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Tomarse un vino con Eduardo Perrone en El Cardón

Mito tucumano

Pablo Donzelli recuerda sus encuentros y las conversaciones con el mítico escritor tucumano. Un mundo de luces y sombras, la marginalidad, la soledad y una confesión premonitoria del autor maldito de la provincia.

Perrone, el escritor maldito tucumano.





Si tenías alguna inclinación por la escritura era imposible no conocer desde lejos a Eduardo Perrone, autor de Preso común y otras novelas tras su experiencia en la cárcel de Villa Urquiza. Se lo veía en la peña El Cardón tomando un vino solo, por la Bernabé Aráoz o por la calle San Martín. Se sabía que sus libros eran imposibles de encontrar, que vivió el éxito y que ahora estaba por aquí, siempre de saco viviendo en un vagón de tren.

Por ese entonces, 2002, yo tenía el manuscrito de una novela que reflejaba el Que se vayan todos del año anterior. El héroe firmaba sus proclamas como el Chapulín Colorado e intentaba tirar los tres poderes para fundar una República de papel. Tenía un compinche que lo ayudaba y lo aconsejaba: el personaje Perrone.

Un día estaba en la presentación de un libro en el pituco Centro Cultural Rougés. La sala estaba llena y los aplausos arreciaban. Había una mesa al costado con abundantes vinos caros y comida. El lugar estaba muy bien iluminado. Me encontraba cerca de la entrada. Noté una presencia a mis espaldas. Giré y lo vi. Detrás de la puerta vidriada estaba Perrone, seguramente con la esperanza de que alguien lo invite a pasar y disfrutar del brindis.

Lo dudé unos minutos, salí y me presenté. Le ofrecí tomar un vino en la Peña El Cardón que quedaba a unas cuadras de allí. Recuerdo pensar en ese momento el mundo de la luz y el de la oscuridad tan bien reflejado en la novela Demian de Hermann Hesse cuando el protagonista abandona la candidez del hogar familiar. Me acordé del mito de la caverna de Platón también.

Eduardo Perrone ya era un mito entre nosotros. Mientras comíamos unas empanadas y el vino que podía costear trataba de meter bocado en la conversación. Quería decirle que lo había puesto de personaje en una novela, que su momento cumbre era arriba de una parada de colectivos bien borracho y feliz. No me dejó, no paraba de contarme anécdotas, de que había sido amigo del Gordo Soriano, de las chicas que lo invitaban a desayunar en el Crillón, de que tenía un palo para defenderse de las personas, de que ya le salía la pensión, de que los perros era lo mejor que tenía, de que le prometieron la reedición de sus novelas y que vivía en un vagón de tren.

Un par de años después me enfermé de hepatitis y perdí bastante peso. Por primera vez en mi vida pude cruzar las piernas como los artesanos al sentarme. Me pregunté qué podía hacer con eso y como respuesta puse junto a mi hermano un negocio de artesanías. Así nació La rupestre en la esquina de la San Luis y Crisóstomo Álvarez. Pasé a ser medianamente vecino de Perrone. En esos años daba sus primeros pasos la revista Trompetas Completas.

Nos encontramos varias veces con Eduardo Perrone. No fuimos amigos. Nunca le pregunté si era inocente o no de la acusación que lo llevo al penal y que de alguna manera dirigió las luces y sombras de su historia. Él tenía un folio con unos cuentos escritos a mano que los pasé a computadora y con su autorización publicamos en la revista. Él nos pedía ejemplares y los vendía, aunque, por ese entonces la publicación era gratuita. Comí una vez una pizza en la vereda de su vagón. Me fue a visitar un par de veces a La rupestre. Me volvía a contar las mismas anécdotas que ya le había escuchado. Un día me dijo algo con los ojos vidriosos que me llevó de nuevo a elegir la luz: “Vos no sabés el frío que hace en invierno en el vagón, entra el chiflete por todos lados”.

La aventura con La rupestre llegó a su fin y mis caminos ya no me llevaron a cruzarme con Eduardo Perrone. Años después, el diario avisaba que lo habían encontrado muerto en su vagón, personaje urbano lo llamaron. Fue un 18 de julio de 2009, uno de los días más fríos de ese año.
 
Presentación de la Trilogía de Perrone

Después de un largo tiempo en el ostracismo, la editorial La Papa ha vuelto a publicar la obra de Eduardo Perrone. La trilogía recopila las tres primeras novelas del autor: Preso común (1973); Visita, francesa y completo (1974); y Días de reír, días de llorar (1976). En esta recuperación de la obra del mítico escritor tucumano se destaca el prólogo escrito por el Doctor en Letras Martín Aguierrez. Así como también dan cuenta del cuidado de la edición la semblanza de la figura del autor en la pluma del escritor y editor Maximiliano Cárdenas y el análisis que ofrecen las palabras finales de la Doctora en Letras Verónica Juliano. La presentación del libro es este domingo a las 19 y podrá seguirse en vivo a través del Facebook de El Tucumano.