Top

La historia del Gaucho Lalo y la Irma, amor y folklore en las peatonales de Tucumán

HISTORIAS DE ACÁ

Llega todos los días al centro en remis desde San Cayetano y no hay pandemia que frene el zapateo y el coqueteo eterno con su compañera desde hace 20 años: "Se siente muy bien llevarle alegría a la gente más en estos momentos tan especiales, ¿no?” El video imperdible en esta nota.

Irma y Lalo, amor salvaje.





Cuenta la leyenda que llegaba el viernes al mediodía y Eduardo Albornoz ya se preparaba. La casa o edificio que estuviera haciendo con sus manos se detenía por un tiempo y él arrancaba a frotarse las manos. Con esas mismas manos, él y sus compañeros arrancaban las tablas de madera de los cajones de frutas y verduras, amontonaban el carbón, empezaba a chispear el fuego y subían el volumen de la radio: 


Te llevé sin preguntarte ni tu nombre 

con mi brazo encadenado en tu cintura 

asalté tu intimidad y tu ternura 

para amar sin más razones que el amor 


Tempranero como él solo, llegaba el sábado y ya Eduardo Albornoz dejaba la ropa del trabajo y se transformaba en uno de los personajes más conocidos de Tucumán: “Ya todos me conocían como el Gaucho Lalo. Me iba a las ferias, era local en lo de Galván, en el Alto de La Lechuza, en la puerta del Mercado, en todos lados”.


Cuando el Gaucho Lalo habla con el tucumano, vestido con sus botas color ladrillo, agitado por el primer zapateo del mediodía, secándose el cuello con el pañuelo de tela de mil bailes, de pie lo mira ella, la compañera, la dama de jogging bordó y banderita bordada de Estados Unidos descolocada ante tanto fervor patrio, ante tanta zamba, tanta chacarera, ante la voz del Chaqueño que sale del parlante como en aquellos fines de semana de manos a la obra.


Nos besamos sin decir una palabra 

fuimos cómplices callados del verano 

y mis manos temblorosas se quemaron 

seducidas por el fuego de tu piel 


“Yo siempre dije: el trabajo dignifica. Si me mantengo en forma hasta el día de hoy es porque siempre trabajé. La construcción es lo mío. Capachero, albañil, ayudante, lo que hiciera falta. Siempre con optimismo, con energía: el baile es mi vida”, relata Lalo, mientras la compañera lo escucha orgullosa con ganas de presentarse: “Me llamo Irma Inés Ibáñez, soy su novia”.


“La Irma es mi compañera. Estamos en pareja desde hace 20 años. Es mi novia. Y desde hace cinco años le enseñé a bailar. Ella baila conmigo. Se siente muy bien llevarle alegría a la gente más en estos momentos tan especiales, ¿no?”, dice el Gaucho Lalo, quien después de cantar, toca el bombo: “Si me falta el bombo, me falta el alma”, agrega y aclara: “No puedo venir en colectivo con tantas cosas: tengo chofer privado, un amigo remisero que me mete el bombo en el baúl y el resto de las cosas. Soy una estrella, amigo”.


Pero es cuando bailan Lalo e Irma que brillan y se adueñan de toda la peatonal Mendoza y la gente les dedica una sonrisa y un aplauso. Por un momento, mientras se presumen, se conquistan, se miran, se acercan y se alejan, no hay nada más, el mundo queda reducido al baile de una pareja enamorada que espera hacer una buena recaudación para celebrarlo como Dios manda.

“Somos como dice la canción, un Amor Salvaje, caballero. Cuando terminemos de bailar, nos vamos a merendar bien rico al Mercado: café con leche, medialunas, y jugo de naranja. Nunca puede faltar el jugo de naranja”, dice el Gaucho Lalo, quien todos los días llega a la peatonal o a la plaza Independencia cuando estaba abierta para zapatear con sus botas: “Me las hizo don Lobo. Me las regaló un señor. Son las botas que todos los bailarines profesionales usan. Son las mejores de Tucumán, pero escuche, escuche...”, dice Lalo y le canta a Tucumán:


Amor salvaje 

juntos cruzamos los umbrales del pecado 

con el puñal de la pasión nos desgarramos 

sin derramar ni una gotita de dolor