"Soy Luis El Dragón": el muchacho que escupe fuego en Plaza Alberdi
HISTORIAS DE ACÁ
Luis Andrés Rosas Pérez nació en la República Oriental del Uruguay. A los 8 años, lo abandonaron y desde entonces repite un ritual todos los días de su vida: hace un sorbo de nafta, acerca su boca a la antorcha encendida e ilumina los cielos tucumanos. Quién es su padre, qué pasó con el Che Guevara, cuál fue la mentira que lo trajo a Tucumán y dónde sueña todas las noches. VIDEO.
Luis escupe fuego en plaza Alberdi.
Se ilumina la luz roja del semáforo en la esquina de Corrientes y Catamarca, se paran los autos y comienza el show. Los impacientes tamborilean los dedos sobre el volante, se meten el dedo bajo el barbijo, se sacan un moco, o se acomodan el casco.
La luz todavía sigue roja y se mueren porque el semáforo salte al amarillo y luego por fin al verde. De verdad: tocarían ya mismo la bocina si pudieran, pero hay un muchacho que se los impide.
Se llama Luis Andrés Rosas Pérez y sólo necesita 30 segundos del valioso tiempo de todos para brillar desde que sube a un tacho naranja de pintura dado vuelta, hace una breve reverencia sin aplausos, lleva la varilla de hierro con una bola atada de jean en la punta, toda empapada en kerosén, todo empapado en kerosén, un sorbo de nafta, todo el sorbo contenido entre los dientes, la lengua y las encías y fum: todos los fuegos, el fuego.
“Soy uruguayo, de la República Oriental del Uruguay, departamento de Paysandú, frontera con Colón, Entre Ríos”, es la presentación del muchacho de 44 años con cara de candombe y manos de café, Uruguay y Colombia, madre y padre, quienes lo abandonaron a los 8 años y así, solo, después del vientre materno, crujió la cáscara de un huevo y nació el dragón: “Soy Luis, Luis El Dragón. Aquí todos me conocen así: soy Luis El Dragón, el chico que escupe fuego”.
Mientras los semáforos cambian de color, 45 segundos en verde, 4 segundos en amarillo y 30 segundos en rojo, El Dragón es quien realiza una generosa pausa para hablar con el tucumano y contar un retazo de su vida, apenas un retazo como el pedazo de jean que ahora arranca para contar cómo llegó hoy al banco de la plaza Alberdi que ocupa: “Vine a Tucumán por laburo hace más de 20 años”.
Antes de llegar a nuestra provincia, hay una hoja de ruta, mucha nafta, mucho diesel, mucho gasoil cargado en los tanques de autos desvencijados, de camionetas destartaladas, de ay qué le pasa qué le pasa a mi camión, qué le pasa qué le pasa que no arranca, y de colectivos cargados por los techos con bártulos y entre las butacas o ventanillas las gallinas y los ronquidos, todo mezclado por los guisos y la selva amazónica, una aventura ancestral que hoy vive en los ojos negros, mulatos de Luis que miran el semáforo y apura el relato: “El papá de mi abuelo empezó con el fuego en Colombia, en la localidad de Pasto. Allá comenzó todo”.