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Uladislao, el tucumano que protagonizó la historia de amor más trágica de América

HISTORIAS DE ACÁ

Hace 172 años el romance del joven sacerdote Uladislao Gutiérrez y Camila O’ Gorman desafió por igual a la hipocresía de la aristocracia porteña, de la Iglesia, del periodismo y del “todopoderoso” Juan Manuel de Rosas, quien ordenó la ejecución de la pareja aun sabiendo del embarazo de la joven.

El drama entre Uladislao y Camila fue llevado al cine en 1984, tuvo más de dos millones de espectadores y fue candidata al Oscar.





-Uladislao, ¿estás ahí?
-A tu lado, Camila.

Es 18 de agosto de 1848 un joven cura tucumano y su amante porteña están a punto de ser fusilados por orden del hombre más poderoso del momento. Sus crímenes formalmente tipificados: el de seducción de doncella, contra él, y el de unión sacrílega contra los dos. Su crimen real: vivir su amor a pesar de las rígidas normas, civiles, sociales y eclesiásticas de la época.

El chasqui que debía entregar una carta a Manuelita de Rosas, hija del brigadier Juan Manuel de Rosas, logra cubrir en una hora al galope el trecho entre la cárcel de Santos Lugares y la casona del máximo representante de la Confederación Argentina ubicada en Palermo. Allí, la misiva de Antonino Reyes, temido edecán de Rosas y su ejército conocido como la mazorca, debe lograr que Manuelita intercediera ante su padre para evitar el fusilamiento de su amiga del alma que está embarazada de un cura tucumano del que está profundamente enamorada.

Sin embargo, la súplica fue entregada directamente a Rosas. “No puedo permitir ni tolerar que falten a la autoridad, se rían de ella, la ridiculicen… Los he de encontrar, aunque se oculten bajo la tierra… los de he de hacer fusilar”, se había juramentado Rosas -el “Restaurador de las Leyes e Instituciones”- en vísperas de la Navidad de 1847 cuando la huida de los amantes escandalizaba por igual a la sociedad porteña, la prensa unitaria y la Iglesia.

Por eso, en el frío amanecer del viernes 18 agosto de 1848, milicias se agolpan a las puertas del Cuartel de Santos Lugares. Vienen con un ultimátum de Rosas para Antonio Reyes, el comandante del Fortín: o cumple con la orden de su jefe o será pasado a degüello. En la Argentina de ese entonces, el patriarcado asume un formato agudo, binario y sin posibilidades de revisión.

Dos es Uno
Ella lleva algunas horas con unos grilletes livianos forrados con “orillo” y armados ad hoc por el mayor Vicente Torcida.

Ella declaró ante sus captores que no se arrepiente de su amor y que tiene la conciencia tranquila. 

Ella es María Camila O’Gorman, de 23 años, bella y aristocráticamente porteña. Nacida el 9 de julio de 1825 en el seno de una reconocida familia porteña adscrita al Partido Federal y de ascendencia irlandesa.

Ella, al decir de Berutti, es "muy hermosa de cara y de cuerpo, muy blanca, graciosa y hábil pues tocaba el piano y cantaba embelesando a los que la oían". 

“Artista y soñadora, dada a lecturas de esas que estimulan la ilusión hasta el devaneo, pero que no instruyen la razón y el sentimiento para la lucha por la vida; y librada a los impulsos de cierta independencia enérgica y desdeñosa, había llegado a creer que era demasiado estrecho el círculo fijado a las jóvenes de su época, y no menos ridículos los escrúpulos de la costumbre y las imposiciones de la moda. Continuamente se la veía dirigirse sola desde su casa a recorrer las librerías de Ibarra, La Merced o de la Independencia, en busca de libros que devoraba con ansias de sensaciones; a visitar a sus amigas, sobre quienes primaba por la elegancia con que se ataviaba con arreglo a su gusto especial; al almacén de Amelog (hoy Cornú) o al de Guión, en busca de las últimas partituras o scherzos, que cantaba al piano con voz impregnada de sentimentalismo, como si llamase con estas armonías a las armonías que vibraban gratísimas en el fondo de su alma enamorada”, la describe Adolfo Saldías, el primer historiador del revisionismo.

