de estas cartografías donde habita tanto la bondad como la maledicencia; la alegría y el dolor, el honor y la trampa. Mucho sabe Cacho porque, con sus ochenta años a cuestas, es mucho también lo andado y lo vivido. Y en ese cúmulo invaluable de vivencias hay un mito que durante largos años fue un secreto a voces entre los tacheros tucumanos, algo de los que todos los choferes tenían que cuidarse para no pasar un mal trance: la estafa de la señora del helado. A él nadie se la contó, la vivió en carne propia y ha decidido, al fin, relatarla por primera vez. A esa y otras historias. Hace una pausa Cacho, detiene el motor. Ahora somos todo ojo y todo oído.

Eran otros tiempos aquellos; tiempos donde no existían todavía los deliverys ni las aplicaciones en los teléfonos. El engaño existió siempre y seguirá existiendo, como la treta de las que muchos taxistas fueron víctimas en aquel entonces y que tenía a una, en apariencia, apacible señora como protagonista; la famosa y tristemente célebre “señora del helado”. Pero dejemos que sea Cacho quien nos cuente: “Yo trabajaba en ese tiempo para una remisería y la telefonista me dice que había que comprarle un helado a una clienta. Me dice que había que comprar en tal heladería, tal cantidad, tales gustos y llevarle hasta la calle Las Piedras pasando la Jujuy. No me acuerdo bien la dirección, pero masomenos por ahí era. Voy, compro el helado, le toco el portero y le digo: señora ¿usted pidió el helado? Sí, ya bajo, me contesta. Cuando baja, me saluda, agarra el helado, se va y no me dice ni hasta luego. Ahí nomás le digo: Pero señora, no me pagó el helado. ¿Cómo no me ha dicho antes así bajaba con la plata? Me contesta. Se metió en el ascensor y a otra cosa”.

“Eso fue hace mucho tiempo, como hace treinta años. Esa señora habrá tenido unos cincuenta años, vaya uno a saber si vive todavía. Después, hablando con los colegas, descubro que a varios les había hecho lo mismo. Era algo que se sabía entre los taxistas. Imaginesé, voy y le compro el helado... Pierdo tiempo, combustible y plata y ella toma helado gratis. Esa es gente desgraciada a la que no le importa nada. Son cosas feas, muy desagradables, que le toca vivir a uno en la calle”, relata el taxista de 80 años el engaño del que fue víctima, tanto él como muchos otros taxistas tucumanos. La viuda negra del helado dejó un tendal de estafados. Ahora, sólo queda la anécdota de aquel episodio desafortunado.

Claro que no fue el único ardid del que víctima este experimentado taxista. Son muchos los que apelan a diferentes tipos de engaños para viajar gratis: “Otra que me hicieron. Se me sube al auto en la parada de taxis una chica de unos 17 años y me dice que la lleve hasta el Parque Avellaneda. Cuando llegamos, me dice vaya despacito nomás mientras va mirando por la ventanilla. Al llegar a un semáforo me dice: bajemos por la Mendoza. Después, subamos por la San Martín. Ya me olía algo raro yo. Cruzamos la Paso de los Andes y ahí me dice: párese aquí, ya vengo. No se me vaya, págueme. Y ella me responde: mire, le voy a contar la verdad. Yo me he hecho amiga de un señor medio viejo que me dijo que nos íbamos a juntar acá en el parque, él me había dicho que me iba a pagar el viaje porque yo no tengo plata… Se bajó del auto y salió corriendo. Son cosas que la gente hace, por eso hay que andar atento”.

En tantos años arriba del taxi, los momentos más difíciles en el rubro fueron las veces que sufrió asaltos. La calle está dura y Cacho lo sabe: “Los asaltantes son terribles. Yo he tenido la suerte de que no me han llegado a apuñalar cuando me han asaltado a cuchillo. He perdido plata, reloj, todo, pero no me ha pasado nada así que sigo en la lucha y seguiré en la lucha. Ahora lo que hacen es que se sube un muchacho con dos chicas con buena presencia que, cuando llegás a destino, te asaltan. Yo los elijo mucho a los pasajeros. Trato de que sea gente grande y de buscarlos en la casa. Hoy levantar en la calle es muy peligroso”.

La situación más fea que le tocó vivir fue hace quince años cuando un chofer le vendió su auto y denunció que se lo había robado. Quedarse sin su fuente de ingresos fue un golpe muy duro del cual le costó recuperarse: “La policía nunca lo ha conseguido al auto, nunca lo he podido recuperar. Yo venía juntando platita en ese momento para renovarlo al auto y, después de eso, me ha costado diez años de trabajo juntar platita y mis ahorros hasta que pude comprarme otro autito”.

“El cliente a veces se descarga un poquito con uno. Las chicas jóvenes cuando el marido no las trata muy bien me cuentan. Hay muchas historias y nosotros como que estamos cansados de historias porque, muchas veces, son historias lamentables. Hay gente de todo tipo y nosotros nos tenemos que cuidar. Yo doy gracias a Dios que me da salud y me la rebusco, al puchero tengo que salir a ganármelo todos los días”, cuenta Cacho y enciende otra vez el motor. Lo esperan miles de kilómetros más. Miles de historias.