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"¡El único jabón de lavar, con perfume de tocador!": Gladis, La Mariposa detrás de las campanas

HISTORIAS DE ACÁ

Trabajó 35 años en la empresa familiar tucumana que fabricó los jabones que lavan sábanas y camisas desde hace más de un siglo. Carolina, la hija de Gladis, vuelve a la casa de Rivadavia 1651, recuerda su sonrisa, revela el gran misterio y canta el jingle que musicalizó los mediodías de la provincia: "¿Escuchó, señora? Son las 12".

Trabajadores de jabón La Mariposa. Gladis posa en la fila de abajo, con mangas a rayas, al lado del señor de bigotes. Las fotos son de su hija Carolina y de Miguel Ángel Noguera publicadas en Fotos Antiguas de Tucumán.





La abuela Juana se secaba las manos de lavandera con el repasador de siempre y prendía la radio ya anclada en LV12. Las tenía mojadas porque al alba, mientras Tucumán despertaba, ya había manguereado tanto las veredas de la calle Moreno que el agua llevaba por los adoquines de barrio Sur hasta la plazoleta Dorrego, llevándose los resabios de la noche de esa confitería bailable llamada Qué Época.


Eran los principios de los setenta y en aquella época la música toda era de Palito Ortega y la canción que sonaba en la radio de la abuela Juana y en todas las emisoras de la provincia decía así y, si tienen ganas este miércoles gris sin sol en Tucumán, pueden respirar profundo, que se infle el pecho nomás y si lo sabe cante: “Esa flor que está naciendo, ese sol que brilla más, todo eso se parece a la sonrisa de mamá”.


Es la sonrisa de la abuela Juana a su hija Gladis para despertarla porque era lunes y tenía que prepararse para ir al trabajo. Es la sonrisa de Gladis que le dejaba con un beso a su hija Carolina porque tenía que irse al trabajo. Es la sonrisa de Gladis con la que iluminaba una casa familiar de Rivadavia 1651, antigua, de ladrillos a la vista, seguida de una galería, puertas altas, una sola oficina larga y el lugar en el mundo de Gladis: cerca del escritorio de Don Rafael, el dueño de jabones La Mariposa.


“Mi mamá Gladis trabajó 35 años en La Mariposa. Entre el 69 y el 2004. Yo la conocí trabajando ahí. Ella era empleada administrativa de toda la vida. Íbamos a buscarla en el horario de salida con mi papá: podías pasar hasta el portón enorme y esperar. Pero a mí me dejaban entrar a las oficinas, saludaba a todos y ahí estaba ella, siempre con su característica principal: la sonrisa con todos los dientes, la sonrisa de mamá”, le cuenta Carolina esta tarde al diario el tucumano, en otra historia escrita en tiempos donde hay que lavarse bien las manos y si es con jabón La Mariposa, mejor.


Claro que nadie escribe como las lapiceras de La Mariposa que Don Rafael le regalaba a Carolina, quien preparaba la cartuchera y se alistaba para ir caminando hasta el Colegio Guillermina. Cuando se ponía el uniforme recién lavado, el perfume era inconfundible: “Mi abuela lavaba todo en la pileta grande del patio. Lavaba todo a mano en la pileta con las tablitas y con el jabón verde de La Mariposa. Todo se lavaba a mano en la pileta y todo se colgaba en el patio bajo el sol, toda la ropa y las sábanas colgadas en los cables con los broches de madera”.


En esa misma casa, en ese mismo patio, todo vuelve este mediodía a la memoria de Carolina mientras dialoga con el tucumano para contar la historia de La Mariposa cuyas alas sobrevuelan sobre el recuerdo de las manos de la abuela Juana, de la ropa tendida, del repasador de tela, del uniforme del Guillermina, de las camisas y el vozarrón de Don Rafael y del vestido a rayas con la sonrisa de mamá Gladis junto a los trabajadores y trabajadoras de La Mariposa, en la foto que Carolina ha compartido en las redes sociales que hasta mariposas atajan y traen al presente.


Esa foto familiar es el recuerdo de todo un pedazo de Tucumán con forma de jabón para ropa, primero, y de tocador, después. Del verde con el logo con alas, primero; del blanco en pan, después. Y es un mundo con su hora central al mediodía, la hora de lavarse las manos para comer el guiso de arroz con pollo de la abuela Juana, justo después del sonido inconfundible en miles de casas tucumanas: las campanas que suenan en la radio, la voz de un locutor alto con bigotes y anteojos, y el aviso a las abuelas y madres tucumanas de la época para recordarles: “¿Escuchó, señora? Son las 12. ¡Se lo advierte jabón La Mariposa! ¡El único jabón de lavar, con perfume de tocador!”



Es la publicidad radial emblemática de los mediodías tucumanos, la que ha pasado por distintas versiones, radios y locutores: “Era muy especial cada vez que la escuchaba en la radio. Sentía que mi mamá estaba conmigo. A mí me crió mi abuela Juana. Mis padres siempre trabajaron mucho. Mi mamá entraba a eso de las 9 y salía pasadas las 19. Recién la pude disfrutar cuando se jubiló, el último año de su vida. Pero esa publicidad era una forma de tenerla cerca: ‘Son las 12, se lo informa jabón La Mariposa’. Escuchaba eso e inflaba el pecho de orgullo: ‘¡Ahí trabaja mi mamá!’”


También había una radio en La Mariposa, pero bien bajita. Recuerda Carolina, la hija de Gladis, la mujer que trabajó 35 años en una empresa familiar que nació en el corazón del Jardín de la República, que perfumó la ropa y la piel de miles y miles de tucumanos y tucumanas, pero que curiosamente también dejaba un aroma difícil de tolerar para quienes no están acostumbrados o no son vecinos del barrio que tiene a la cancha de Atlético como templo más cercano.


No hubo, hay ni habrá rezos que puedan alterar el proceso de elaboración de los jabones La Mariposa y  la pregunta que el pueblo quiere saber, el mito que rodea a la empresa, es el que responde Carolina: “Ese olor para mí era especial, ya estaba acostumbrada a sentirlo, pero hay gente a la que no le gusta y lo entiendo. Además de la radio bajita, lo que más recuerdo es el ruido, el ruido de motores, de máquinas y el olor inconfundible un olor bastante particular, que se te impregna”.


¿Qué es es olor? Carolina lo supo una de las últimas veces que se puso el uniforme del Guillermina en la primaria, en las clásicas visitas a una fábrica, donde nuestra protagonista jugaba de local, saludaba a todos los empleados y recibía la sonrisa de mamá grande como una casa antes de iniciar el recorrido y conocer la respuesta que Tucumán espera: “Fui con el colegio y ahí supe que ese olor tan fuerte era el hueso del animal que se estaba disolviendo. Era todo un proceso, ollas grandes, disolvían al hueso, lo rayaban, y a eso lo mezclaban con perfume”.


Ese perfume, el rico, el que ha pasado de generación en generación, el que es tan necesario es en estos tiempos de lavado de manos constante, ese perfume es el que todavía se encuentra, 106 años después, en las góndolas tucumanas bajo el nombre de Jabón Argentino, pero con la esencia del mismo jabón que usaba la abuela Juana, el que llevaba Gladis a su casa de plazoleta Dorrego, siempre con la sonrisa que hoy recuerda Carolina, la sonrisa de mamá.

Raquel Gladis Bazán de Bravo, 35 años en La Mariposa.

Gladis y su hija Carolina.

La abuela Juana y Nicolás, su bisnieto.