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"Hasta el último día": a quién esperaba Juan Carabajal, el extraño de pelo largo

HISTORIAS DE ACÁ

Cumpliría 70 años uno de los personajes más misteriosos y queridos de Tucumán. Le decían Jesús o Interpol. Anclado en la esquina de 25 de Mayo y San Martín, o fijo en el corazón de la plaza Independencia, su hermana Isabel relata por primera vez toda la verdad.

Juan Carabajal, en su casa de Banda del Río Salí.





"Vagando por las calles / mirando la gente pasar / el extraño de pelo largo / sin preocupaciones va" La letra de La Joven Guardia parece inspirada en Juan Carabajal, pero el poeta Horacio Ferrer lo define mejor en Chiquilín de Bachín: “Se fabrica un barrilete para irse ¡y sigue aquí! / Es un hombre extraño / niño de mil años / que por dentro le enreda el piolín”.


Mi hermano Juan vendía pescados en su bicicleta. Los compraba en el Mercado del Norte y se iba a vender a toda la campaña entre San Andrés, Los Bulacio, Santa Rosa de Leales, toda esa zona. Vendía el común. Mucha gente lo conocía. El 11 de septiembre estaría cumpliendo los 70. Nació acá en Tucumán en la Capital. Luego vivimos en el barrio Hipódromo. Ahí nacieron mis hermanos: la mayor Ángela, Juan, Alberto, yo, Miguel y María Rosa”.


“Yo”, quien habla con el tucumano este jueves frío de junio, es Isabel Carabajal, la hermana de Juan, el hombre que debajo de su campera de bluyín guarda una historia maravillosa trazada por sus botas de cuero cuando era joven o por las zapatillas blancas de lona como las que venden en Zatuc, donde El Bajo comienza a llevarnos a pie, claro, por la 24 hasta rodear nuestro bello Parque 9 Julio, cruzar el disco y meternos en la casa donde nació Juan, en el barrio Hipódromo.


“Ahí vivimos toda nuestra infancia. Compramos un lote en Banda del Río Salí, aquí en el barrio La Milagrosa. A los 13 mi hermano se fue a vivir con mi abuela en Villa 9 de Julio. A esa edad ya trabajaba, a vender pescado en bicicleta. Cuando dejó de vender pescado, se vino a trabajar con mi hermano Alberto: teníamos una jardinera, cargaban la viruta de las carpinterías y las llevaban a los caballos del Hipódromo. Siempre fue muy hábil con las manos y la madera: se hizo un camioncito muy lindo a base de madera, que lo pintó a mano. Le gustaba mucho la carpintería”.


Si algunos tucumanos y tucumanas le decían Jesús, Juan tenía las manos de José. Y entre camiones de madera y sacándole viruta al piso como un tango, se hizo fanático de las motos, empezó a usar ropa de bluyín, las botas de cuero y también tenía un traje y un maletín: “Siempre fue muy elegante Juan. Antes de decaer, había trabajado en La Gaceta y viajaba a Jujuy, Salta y hasta Buenos Aires por la política. Hacía trámites, usaba su traje y su maletín y viajaba en avión. Es increíble lo que le cuento porque nadie lo sabe”.

El relato de Isabel Carabajal, la hermana de Juan, hace una pausa de mate largo hasta que suene la bombilla porque por primera vez está por contar qué le pasó a su querido hermano que ama y al que hasta el día de hoy le prende una vela, le reza a su foto y lo recuerda sin tristeza: “Juan empezó a hacerse muchas amistades en el centro. Ahí es cuando conoce a una chica que estudiaba en la Normal. Era una chica de Yerba Buena, vivía en la Solano Vera. Se llamaba Graciela. Se casaron. Y tuvieron dos hijas. En la actualidad las chicas deben tener 47 años. Cuando se separa de ella, una excelente mujer, mi hermano empieza a decaer. No se arreglaba. No trabajaba. Fue todo un misterio”. 

“Mi hermano tenía un montón de mujeres que lo seguían. Una de ellas era la mujer de un íntimo amigo de él. A diferencia de Graciela, con quien se casó, esta mujer era de La Banda, y estaba muy enamorada de él. Pero por respeto a su amigo, mi hermano no hizo nada, siguió en su mundo y un día esta mujer le envío un estuche de perfumes a la casa de mi madre con un mensaje: ‘Si vos no sos mío, no vas a ser de nadie’”.


