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La vida del Gangui, un hombre gracioso que saltó del Mercofrut al teatro

Historias de acá

A Facundo Ponce en Tucumán todos los conocen como Gangui, el nombre de uno de los protagonistas de sus chistes. Quién es este trabajador del mercado que se abre camino en el mundo del espectáculo. Su vida, sus sueños, un éxito inesperado y el desafío al Oficial Gordillo.

El Gangui en acción. Foto de Rodrigo Luna.





Cuando terminó la secundaria, Facundo no quería seguir estudiando y Lucho Ponce, su padre, fue tajante al respecto: tenía que buscarse un laburo porque él no iba a mantener un vago. Desde los 20 años empezó una prolífica trayectoria laboral que lo llevó a cavar pozos para instalaciones eléctricas, hacer fletes, trabajar en un taller de frenos y embragues, poner su propia verdulería. Donde más tiempo estuvo fue como empleado de la cadena de artículos para el hogar Megatone. Mientras trabajó ahí, al mediodía, cuando el hambre le hacía sonar la panza, tenía por costumbre ir hasta un kiosco de la calle Mendoza al 500 donde preparaban unos sustanciosos apretados de fiambre. Tentados por ese mismo delicatesen, se congregaban en el lugar otros trabajadores de la zona céntrica. Entre ellos, un tal Miguel Martín, empleado de otra casa de artículos del hogar, la competencia. Lejos todavía de encarnar al histriónico Oficial Gordillo y de llenar las salas de los teatros, Miguel cultivaba un perfil bajo, aunque siempre algún que otro bocadillo cómico tiraba en esas tertulias improvisadas. El que no paraba de hablar cagadas durante la pausa laboral solía ser Facundo Ponce, quien nunca se imaginó un futuro como humorista. Hasta el día en que los videos de sus chistes se volvieron un fenómeno en las redes sociales. El momento en que nació El Gangui.

Cumpliendo con el estigma que condena al lunes como el peor de los días, Facundo tuvo una jornada complicada. Al camión con el que repone frutas y verduras desde el Mercofrut a las verdulerías del centro se le rompieron los frenos en pleno centro tucumano y en el horario pico de la mañana. Pero ahora, a las diez de la noche, está en una peluquería de la avenida Belgrano casi América donde le están cambiando el color al celeste verdoso que porta en el pelo, bien a lo Rodrigo Bueno. Apenas un par de semanas atrás fue platinado. “Era para ver cómo quedaba, antes estaba rubio, parecía Gokú en fase dos. Creo que ahora le van a meter un color ceniza”, dice desde el sillón el hombre de 44 años mientras la cabeza le arde por la acción del decolorante.  

- Preguntame lo que quieras, tengo una memoria del pingo. Me acuerdo hasta de mis compañeros de jardín – dice y, aunque habla enserio, suena gracioso.

En el barrio Mutual Policial, donde creció, era el que hacía bromas en la ronda de amigos de la esquina. También era el contador de chistes de las reuniones familiares. Un día, el Gallego, un vecino del barrio Los Plátanos, lo invitó a un asado para que hiciera sus gracias. Eso fue hace más de diez años atrás. Esa vez, los comensales lo aplaudieron y a él le gustó. Hasta entonces no se había imaginado como cómico, pero había probado el néctar de seducir al público: “Siempre he sido el payaso de la banda, me he acostumbrado a que se rían de mí. Desde chico, no tenía vergüenza, siempre fui el más aguerrido de los vagos para hablar cagadas. Nunca dije voy a ser humorista, se ha dado así la cosa”. 


En los asados, en las reuniones de amigos, en la fila del banco, en internet o en la radio, cuando escucha un chiste que le gusta ya no se lo olvida más. Como el protagonista del cuento de Jorge Luis Borges, es una especie de Funes el memorioso, pero de puras pelotudeces: “Yo tengo una memoria que me acuerdo de todo, te juro”. Tiene una manera de probar el impacto de los chistes que luego contará: si él se ríe, entonces los demás también lo harán. “Para mí los cuentos tienen que tener un buen remate, sorprender sobre el final. Nunca ensayo, a los cuentos hay que saberlos contar nomás. Yo hago lo que me sale y me sale así, natural”, confiesa el que parece ser su secreto. 

