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"Hay que tener los huevos bien puestos para ser transexual"

Historias de acá

De la discriminación y la violencia que sufrió en Tucumán al glamour de las pasarelas europeas, Victoria Caram se ha convertido en una referente en la lucha de las mujeres trans en todo el mundo. Desde Ámsterdam Vicky habla de todo: su militancia, la prostitución, la marginación y cómo llegó al concurso de belleza transgénero más prestigioso del planeta.

Vicky, diva y militante.





A los quince años Victoria Caram todavía no era Victoria ni Vicky. No lo era para los demás que, cuando la veían, veían sólo a un adolescente afeminado. En el colegio, le decían maricón o puto como un insulto hiriente; como una forma de hacerla sentir un error, una anomalía intolerable para una institución religiosa, una desviación a los mandatos de la moral y las buenas costumbres. A esa edad, una madrugada, cuando llegó de bailar, encontró a su madre en su habitación. Tenía su diario íntimo en las manos; ese diario donde Victoria revelaba todo lo que era y todo lo que aspiraba a ser. El que había sido hasta entonces su secreto mejor guardado quedó al desnudo ante su familia. Su mamá la interpeló:

- ¿Es verdad lo que dice acá?

Si había una verdad para Vicky, estaba escrita en esas páginas. Lo que siguió fue el tono admonitorio, el “rogá que tu papá no se entere” y una respuesta contundente cargada de ese coraje que la define hasta el día de hoy: “Que sepa que yo quiero ser mujer”. Lo que vino después no fue nada fácil. Robar a escondidas las pastillas anticonceptivas por las hormonas que acompañarían la transición de su cuerpo adolescente de un metro y medio a la figura estilizada de más de un metro ochenta. Falsificar el documento para que la dejaran entrar al boliche Diva. Vender por 35 pesos el teléfono Motorola Star Tac con tapita para comprar un pasaje de colectivo hasta Córdoba porque había sido expulsada de su casa. Someterse a varias operaciones. Sufrir de frío y de hambre. Recurrir a la prostitución. Padecer la violencia policial, la marginalidad, la discriminación. Viajar al Calafate, a Mar del Plata, a Rosario, a Buenos Aires, a Milán, a Holanda. Estudiar. Militar. Bailar en las tarimas de los boliches. Ganarse un lugar en el teatro de revista de la mano de Carmen Barbieri. Desfilar en uno de los concursos de belleza más prestigiosos del mundo. Brillar, al fin y al cabo, con luz propia. Las de Victoria Caram parecen cien vidas en una sola; un periplo existencial tortuoso, atrevido y glamoroso que la llevaría a convertirse en una referente de la militancia transgénero en todo el mundo. 

“Lo primero de lo que te acusan es que somos maricones, pero hay que tener los huevos bien puestos para ser transexual. Hay que ser muy valiente para sentar a tu familia y decirle que sos trans. Es muy duro para todas y la que te diga que no, te miente. Siempre es traumático, por la familia, por el día a día… ser trans es enfrentarse a la violencia y a la agresión constante en tu rutina”, cuenta Vicky desde su casa en Ámsterdam donde vive hace cinco años y desde donde trabaja como directora ejecutiva del Miss Trans Star International, el certamen de belleza transgénero más prestigioso del mundo del que participan mujeres trans de treinta países. El mismo del que la tucumana participó en 2016 representando a todo el país como Miss Argentina. En Holanda, ha pasado la medianoche y Victoria bosteza tras una larga jornada de videoconferencias con personas de distintas latitudes, parte de sus tareas como miembro de la organización de la décima edición del evento. “Este no es un concurso de belleza más, sino que tiene como objetivo empoderar al colectivo trans, parar la transfobia y los crímenes de odio”, revela. Para ella, la militancia es a toda hora y desde siempre. 