Ella ahora lleva en su vientre un hijo de él.

Él es Uladislao Gutiérrez. "Un joven de pelo negro y ensortijado, cutis moreno y mirada viva, modales delicados y un conjunto simpático". Decían que era "juicioso y lleno de aptitudes" y venía a Buenos Aires para seguir la carrera eclesiástica. Ordenado sacerdote a los veinticuatro años, fue designado párroco en la iglesia del Socorro. Nacido en Tucumán en 1823, Uladislao es sobrino del General federal Celedonio Gutiérrez, gobernador de la provincia y aliado de Rosas.

Uladislao fue criado en la estancia familiar de San Ignacio de Acapianta, en el sur tucumano, entre el río Medinas por el norte y el río Chico en opuesta dirección. El propio joven recuerda en el momento de su detención que contribuyó con “la santa causa Nacional de la Federación” empuñando su arma en la defensa de Tucumán contra el “caudillo salvaje unitario conocido con el nombre vulgar Chacho (Peñaloza)” cuando éste invadió Tucumán y fue vencido en julio de 1842 en la localidad de El Manantial.

La Virgen de la Pasión en Perpetuo Socorro
La parroquia que conducía el jesuita tucumano está ubicada en Juncal y Socorro (hoy Suipacha).
 
A mediados del siglo XIX la iglesia “era una pequeña y modesta construcción que tenía 5,84 mts de frente por 15,53 mts de fondo y una sola nave con campanario en su frente”. Estaba dedicada a la Virgen del Perpetuo Socorro, la Madre de Dios de la Pasión, una advocación mariana en la que el Niño Jesús calza sandalias, pero una está suelta a punto de caer. Allí, y ante la virgen, Camila y Uladislao son presentados por Eduardo O’Gorman, hermano de la joven y compañero en la carrera sacerdotal.

Bajo esa advocación, Enrique Molina poetiza el flechazo entre los jóvenes: “Su silueta se recortó en negro sobre el nácar del altar, de espaldas a los fieles. Giró lentamente y, ya de frente, imprimió un extraño balanceo al incensario que colgaba al extremo de una cadena. De pronto quedó inmóvil. Acababa de ver, por primera vez, a Camila, de rodillas en su reclinatorio. Tenía los ojos fijos en él, muy abiertos, con una expresión de éxtasis y terror, pues en ese instante él desaparecía convertido en una visión: desde el fondo de una larga alameda ambos llegaban a toda carrera, tomados de la mano. Gutiérrez iba un poco adelante. Camila no cesaba de mirarlo, con la boca entreabierta, balbuceaba casi sin sentido una plegaria entrecortada. Él, a su vez, la contemplaba con una expresión de infinita nostalgia. Desde ese instante quedaron unidos por la predestinación”.

“El sacerdote alzó los brazos con el mismo gesto anterior de muda invocación y ejecutó los violentos saltos rituales. Jadeante, se inclinó sobre el Libro, lo besó apasionadamente, lo cubrió de- caricias, pegó la mejilla sobre las páginas. Cuando de nuevo se irguió, miró a Camila con un llamado supremo, la música se hizo ensordecedora. Con lentitud, .su mano comenzó a desprender los botones de la sotana. Quizás el gesto fuera imaginario, pero ella ahora está a sus pies, se abraza a sus rodillas y él la cubre con el faldón de la sotana, en cuyas sombras la niña hundió la cabeza. Sintió contra su rostro el ardiente contacto de la piel del vientre, flotó en una zona de cálida niebla, sintió una orquesta que ejecutaba una sinfonía misteriosa en un bosque de algas enormes, en el fondo del mar”.

