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"No llorés, acá estoy bien": el sueño de Liliana, la pesadilla de una madre en Tucumán

INSEGURIDAD

Liliana entra al cuarto intacto de Braian en la casa del barrio San Jorge toma una de sus cuadernos, una hoja en blanco y le escribe. El relato de lo que pasó en la parada del 122 en Alderetes y el último ruego del joven de 19 años: "No me robés, yo te conozco".

Braian Sarmiento tenía 19 años.





Liliana entra al cuarto de Braian, toma uno de sus cuadernos, una lapicera, una hoja en blanco y le escribe. Alrededor de ella están los apuntes de la carrera de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Tecnológica Nacional. También las fotocopias del Instituto General Belgrano de la Banda del río Salí. En el placard está la ropa que Braian se prestaba con Franco. Y el uniforme que usaba por la mañana y la ropa de grafa que se ponía por la tarde.


Cuando Liliana le escribe a su hijo, lo hace como si fuera una carta. Cuando pone el punto final de la carta, la dobla, la guarda en el bolsillo y la lleva al cementerio Jardín del Cielo, en Alderetes: “Ahí se la leo. Le cuento cómo estoy. Le pido que me dé fuerzas para seguir. Le cuento todo lo que hago. Y recuerdo las cosas que hacía Braian. Como cuando me decía que a los 22 años ya quería recibirse para que yo no trabajara tanto. Y por eso todos los días, a las 6.20, tomaba el colectivo 122 para ir a la Facultad, justo ahí, cuando todo pasó”.


Cuando todo pasó fue el domingo 25 de agosto de 2019: “Ese día hubo algo particular aquí en Tucumán. Hubo 9 homicidios en un solo día y los diarios titulaban: ‘Domingo negro en Tucumán’. Lo recuerdo porque lo hablábamos con otros padres en la puerta de la morgue a las dos de la mañana, a la espera de que me entregaran el cuerpo de mi hijo”.


Las horas anteriores al asesinato, Braian Sarmiento, de 19 años, estaba cocinando pizza para su madre y sus hermanas en la casa del barrio San Jorge, en Alderetes: “Te veo a la noche”, le dijo a su madre. Pero después le mandó un mensaje que cambiaba los planes: “Me voy a jugar a la Play a la casa de unos compañeros, mamá. Vuelvo con Franco”.


“De regreso, a las 7 de la mañana, Braian y su amigo habían tomado un taxi y luego el colectivo. Mi hijo no tenía  miedo de que le robaran. Siempre me decía: ‘¿Que me van a robar, mamá? Si no llevo nada’. Y era así: cuando iba a la Facultad, en la mochila solo llevaba los cuadernos y los apuntes. Y ese día que había salido a jugar a la Play solo llevaba el celular. La billetera la había dejado aquí, en su cuarto”.


Después de despedirse de su amigo Franco en sus últimos minutos de vida, Braian volvía a su casa ubicada a tres cuadras de la comisaría. Le quedaba una cuadra por caminar a Braian cuando una moto lo intercepta, le pide el celular, Braian se resiste a entregárselo y suenan tres disparos: una bala atraviesa el celular y le impacta en el muslo y otra le pega en el pecho: “Desde la vereda del frente, Franco escucha el ruido de la moto y lo que le gritan a Braian: ‘¡Dame el celular, dame todo!’. Braian le dice: ‘No me robés, yo te conozco’. Cuando el motochorro le hace el segundo disparo, Franco corre a su casa, se asusta. Busca la moto y viene a mi casa a despertarme. Cuando vamos a la esquina donde le dispararon, Braian ya no estaba ahí”.
 
“En la moto salimos a buscarlo y lo encontramos tirado en el pasaje. Había intentado volver a mi casa. Se había arrastrado. Cuando vi a mi hijo en el suelo, ya había algo de gente. No me dejaban que lo tocara. Él agonizaba. Y desde ese momento que lo vi, no sé muy bien qué más pasó. Entré en un estado que no recuerdo. Creo que yo estaba sentada en el piso, llorando”.


Lo siguiente que recuerda Liliana son las palabras de Franco, el amigo de Braian, quien había salido desesperado en la moto a buscar ayuda: “Cuando volvió, Franco me dijo: ‘Señora, nadie nos quiere ayudar’. En la comisaría le dijeron que no había un móvil disponible, en el cuartel de Bomberos había una ambulancia pero no tenían chofer, y en el CAPS le dijeron que no tenían camillas. Entonces lo subimos a Braian a un auto y lo llevamos al Centro de Salud, donde ya llegó sin vida”.


