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"No paré": Sergio Hernández, la imagen de Cristo en Tucumán

HISTORIAS DE ACÁ

Vive en Yerba Buena y protagonizó un Vía Crucis personal pese a la cuarentena. Qué hizo cuando lo detuvo la Policía y qué lo motivó a caminar tres kilómetros con los pies descalzos y una cruz de hierro: "Cada paso que daba pesaba más". VIDEO

Sergio Hernández, en un pasaje de su Vía Crucis. Foto y video de la familia.





Hace dos semanas, Sergio Hernández miraba en paz desde su casa en Yerba Buena cómo las obras de remodelación se habían parado al compás de una ciudad, una provincia, un país y un mundo confinado al silencio. Toda la estructura quieta a su alrededor se resumía en un par de hierros huecos tirados, inertes, sin uso ya.


A esa imagen de Sergio Hernández se sumaba otra más dolorosa para él aún: el bombardeo de los medios con cifras, gráficos, barbijos, títulos en catástrofe y horas de celular con alcohol en gel no contemplaban lo más importante en su vida: “Nadie invocaba a Dios”.


Golpeado por el cierre de las iglesias a las cuales asiste en Yerba Buena como la Del Valle o la del barrio Viajantes, nostálgico y herido ante el candado en las entradas a la iglesia Catedral del centro, Sergio Hernández despertó un buen día y comenzó a trabajar en este Viernes Santo que lo tuvo como el protagonista del Vía Crucis personal que trazó a lo largo de la avenida Aconquija.


“La idea surgió hace dos semanas básicamente. Un día rezando con mi familia me salió. No te puedo explicar lo que sentí. Me surgió desde adentro. Yo veía que los medios reparaban en el cierre de las iglesias, pero no se hablaba de Dios ni de Jesús. Sólo del virus. Nadie invocaba a Dios, parecía que era tabú”, le explica Sergio Hernández esta noche a el tucumano.


“Me carcomía por dentro esa ausencia en los medios. Me preguntaba cómo podía mostrarle el camino a la gente, la salvación de este virus que, en realidad, es el Pecado disfrazado de virus y la única vacuna es Dios. El único que puede liberarnos de este pecado es Cristo”, sostiene Sergio Hernández, quien debatía con sus amigos sobre lo que comparte en este diálogo.


“Claro que me decían que los científicos son los que deberán encontrar la cura a este virus. ¿Pero quién tiene que iluminar a los científicos? Cristo. Si el camino no es Cristo, ¿quién es? Fue entonces que pensando en todo esto, me dije: ‘Lo voy a hacer’. No quería sonar como alguien orgulloso, pero le pedía a Dios que me ayudara, que esta idea en realidad fuera de Él”, explica luego de haber recorrido tres kilómetros con los pies descalzos y una cruz pesada en los hombros.

“No tengo soldador, pero justo había conseguido uno a través de mis cuñados. Como mi casa estaba en construcción, sobró hierro: le pedí permiso a mi padre, y me dije: ‘Ya está, ya tengo la cruz’. A la tela la encontré ahí en un armario. No busqué mucho y me vestí. Todo estaba predestinado para que lo hiciera este Viernes Santo”.


Con los tiempos ajustados durante el Jueves Santo, este viernes a la mañana Sergio Hernández se colocó la corona con espinas de hierro, cubrió su cuerpo bajo una túnica, cargó la cruz y salió de su casa sintiendo en la piel de la planta de sus pies el césped de la platabanda y el pavimento, el césped y el pavimento, el césped y el pavimento.


“Le pedí a Dios: ‘Ayúdame, guíame’. El temor era físico y obviamente qué iba a pasar si me cruzaba con la Policía. La decisión de salir de mi casa en cuarentena para hacer la Vía Crucis era tirarme a la pileta, pero pedirle a Dios que me liberara el camino. Le pedí al Espíritu Santo que me guiara. Empecé desde la rotonda y no paré".

"Cuando me preguntaban por qué lo hacía, les respondía por la sangre de Cristo, por el dolor que le producimos todo el tiempo, por todos los pecados del mundo, por el virus, y por todas las almas que este virus se ha llevado”, se angustia Sergio, hace una pausa, y continúa: “Quizás algunas personas tuvieron a alguien al lado mientras morían, mientras que otras ni siquiera tuvieron sepultura. Recé para que cada una de las personas no se olvidaran de Dios, no se olvidaran de Él. Cristo es la solución. A través de mi acto quise decirle que aunque tiene las puertas cerradas, no está solo el Santísimo”.


Durante un pasaje del Vía Crucis, un efectivo policial motorizado se acercó y le preguntó qué hacía: “El policía no me maltrató, se acercó decentemente, me preguntó por qué lo estaba haciendo. Y le respondí: ‘Lo estoy haciendo por vos, lo hago por ustedes, por mí, por todo el mundo’. Él entendió, pero me dijo: ‘Bueno, pero tenés que tener barbijo’. Cuando le explicaba que así como empecé solo terminaría solo, justo llegó un patrullero. Le dijo al policía: ‘Déjelo andar tranquilo, no está haciendo nada malo’. Y a mí me dijo: ‘Andá, seguí. No te acerqués a nadie’. Me permitió seguir y hasta me ayudó con la cruz. Ya estaba pesada luego de cargarla tres kilómetros. Tenía lastimados mis pies, pero era mi sacrificio”.


“Me dije para mí mismo: ‘Por cada paso que des, por cada gota de transpiración, que se libere un alma del purgatorio’. Sé que no podré restaurar ni una sola gota de sangre que Cristo ha derramado. Pero lo hice: me costó bastante, no soy fuerte, pero todo el tiempo fui rezando, pidiéndole que no me abandonara. Mucha gente que estaba rezando conmigo me apoyó rezando. Mi hermano Fabián me acompañó y filmó mi Vía Crucis personal. Mis padres también estaban en un auto: mi mamá Elena y mi papá Hugo estuvieron a mi lado. Son los pilares de la familia. Y por ellos también lo hice”.