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Cuando Tucumán fue la provincia más punk

Historias de acá

La 448, Volstead, Sol Perpetuo y muchas otras bandas animaron desde mediados de los noventa uno de los movimientos culturales más intensos que vivió la provincia. Recitales antológicos, fanzines y un documental que recupera esos años dorados: “Había mucho amor por la música”.

Eructo a Contramano agitando el pogo. Foto gentileza de Pablo Giori.





Fue una erupción, un cataclismo, un movimiento sísmico de las placas tectónicas de la cultura tucumana. Corrían los noventa y no había escenarios ni grandes equipos de sonido, pero las bandas parecían surgir de debajo de las baldosas y los pogos sacudían las paredes de pequeños clubes y bares. El punk y el hardcore sonaban fuerte en la provincia y esa edad dorada de la música local ha quedado retratada en el documental “Hc Punk Tucumán. Diez años de rock y autogestión” que cumple una década de su estreno. “La historia estaba hecha para que esas cosas no sucedieran y, sin embargo, se estaban haciendo. Todo se hacía con la lógica de la autogestión, era gente de barrio que ha cumplido su sueño de formar una banda y tocar en todas partes. Esa gente ha aprendido a ser joven de otra manera, con la confianza de hacer las cosas como uno quería”, reflexiona Pablo Giori, director del largometraje.

Recitales antológicos en el bar Regatas, en el Club Independiente, en La Sodería, en La Zona, en Ratamahatta o en un predio cedido por Gumersindo Parajón, festipunks, fanzines, cervezas Norte de litro y pogos que se extendían hasta la madrugada. Con el under y la autogestión como esencia, el movimiento comenzó a gestarse a mediados de la década del noventa con bandas como 448, Volstead, Sol Perpetuo, Hijos Torturados, Eructo en contramano, Buenas Peras, entre muchas otras. “Creo que ciudad más punk que esta no hay ¿No?”, es la sentencia de Rolo Marín, líder de la banda 448, a la cámara en los primeros minutos del documental. Rock, punk y hardcore se mezclaban en los orígenes de la movida en los que se pueden contar algunos hitos fundacionales como el primer show de la 448 el 25 de marzo de 1994 en un pub llamado Dick Tracy o el debut en la provincia de la banda porteña Fun People en 1996. “Era algo que estaba buenísimo. Ese ha sido un momento histórico, fue cuando más empatía hubo entre el público y las bandas tucumanas. Había mucha identificación de la gente con las bandas de acá. Tocaban como quince bandas en un recital, todo el mundo quería tener una banda en esa época. Había mucho amor por la música”, recuerda ahora, más de 20 años después, el cantante. Aquellos eran los tiempos en que la cultura rock fascinaba a muchos jóvenes a través de la pantalla de MTV. Hasta ahí también llegaría la banda tucumana.


Para poder llevar los instrumentos y los equipos hasta el Barrio Telefónico donde iban a tocar, Micky y Nacho, cantante y baterista de Volstead, surcaban la ciudad arriba de una bicicleta de reparto. Esa imagen es una postal del impulso autogestivo que caracterizó al movimiento. Era todo hágalo usted mismo, a pulmón y tracción a sangre. Así lo destaca Giori: “Era otra manera de vivir. En teoría, los que íbamos a esos recitales éramos lo peor de la sociedad, pero ahí se estaba gestando algo muy importante. Personalmente, lo que más me gustaba era la idea de que eso era todo un descubrimiento. Era un lugar muy diferente, con gente que no conocías y eso que pasaba ahí era muy diferente a todo lo vivido hasta ese momento. Era algo muy casero, muy hágalo usted mismo”.

Volstead tocando en vivo.

Los recitales no eran masivos, pero se repetían cada fin de semana. Todo empezaba con un pequeño afiche fotocopiado pegado en el pasillo de la facultad anunciando quién tocaba el viernes, el sábado o en la matinée del domingo por la tarde. “Ese afiche chiquito te abría las puertas de un mundo muy grande. Nosotros éramos chicos para las drogas y también para coger, pero esa era una geografía distinta con música y gente muy diferente. Era un disparador de muchas cosas, la gente se ha dado cuenta de que se pueden hacer cosas. Si vos querías hacer un recital, lo montabas en la puerta de tu casa y se hacía, eso es algo muy empoderador de esa generación, no había nadie que los pueda parar. Eso, como sensación, te cambia la vida, no hay límites porque podés hacer lo que quieras: si querés, podés hacer un fanzine, un programa de radio, una revista de poesía… lo que sea”, cuenta Giori que hoy tiene 34 años.