Para llegar a este presente de visibilidad y empoderamiento, Vicky tuvo que escapar. Como sucede con muchas chicas trans de todas partes del mundo, la suya fue una migración forzada. Antes de iniciar el camino que la llevó hasta Europa, vivió un tiempo en Rosario. Ahí no tardó en convertirse en una activa militante por los derechos de las personas transgénero y en referente del Movimiento Evita: “Estudié ciencias políticas y, desde que tengo uso de razón, me dedico a los Derechos Humanos. En Rosario, yo luchaba por nuestros derechos incluso antes de que surgiera la ley de identidad de género y, cada vez que la policía accionaba contra nosotras, estaba ahí presente. Ya había mala onda conmigo. Me pasó una vez que un hombre ingresó a mi casa e intentó violarme. Mi novio logró reducirlo, pero cuando fui a la policía me detuvieron a mí. Tiempo después, llamé a la policía por una situación de violencia de género y otra vez me detuvieron y me pusieron en un calabozo lleno de malandras. Al rato, aparece una camioneta para trasladarme hasta la policía judicial. Te juro que eso fue un milagro, una cosa de película… Los policías me esperaban haciendo un túnel, como cuando te hacen capotón furioso, y tenían las pistolas agarradas. Cuando estaba entregada a Dios, aparece un taxi y se baja una mujer que era la abogada del Movimiento Evita y ella me sacó de ahí. Ese mismo día me fui a Buenos Aires y hablé con mi familia y les dije que mi situación ya no daba para más en Argentina. La verdad que no tenía ni idea qué era Ámsterdam”. Una vez ahí vivió un par de meses en un hostel y, cuando se le vencía la visa de turista, fue hasta Milán donde trabajó unos meses como bailarina en los boliches como ya lo había hecho en Tucumán en las pistas de La Boîte y Diva. “Siempre el lado artístico fue lo que me sacó las papas del horno. Hasta el día de hoy lo hago porque es lo que amo, me encanta bailar y es la excusa que tengo para mariconear”, revela con una sonrisa que le estira los labios carnosos. 

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Caram, diez vueltas a la cancha
Caram, cincuenta flexiones de brazos 
Caram, mire al sol hasta que se le pongan blancos los ojos 

Esos castigos que llevaban su apellido y las distintas formas de violencia que sufrió entonces marcaron su infancia en el colegio Boisdron: “Era horrible porque entonces yo no sabía que era gay y siempre era contra mí. Cuando un niño es afeminado no sabe que está siendo afeminado. Para mí siempre había sido normal jugar con los zapatos y con el maquillaje de mi mamá. Desde que tenía seis años, vivía en la dirección. Ya de grande, he pensado por qué… Y claro, porque era una mariposa”.  Siguió en el colegio hasta que la corrieron y tuvo que cambiarse, primero, al Nueva Concepción y, después, al Instituto JIM donde terminó la secundaria.  

“La adolescencia trans es el peor sentimiento que puede haber porque tu corazón va para un lado, tu cuerpo para otro y la cabeza para otro. No hay un punto de convergencia. Y si encima a una persona que está pasando por todo eso le decís que Dios está enojado con vos, le das bandera blanca para que se suicide. Yo me quise suicidar cuando tenía quince años, por todo eso que he vivido. En los últimos años de la secundaria ya habían empezado a decirme maricón, puto y toda esa violencia hacia mí”, confiesa la tucumana que hace poco se animó a denunciar todo lo que padeció en aquellos años: “Me ha hecho muy bien poder contar lo que viví. Me sentía culpable por ser como era, me han hecho sentir toda mi vida que yo era hija del demonio. Cuando una puede superar estos traumas de niño, recién ahí es cuando puede hablar. Yo necesitaba sacarme esa mochila de encima. Cuando empecé a ver que historias como la mía había miles, me animé. Esa es la historia de mi vida y espero que mi historia le pueda servir a alguien más para que esa persona se empodere y no se sienta sola. No quiero que a ningún niño le pase nunca más lo que yo pasé en el colegio Boisdron en Tucumán”. 

A pesar de haber sufrido la homofobia y la discriminación en el colegio, Victoria valora hoy la formación que recibió. Esa violencia institucional tampoco hizo mella en su fe. Hoy sigue siendo católica y creyente: “Soy una persona sumamente religiosa. Nosotras las trans hemos sido históricamente despojadas de la fe. La vida me ha llevado a darme cuenta de que Dios no es la religión. Dios está debajo de cualquier piedra, no en altares de oro. La gente cree que no somos religiosas porque somos prostitutas, pero las personas trans son las más religiosas que yo he conocido en mi vida. Cuando tu familia, la sociedad y el Estado te dan la espalda quedás vos y tu Dios nomás”. Después de mucho peregrinar, consiguió en Tucumán que un cura la aceptara como madrina de su sobrino: “Es uno en un millón, es muy difícil encontrar curas así. Creo que soy una privilegiada porque siempre me han pasado cosas que rozan lo sobrenatural. He nacido con una estrella aparte, pude estudiar, viajar, hablar otros idiomas… cosas que para las trans son muy difíciles”. 

