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"Te van a volver a bloquear": Fink Ployd, el tucumano que es la pesadilla de Facebook

HISTORIAS DE ACÁ

Todo comenzó una noche fría y bajo un techo de neblinas en el corazón de una casa en el barrio de Ciudadela. Con los palos borrachos como testigos y la luz opalina, ocre, amarillenta de los pocos postes de luz que alumbraban la escena, en esa casa había un niño. Ese niño creció y ahora está en las redes sociales.

Fink Ployd.





Todo comenzó una noche fría y bajo un techo de neblinas en el corazón de una casa en el barrio de Ciudadela. Con los palos borrachos como testigos y la luz opalina, ocre, amarillenta de los pocos postes de luz que alumbraban la escena, en esa casa había un niño. Ese niño tenía y tiene un nombre, un nombre que se gritaba como un alarido cuando su padre y su madre se iban a acostar, pero el niño no: el niño seguía despierto, abría la puerta del dormitorio de sus padres en silencio, sus padres ignoraban que el niño ya estaba en el dormitorio, mucho menos que el niño ya estaba debajo de la cama y que, cuando sonaban las campanadas de las doce de la noche, cuando toda la noche era silencio, el niño debajo de la cama contenía el aliento, sacaba un brazo, estiraba la mano y atrapaba la pierna derecha de su madre, haciéndola saltar del susto, del miedo, del pánico.


Sin síncopes ni internaciones ni picos de presión que lamentar en la familia del niño pese a sus bromas, lo cierto es que mientras las madres y abuelas tucumanas nos decían que si nos portábamos mal nos iba llevar el diablo de las patas o iba a pasar el hombre de la bolsa, el niño en cuestión invertía los paradigmas y era él quien los atormentaba. Luego, con el paso de los años, el niño invirtió las primeras letras de la mítica banda Pink Floyd, se quitó el agua bendita de la frente, y se bautizó así mismo como Fink Ployd, tal y cual como es conocido ahora por miles de herejes en las redes sociales, feligreses del sarcasmo que siguen con devoción el culto al sarcasmo, al humor, a la incomodidad, o a lo que sus amigos simplemente definen como: “Te has ido al pingo, culiao”.


A Fink Ployd, el alter ego de aquel niño de Ciudadela, le faltaba algo. Y lo que le faltaba no podía ser otra cosa que una sola, la más importante de todas las cosas para que el guión de esta entrevista comenzara a escribirse solo: a Fink Ployd le faltaba una máscara y esa máscara no era verde ni de ningún color ni gesto. La máscara no era otra, no podía ser otra que la de Michael Myers, el personaje de Halloween, una de las películas más icónicas del cine de terror que una vez que se hizo máscara llegó a las manos de nuestro propio protagonista en cuestión: “La máscara me la dio Alfredo Socci y hoy no sabemos dónde está. No recordamos si se la devolví o si quedó en la casa de mi madre en Ciudadela. Lo cierto es que la máscara era toda de goma, una cara sin expresión que me ponía con un cangurito y salía a la puerta de mi casa vestido así para espantar a las vecinas”.


Además de la familia y de los vecinos de Fink Ployd, sus propios amigos fueron víctimas de él y su máscara. “Me pedían pasar al baño y a la salida los esperaba yo con las luces apagadas y la máscara puesta. Hubo una vez que un amigo se asustó tanto que me erró una piña. Y con las vecinas mi vieja me alertaba: ‘Te van a meter en cana’”, se ríe esta noche fría de junio la persona que, fiel a una secuela interminable como un viernes de terror (hoy es 11 pero podría ser 13), encontró su lugar de impunidad no solo debajo de la máscara y su nombre sino en las lagunas y grises de las redes sociales.


“Soy empleado de comercio, soy el manager de La Muerte del Sol, doy una mano a otras bandas, era batero, después dejé, hice mi blog Capotón furioso como el nombre de mi primera banda punk que tocó una sola vez, hago reseñas de música y produzco mi cerveza Parca Porrón. Mi familia no sabe quién es Fink Ployd, los tuve que bloquear, pero mis amigos más conocidos sí: nunca me he planteado el personaje o el ‘hacerlo para’, pero pensé que si comparto boludeces para que le agarre bronca a la gente, mejor que se la agarren con un personaje (Fink Ployd) y no con mi nombre real. Dentro de mi melomanía he alterado el nombre de una de mis bandas preferidas, era fana de la película, apareció la máscara y empecé a hacer lo que hago: el sarcasmo como forma de humor y el meme como forma de expresión”.


A medida que fue creciendo la popularidad de Fink Ployd, como Howard Stern en una radio de Nueva York, comenzaron los problemas: “Facebook te bloquea el contenido. Primero me restringieron 12 horas, después de 7 días, y el más heavy es un mes bloqueado. Tres veces me bloquearon un mes”, se ríe debajo de la máscara nuestro personaje de ficción que se metió tanto en la realidad de sus seguidores que, cuando dejó de publicar por las restricciones de Facebook, empezaron a preguntarle si estaba bien, o si alguien sabía si le había pasado algo, un mito, un misterio, cosas que pasan en las mejores familias.


“Hubo una vez que Facebook no me dejaba hacer nada. Y empezó a pasarme algo impresionante: la gente empezó a pasarme memes. Es impresionante cómo la gente me pasa memes. Me dicen: ‘Este meme es de tu palo’, ‘A este meme no me animo a publicarlo yo’. Me llegan por WhatsApp, por Messenger, me llegan un montón de memes y ahí hago la elección: lo que más me pasan son  cosas asquerosas que no publico. Me gusta mucho el doble sentido. No me gusta nada que tenga que ver con el tinte político. Me dicen: ‘No podés ser apolítico’. Lo soy. Pero sí hago memes referidos a la persona, a algo que dijo o hizo”.


Insultos y promesas de venganza también se han jurado en nombre de Fink Ployd: “Sí, se han puesto a bardearme por las publicaciones. Yo les respondo: ‘Es un meme’. Hay cosas a las que trato de agarrarlas con pinzas, como al feminismo. Si es muy heavy el meme, hago un aclarado. Hay memes que edito, que hago, que comparto. Hay memes sexuales que Facebook ha dejado pasar y después le cayó la ficha al algoritmo. La clave para que los memes peguen es publicar cinco o seis por día y darles respiro sino aparecen todos juntos y pierden su esencia: hacer reír”.


Si el meme es la última expresión cultural universal que hasta prescinde del lenguaje, durante la pandemia su uso se ha potenciado y ha alcanzado niveles superfluos: “Me han mandado mensajes emotivos: gente que estaba re bajón, que se había peleado con su pareja, que había tenido un mal día en el laburo, y me decía: ‘Gracias, me sacaste una sonrisa en este día de mierda’. Eso me impresionó también y pienso que el meme es eso: es la necesidad de la gente de tener un cable a tierra, es algo rápido capaz de sacarle una sonrisa a alguien a cualquier hora bajo cualquier circunstancia. Es positivo. Es más positivo que negativo lo que yo hago”.


El humor no cura, pero sí ayuda. Te ayuda a no bajonearte, a no deprimirte. Cuando estás envuelto en llamas, el recreo más rápido es un meme, es como el aceite que lubrica (risas) el engranaje de todo. Te doy un ejemplo: vas en el bondi con la amargura porque sabés que vas a tener un día re choto y qué hacés: aprovechás en el bondi para verte un meme. Si estás estás esperando en la Anses desde las 8 qué hacés: ver un meme y escuchar música. Dentro de la gama de memes, el humor que más garpa es el más afectivo, el vinculado a la vida cotidiana, a lo que te pasó, a la infancia que tuviste, cuando decís: ‘Qué culiao, eso hacía yo’”.


Pagano en la cultura tucumana, la religión es un tópico a veces oculto bajo la sotana de un sacerdote o detrás de las rendijas de roble de un confesionario: “Soy anti religión, pero hay mucha gente que los ve a mis memes de reojo. Nunca te van a comentar, pero los ven: tengo un compañero evangelista que los ve. Me han criado como católico, pero en los seres que creo son en aquellos que me han criado y ya no están conmigo, como mi viejo. Es decir: creo en algo de lo que estoy seguro que existió y no en algo que ha sido escrita por los hombres. Ni por lo que digo ni por lo que pienso ni por lo que publico me han denunciado. Pero ojo, mis amigos siempre me dicen: ‘No te vayas al pingo, culiao. Te van a volver a bloquear’”.