Camila y Uladislao se enamoraron. El discurso de la iglesia y la culpa invade con fuerza el cuerpo y el alma de Uladislao que ha jurado dar su vida por el Señor y ha hecho los votos de celibato.

En la novela de Molina este conflicto tan humano es descripto poéticamente mediante la lucha del sacerdote con su sotana. La sotana ataca a Uladislao momentos antes de la huida con Camila y se envuelven en una lucha encarnizada, cruenta. El escenario se monta paulatinamente, los espectadores son los santos y las vírgenes.

La sotana primero intenta seducirlo regalándole aromas de mujer e instantes de su infancia para volver a arremeter contra él más cruelmente aún: “Casi exhausto, descargó sobre uno de los faldones un terrible hachazo. Se atacaron con una crueldad inaudita, rodaron al pie del altar, la sangre los empapaba, cerca de ellos, indiferentes, pasaban las gentes de los mercados y esos falsos feligreses que pululan en los templos. Gutiérrez se sintió morir. Con sus últimas energías le aplicó un golpe que la llenó de relámpagos, la vio arrugarse con ese ruido ahogado de los hongos cuando revientan. Despedazada sobre el suelo acabó por reducirse a un líquido que se evaporó dejando una mancha cuya vista producía una tristeza infinita. De golpe brotó uña llamarada y todo terminó. Entonces Gutiérrez se calzó unas botas, tomó un poncho, una pistola, el cuchillo, y salió. Camila se lanzó a sus brazos”. Uladislao es ahora libre para vestir otros trajes y para amar a una mujer. 

Huida, persecución e hipocresía
Camila no podía imaginarse la vida sin él, pero tampoco estaba dispuesta a ser "la barragana del cura". Empezaron a concebir la idea de huir de Buenos Aires y cambiar de identidad para poder vivir casados ante Dios y ante los hombres. Poco a poco fueron forjando el plan: llevarían algo de ropa, lo que pudieran juntar de plata y dos caballos. Irían hacia Luján, de allí pasarían a Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. El destino final, si todo andaba bien, sería Río de Janeiro. Al pasar a Santa Fe fingirían haber perdido los pasaportes y pedirían otros con nombres falsos.

El 12 de diciembre de 1847 fue el día elegido para la fuga.

Al llegar a Luján, en una enramada que les había proporcionado el mesero y bajo la noche refulgente de estrellas, los amantes tuvieron su momento de felicidad: Tomaron un baño en el río, como símbolo del nacimiento, de la nueva vida y el bautismo. La sociedad no les permitió amarse siendo Camila y Uladislao, entonces ellos pactarán llamarse de otro modo. Aparentemente usaron primero los nombres de José y Florentina pero el primero de febrero de 1848 adquirieron pasaportes con los nombres de Valentina Desan y Máximo Brandier. Con estos nombres, y sin más dinero en sus bolsillos, se instalaron en Goya - Corrientes- donde fundaron la primera escuela del lugar.

Pasados diez días de la huida de los amantes, Adolfo O’Gorman –padre de Camila, patriarca federal de estrechos vínculos con Rosas y sospechado de ser espía británico - denunció el hecho al gobernador como "el acto más atroz y nunca oído en el país".

El 21 de diciembre de 1847, Rosas recibe una epístola de O´Gorman en la que asegura que “(…) me fue avisado a la Matanza (donde resido) que había desaparecido mi hija menor [...] y he sabido que un clérigo tucumano llamado Uladislao Gutiérrez, la había seducido bajo la capa de la religión, y la ha robado abandonando el curato el 12 del presente, haciendo entender la víspera que debía ir a Quilmes. Exmo. señor, por los preparativos que ha hecho se dirige tierra adentro, y no dudo pase a Bolivia, si le es posible, pues la herida que este acto ha hecho es mortal para mi desgraciada familia, el clero en general, por consiguiente, no se creerá seguro en la República Argentina. Así señor, suplico a V.E. dé orden para que se libren requisitorias a todos los rumbos para precaver que esta infeliz se vea reducida a la desesperación y conociéndose perdida, se precipite en la infamia".