Como sucede con tantos otros fenómenos virales que invaden de manera intempestiva las redes sociales, A Facundo la fama le llegó sin que se lo propusiera. Fue hace como tres años, recuerda. Estaba esperando que los changarines del mercado terminen de cargar el camión y, para hacer más amena la espera, como suele hacer, se despachó con un par de chistes. No sabía que lo estaban filmando y, mucho menos, se imaginaba que ese sería el nacimiento de su alter ego, ese nombre con que todos lo saludan en las calles y lo paran para pedirle fotos y chistes: El Gangui. “Al video lo han grabado los changos del Mercofrut. El primero que circuló fue uno bien fuerte, de un tipo que está orinando a la par de otro. Después, ha sido el del gangoso, ese se ha hecho famoso. Me decían: estás en todos lados, chango. Y me empezaron a reconocer en la calle. Hasta me invitaron a Elegidos. La verdad que no sé qué va a pasar con todo esto, pero está bueno”, cuenta lo que fue el comienzo de su meteórica e inesperada carrera artística. 

“Siempre que hago un show explico que, con los chistes de gangosos, no es que uno se esté burlando de ese problema. La intención en ningún momento es burlarse de esa condición del ser humano, por eso le digo gangui, de cariño. Lo que más me pide la gente son los chistes de gangosos”, explica Facundo que, aunque se aleja de toda corrección política, no lo hace con el fin de ofender a nadie. Al igual que otros grandes contadores de chistes como Jorge Corona, El Negro Álvarez, El Flaco Pailos o Pochi Chávez; el tucumano posee un repertorio con distintas categorías de cuentos: de suegras, de infieles, de gobernados, entre tantas otras. Si le dan a elegir, él prefiere los de borrachos, pero el público insiste en solicitar los de gangosos. Como ya se quedaba sin stock de esos chistes, se vio obligado a adaptar algunos de mudos, confiesa. Por más que se esfuerce para dejar atrás al personaje, Facundo no puede  dejar de ser El Gangui. 


Así como nunca vaticinó volverse un éxito viral, tampoco imaginó lo que vino después. Con sus videos circulando por las redes sociales, comenzaron a llamarlo para animar fiestas y eso que, en principio, parecía una joda, se volvió una faceta empresarial en el mundo del entretenimiento: “Un vago de San Juan me pidió el teléfono y me llamó para que vaya a contar chistes. Ahí me han pagado el hotel, los pasajes, todo… Nunca me había subido a un escenario, más de 500 personas había. A partir de ahí me hice una cuenta en Facebook y me han empezado a llamar. Al Facebook me lo hizo mi hija porque yo cero tecnología”. Y así como se multiplicaron los shows en fiestas privadas, también llegó su primer teatro. Fue a comienzo de este año en la localidad salteña de Güemes y la repercusión del espectáculo lo sorprendió : “Salgo del teatro y estaba cagado de hambre, me iba a morfar a un bolichito del frente y me estaba esperando la gente afuera para sacarse fotos. He estado como una hora, nunca me ha pasado algo así… hasta me han regalado un sombrero y un vino artesanal”. 

Mientras seguía levantándose todos los días a las cinco de la mañana para manejar su camión cargado de frutas y verduras, Facundo Ponce comenzó a avizorar una promisoria carrera artística. Empezó a tomar clases de teatro y, junto a Sebastián Olarte, pergeñaban un espectáculo tipo teatro de revista con música, bailarinas y chistes que iba a llevar por nombre Ganguilandia. Pero en eso llegó la pandemia para bajar de un hondazo ese sueño de estrella que comenzaba a remontar vuelo: “Ya le estaba agarrando el gustito a los shows y justo ha sido lo del coronavirus. Me habían llamado para hacer tres funciones más en Salta. Ahí medio que me he bajoneado, estaba por empezar y se me ha hundido el barco. Te juro que estaba tan bajoneado que no quería contar cuentos ni nada”.
 

