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En la piel de Natasha, de prostituta a trabajadora sexual virtual

Historias de acá

Tiene 29 años y pasó de la prostitución autogestiva a vender contenidos eróticos en las redes. Reivindica a las putas, reclama derechos y critica a un sector del feminismo que no incluye a las trabajadoras sexuales: “Me pajeo, me grabo y lucro con eso. Hay gente que tiene hasta la paja clandestina”.

Natasha y su erotismo 2.0.





Hace seis años, Natasha subió sus fotos a una web que promociona acompañantes en Tucumán y ofreció por primera vez servicios sexuales. Lo hizo con mucho miedo y también vergüenza, por lo que había escuchado, el mundo de la prostitución era un universo oscuro y peligroso. Encuentros sin testigos en moteles de luces escarlata, el roce trémulo de dos cuerpos que se encuentran en la penumbra, las miradas inquisidoras de la sociedad y los prejuicios sobre un trabajo al que llaman el oficio más antiguo del mundo, pero sigue en la clandestinidad. Natasha cambió las citas por las pantallas y su historia marca una transformación que va de la prostitución al trabajo sexual y del trabajo sexual al trabajo sexual virtual. Tras años de aprendizaje y empoderamiento, para la joven hoy la palabra puta es motivo de orgullo. 

“Mis inicios fueron de forma independiente, siempre en la autogestión. Me metí sin entender mucho y sin que nadie me explique nada. Era un mundo completamente desconocido y con muchos prejuicios. Uno piensa que es un mundo muy sombrío, con gente sombría, fea, que la vas a pasar mal y te van a hacer cosas horribles. La verdad que hay de todo, gente más agradable y menos agradable. Pude establecer vínculos copados que no dejaban de ser pagos. Es mucho más que sexo”, cuenta la mujer de 29 años que nació en Salta, pero desde hace 14 años vive en Tucumán. Con el tiempo, Natasha abandonó el rótulo de prostituta por uno con el que se identifica y al que reivindica: trabajadora sexual, categoría que incluye a strippers, trabajadoras presenciales y virtuales como ella en el presente. 


En octubre pasado, Natasha dejó los encuentros personales para iniciarse como trabajadora sexual en el mundo de las redes sociales, pero no reniega de su pasado como acompañante de la vieja escuela: “Me acuerdo de ir a los hoteles del centro donde la luz era tan roja que no llegabas a divisarle la cara a la otra persona. A eso sumale esa adrenalina de no saber quién era esa persona, era una adrenalina bastante fuerte. Con la experiencia fui generando conexión con muchísimos clientes. Era importante sentirme bien yo también y en el camino dejar gente con la que no me sentía bien, aunque muchos te digan ‘¿qué mi plata no vale?’. También sé que hay compañeras que no han tenido las mismas posibilidades que yo”. La trabajadora sexual se encarga de desmitificar viejas miradas y prejuicios acerca del oficio: “No es tan fácil como lo ven desde afuera aquellos que dicen que es plata fácil, son encuentros de cuerpos, intercambios de energía. Es más complejo que sacarte la ropa, tener sexo y retirarte… Es mucho más que eso”.

“La carga social de la palabra puta es muy negativa y quitarle esa carga negativa es empoderarte. Al principio, sufría de pánico y no quería entrar a un restaurante o a un negocio por esa vergüenza que te impone la sociedad desde los mandatos. Antes decía no soy puta, hoy ya no. Cuando me liberé de eso, empecé a caminar con la cabeza erguida porque no tenía nada de malo lo que hacía. A mí me ha llevado tiempo y estaría bueno que seamos más las que digamos: sí, yo soy puta o trabajadora sexual. Es sexo consentido y un servicio por el cual nos pagan. Nosotras queremos nuestros derechos”, comenta Natasha quien desde hace cuatro años está afiliada a la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR) desde donde viene militando para que se las reconozca como trabajadoras, un derecho que el Estado les viene negando desde siempre. 