Los deseos y ambiciones del pater son más fuertes que el amor por su hija porque representan una relación de pertenencia: Camila pertenece a su padre y éste luchará para que su “crimen atroz” sea castigado con la mayor severidad. La Ley exige un castigo nuevo para restablecer el orden. Camila está en camino a ser la primera mujer que recibe el castigo del fusilamiento en Argentina.

“Todas las primeras personas del clero me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen, y la urgente necesidad de un ejemplar castigo, para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos”, recuerda Rosas en Londres días antes de su muerte.

Rosas recibe carta del Doctor Miguel García, quien además de haber ejercido como párroco junto a Gutiérrez en El Socorro, es también vicario general de la diócesis, provisor del obispado y diputado en la legislatura. Por sus cargos y posición, García es uno de los allegados al canónigo más influyente en el caso de O’Gorman, Felipe Elortondo y Palacio, y desde 1842 colabora con el “Restaurador de las leyes”: “(…) el suceso es horrendo; y tiene penetrada mi alma de más acerbo sentimiento. Yo veo en él establecida la ruina y deshonor no sólo del que lo ha cometido, sino también de la familia a que la joven pertenece; pero lo más lamentable es la infamia y vilipendio que trae aparejado para el estado eclesiástico. Sólo V.E. con su discreción y sabiduría es capaz de atenuar su resultado, haciendo menos estrepitoso y trascendental el público. Por el amor que V.E. tiene a la Religión, y por el interés que ha mostrado siempre por el decoro de sus Ministros; yo le ruego quiera ocuparse de esta desgraciada ocurrencia, dignándose adoptar las medidas que estime convenientes, para averiguar el paradero de aquellos dos inconsiderados jóvenes; pero del modo más oportuno para que su atentado tenga la menos posible trascendencia. Por el amor de la Iglesia y de la clase sacerdotal”.

Al mismo tiempo, el 24 de diciembre de 1847 el Obispo Diocesano Dr. Mariano Medrano le escribe a Rosas pidiéndole que "en cualquier punto que los encuentren a estos miserables, desgraciados infelices, sean aprehendidos y traídos, para que, procediendo en justicia, sean reprendidos por tan enorme y escandaloso procedimiento".

Los enemigos de Rosas aprovecharon el escándalo para avivar el fuego de sus diatribas. La lucha facciosa entre unitarios y federales se traslada al plano periodístico: las publicaciones de Alsina encontraban su respuesta en La Gaceta Mercantil, publicación que surgía del estado federal y sus intereses. 

Valentín Alsina desde el diario unitario El Comercio del Plata agita a la opinión pública, atribuyendo el caso de Gutiérrez y Camila a la descomposición moral de la sociedad porteña bajo el federalismo rosista. Decía el 5 de enero de 1848: “Hace unos 20 días que el Cura párroco del Socorro, Gutiérrez, se robó una joven hija de familia conocida, y aunque avisaron al Gobernador en Palermo y éste a la Policía, el hecho es que nadie sabe qué rumbo lleva, ni ella ni el buen eclesiástico. El Canónigo Palacios está furioso, no con el rapto, sino con la fuga porque días antes había prestado al Cura Gutiérrez unas onzas de oro. La familia a quien aquel criminal [Gutiérrez] ha hundido en deshonor y en amargura, pertenece a la Parroquia confiada a tan indigno Párroco. La joven que se dejó seducir por el infame, manifestaba deseos de tomar el hábito de monja. La noche de Navidad, después de haber estado cantando en la Iglesia, desapareció con el raptor. Este completó su villanía, según se nos asegura, robándose las alhajas del Templo. ¿Hay en la tierra castigo bastante severo para el hombre que así procede con una mujer cuyo deshonor no puede reparar casándose con ella?”.

Desde Chile, se suma Sarmiento, quien en El Mercurio se desgarraba las vestiduras: “Ha llegado a tal extremo la horrible corrupción de las costumbres bajo la tiranía espantosa del Calígula del Plata, que los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen con las niñas de la mejor sociedad, sin que el infame sátrapa adopte medida alguna contra esas monstruosas inmoralidades”.

