"Nunca lo conté": el niño del milagro en la tragedia de la Bernabé Aráoz
HISTORIAS DE ACÁ
Una mañana de junio, un estruendo estremecedor paralizó a Tucumán: el chofer de un colectivo de la línea 11 cargado de pasajeros quiso cruzar a toda velocidad las vías, pero fue partido al medio por el tren carguero que no pudo frenar su marcha. Entre los pasajeros estaba su madre embarazada y su abuela de apenas 34 años. Qué pasó.

La foto de la tragedia.
Acepta hablar del tema pero con la condición de que sea temprano, antes de que entre la noche en Tucumán porque esta mañana tiene que despertarse al alba, a las cinco de la mañana, cuando de hecho todavía es de noche y el joven de 21 años ya comienza a descargar ladrillos con sus compañeros de trabajo.
Pero hay cargas que todavía pesan más en la espalda que una pila de ladrillos. Es una carga que también se siente en los hombros y en la mente, una carga de la cual no se habla en las sobremesas, una mochila de ladrillos y recuerdos relatados que por primera vez comparte y comienza a sacarse de encima: “Nunca lo conté: yo esa mañana estaba todavía en la panza de mi madre, quien embarazada viajaba con mi abuela en el colectivo que fue partido al medio por el tren”.
Esa mañana de la cual habla es la del miércoles 16 de junio del 99, una mañana de miércoles que aparentaba ser una más, con un colectivo de la línea 11, el interno 9 cargado de 45 pasajeros del barrio 11 de marzo, grandes, chicos, laburantes, estudiantes y principalmente todos conocidos del barrio quienes viajaban con los humores de la mañana hasta que de repente algo pasó, hasta que quienes estaban de pie empezaron a chocarse entre sí, a bambolearse ante cada frenada, a aferrarse a los pasamanos al igual que quienes viajaban sentados entre gritos y alaridos, todos mirándose entre sí, con miedo, con un hueco en la boca del estómago como un boleto picado.
El pánico se convirtió en pesadilla cuando los 45 pasajeros comenzaron a pedirle al chofer que bajara la velocidad, que por favor la bajara cuando estaban llegando a la esquina de Magallanes y Bernabé Aráoz, ya en Amalia, que por favor frenara mientras desde la izquierda, por las ventanillas, asomaba el tren a toda velocidad, con el maquinista rompiéndose las manos, desesperado tocando la bocina en vano para tratar de impedir lo inevitable: el choque, el arrastre de 100 metros, el chirrido de metal, las chispas, el estruendo, los gritos, el desgarro, siete muertes, 27 heridos, cuerpos desparramados sobre la vía y el canal, la tragedia.
“Mi mamá viajaba en ese colectivo. Yo estaba en la panza de ella. Ella viajaba junto a mi abuela, quien apenas tenía 34 años y falleció a los dos días. Es un tema del que no se hablaba mucho, pero yo de chiquito siempre supe que algo había pasado en mi familia y en el barrio, algo de lo que de verdad nadie quería recordar, hasta que me lo contaron: el colectivo quería aventajar al tren, el chofer estaba alcoholizado, tenía problemas psicológicos y, lo que recuerda mi madre es que, antes del impacto, lo que más recuerda es que ese hombre, ese chofer, se quería matar”.
Eran las 11 de la mañana de aquel 16 de junio y el estruendo retumbó hasta en las casas del barrio Terán, donde sobrevivientes y testigos de aquel día todavía hoy cierran los ojos y se tapan los oídos: recuerdan el ruido de la bocina, recuerdan que era tan dramática la escena que no los dejaban salir a la vereda a ver lo que había pasado.
Muchos tucumanos y tucumanas recuerdan dónde estaban esa mañana y algunas personas, como la madre del muchacho no lograron superar el trauma: “Hasta el día de hoy mi madre no volvió nunca más a subirse a un colectivo. A veces le digo que ya deje de pensar en que algo malo le va a pasar, pero la entiendo. Entonces lo que hace ella es ir a todos lados a pie o, si tiene plata y es lejos, en taxi, nunca más en colectivo”.
Claro que es difícil de contar lo vivido por la familia del joven que habla con eltucumano: “Mi mamá fue derivada de urgencia conmigo en la panza, sufrió golpes, quedó con secuelas en el habla, pero mi abuela no tuvo la misma suerte: fue partida literalmente al medio, le encontraron un ruleman del colectivo en la boca del estómago. Me hubiera encantado conocerla”.
A raíz de una publicación reciente en las redes sociales, los vecinos volvieron a revivir lo sucedido aquella mañana fatídica y, como el joven que habla con el diario el tucumano, relata lo que pasó después del choque: “Entre los sobrevivientes estaba vivo el chofer, a quien los pasajeros querían linchar y él les respondía queríendoles pegar. Nunca entendimos qué le pasaba por la cabeza. Nosotros somos del 11 de marzo, y entre todos se conocían: el galpón está a 20 cuadras de mi casa. Además de mi abuela, mi mamá me contó llorando cómo perdió a su vecino y, lo más difícil de todo, cuando velaron a una señora que ya estaba por tener, justito iba a tener, y los velaron a los dos: a ella y al bebé”.
El dolor que siente es el que enluta al barrio 11 de marzo todos los 16 de junio, el día que nadie quiere que llegue, el día que se recuerda lo imborrable, el día que las radios de las casas están en silencio y que se siente en las calles que, un día como ese día, pasó lo que pasó: “No se escucha un ruido, todo el barrio queda en silencio los 16 de junio. Es el día más difícil del año y se hace una misa por todos los fallecidos, de todos los que perdieron a un ser querido, viene el párroco de la Iglesia San Jorge de la Pellegrini al 2100 y cortamos las calles: en oración, pedimos por todas las víctimas y los familiares. Son quienes en su momento recibieron una indemnización de la empresa que ya no es el mismo 11 de ahora, pero no hay plata para olvidar estas cosas, amigo”.
El actual joven de 21 años, por aquel entonces en el vientre de su madre, el niño del milagro en la tragedia, realiza la última pausa de su testimonio y reconoce que, pese a que han pasado 22 años de aquel 16 de junio, en el barrio cada día se habla más de lo sucedido, de los detalles, de las preguntas sin respuestas, de la foto que ilustra esta historia, y de una idea entre los jóvenes, entre los sobrevivientes de aquel día: “Queremos hacer un mural que recuerde a las víctimas como una manera de tenerlos presentes todos los días en el barrio. Yo, cuando veo un colectivo, la verdad es que no tengo miedo. Pero es un golpe muy duro que sufrimos en el barrio, en el corazón: por poco no te estoy contando a vos esto ahora. Es un milagro. Por eso, muchas veces creo que tenemos el destino marcado, aunque me cueste pensarlo y contarlo te dé escalofríos”.