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Ni feos ni insanos ni monstruosos: el activismo de los gordos en Tucumán

Historias de acá

Los apodos hirientes en la infancia, el bullying, la violencia médica, las dietas eternas, la falta de ropa y la gordofobia que se incrementa en plena pandemia. Cómo es vivir en una sociedad donde tu cuerpo no encaja.

Foto de Inmensidades para http://cosecharoja.org/





A María sus compañeros le decían jabalí o gorda flan y una maestra del jardín de infantes la llamaba “Chanchuqui”, edulcorando de ternura el estigma. En la adolescencia, en uno de los famosos bailes del Club de veraneantes de Tafí del Valle, un chico le tiró galletas mientras le gritaba, con sorna y violencia: comé. A pesar de que era su pasión, Romina abandonó la danza porque los profesores le dijeron que las gordas no pueden ser bailarinas. Cuando va a comprar pantalones, en los comercios del centro a Esteban suelen responderle siempre lo mismo: para vos no hay talles. Esas y otras situaciones aún peores padecen a diario las personas gordas en Tucumán, pero ahora dijeron basta y se unieron en un activismo donde los cuerpos voluminosos, gruesos, exuberantes, rollizos, grasosos adquieren una dimensión política.

Desde los siete a los 21 años, María hizo dietas, tantas que ni las recuerda. Tampoco quiere hacerlo, ese pasado está marcado por el dolor y distintas formas de violencia que soportó su cuerpo por el solo hecho de no ajustarse al estrecho corsé de los cánones de belleza: “Yo descubrí en el colegio que era gorda, por esa violencia que ejercen los niños. Yo pedí hacer dieta porque sufría el bullying en la escuela y en la parroquia a la que iba”. Siendo apenas una niña comenzó el periplo por los nutricionistas y conoció en carne propia la industria de las dietas que se volvieron cada vez más estrictas en el afán de alcanzar un ideal de cuerpo inalcanzable: “La primera nutricionista a la que fui me había sugerido que cuente cada bocado que daba, hasta ese punto ha llegado la tortura”.

Como te ven, te tratan. Y, cuando te ven gordo, te maltratan. En la adolescencia, las miradas estigmatizantes y la violencia crecieron. “Me acuerdo de violencias muy fuertes en esa etapa. Los rugbiers son una pesadilla. Me acuerdo que, cuando tenía 15 o 16 años, tenía una fiesta y estuve toda la semana viendo qué me iba a poner y decidí ir con un short. Cuando llegué un chabón me dijo: ¡cómo marca la celulitis ese short, gordita!”, recuerda una de las situaciones que se volvieron cotidianas en aquella época. Comer, esa actividad relacionada al goce y al disfrute, para ella se volvió un padecimiento: “Controlaba todos mis horarios, no tuve bulimia y anorexia, pero no me podía ocupar de otra cosa que en ser flaca. Cuando era adolescente reaccionaba desde la sumisión, bastaba que alguien me diga gorda para que me vaya al sobre. Eso me desestabilizaba bastante, me hacían sentir que era merecedora de poco”. Esa mirada de los demás sobre su cuerpo repercutía en su autoestima y en la forma en que se relacionaba con los demás.

“La familia es otro de los focos de violencia, no es una violencia intencional, sino que está naturalizada. Ningún padre está dispuesto a aceptar que su hijo se acepte como gordo porque siente que eso lo acerca al fracaso. A mi mamá le ha costado mucho entenderlo. Vengo de una familia súper conservadora y ahí sí que no está permitido ser gorda”, confiesa María. Muchas veces, los comentarios hirientes y el ensañamiento proceden de las personas más cercanas, de aquellos que insisten en que se preocupan por el bien de sus hijos, hermanos o amigos. Las personas gordas y sus cuerpos parecen siempre expuestos a la mirada de propios y ajenos que se sienten con la libertad de opinar sobre sus figuras o su salud.


Un día dejó, de una vez y para siempre, el suplicio de las dietas. Subió alrededor de veinte kilos y empezó en 2017 con el activismo gordo, por entonces, una movida demasiado incipiente en la provincia que arrancó con un par de jóvenes que se juntaban a discutir sobre cómo los afectaba la gordofobia imperante en la sociedad. Hoy María tiene 28 años y ochenta kilos, pero ya no está todo el tiempo pendiente de lo que indica la balanza: “Me di cuenta de que había miradas que ya no me contemplaban y de la violencia médica que sufrí durante tanto tiempo porque la mayoría de los médicos, apenas te ven y antes de que te hagas cualquier estudio, te dicen que tenés que bajar de peso. Lo mas valioso que me enseñó el activismo es que, sin importar cuanto pese, la existencia de mi cuerpo es valida tal y como es. Hoy siento que mi cuerpo está en su estado más natural”.

“A medida que sos más gordo, los niveles de exclusión se vuelven más altos. Hay un interés del sistema capitalista en asociar la delgadez con la salud porque el gordo no es tan productivo como un flaco en una fábrica. Hay un mensaje gordofóbico en la sociedad porque hay todo un sistema económico al que le conviene”, explica María que fue una de las pioneras del grupo Gordxstucumán donde actualmente participan de manera activa unas veinte personas y que cada vez crece más: “Recién nos estamos conociendo, por ahora, la idea es empezar a generar redes gordas, encontrarnos entre nosotros y entender que ya no estamos solos ni solas. Si hay algo asociado a la gordura es la soledad y para nosotros tener con quien compartir es fundamental”.


Los gordos no bailan

El gordo simpático, el gordo bueno, el gordo gracioso, el gordo puto. Las personas gordas parecen obligadas a ubicarse en alguno de los estereotipos que la sociedad les ofrece para poder encajar. Romina empezó a estudiar danzas en la Facultad de Artes, pero ese mundo parecía exclusivo de los cuerpos estilizados al extremo; cuerpos cuasi etéreos en su composición. Los cuerpos voluminosos, los cuerpos pesados, no tienen lugar ahí. Eso es algo que no está escrito en ninguna parte, pero que todo el tiempo los docentes se lo hacen saber a aquellos que se salen de lo que ellos consideran como la norma: “Hay códigos que se manejan, un imaginario que indica que no hay bailarines gordos y había profesores que no me dejaban aprobar una materia porque era gorda. Lo abandoné, sentía que había algo de perder el tiempo en eso y sentía también que hacía dieta para aprobar una materia sólo para seguirles el juego. Cuando dejé, lo sentí muy liberador en ese momento”.

“Soy gorda por eso siempre me exigí el doble intelectualmente para poder explotar alguna cualidad. Ser gordo es eso que está asociado a ser feo, poco sano, monstruoso… a lo que está mal. Buscaba que, de alguna manera, eso se contrarreste destacándome en otras cosas, tratando de ser la mejor. Hay un discurso de odio hacia nosotros mismos que tenemos que cambiar”, revela la mujer de 29 años.

“Serías más linda si bajaras de peso”
“Cómo vas a usar una pupera”
"Dejá los postres"
“No te pongas ese short”
“No muestres los rollitos”

Esas son frases que tanto Romina como otras mujeres se han acostumbrado a escuchar todo el tiempo: “La mujer está muy sujeta a que alguien emita comentarios sobre su cuerpo. Me parece que incluso los cuerpos más hegemónicos sufren esas críticas. Uno también se va cansando de esas cosas, del ‘te lo digo por tu bien’ y es necesario ponerles límites a los comentarios de los demás sobre nuestros cuerpos. Si no cumples con los patrones de peso, alguien en tu familia te lo va a marcar. Hay que pensar cuánto depositamos en nosotros de expectativas de los otros. Por ejemplo, yo he dejado de ir a una ginecóloga porque, antes de hacerme cualquier análisis, me dijo que tenía que bajar de peso. Eso es seguir alimentando esa gordofóbia interna y seguir poniéndose en manos de una persona a la que no le importa qué tan bien de salud estés, sino que bajés de peso”. En este punto, los patrones estéticos se confunden con los criterios de salud y, muchas veces, son los propios médicos quienes contribuyen a esa confusión: “Para ellos lo importante es que vos llegues a un canon que no tiene que ver con lo saludable, sino con lo que se ve flaco. Hay gente flaca que tiene colesterol y azúcar alta, yo no tenía ningún valor amenazante cuando empecé con las dietas”.


Después de toda una vida de dietas y pastillas, hace cinco años Romina se sometió a una cirugía bariátrica. Se trató de una experiencia muy fuerte para ella, no sólo porque debía complementar la operación con una dieta líquida estricta, sino porque tuvo que asimilar los cambios profundos en su cuerpo que comenzó a perder un kilo por día: “Después de la operación tenés que conocer desde cero tu cuerpo. Mi cuerpo ha sufrido las consecuencias, no tenía fuerza, me dormía en la facultad… ahora tengo que tomar vitaminas de por vida”. En ese proceso, perdió 35 kilos y decidió no volver a las dietas. También significó una nueva forma de relacionarse con la comida: “Ahí tomé consciencia de que estaba cansada no del peso, sino de hacer dietas. Después de bajar todo ese peso, empecé a tener otro vínculo con la comida. Antes comía a escondidas, sentía que no lo merecía. Ahí recién es donde puedo empezar a entablar un vínculo de cariño con la comida”.

Según explica, el activismo dentro del grupo no sólo sirve para compartir experiencias, sino también para compartir información acerca de cuáles son los lugares en la provincia donde se puede conseguir ropa de talles grandes o a qué médicos acudir: “Sirve para mostrar cuáles son los espacios más amigables, no solo de la ropa, sino también cuáles son los médicos que no hacen una patologización de los cuerpos. Sentimos que ya ni siquiera nos preguntan cómo nos sentimos, sino que directamente nos dicen que tenemos que bajar de peso. Hay un gran rol que cumple lo colectivo en esto y que es muy rico y que tenemos que seguirlo explotando. Eso es algo que se tiene que contagiar porque no hay tantas movidas de activismo gordo en el noroeste y son súper necesarias. Es un proceso que se va construyendo y, si se quiere, engordando”. En estos momentos, los integrantes del grupo se encuentran trabajando en la publicación de un fanzine que contribuirá a la visibilización de un activismo que crece y se hace cada vez más fuerte.