Desde aquella madrugada que a Liliana le entregaron el cuerpo de su hijo, estuvo un mes sin poder dormir: “No tenía plata para el cementerio. Un mes antes de su crimen, de todos los políticos que se habían cansado de golpearme la puerta para que los votara, ninguno me ayudó. Entré en una profunda depresión, con ataques de pánicos, sin poder dormir, y con problemas en el trabajo. Yo hago atención al público. Un cliente me gritaba y yo lloraba. No sabía qué hacer y le empecé a escribir a Braian en el cuaderno. Y cuando pude dormir, empecé a soñarlo”.


Los sueños de Liliana con su hijo son tan vívidos que parecen realidad: “Nunca fui de llorar mucho salvo cuando veía alguna película. Una noche estaba viendo 'Los hijos de Francisco', la historia de un padre que hace muchos sacrificios para que su hijo triunfe. Y me emocioné mucho. Estaba llorando y me vio Braian esa noche: ‘Ay, mamá, ya estás mariconeando’. Cuando lo soñé, me dijo lo mismo: ‘Acá estoy bien, no llorés. Yo estoy feliz. No mariconeés, mamá’. Cuando le escribo, le cuento todo esto. Y le prometo que siempre lo voy a recordar con alegría. Pero la realidad es que tengo una sensación que es como un hueco en el estómago. Es un dolor que no sé cómo voy a sanarlo”.


Son cosas en las que Liliana piensa cuando se sube al colectivo y, en el mismo 122 que tomaba Braian, ella mira a otros chicos con el uniforme que usaba su hijo: “Los veo y entre todos lo busco a ver si está. Pero no está. Así estuve un mes sin dormir hasta que busqué unos videos de su Cena de Egresados, donde él estaba contento. No tomaba ni fumaba, pero esa noche estaba contento y tenía un trago en la mano. Y bailaba muy gracioso. Verlo así me ayudó mucho, pero tampoco alcanza”.


“Lo que muchas veces no entiende la Justicia cuando pasan estas cosas es que no es la única vida que se termina. Hay amigos de Braian que dejaron de estudiar. Una amiga que se deprimió. Yo trato de que mis hijas sigan con su vida normal, pero tengo pánico a que les pase algo. La verdad es que no sé cómo se sigue. El acusado tiene 16 causas de todo lo que vos le busqués: 16 causas. Está actualmente con una preventiva de 6 meses. Si la Justicia hubiera funcionado en este país o en esta provincia, quizás se hubiera evitado la muerte de mi hijo. Todas las personas que se cruzaran con esa persona estaban en peligro y le tocó a mi hijo”.


Pese a los ataques de pánicos, a las fobias, al miedo a salir a la calle, Liliana estará en la marcha por Justicia el 29 de diciembre en Tucumán, por Braian Sarmiento, estudiante de la carrera de Ingeniería Eléctrica de la UTN, de 19 años, con el sueño de recibirse a los 22 años y especializarse en España, con la ambición de ayudar a su madre para que no trabajara hasta la madrugada todos los días. Es el joven que cada mañana se despertaba al alba, le daba un beso en la frente a su madre, tomaba el 122 a las 6.20, estudiaba, volvía para a almorzar a su casa, veía una hora a su madre, volvía a las 15 en otro colectivo al taller, y cuando su madre volvía de trabajar pasada la medianoche, era ella quien le daba un beso en la frente a su hijo ya dormido. Así todos los días, hasta que una mañana, dos balazos le quitaron la vida por un celular.


“Voy a estar en la marcha del 29. Nos acompañará el papá de Marito Salto, asesinado en Quimilí, y todas las personas que quieran sumarse. Ya nadie nos va a devolver a nuestros hijos, pero también marchamos por los que quedamos. No queremos que haya más víctimas. No mejoró la seguridad acá en Alderetes. La causa está elevada a juicio, pero no pude hablar con nadie. No me dejan pasar a Tribunales. Solo por teléfono te atienden. Solo pasan los letrados. Habilitaron hasta los bares, pero las familias no tenemos acceso a los expedientes”.


“Sin Justicia no tenemos nada. Se acercan las Fiestas y los asesinos pueden salir en libertad. Y te generan miedo. Además de que te matan, te meten miedo. Esa gente tiene más derechos que nosotros. Solo queremos que no se sigan sumando víctimas porque cada día somos más y se está creando una sociedad resentida. Antes, en el barrio, los veía drogándose y me daban lástima. Hoy me generan bronca. Y no sé qué hacer con esa bronca. Con esa bronca, te juro, no sé qué hacer”.

Así quedó el celular baleado de Braian.

Braian Sarmiento tenía 19 años.