Hoy las trabajadoras sexuales siguen condenadas a la clandestinidad porque no pueden registrarse formalmente como trabajadoras y no tienen acceso a las obras sociales ni pueden jubilarse. En junio pasado, el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación había lanzado el Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (RENATEP) en el que incluía entre sus categorías a trabajadores sexuales. La noticia fue celebrada entre los trabajadores del sector como el primer paso de una reivindicación histórica. Sin embargo, grupos abolicionistas de la prostitución no tardaron en presionar y la opción fue dada de baja al día siguiente. “Con el ministro (Daniel Arroyo) coincidimos de acuerdo a nuestra legislación y los convenios internacionales que la prostitución no es trabajo. El formulario ya fue bajado”, celebró desde su cuenta de Twitter Gustavo Vera, director del Comité Ejecutivo de Lucha contra la Trata y Explotación de Personas y para la Asistencia a las Víctimas. Para los trabajadores sexuales fue un baldazo de agua fría. “Este es un tipo de trabajo que debería reglamentarse porque es una realidad que existe y va a seguir existiendo. La clandestinidad no es un buen lugar para nadie. Eso te lleva a una situación de marginalidad porque no podés justificar ni siquiera tus ingresos y no te queda otra que mentirle al sistema. Negarnos derechos es violento y fue muy doloroso escuchar en el grupo del sindicato que pasaron de la emoción al llanto. Nos dieron los derechos sólo por un rato y después nos lo quitaron”, comenta Natasha. 


Según explica la joven, como una de las pocas representantes de AMMAR en Tucumán, durante la pandemia participó de colectas para colaborar con las compañeras que trabajan en la calle y que, debido a las medidas sanitarias, no pueden salir a ejercer el oficio como lo hacían habitualmente: “Hay chicas que, si no trabajan, no comen”. Muchos clientes contribuyeron para paliar una situación que hoy es crítica para gran parte del sector. “La trata de personas existe y no lo voy a negar, pero estamos hablando de personas mayores de edad que eligen esta opción de trabajo dentro de un sistema capitalista. Yo entiendo que hay víctimas de la trata, pero no todas somos víctimas y acá hay fundaciones que no fueron a ayudar a las putas, sino que fueron contra las putas”, remarca la trabajadora sexual.

Así como las trabajadoras del rubro se sienten desamparadas por un Estado que no las reconoce como tales, según Natasha, también dentro del movimiento feminista que viene luchando por los derechos de las mujeres hay militantes que las excluyen. “Yo pensé que el feminismo era toda una hermosura, pero vi que había un feminismo que te criticaba y te degradaba por generar un dinero y capitalizarte con tu capital erótico. Dentro del movimiento hay militantes que son pro putas, pero también algunas que son muy abolicionistas y que se alteraron y la verdad, no entiendo, por qué este es un tema tan polémico. Está el lema ‘todas con las putas, nadie con la yuta’ que es de un feminismo nuevo, pero después no se acercan a las putas. Ahí veo una contradicción en el relato”, revela. 


¿A vos te parece hacer eso? ¿No tenés otras opciones? ¿Si vos tuvieras una hija te gustaría que sea puta? Esas y otras más son preguntas comunes que les suelen hacer a las prostitutas y que Natasha siente que no le hacen a otras trabajadoras como una empleada doméstica o una taxista. Para ella, el debate por la regulación del trabajo sexual, en el fondo, no es muy distinto del que se lleva adelante acerca de la legalización del aborto. De acuerdo con esta perspectiva, el no reconocimiento de la prostitución como un trabajo no lo elimina, sino que lo margina a la clandestinidad: “Siento que es un movimiento que no nos incluye por el momento y desde Tucumán se hace todo más difícil y más complicado. Muchas juzgan lo que hacemos con nuestro capital erótico y nuestros cuerpos. Así como debería poder elegir respecto a la maternidad, también debería poder elegir trabajar con mi cuerpo”. 
 
