Top

Quino no se murió, vive en una sanguchería tucumana

Historias de acá

En la esquina de Piedras y la Rioja está el mejor homenaje que un tucumano le pudo hacer al creador de Mafalda. La historia de cómo se cocinó la devoción familiar por el gran historietista argentino y cuál fue su reacción cuando supo que una sanguchería lleva su nombre.

La esquina tucumana donde Quino seguirá vivo por siempre.





Cuando Dimas Antonio Morin Trujillo, mejor conocido como “Nene”, tenía doce años había encontrado un rebusque para hacerse de unos pesos y comprar cohetes: buscaba radiografías viejas, las desteñía en lavandina, calcaba a los personajes de Mafalda de las revistas, los recortaba y hacía tarjetas navideñas que luego vendía entre sus vecinos de Villa Alem. Nene creció leyendo las historietas de Quino de las que era fanático también su padre, Dimas Matías, y ya más grande le hizo el mejor homenaje que a un tucumano se le podría haber ocurrido para honrar al humorista gráfico que hoy llora todo el país: una sanguchería, popular y emblemática, como la obra de Joaquín Salvador Lavado

Hoy fue un día triste para Nene. Cerca del mediodía, mientras revisaba noticias en internet, una notificación le anunció que el gran historietista Quino había partido de este mundo a los 88 años: “Casi me he muerto cuando he visto que había fallecido Joaquín. Ha sido un trago amargo, no sabía que estaba mal. Él era esa gente que vos no querés que se vaya nunca, querés que vivan más de cien años. Era un tipo que quería mucho a la Argentina”. Cuando se refiere al humorista gráfico, Dimas no lo llama por su seudónimo, sino por el nombre, como si hablara de un amigo entrañable. El tucumano nació junto con Mafalda, apenas unos meses después del debut del emblemático personaje el 29 de septiembre de 1964 en la revista Primera Plana. Y crecieron juntos, ella como una niña eterna y él como un Nene grande.

“Mi papá toda la vida compró las revistas de Quino y yo me he criado con las revistas de Mafalda que siempre estuvieron en la casa de mis viejos, también me compraban las colecciones que eran edición limitada”, comenta Nene que a los 17 años empezó a trabajar como empleado en un bar y a los 23 tuvo el primero de los suyos. En marzo de 1992, inauguró uno en la esquina de La Rioja y Piedras; un bar que todavía sigue ahí y al que en aquel entonces no dudó en nombrar como el creador de sus viñetas favoritas: Quino. La marca de la sanguchería es la firma del historietista. Según confiesa, al principio, temió que eso le generara un conflicto legal, por eso, al momento de inscribir el nombre lo hizo con la letra Q al revés, pero después, en un cambio de cartelería años atrás, los diseñadores acomodaron la letra tal como aparece en la firma del humorista gráfico. Claro, lo suyo era un homenaje honesto y cariñoso al autor, no un robo ni un plagio como esos a los que acostumbra el también historietista Nik, reconocido por ser más gato que Gaturro

En una de las visitas de Quino a Tucumán, Dimas Antonio y Dimas Matías, hijo y padre, se acercaron a conocer a su ídolo con un libro en la mano para se lo firmara. No sin cierto resquemor por cómo reaccionaría, fue el Dimas mayor quien le confesó al historietista que la sanguchería llevaba su nombre ¿Cómo reaccionó el padre de Mafalda? “Se rio y nada más”, recuerda ahora Nene. Ese día no pudo quedarse para salir en la foto en la que sí aparece su padre porque tuvo que salir a las corridas a hacerse cargo del bar. El recuerdo perdura hoy tan vivo como en aquel entonces. 

“Lo que yo pienso de Joaquín creo que es lo que piensa la mayoría: él fue un visionario, son chistes que tienen 56 años y que todavía tienen sentido en este tiempo. Es un tipo que no se ha quedado en la historia, que tiene vigencia. También es uno de los pocos que ha podido hacer chistes en la época de la dictadura, el tipo se jugó. Hoy en día agarrás cualquier selección de chistes y parecen escritos para ahora”, reflexiona Nene mientras recuerda que en el último viaje que hizo a Buenos Aires por cuestiones médicas se trajo unos afiches de Mafalda, ese personaje que lo acompañó toda la vida, tanto a él como a muchísimos argentinos que le guardan ese cariño que sólo se tiene por los recuerdos de la infancia. 


Hace siete años, meses después del fallecimiento de Dimas Matías, Erik Novello, sobrino de Nene, se hizo cargo de la sanguchería que ya se había metido en los corazones y en los estómagos de los tucumanos. Él es quien conserva el legado gastronómico de la familia y hoy, cuando nombra al historietista y al bar en ese nombre viaja también la memoria de su abuelo, el Dimas mayor: “Para mí, cada vez que lo nombre a Quino va a ser una forma de acordarme de mi abuelo. Te juro que era entrar a la casa de él y todo era Quino: los muñequitos, las historietas, los cuadros… yo lo he leído mucho también por mi abuelo que se me representaba siempre en Quino”. Dicen que lo que se hereda no se hurta y el joven de 31 años heredó el fanatismo por las historietas del creador de Mafalda: “Creo que se lo va a recordar por siempre por las verdades que decía en cada historieta. El humor que tenía Quino es un humor que no lo ves en ningún otro lado”. Claro, siempre y cuando Nik no lo replique en sus velados homenajes. 

Fiel a la impronta mafaldística, en la carta de Quino no hay sopas. Pero si sánguches de milanesa y las ya clásicas pizzas de ternera y la especial de jamón que hacen furor entre los comensales que se dan cita en esa esquina de Barrio Sur. O que, dado el contexto de la pandemia, las piden para llevar. “Acá vienen parejas con tres o cuatro hijos que dicen: ¿Te acordás que veníamos acá cuando recién estábamos saliendo?”, dice con orgullo Erik dando cuenta de ese legado familiar que, en otras de sus expresiones, también lleva la firma del historietista. Su primo, el hijo de Nene, tiene un drugstore que se llama Quino en la Buenos Aires al 400. 

La obra de Quino perdurará por siempre en la memoria de todos los argentinos que aprendimos y todavía aprendemos de la mano de esa niña sagaz que, en una esquina tucumana y desde el cartel de una sanguchería, nos invita a degustar una milanga. Y entonces sí, paren el mundo que me quiero bajar en La Rioja y Piedras.