“Ese estuche lo recibió mi madre. Junto a mi padre, lucharon muchísimo para salvarlo a él, pero no hubo caso. Pese a todo, nunca ha perdido el respeto, la humildad. Siempre ha sido muy bueno. Jamás se ha desubicado con nadie. No es porque sea su hermana, pero nunca me faltó el respeto, ni levantó la voz. Pero empezó a decaer y no se lo podía hacer ver con ningún médico: mi hermano no quería saber nada”.


“Se iba a dormir a El Cadillal. Empezó a irse a dormir a lugares peligrosos, pero nunca le pasó nada. Empezó a andar con la Biblia. En la iglesia San Roque le dieron la ropa de franciscano y comenzó a usar la ropa marrón. Le pregunté cuál era la razón, pero nunca me la contó. Volvió a trabajar con mi padre en el vivero, empezó a trabajar con las plantas, les hablaba. Mi hermano Miguel le regaló una motoneta para vender las plantas, pero muchas veces volvía caminando con la moto al lado porque no estaba bien". 

"A veces yo tomaba el colectivo, lo veía pasando a mi hermano por el puente Lucas Córdoba y escuchaba los comentarios de los pasajeros: ‘Ahí va El Loco’. Yo los escuchaba y decía: ‘Que Dios los perdone’”, recuerda Isabel, cinco años menor que Juan, a quien muchas veces lo llamaron Interpol, como si fuera un agente secreto de la CIA estadounidense o de la Policía.


La versión que se le adjudica a Juan de haber dicho que él era un agente de Interpol no tiene lugar en la familia Carabajal: “La Policía le puso así. Él no tenía nada que ver. Al contrario, tenía respeto por la Policía, pero no quería saber nada con la Policía. Al igual que mi padre, los respetaba, pero nunca quiso saber nada: es más, siempre fue muy peronista, muy militante. Nunca tuvo ni quiso tener nada que ver con la Policía”.

Y es ahora cuando Isabel pone el agua a calentar, espera que hierva la pava, pone la yerba y antes de que pasen las masas por las calles del barrio, revela qué hacía en las calles del centro tucumano su hermano Juan, y también por las rutas: “Miguel quería que se cortara el pelo. Se iba caminando a Buenos Aires. Siempre andaba caminando. Se ha recorrido toda la provincia. Viajaba a Salta caminando. Viajaba a Córdoba caminando. Tenía una tía en Santiago y se iba caminando: lo agarraba la noche en un monte, cerca de la ruta, se acomodaba para dormir a las 3 o 4 de la mañana, sentía un ruido feo, veía algo feo, y se levantaba. En la ruta de Córdoba casi lo agarra un rayo: se ha guarecido bajo un árbol copioso, pero vio caer un rayo a su lado. Vio muchas cosas, y sufrió mucho el proceso”.


Los últimos días de Juan nos ubican en 2015, días previos a que la muerte lo encontraba un 25 de julio a las siete de la tarde: “Un señor de la avenida Roca y 9 de Julio lo ayudaba mucho en los últimos tiempos: ‘Siempre venite, Juan, que yo te voy a dar’. Los amigos del centro le invitaban un cortadito. La juventud en Córdoba le daba plata, le compraban sánguches y gaseosas. Nunca dejó de caminar mi hermano. Y así falleció: se había ido caminando a Salta, y cuando volvía, en una parte que le dicen Las Palomitas, hay una subida. Volvía por una zona que le dicen Cabeza de Buey. Él tenía la costumbre de ir por la parte de cemento de la ruta. El colectivo no lo vio por la subida. El chofer era de un colectivo de excursiones, y lo chocó por la espalda. La bolsa que cargaba mi hermano se enganchó con las antenas del colectivo, y eso lo arrastró”.


Así encontró la muerte Juan Carabajal. Así terminaba la entrevista a su hermana Isabel, hasta que da el último sorbo y lo dice: “Él paraba en la 25 de Mayo y San Martín por una razón: siempre la esperaba. A ella: a Graciela, quien ha sido una excelente  mujer. Creo que vive en Buenos Aires ahora. Pero hasta el último día la esperó mi hermano. ‘Es en la esquina donde la conocí’, me contaba. Por eso vivía ahí, en esa esquina, hasta el último día, ahí, donde nos gustaría que le hicieran una estatua, en esa esquina, ahí, donde mi hermano conoció el amor”.




Su hermana Isabel Carabajal: "Mi hermano Juan fue un hombre bueno".