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El Flaco Rossi

QEPD

El conmovedor adiós a uno de los periodistas tucumanos más queridos. Las sentidas palabras de Hambre Nuclear, el colega que nunca jamás lo olvidará.

Adiós, Flaco.





Cómo olvidar aquellos días que uno entraba a la redacción de El Siglo y se encontraba al gran Flaco Rossi. Siempre estaba, casi nunca faltaba. Al menos así fue lo que a mi me tocó vivir.


Lo conocíamos todos como “El Flaco”. Y así lo empecé a conocer yo. Con el tiempo supe que se llamaba Gustavo, porque cuando escribía una buena nota de San Martín, obviamente la firmaba.


En la semana, era un gran personaje. Se podía dormir una siestita arriba del teclado, pero al rato saltaba de la silla como un loco y decía: “Hambre Nuclear, ¿ya sabés algo de San Martín? Dale, dale. Metele, metele...”.


Ese a quien se dirigía era yo y enseguida estallaba la redacción en una carcajada inolvidable. Su cómplice, Marito de policiales, se prendía al toque y empezaban a boludear con algunas anécdotas o frases graciosas.


Al rato, otro apodo nuevo: “Víbora embarazada...”, me decía preguntando si ya tenía algún dato para empezar a cranear la nota que sacaba de taquito. “No me den mucho, eh”, pedía. “Con una nota estoy”, aclaraba para liquidar el asunto lo más rápido posible.


Así parece que empecé a hacer periodismo. Poco profesional, pero lo cierto era que El Siglo nos denigraba con los sueldos y el Flaco no les quería regalar nada a las lacras de los dueños.


En las pocas charlas en serio que tuvimos, sentados al lado porque milagrosamente andaban las dos computadoras, le conté un poco de mi vida. Pero enseguida surgían de nuevo los chistes. Un día le confesé que en el colegio me habían puesto “Calavera mechuda”, y se rió hasta las lágrimas el hdp. Así era, le encantaban las jodas.


A veces me volvía loco por teléfono porque eran las ocho de la noche y yo seguía en la cancha. “¡Dale, dale, volvé!”, me gritaba para terminar e irse cuanto antes. Yo me seguía haciendo el periodista buscando “la nota”. Me acuerdo también que no se animaba mucho a llamar a Carlos Roldán, DT de San Martín. Y nosotros, en Deportes, lo gastábamos diciendo que Roldán no lo conocía. También era un show cuando le cambiaba el nombre a los jugadores. Por ejemplo a Nievas Escobar lo había bautizado “Pedro Escobar”, o algo parecido.


Así fueron aquellos gloriosos días en el diario con el Flaco. Después mucho más no compartí con él, salvo algunos asados del gremio. Para ese entonces, ya se había ido de El Siglo para sumarse al portal de noticias Bajando Teclas.


Junto a Walter Alú, nuestro jefe de sección, decidieron dejarme a cargo de San Martín. Yo no lo podía creer. “Tomá, Hambre Nuclear, hacete cargo”, me dijo. Para mi fue un momento increíble. Más allá de mi esfuerzo, no me esperaba llegar tan rápido a cubrir uno de los dos equipos más importantes de la provincia. Era todo un desafío.


Me sentía todavía muy pendejo, mucho no entendía o tal vez no quería entender. Eran momentos críticos en el diario y todo lo que pasaba desprestigiaba a esa buena camada de colegas que se habían sumado y mucho más a todos aquellos que llevaban más de 20 años en la profesión.


Por eso siempre entendí al Flaco. Su manejo no era ni más ni menos lo que el diario se merecía. Más allá de todo lo que sucedió con el tiempo y esa guerra absurda entre nosotros los trabajadores, el gremio y El Siglo, me quedo con ese tipo genial. Pícaro como ninguno, divertido hasta el límite y más rápido que cualquier. Pero sobre todas las cosas, me quedo con el Flaco sincero y honesto como pocas personas pude conocer.


Hasta siempre, Flaco querido. Tu colega y compañero...


Hambre Nuclear