Sexo virtual: Mucho más que fotos en bolas
 
En un mundo donde todo parece haberse virtualizado a causa de la pandemia, el sexo no es la excepción y Natasha se adelantó a estos tiempos de erotismo en las pantallas. Para ella fue otra manera de indagar en la propia sexualidad y de explorar nuevas formas del trabajo sexual: “Vi que había toda una movida de venta de contenido sexual en las redes y dije voy a incursionar a ver qué onda. Empecé a vender contenidos pensando que era sacarme fotos en pelotas y después descubrí que no era así”

“Las que elegimos esta modalidad estamos trabajando con el sexo, con nuestra genitalidad, con el deseo, con la fantasía, con muchas cosas que tienen que ver con lo erótico. Empecé vendiendo algunas fotos y videos cortitos. Ahora me pajeo, me grabo y lucro con eso. Hay gente que tiene hasta la paja clandestina. La verdad es que todos nos pajeamos, ya me pajié en la intimidad y ahora es público y lo vendo. Es ese goce de que yo elijo compartir esa intimidad y además la capitalizo”, comenta Natacha que, a medida que fue incursionando en la virtualidad, también fue profesionalizándose para hacer fotos y videos de mayor calidad. Y aunque para algunos puede llegar a sonar hasta utópico masturbarse para ganarse la vida, lo concreto es que las cámaras y las redes no son para cualquiera: “Es un trabajo que es muy esclavo de la tecnología, todo el tiempo tenés que estar generando contenido y te lleva muchas horas. Es algo que requiere de bastante invención para hacerlo de manera profesional”. 


En la nueva normalidad impuesta por el coronavirus, aumentó de manera exponencial la demanda de contenidos sexuales pagos. Natasha estima que tiene un 50% más de clientes que antes de la pandemia. Un efecto parecido se ha producido también con la oferta, ya que muchas trabajadoras sexuales, incluso personas que nunca habían hecho trabajo sexual, se volcaron a esta modalidad: “Muchas dijeron no llego a fin de mes ¿qué hago? Y se metieron a la virtualidad”. La joven promociona sus servicios a través de su cuenta de Instagram y de Twitter y los contenidos pueden ser intercambios de videos y fotos en tiempo real a través de WhatsApp o de Telegram, videollamadas en vivo y videos personalizados. También hay plataformas especializadas en este tipo de contenidos que monetizan las vistas y suscripciones como OnlyFans y Celeb TV. Los valores varían de acuerdo a la extensión y al tipo de video y arrancan en alrededor de 2000 pesos. 

Los clientes pueden cumplir algunas de sus fantasías y fetiches más ocultos, siempre y cuando Natasha acceda, claro. Pueden elegir prendas, poses y prácticas donde el límite siempre es el consentimiento: “En un momento intenté realizar dominación virtual, una variable del sadomasoquismo porque hay hombres a los que les encanta ser humillados, pero intenté y no me salió, no es mi rol”. También aclara que no es sólo cuestión de vender el material, sino que es fundamental establecer un vínculo empático con los clientes.

“Me ha pasado que los clientes me digan: para eso busco porno, pongo tal cosa y me hago una paja, pero las plataformas de porno que no es casero venden algo que es ficticio. Yo banco mucho lo que es el porno casero autogestivo porque la gente tiene muy limada la cabeza con el porno industrial y se queda con esa imagen de cosas que no pasan en la vida real. En ese porno pasan cosas muy estrambóticas, pero son cosas que son sumamente ficticias y esas actrices jamás en tu puta vida te van dedicar un minuto de su atención. Esto es otra cosa porque también está como esa adrenalina del contacto con la otra persona, siempre hay una conversación previa y se genera un vínculo”, destaca la trabajadora que pasó de los encuentros en hoteles sin testigos al sexo en banda ancha. Acaso continuará siendo el oficio más antiguo del mundo, pero como el mundo mismo también cambia. Todo cambia.