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Los múltiples obstáculos que se le interpusieron en la vida no terminaron con la adolescencia. Antes de que se legislara en el país la ley de identidad de género (26.743), en la UNSTA no la aceptaban como mujer y la obligaban a rendir las materias vestida de traje y corbata. Hasta que un día decidió continuar sus estudios universitarios en Córdoba donde hizo la carrera de ciencias políticas. En esa provincia, descubrió un universo trans mucho más amplio que ese que había conocido en Tucumán, pero también estaba signado por el estigma y la marginación social: “He conocido lo que era el hambre y el frío cuando me hice trans. He rondado la prostitución porque tenía que operarme o que pagar el alquiler. Dignifico el trabajo sexual. Para mí el trabajo sexual empodera cuando es decisión propia y cuando realmente una lo tiene como una opción real. Hoy esa no es la realidad de las trans porque elegimos la prostitución porque no nos queda otra”. 


“El mundo es un lugar hostil para nosotras. Una de las razones por las que yo elegí vivir en Ámsterdam es porque acá han surgido muchas revoluciones intelectuales. La mayoría de las chicas trans acá también vive del trabajo sexual. La mayoría de la trans somos todas de afuera, las migrantes son muchas más que las holandesas, es por eso que seguimos peleando y seguimos en la lucha para lograr esa inclusión utópica. Acá recibimos apoyo de asociaciones gubernamentales y no gubernamentales. Yo hago activismo político desde que me levanto hasta que me acuesto”, explica Victoria que actualmente participa de múltiples campañas del colectivo transgénero en Europa, desde acciones para que las mujeres trans reciban sus tratamientos de hormonas, recolectar fondos para aquellas que migran desde Argentina y Sudamérica, trabajo de prevención y concientización sobre el VIH, entre otras. Una militancia constante que explica cómo fue que se ha convertido en una referente del colectivo, tanto en Argentina como en el viejo continente, y que explica también los bostezos de cansancio. Para las mujeres trans, la lucha es de todos los días, a toda hora. Victoria lo explica con datos contundentes: “Cada 21 horas una persona trans es asesinada en el mundo. En Brasil, cada 48 horas. El promedio de vida de las chicas trans es de 35 años en algunos países”. 

Según explica la activista tucumana de 37 años, en Holanda y en Europa en general, la ley de identidad de género argentina es considerada una legislación modelo: “En Ámsterdam creo que hay más empatía con las trans, no todos los países tienen leyes de identidad de género, por ejemplo, en Hungría ahora llamaron a un plebiscito para quitarles derechos a las personas transexuales. Acá, cuando participamos de congresos y encuentros se ponen de pie cuando entramos las trans argentinas porque nuestra ley es pionera. Muchos de los fundamentos de la ley de Holanda están tomados de la legislación argentina”. 


Para Victoria, en la visibilización y aceptación de las personas transgénero en todo el mundo, las redes sociales cumplen con un papel determinante: “Creo que las redes sociales cumplen hoy un rol muy importante y son la clave para el cambio de mentalidad en la sociedad. Es importante que cada vez seamos más, que la gente se acostumbre a vernos en todos lados. También la prensa tiene mucha responsabilidad en esto porque la prensa siempre se refiere a nosotras criminalizándonos. Nos estigmatizan aún más y eso después se transforma en crímenes de odio”. 

¿Qué cambió en la vida de Vicky para lograr la valoración de la que goza ahora? El primer paso en ese periplo plagado de dificultades fue conseguir la aceptación de su propia familia: “Mi realidad no es muy distinta de la que viven otras chicas trans. A mí me corrieron de mi casa porque no hay una universidad de padres. En mi caso, mi papá lo tomó divino y mi mamá, al principio, como el orto. Ahora mi mamá viene dos veces al año a visitarme y me apoya un montón”. 

De aquel niño al que discriminaban en el colegio a ser una referente de una lucha que no conoce de fronteras, de la estudiante universitaria a la que obligaban a vestirse como hombre al glamour de la modelo que deslumbra en las pasarelas europeas, el camino trazado por Vicky Caram parece una consecuencia de su propio ímpetu vital: “Creo que lo que me llevó al lugar donde estoy hoy en día fue mi educación y mi carisma. También mi lado humano, no sólo con las trans, sino con las personas que pasan hambre, con los animales… siempre fui así. Yo sigo siendo la misma persona, capaz que ahora soy más humana todavía porque, cuando la vida te golpea, eso te cambia las estructuras, te ablanda todo. Es más fácil desarrollar la empatía cuando venís de grupos marginalizados, eso te ayuda a ponerte en los zapatos de los que más sufren”