Mientras tanto, la cuñada de Rosas, María Josefa Ezcurra (1785-1856), culpa a la familia O’Gorman de lo acontecido y, además, condena la conducta acusatoria de Adolfo O’Gorman.

“Mi querido hermano Juan Manuel: Esta se dirige a pedirte el favor de Camila. Esta desgraciada, es cierto, ha cometido un crimen gravísimo contra Dios y la sociedad. Pero debes recordar que es una mujer y ha sido inducida por quien sabe más que ella en el mal camino. El gran descuido de su familia al permitirle esas relaciones, tiene muchísima parte en lo sucedido; ahora se desentienden de ella.   Si quieres que entre recluida en la Santa Casa de Ejercicios yo hablaré con doña Rufina Díaz y estoy segura que se hará cargo de ella y no se escapará de allí. Con mejores advertencias y ejemplos virtuosos, entrará en sí y enmendará sus yerros, ya que los ha cometido por causa de quien debía ser un remedio para no hacerlos”, señala María Josefa.

Rosas no responde a ninguna de las cartas que le habían sido enviadas sino hasta el 17 de enero de 1848, cuando se dirige a Miguel García en una extensa carta en la cual reconoce haber recibido las correspondencias iniciales del caso e indica que “[...] es de deplorarse hubiesen corrido días sin dirigirse al Gobierno un aviso oficial del inaudito escándalo que había tenido lugar, en lo que presumo ha mediado algún descuido por parte de las autoridades eclesiásticas subalternas”.

Azuzado por sus enemigos y mal aconsejado por sus asesores, el Gobernador Bonaerense ordena la caza de los amantes y libra orden de captura a todas las provincias en los que fueron tratados de bandidos y criminales. Los jurisconsultos de Rosas eran: Dalmacio Vélez Sársfield, Baldomero García, Lorenzo Torres y Eduardo Lahitte. Salvo éste último, que fue contrario a la pena de muerte, los otros, especialmente Vélez Sársfield, opinaron con transcripción de la Ley III, Título XX de la Partida 7: "Robando algún hombre, mujer viuda de buena fama o doncella o casada (...) si le fuere probado en juicio, debe morir por ende". Habían olvidado que no hubo fuerza, porque el amor fue mutuo, y olvidaron una disposición (Ley XI, Título XXXII) que establecía inmunidad para la embarazada.


La Captura y el fusilamiento


Camila y Uladislao pudieron vivir cuatro meses en una relativa felicidad, olvidando la persecución de que eran objeto. Aunque hay versiones disímiles, todas concuerdan en que el 16 de junio de 1848 un sacerdote irlandés, Miguel Gannon, que conocía a Gutiérrez los delató ante el comandante de Goya.

Tomados por sorpresa, sólo atinaron a negar su verdadera identidad. La noticia voló y al día siguiente, por orden del gobernador Benjamín Virasoro, los dos maestros fueron puestos prisioneros e incomunicados. El 20 de Julio Son sumariados y trasladados al cuartel de Santos Lugares. 

Fusilamiento para tres
Luego del ultimátum de Rosas a su edecán, Aquel 18 de agosto de 1848, y sin ningún otro trámite, Reyes informa a Gutiérrez y a Camila de su inminente ejecución y encarga al Mayor Don Marcos Rubio, el Mayor Torcida y el capitán Don José Gordillo que den cumplimiento a la orden de fusilamiento. Reyes recuenta el episodio en su “Vindicación y memorias de don Antonino Reyes”, de Manuel Bilbao:

Acercábase la hora de marchar al patíbulo, cuando Gutiérrez hizo llamar a Reyes a su calabozo. En el acto se le presentó. El ex-cura estaba sentado en el catre, vestido de levita y pantalón negro, y se puso de pie al verle entrar extendiéndole la mano y dándole las gracias por las atenciones que le había dispensado en la prisión.