“Quiero profesionalizarme más con los shows. Creo que, si uno se propone algo, y si realmente lo siente de corazón, se te da. Si se llega a dar esto de los espectáculos, creo que me animaría a dejar el laburo para apostar todo a eso. La verdad que me encanta ir al mercado y cagarme de risa con los vagos de ahí. No me cuesta levantarme a las cinco porque lo disfruto al laburo. Pero si lo dejaría porque el desvelo también te hace cagar. Tengo 44 y ya estoy medio hecho aca”, confiesa Facundo que ha incursionado en las imitaciones de músicos como Rodrigo, Cerati, Fito Paez y Palito Ortega. “Hay que sacarles los gestos, la tonalidad de la voz, no es así nomás, es bien jodido el tema. Viendo cómo usan ellos la voz te va saliendo la imitación, por ejemplo, Cerati es muy nasal para cantar y, vos te vas a cagar de risa, pero, si sacás la pera, César Banana Pueyrredón te sale más parecido porque ese es galpón chico… le ha quedado afuera la carretilla”, cuenta entre carcajadas. Las risas generan una especie de onda expansiva; una onda expansiva que contagia. 

Mucho antes de convertirse en El Gangui, Facundo soñaba con una carrera en el mundo de la música. Cuando era adolescente y tenía el pelo largo como Daniel Agostini tocaba la guitarra y cantaba en la banda de cumbia “Mil noches”. También incursionó en el rock con el grupo conformado por sus primos que se llamó, primero, “Parentela” y, después, “Atlantic”. Hasta se animó a cantar Nu metal junto a los hermanos Heredia en "Kirios". Su último intento fue con una banda de cuarteto que se llama “Que no pare”. Pero entonces sobrevino el éxito como contador de chistes y apostó todo su talento a eso, aunque confiesa que uno de sus sueños es conducir un programa donde toquen bandas tucumanas. 


Facundo Ponce tiene seis hijas de entre 24 años y once meses: Eva, Abigail, Nazarena, Bárbara, Ana Paula y Olivia. Es hijo de Lucho y Eva y continúa viviendo en el barrio Mutual Policial. En las calles tucumanas, para los demás es El Gangui. Cuando lo ven, le piden fotos, chistes y que mande saludos para familiares y amigos: “Me encanta cuando me dicen: Me has cambiado el día. Eso te hace sentir que servís para algo y que podés ayudarle a la gente por mínima que sea esa ayuda. Dicen que la risa es curativa también, mientras sirva para eso, lo haría siempre”. Pero así como no todos los días Clark Kent es Superman, Facundo Ponce tampoco es El Gangui todos los días, a toda hora: “Por ahí hay momentos en que estás haciendo algo serio y te dicen que contés un cuento... por ahí te piden y estás con la cabeza en otra cosa y no podés”. Y entonces, a Facundo, el tucumano al que le gusta hacer reír a la gente, no le queda otra que vestirse de su personaje. Para hacer reír a los demás, a veces hay que tragarse las lágrimas propias. 

¿Qué pasaría si Facundo Ponce se encontraría de nuevo con Miguel Martín ahora como El Gangui y el Oficial Gordillo respectivamente? Si él tuviera que elegir, le encantaría que ese encuentro se produzca, pero esta vez arriba de un escenario. “La verdad que estaría buenísimo llegar a ese nivel, él viene desde hace muchos con esto. Creo que tenemos estilos diferentes, lo de él es stand up y lo mío contar chistes. El vago es muy bueno en lo que hace. Estaría muy buena una especie de combate de humor donde estemos los dos. No competencia, claro, sino como algo para compartir”, hace pública la invitación y se despide para volver a la tintura capilar: “Me parece que está quedando pal pingo esto che”. Y se ríe y hace reír. 

Mirá los videos del Gangui: