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"Es un héroe indiscutible": Benasayag, el cuchillero taficeño que forja el sable de San Martín en su taller

artesanal

Juan, admirador del prócer argentino, trabaja en una réplica del arma que el general utilizó para librar sus batallas más épicas. Apasionado y en constante aprendizaje, el dueño de 'Forjados Benasayag' cuenta los secretos de una profesión poco común en Tucumán.

Juan trabajando en el sable del "Libertador".-





“Para mi San Martín es un groso”. Con esa simple definición Juan Benasayag cuenta porqué, en su taller donde diariamente fabrica cuchillos artesanales, decidió comenzar a trabajar en una réplica genuina del sable del General José de San Martín.

“Uno lee su historia y es un héroe de guerra indiscutible. Nunca fue herido en batalla por lo que se cuenta y su sable tiene una historia muy interesante, incluso tiene 100 años más que él”, relata con entusiasmo este taficeño que ve como todo un desafío recrear el arma con la que el gran prócer argentino luchó en todas las batallas independentistas en las que participó. “En Argentina existen réplicas, en Buenos Aires hay una, pero el desafío era hacerlo”.

El sable original de San Martín se encuentra en el Museo Histórico Nacional.- 


El secreto en crear una copia idéntica del sable es la combinación de aceros con los que el original fue forjado y que fue adquirido por el militar en Londres en 1811. “Empecé a forjarlo  en el acero que se hace la espada, pero hace unos años me surgió la duda de qué estaba hecha la hoja. Hace un mes y medio pude conseguir la información del Museo Nacional, de la prueba química que le hicieron y dio que es de acero damasco. Es un shamsir, un arma turca, y ahí se me encendió la lamparita y me dije que quiero hacerlo como realmente es”, explica Juan, hoy el único forjador en Tucumán que trabaja con este tipo de acero.

“Me gustaría que quede en la historia de la provincia, para que haya una réplica original del sable de San Martín. También quisiera que recorra las escuelas, que se dé a conocer la historia del general a los más chicos y sientan el placer de ver un arma de esa índole”, agrega este tucumano que trabaja en este proyecto por puro placer y durante el tiempo libre que tiene entre los encargos de sus clientes.




Benasayag es un apellido árabe poco común en Argentina y en Tucumán, y para mantenerlo a través del tiempo, Juan decidió bautizar a su negocio “Forjados Benasayag” y así cumplir uno de los deseos de sus papá: “Mi padre tenía la idea de que el apellido no se pierda y que la forma de que perdure en el tiempo era bautizarlo así”, cuenta a eltucumano.com.

Tras desempeñarse por cinco años como mecánico de maquinarias pesada en la ya cerrada Minera Alumbrera, este artesano de los cuchillos decidió lanzarse con su propio taller donde combinó todos sus conocimientos que comenzaron en la Escuela Técnica Rafael Marino de Tafí Viejo, para empezar a vender sus creaciones únicas para cada persona que lo contacta a través de su cuenta de Instagram, donde exhibe sus trabajos.




“Empecé a comercializar cuchillos hace seis años y ya vendemos de a poco en todo el país. La idea es crecer y que haya un cuchillo Benasayag en cada casa”, explica este autodidacta del forjado, que gracias a sus estudios y profesión, se decidió por dedicarse plenamente a esta tarea. “Todas las técnicas son a base de prueba y error, vídeos, leer mucho. Soy alumno de Youtube”, se confiesa entre risas.

Sobre el acero damasco, Juan cuenta los secretos de este tipo de cuchillos, que pueden llevarle alrededor de tres semanas de trabajo, dependiendo la forma y el tamaño. “Es un proceso muy complicado porque se fusionan dos tipos de acero. Un cuchillo con una palanquilla normal tiene 25 capas. Pero uno de acero damasco tiene como mínimo de 40 capas para arriba, Hay que ir plegando y plegando. Después depende del patrón pedido por el cliente. Este es el más trabajoso. Es una técnica que acá no la hace nadie. Yo la aprendí de a poco”, recuerda y se distancia de los forjadores que no quieren difundir sus saberes: “Los cuchilleros no suelen dar sus recetas, pero yo sí, doy cursos gratis porque me gustaría que esta profesión crezca. De a poco hago más experiencia”.




“Para ser cuchillero, aparte de herrero, tenés que ser químico, saber dibujar, procedimientos térmicos y conocer de carpintería. Como me gustaba todo eso, esto encerraba todo lo que me gusta”, cierra este artista del filo que trabaja prácticamente solo en su taller (algunas veces pide ayuda a su hermano) donde con maquinaria fabricada por él mismo, día a día hace sus cuchillos. “Si me traen una foto yo lo puedo hacer, pero nunca me va salir igual porque cada cuchillo artesanal es único. Por ahí saco uno y otro cliente lo quiere, pero trato de siempre variarle algo para que no sea igual y todos tengan un cuchillo único”.


Breve historia del sable del general San Martín


José de San Martín compró su sable en Londres, Inglaterra, en 1811, arma que acompañó al libertador en todas las batallas independentistas en las que participó. Luego de su muerte en 1850 fue legado al por entonces gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas “como prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.


A fines del siglo XIX, Manuela Rosas, quien residía en el extranjero, lo donó a la Nación Argentina, manifestando el deseo de que fuera depositado en el Museo Histórico Nacional con su vaina y caja, tal cual fue recibido el legado del General San Martín.


El arma fue repatriada y en 1897, el entonces Presidente José Evaristo Uriburu dispuso que fuera depositado en el actual Museo Histórico Nacional. Durante 66 años el sable del General San Martín permaneció expuesto en el Museo Histórico Nacional, lugar del que fue robada en dos oportunidades por la resistencia peronista, en los años 1963 y 1965.


En 1967, el dictador Juan Carlos Onganía decretó que fuera transferido al Regimiento de Granaderos a Caballos General San Martín la guarda y custodia del sable corvo, donde permaneció hasta 2015, año en el que fue devuelto al museo.