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"Tomá tenemélo": la contraseña en la avenida Roca cuando el marido se iba

HISTORIAS DE ACÁ

El conductor tucumano Paco Montero desvela el código del sábado a la noche en los barrios más populares de la provincia hasta llegar a la puerta del momento más esperado. Adelante.

La milonga era un clásico en Tucumán.





Dice Paco Montero que aunque todos los tucumanos hablemos igual, él sabe cuando alguien es de Villa Alem o de Villa Urquiza: “El fraseo, el movimiento del cuerpo, las señas, son detalles que la universidad de la calle te enseña en un abrir y cerrar de ojos”.


Es así que el conductor recrea lo que pasaba un sábado a la noche en Palermo, un corralón desmontado y vaciado por el dueño para convertirlo en uno de los bailes más populares de Tucumán, anclado en la avenida Roca al 3200, casi en la esquina de Lidoro Quinteros.


“Un galpón milonga, entre Alsina y Lidoro Quinteros. Estaban sacando el ferrocarril y la Roca se estaba convirtiendo en lo que es hoy. El coche motor que salía de la San Martín y Marcos Avellaneda tenía el ramal que iba hasta La Cocha. La primera estación era El Cruce, en la Roca y Bernabé Aráoz, ya por la Roca doblaba hacia Manantial, San Pablo, y no paraba”.


El baile en sí se llamaba Palermo, y quedaba sobre la avenida que marcaba un límite físico y literal para las madres jóvenes y amas de casa de los barrios tucumanos más populares. Amas de casa que, de acuerdo a lo que querían imponerles los maridos, se quedaban los sábados a la noche en la casa, al cuidado de los chicos, veredeando, sentadas en el portal de sus casas de techos bajos o casillas, todo un ritual entre mates cortos con mucha azúcar y la pava a los pies.


Ellas al Palermo lo llamaban, en realidad, Tomá tenemelo: “Era una frase porque todos los varones salían de joda y ellas, en la miseria, no se quedaban de brazos cruzados. Antes el machismo en todo el mundo y especialmente en Tucumán era muy marcado, mucho más que el que existe todavía ahora. Ellos les hacían hijos y las dejaban en la casa, mirá vos”.


Nacido y criado en el barrio El Bosque y luego en Villa Luján, el conductor de “Tangos en la sobremesa, recuerdos y algo más”, el programa clásico de la radiofonía tucumana desde hace 27 años por radio Amistad (104.1), los sábados de 11 a 14, vuelve a aquellas noches de sábados y de domingo también: “Se bailaba de 21 a 3. El ‘Tomá tenemélo’ era una frase entre las chicas, quienes sin ser malas ni nada raro, se pasaban al bebé de brazo en brazo para bailar una canción. Iban de todos los barrios populares y se turnaban entre amigas y primas”.


Sonaban las orquestas de tango como las del inmortal Juan D’Arienzo y se agitaban las caderas al compás de Los Wawancó o El Cuarteto Imperial: “En la Independencia y Lincoln había otro baile para hacerle la competencia al Palermo y que la gente no tuviera tanto que caminar. Vestidos floreados, a lunares, negros, blancos, grises, así se vestían. ¿Maquillaje? A veces no tenían para comer, ¿creés que iban a tener para ponerse rouge?”


El conductor Paco Montero, como hace en su estudio radial de la calle Larrea, ahora cierra los ojos por un segundo y vuelve a los movimientos para sacar a bailar de la época: “Yo me ponía las manos atrás de la cintura, me acomodaba la solapa del saco, y si la muchacha se estiraba la pollera como si fuera a sentarse o hacía una seña de pestañas, aceptaba el baile”.


Todo lo que relata Paco en diálogo con el diario el tucumano ocurría horas después de lo que pasaba en los atardeceres del sábado, cuando empezaba a entrar la noche y las jóvenes madres tucumanas de los 50 jugaban a las cartas y a la lotería familiar, todo al compás de la radio y a las novedades del barrio, qué hizo aquella, qué pasó con el otro, risitas bajas bajo una carta marcada y carcajadas hasta que llegaba el drama, la cara larga, el enojo: el jefe de familia se perfumaba el pañuelo de tela, se atusaba el bigote, se fijaba el sombrero, repasaba la patilla con el peine al bolsillo y salía solo a las milongas del centro con los muchachos: “Adiós, querida, cuidá a los chicos, no me esperes despierta”.


Todas las milongas por aquel Tucumán eran pensadas para varones, casados de hecho, pero solteros afines cuando salía la luna. En las casas dejaban a sus esposas, pero muchas no iban a quedarse sentadas de brazos cruzados esperando que ellos volvieran del baile a los días o pasados de copas. Era entonces cuando, ya sin moros en los faroles de las esquinas, se emperifollaban discretamente frente al espejo, una blusa a lunares, tacones, dos gotas de colonia en el cuello, y con los bebés en brazo todas juntas cruzaban la avenida y llegaban hasta la puerta del baile Palermo, a quienes las jóvenes la habían rebautizado como “Tomá tenemélo”.


Entonces, mientras la amiga le cuidaba el chico, sonaba la milonga impostergable y era entonces cuando sonaba la frase: “Como las chicas estaban enojadas porque ‘el galán’ se había ido y las dejaban como cuida chicos, ellas también se iban a bailar a otras milongas, más vale”.


“Muchas chicas eran jóvenes y ya eran madres. No es cosa de ahora. Muchas veces las abuelas escondían el nacimiento del nieto y se hacían cargo de las criaturas y las chicas seguían siendo solteras. ¡Qué ocultamiento! Pero otras no. Eran madres jóvenes y, entre cartas o han cantado bingo, con la mirada cómplice y las sonrisas, se preguntaban, pícaras: “¿Qué hacemos hoy, chicas? ¿Vamos a dar una vuelta al centro o al Tomá tenemélo?”


“¿Sabés cómo bailaban? Hasta las 3.30, cuatro menos cuarto, y pegaban la vuelta antes de que volviera el otro. Era un pacto entre ellas. Nadie se podía dar cuenta de que ellas también se habían ido a bailar y fingían estar dormidas, ya de camisón, todavía con el tango en las piernas, de espaldas al marido desplomándose en las camas, sin aliento para sentir las dos gotitas de colonia ni sospechar de la sonrisa de la joven esposa mamá que no, claro que no se fue a dormir temprano, el Tomá tenemélo las esperaba.