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"Había 800 mil pesos en juego": el secreto detrás del penal más caro del mundo en Tucumán

HISTORIAS DE ACÁ

Equipos de barrios. Partidos en medio de la nada. Apuestas millonarias. Penales eternos. Multitudes rodeando las canchas. Un futbolista relata la trama oculta detrás del fútbol clandestino, ese que todos los fines de semana convoca a miles de tucumanos en los puntos más diversos de la provincia.

La imagen es ilustrativa.





Los 40 metros que separan la mitad de cancha del punto del penal parecen ser 40 mil kilómetros. Roberto los camina con paso firme. Aunque le tiemblan las piernas, trata de que no se le note, pero él siente que el latido de su corazón es capaz de aturdir a los más de 4 mil que rodean la cancha, ahora casi todos ellos apostados detrás del arco hacia el que él va caminando.

Esa caminata es tan tensa que no sabe si quiere llegar, patear y terminar con todo ese lío, o prefiere no llegar nunca. Cuando agarra la pelota para acomodarla, siente como si alzara una roca de 100 kilos. Mira el arco que parece haberse achicado, ahora parece uno de fútbol 5, el arquero gordito al que ya le hizo dos goles, uno de afuera del área y otro de tiro libre, se vuelve ahora un gigante infranqueable.  

“Nunca me había tocado patear un penal con tanta plata en juego. Era el quinto si metía ganábamos 800 lucas”, afirma Roberto en una charla con eltucumano.com en la que revela algunos de los secretos mejor guardados del fútbol de potrero de nuestra provincia. De ese que sábado a sábado congrega a miles de personas que apuestan buena parte de sus ingresos en duelos deportivos intensos como pocos.

“Este año, como no hay Liga, casi todos los jugadores están yendo a jugar por plata al campo. Hay muchos lugares de donde te llaman y te pagan para que reforces el equipo. También hay muchos equipos de barrio de la ciudad. Cada equipo tiene un líder que se encarga de armar el equipo”.

El mecanismo es dentro de todo sencillo, entre los líderes se comunican se desafían y arreglan el partido del fin de semana, eligen una cancha y ponen un monto de base: “Por lo general, arrancan de 200 lucas, después se va armando un pozo por afuera. Los hinchas van poniendo plata por su equipo y el rival trata de igualar. Se juega por lo máximo a lo que lleguen los dos equipos, yo he jugado partidos con pozos de 500 mil y 600 mil, 800 mil fue lo máximo. Pero sé que existen partidos en los que se supera el millón de pesos”, explica.

A veces son más de un partido con apuestas ascendentes, se van reservando los mejores jugadores para los partidos más fuertes: “Cuando salís a jugar a Monteros, Trancas, Famaillá u otros lugares, siempre se arman dos equipos: la Cuarta y la Primera. En la Cuarta se apuesta más tranqui y el Primera van con todo. Aquí en la ciudad no están haciendo jugar a la cuarta, juega la Primera más que nada. Además, se cambia de rivales todos los fines de semana, se trata de no repetir seguido para evitar que haya pica”.

“Hay algunos equipos que ya se sabe que apuestan fuertes y siempre ponen una base alta, hay otros que juegan por menos. Va cambiando todo. Los jugadores también van cambiando mucho, yo juego siempre para los mismos y tenemos un plantel fijo ya”.

La pandemia suspendió a las actividades deportivas, y los futbolistas tucumanos, muchos de ellos precarizados laboralmente, han encontrado una alternativa para ganar algo de dinero: “Los jugadores de la Liga cobran poco y mal y hay muchos que en estos meses no cobraron nada. Casi todos tiene otros laburos. Estos partidos le son muy útiles para poder ganarse unos pesos”.

Como en el fútbol profesional, aquí también los jugadores tienen diferentes cotizaciones: “Cada uno arregla por lo suyo. Los pagos van desde los 1000 a los 5000. Algunos cobran por jugar, otros solo si se gana, hay algunas veces que se ofrecen premios extras por gol. Hay algunos chicos que apuestan también. Pero la mayoría trata de evitar ese y que los jugadores ganemos lo que nos pagan y nada más”, revela Roberto que prefiere no contar cuánto gana él, que también admite que el dinero no es la única recompensa: “En un parate tan largo, esto nos sirvió para mantener el ritmo y al haber muchos futbolistas y ex futbolista jugando, el nivel de la competencia es alto, hay exigencia y eso también nos sirve”. 

El lunes, eltucumano.com contó la historia de una batalla campal en un partido de la cancha Los Sosa. Roberto comenta que es común vivir situaciones así: “No es algo que pase siempre, por suerte no viví tantas, pero si es algo que pasa de vez en cuando y que todos sabemos que puede pasar. Los que organizan siempre tratan de que no se arme el quilombo, pero a veces se les va de las manos. Nosotros siempre tratamos de jugar contra equipos tranquilos. Porque también hay algunos barrios que siempre tienen problemas y con ellos evitamos competir”. 

Justamente la tarde del penal, Roberto tuvo miedo, había mucha plata en juego y la pelota pesaba tanto que pensó sus piernas temblorosas no iban a tener fuerza para impulsarla: “Si erraba me mataban los míos, si metía me mataban los otros”, dice riéndose y continúa: “La verdad que tenía el apoyo de mi equipo, pero éramos visitantes y ellos se habían portado bien, pero uno nunca sabe”. 

Roberto estuvo mil veces a 12 pasos del arco. Su buena pegada fue una garantía toda su vida, pocas veces había fallado un penal, pero esta vez era diferente, se lo percibía en el ambiente. Sintió el pitazo, los primeros dos pasos fueron lentos, tímidos, después aceleró. Para el cuarto paso se había olvidado de todo y de todos. Bajo la mirada y la vio ahí, quietita y hermosa como siempre, blanca, inmaculada.

Levantó la vista una milésima de segundos antes de que su pie toque la pelota, ahí lo vio clarito: el gordito había dado el paso en falso, había inclinado su cuerpo hacia la derecha, ya tenía una rodilla doblada de forma irreversible. El arco se había vuelto a agrandar y el gordito a achicar. Volvió a sentirse ese crack que fue toda la vida y con la maestría que lleva en los genes, la tocó suavecita al otro palo, las piernas ya estaban firmes de nuevo. No vio la pelota tocar la red, no le hizo falta, ya había salido festejando hacia la mitad de la cancha, sus compañeros venían a abrazarlo. Había demostrado otra vez porqué vale la pena seguirlo contratando.

“Ahora el miedo era por qué nos sabíamos cómo salir con la guita”, dice riéndose, aunque admite que más allá de alguna “demora”, ellos fueron unos caballeros y cumplieron con el trato. No siempre los finales son tan felices, pero esa ya es otra historia, lo cierto es que Roberto había metido el penal más caro del mundo, el resto ya no importa.