En seguida, con una animación extraordinaria en la mirada, le dijo: 

—Le he llamado para pedir a usted el servicio de que me diga si Camila va a tener igual suerte que yo.
Reyes guardó silencio. Entonces Gutiérrez le tomó la mano e insistió, rogándole que le respondiese.

— ¿Para qué quiere usted saber de mis labios la suerte de esa desgraciada? le contestó. Olvídese de todo y piense en usted que los momentos que pasan no debe perderlos.

Gutiérrez no desistió. Es un servicio el que pedía, volvió a decirle, para morir tranquilo; pues que era hombre y tenía sobrado valor para afrontar la muerte. Efectivamente, el hombre estaba entero y sereno. A esta tercera súplica Reyes le respondió con la voz apagada:
—Prepárese usted a oír lo más terrible. Camila va a morir también. Gutiérrez mostró cierta satisfacción al oír esas palabras, pronunciando con voz fuerte: gracias.

En seguida le suplicó pusiera en manos de Camila un papelito. Sacó de la gorra de pieles que llevaba un lápiz y escribió: “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra, unidos, nos uniremos en el cielo, ante Dios. Te perdona… y te abraza, tu M. Gutiérrez”.

Pocos minutos después, Camila y Ladislao fueron sa­cados de sus celdas, con los ojos cubiertos por un grue­so pañuelo.

Próximos al lugar, pegados a uno de los muros, en la sombra, pero alcanzando a ver la escena, se hallaban los padres de Camila, sus hermanas y hermanos y el Obispo.

Los encargados de llevarlos al suplicio, para que no se sintiesen el uno al otro, acomodaron a cada uno de los reos en una silla, la cual, suspendida a pulso por dos hombres, facilitaba la marcha y les ahorraba sufrimientos. En el patio que queda al este de la cárcel de Santos Lugares, rodeado entonces de un muro, allí, en el último de sus extremos se encontraban los banquillos.

Ya con la venda sobre los ojos y ocupando sus sillas frente al pelotón de fusilamiento, Uladislao y Camila se despidieron en voz baja y se juraron amor eterno. 

Antes del fin, el presbítero Castellanos, encargado de brindar a Camila los últimos auxilios, le dio a beber agua bendita a Camila como forma de bautizar al niño que llevaba en el vientre. 

Mientras los soldados los ataban nerviosamente a los banquillos, Camila y Gutiérrez pudieron hablarse y despedirse, hasta que este último comenzó a gritar: "Asesínenme a mí sin juicio, pero no a ella, y en ese estado ¡miserables...!".
Sus palabras fueron acalladas por el capitán Gordillo, que mandó redoblar los tambores e hizo la señal de fuego. Cuatro balas terminaron con su vida.

Después, se oyeron tres descargas y Camila, herida, se agitó con violencia. Su cuerpo cayó del banquillo y una mano quedó señalando al cielo.

El padre Castellanos se había desmayado mientras Camila se debatía en un charco de sangre y Santiago Branizán, el encargado del pelotón, ordenó una nueva descarga directa al corazón.

El tucumano Uladislao y Camila fueron enterrados en un mismo y ancho cajón de madera de pino que fue llevado a la capilla, hoy iglesia del pueblo de San Martín, en donde el sacerdote Castellanos designó una nueva fosa sobre la cual colocó una baldosa verde. 

-Uladislao, ¿estás ahí?
-A tu lado, Camila.







Fuentes:

Camila O’Gorman: realidad y mito en el imaginario cultural argentino (1847-1884) - Valentina Iturbe

Archivo General de la Nación Argentina

Una sombra donde sueña Camila. O'Gorman. - Enrique Molina

MUSEO HISTÓRICO NACIONAL

Morir por la Patria. Los asesinatos en la época de Rosas. - Bajarlía, Juan Jacobo.

Vindicación Y Memorias De Don Antonio Reyes - Manuel Bilbao