Top

"Solo quiero volver a Tucumán para ver a mi bebé": la lucha de Carla Blanco en cuarentena

HISTORIAS DE ACÁ

Tiene 24 años y fue mamá hace cinco meses de Genaro, quien nació de ocho meses. Forzada a trabajar, dejó Aguilares y no puede volver. Su texto se viralizó en las redes y recibió las críticas más despiadadas: "No lo abandoné". Una historia difícil en plena pandemia.

Carla en la cosecha. Sueña con volver a ver pronto a Genaro.





Las vacaciones de Carla Blanco a los 13 años eran con toda la familia unida. Como el de muchas personas, pero era el destino y cómo llegaban a ese destino lo que variaba: “Nuestros abuelos nos llevaban a Mendoza. Íbamos todos juntos durante el verano como si fueran vacaciones, pero en un colectivo cosechero para trabajar la uva y la manzana. A esa edad ya comencé como cosechera en el campo”.

Fueron los abuelos quienes le enseñaron a Carla a trabajar la tierra, la uva, la manzana, la papa, el tabaco o la aceituna. Además de ella, los primeros veranos de la adolescencia Carla viajó con su madre y su padre y sus seis hermanos: “Íbamos todos hasta que mi abuelo falleció en 2012, luego mi mamá se empezó a quedar en la casa por salud, y desde hace un tiempo solo seguimos trabajando con mi hermano y mi tío. Soy la mayor de los suete hermanos, y con mi hermano de 19 años somos los pilares de la familia. No es fácil: tenemos un hermano de 22 y una nena de 15 que son discapacitados”.

La vida nunca fue fácil para Carla, pero su temple, tono y carácter que transmite en cada palabra que pronuncia en el diálogo con el tucumano permite dar una idea sobre cómo forjó su camino entre las rutas del interior profundo de la Argentina, cómo Carla se plantó y le puso los puntos a los patrones explotadores que le han tocado en esta vida sacrificada de campo, y cómo Carla pese a la noches en intemperie, mal alimentada, a veces sin dormir, con las manos callosas y las uñas negras ha logrado con apenas 18 años convertirse en cuadrillera, la encargada de dirigir el trabajo de una tropilla de jornaleros golondrinas tucumanos quienes dejan sus humildes casas del sur para volver meses después y reencontrarse con sus familias.

“Es dura la vida del campo, no te lo voy a negar. Pero siempre me ha apasionado. Nunca he tenido problemas en tratar con los que quieran pasarse de vivos. Desde los 18 soy cuadrillera: represento a los trabajadores, hago los tratos, trato de darle un bienestar ante la explotación que se vive en el campo. Hay patrones muy explotadores: donde más suelen pasar estas situaciones son durante las plantaciones del arándano o el limón, donde cosecha vale millones, pero al jornalero que trabaja de siete de la mañana hasta las siete de la tarde le pagan mil pesos el día”.

Esa familia marcada por el trabajo sin vacaciones han calado profundo en la forma de vivir en Carla Blanco, una familia que se agrandó de manera sorpresiva cuando Carla quedó embarazada: “No buscaba ser madre, no me sentía lista. Tuve un embarazo súper tranquilo porque no fumo ni tomo. Pero no podía dejar de trabajar y rompí bolsa en un colectivo de cosecha. Nació a los ocho meses con dos kilos apenas. Se llama Genaro”.

La historia que Carla Blanco comparte con el tucumano la cuenta desde La Rioja, a través del mismo celular que ha usado para publicar un estado en Facebook donde relataba su situación incomprendida por comentaristas: “Yo tenía contrato firmado con una finca en La Rioja y no podía romperlo. A nadie le dolió más que a mí, pero debí dejar a mi hijo con tres meses y medio porque con un único ingreso no alcanzaba. Mi bebé, que tiene ya cinco meses y pesa ocho kilos, necesita tomar una leche especial que cuesta dos mil pesos por semana. Me vine a trabajar al campo con mi tío pero no esperaba estar tanto tiempo sin ver a mi hijo por esta cuarentena. No es que me vine de joda o con un tipo como me acusaron. Todos los sábados giro la plata para darle de comer a mi hijo. No lo abandoné, sólo quiero volverlo a ver”. 



Con el dolor que solo una madre puede ser capaz de sentir al distanciarse de su primer hijo, Carla llegó a La Rioja pero revivió el drama en una finca: “El trato era inhumano, se enfermaba la gente. El patrón me llegó a decir: ‘Sos un grano en el culo’. Una vez que terminábamos la jornada, hasta la ruta había que caminar 10 kilómetros y después 40 kilómetros más hasta la capital. No había un negocio a la redonda. Nos sacaban una sola vez a la semana. Y tenían el peor precio: pagaban 85 pesos el cajón de aceitunas cuando en realidad se paga 94”.

Desamparada con su gente, Carla dejó ese trabajo insalubre y empezó a trabajar la uva cerca de Chilecito, por la ruta 38: “Dejé la aceituna y ahora estoy con la uva. Con una cuadrilla de 15 personas a mi cargo llenamos dos camiones de uva: uno por la mañana y otro por la tarde. Son unos 10 mil kilos cada camión. Todo queda en las bodegas del patrón. Se llama José González, es un excelente patrón”.

Este miércoles 31 de marzo es un día especial para Carla: hace un ratito ha terminado el trabajo, va a tomar una ducha, cenará milanesas con el tío y se acostará temprano. Antes, verá una foto o un video de Generaro, nacido el 31 de octubre, quien hoy cumple los 5 meses de vida: “Mañana arranco a las 6. El otro día me dormí a las ocho de la noche y me desperté a las cuatro de la mañana. Extraño a mi hijo, cuento las horas para volver. Como mujer de campo, la única forma que haya decidido salir de casa es porque la situación económica está mal. No es noticia que el campo cada vez exige más”.

“Me gusta mi vida: amo mi trabajo, amo el campo, no me siento inferior que un hombre. Desde el día que iba a tener un hijo supe que me iba a doler muchísimo tener que cumplir con el contrato firmado. Fue solo por dos meses, pero ya han pasado tres meses. En la publicación donde tanto me han criticado sólo dije que no podía volver, que si yo pudiera volvería ya mismo. Cobro mi plata y vuelvo a Aguilares, vuelvo a mi ciudad. Sabemos que antes de entrar vamos a ser revisados y demorados seis horas. Hasta el sábado pueden circular los camiones. Y sé que cuando llegue a Aguilares voy a estar aislada, pero ya estar en suelo tucumano, más cerca de mi hijo me va a calmar”, narra Carla, y hace un silencio profundo como esta noche lluviosa de Aimogasta.

“Me han criticado el mensaje porque dije que no sé cómo hacen las madres para vivir con un salario de 2 mil pesos. Yo no puedo. Solo en leche por semana gasto eso. Insisto: no me vine de joda. Genaro ya ha empezado a hablar: ya empieza a balbucear, a decir: ‘ma’, ‘ma’. Hay una posibilidad de subirme a un camión el viernes. Es lo que más quiero, no entiendo cómo me han juzgado y me han dicho cada barbaridad. Lo hablaba con mi mamá: ‘Me hice famosa sin querer’. Me vine a trabajar al campo, estoy sin poder ver a mi hijo. Sólo quiero volver a abrazarlo. Sólo quiero que pase todo esto”.