La otra pandemia: la gordofóbia

“El activismo gordo es un activismo distinto a otros. Cuando se habla de diversidad sexual, se habla de orgullo, en el activismo gordo es mucho más complejo porque el orgullo no soluciona nada. No hay en este caso una romanización de la gordura. No se trata sólo de una cuestión de autoestima porque ese es un discurso que tiene la industria de la dieta que te dice: bajá de peso y sentite bien. Hay cuestiones que tienen que ver con la construcción social de la obesidad y con el estigma hacia las personas gordas. Es difícil de explicar para quienes no lo viven”, comenta Esteban de 33 años y uno de los pioneros del grupo en Tucumán.

Para Esteban, la aversión a los cuerpos gordos va de la mano de la industria de la dieta; una industria que tiene mucha presencia y legitimación en los medios de comunicación. Uno de los ejemplos más claros de esto fue la popularidad que alcanzó el programa de televisión “Cuestión de peso”, el formato de reality show donde los participantes compiten para bajar de peso que comenzó a emitirse en Argentina en 2008: “La gordura no es una enfermedad y no es un programa el lugar donde encontrarle la cura. Ese fue como un laboratorio donde la industria de la dieta ganaba plata, un reality donde se jugaba con la extrema vulnerabilidad y el manejo psicológico de los participantes. Una cosa es pensar la calidad de vida y otra una cultura impuesta que no tiene nada que ver con la salud y sí con el mercado”. De hecho, según recuerda, el nutricionista Alberto Cormillot, una de las figuras del ciclo, cuenta con su propia marca de productos de dietéticos.

Las personas con sobrepeso sufren de distintos tipos de discriminación que se refleja no sólo en el maltrato, sino también en la posibilidad de conseguir trabajo. Todavía es bastante común encontrar avisos clasificados en los que se requiere a los postulantes buena presencia, aunque el mensaje implícito en este tipo de publicaciones es que no se admiten gordos en el puesto. En el caso de Esteban, su tamaño corporal lo ha enfrentado muchas veces a la imposibilidad de conseguir vestimenta de su talle: “Donde más lo he sufrido es en la falta de acceso a la ropa. Siempre la respuesta es: para vos no hay talle. Esa es una forma de mostrar que el cuerpo no encaja. Me preguntaba qué pasa que no me puedo comprar ropa acorde a mi edad. Porque hay cierta ropa diseñada para cuerpos gordos que son ropas muy estándar. Después me di cuenta que no era sólo a mí que me pasaba, sino a un montón de gente”.  


El 20 de noviembre del año pasado se sancionó en Argentina la ley que crea un sistema único de talles de ropa en todo el país que permitirá salir de la escala de talles utilizada hasta ahora. La ley establece un sistema único de talles que se llama SUNITI (Sistema Único Normalizado de Identificación de Talles de Indumentaria) con medidas corporales estandarizadas para confeccionar y comercializar indumentaria destinada a la población a partir de los 12 años. La implementación de la ley teniendo en cuenta las diferencias regionales es una de las luchas del activismo gordo en Tucumán: “Todavía está pendiente la ley de talles en la que se debe tener en cuenta las corporalidades de las distintas regiones del país. La industria de la moda diseña cosas que para nuestra región son grandes. Si te fijás, acá siempre hay que cortar el ruedo y doblar los pantalones. Eso tiene que ver con que no está pensado para la región. Se piensa a la moda como un negocio y no como el derecho a la vestimenta”.

“Somos una provincia que sigue modas y que niega la diversidad en muchos sentidos. Cuando pienso en cómo somos los tucumanos, pienso en cuerpos gordos, marrones, comiendo empanadas… pero, cuando los tucumanos pensamos en nosotros, vamos a otros modelos que se alejan de eso. Ese modelo está vinculado a un ideal de belleza que no representa a nuestra región ni a nuestra identidad. Cuando pensamos en las promotoras de la Expo, en los conductores de televisión, siempre hay que buscar gente blanca y flaca para mantener ese ideal de belleza. En Tucumán tenemos eso incorporado”, comenta el activista.

Si los discursos gordofóbicos ya tenían una gran presencia en nuestra sociedad, la llegada de la pandemia de coronavirus no hizo más que acentuarlos. Según explica Esteban, en el ámbito de la salud se ha impuesto el índice de masa corporal como una cuestión natural, pero este índice no tiene en cuenta que, a lo largo de la historia de la humidad, la conformación de los cuerpos ha ido cambiando. Con la implementación de la cuarentena y el aislamiento social, en los medios de comunicación y en las redes sociales se puso el foco en cómo iban a engordar los cuerpos durante la reclusión, como si esa fuera una amenaza tan peligrosa como la circulación del virus: “En plena pandemia hay mucha gente que está pasando hambre. Sin embargo, hubo mucha cobertura mediática sobre la gente que engorda en cuarentena. Hay que entender que un cuerpo flaco, un cuerpo fitness, no es sinónimo de cuerpo saludable. Me parece que este es el momento de discutir cómo hacemos para que todas las personas tengan acceso a una alimentación saludable”.