El material de las bandas de la escena punk porteña y de otras latitudes llegaba a Tucumán en cassettes que viajaban por correo como también lo hacían los fanzines. En 1998, cuando el movimiento estaba en su apogeo, apareció el primer compilado de bandas locales llamado “Tucumán Nueva Escena” que reunía a los grupos Hijos Torturados, Volstead, Sol Perpetuo, Erukto, Buenas Peras y Alquimia. También empezaron a sonar otras bandas como May Day, Extrema Voluntad, Factor Común, Área 51, Gracias por la magia, Críos, entre muchas más. Y hubo nuevos lugares que albergaban recitales como el Teatro de la Paz y la Plazoleta Mitre. Para entonces, las bandas de punk ya se encontraban más diferenciadas de las que hacían hardcore, pero el espíritu que los reunía seguía siendo el mismo. Eran los propios músicos quienes organizaban las fechas, cobraban las entradas en la puerta, hacían la difusión, traían a las bandas o vendían los fanzines. Nombres como el de Nacho, el batero de Volstead, y Fito Bouvet se destacan entre los principales gestores de la movida. “Había mucha camaradería y generosidad entre las bandas. A nivel humano ha sido una época fantástica. Después nos dimos cuenta lo importante que fue eso. En ese entonces nosotros queríamos joda y seguir tocando. Sentíamos que podíamos cambiar el mundo”, reflexiona Rolo Marín.

A puro agite en La Zona.

En aquellos años, mientras la movida se consolidaba como un movimiento cultural, por la Casa de Gobierno pasaron Ramón “Palito” Ortega, Antonio Domingo Bussi y Julio Miranda. “Cuando nace, nace con un mensaje contra el bussismo, pero la generación de la que yo formo parte ya no tenía esa lógica, el enemigo ya no era tan claro. Si había un enemigo ese era la sociedad conservadora de Tucumán. Creo que la idea nuestra era la de juntarnos y construir en una provincia donde los más conservadores no aceptaban que podías ir a un recital y que estaba todo bien. Había muchos prejuicios de que eran eventos a los que iban los borrachos y drogadictos”, comenta Giori.

 A la hora de pensar en las causas del ocaso de ese torrente artístico que venía pujando desde la década del noventa, todos apuntan a lo que significó en todo el país la tragedia del boliche República de Cromañón la noche del 30 de diciembre de 2004 durante un recital de la banda Callejeros. El episodio donde fallecieron 194 personas generó el cierre de los espacios donde se realizaban los recitales y la estigmatización de la movida rockera.  


En 2010, el documental “Hc Punk Tucumán. Diez años de rock y autogestión” retrató la edad de oro del movimiento. Todavía recuerdan que el día del estreno, hace una década atrás, el auditorio del Centro Cultural Virla estaba repleto de público y hubo quienes tuvieron que sentarse en el piso. El proyecto se originó a partir de la tesis de licenciatura que presentó Pablo Giori al terminar la carrera de Letras y que abordaba el fenómeno desde un punto de vista antropológico. El profesor Pedro Arturo Gómez, productor del documental, fue a quien se le ocurrió llevar la investigación a la pantalla. Fue una producción que demandó aproximadamente un año y medio de trabajo, recuerda Giori que desde hace diez años vive en Barcelona, España. Para la filmación contaron con el apoyo de la Escuela de Cine que les prestó cámaras y equipos. “Fue un trabajo en equipo bastante interesante en el que se hizo todo a pulmón”, recalca el director y guionista que actualmente trabaja como investigador de fotografía histórica y es uno de los organizadores de un festival internacional de fotografía experimental.

“A diez años del estreno del documental, las sensaciones son mezcladas. Si pienso en el pasado, la sensación es de melancolía, pero también de presente absoluto porque es una cosa que se lleva con uno mismo. Me reconozco todo el tiempo en esa historia, yo estaba ahí. Las cosas han cambiado, pero en el fondo hay una unión que se mantiene en el tiempo. Es una manera de hacer las cosas. Me parece que está bueno que se vuelva a ver y que la gente conozca lo que ha pasado en ese momento”, reflexiona Giori a la distancia en el tiempo y en el espacio. No importa cuántos años hayan pasado de aquella efervescencia juvenil, la música, todavía sigue sonando.

Mirá el documental y reviví aquellos años: