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El trapito José: "Nada de lo que diga le va a devolver la vida a su hijo"

HISTORIAS DE ACÁ

El brutal asesinato de Santiago Ismael Palavecino, el joven de 21 años que iba a ser papá, tras la discusión con el cuidacoches en Villa Luján ha conmovido a Tucumán. La palabra desde adentro de un mundo desconocido.

José trabaja hace cinco años en la Córdoba primera cuadra.





José Molina había aprendido a cocinar mirando las manos de su mamá y así se ganaba la vida hasta hace cinco años, cuando se quedó sin el trabajo que hacía en la cocina de una casa de comidas en Pellegrini e Independencia: “No sabía qué más hacer. Hice la secundaria completa, tengo experiencias en trabajo, pero me harté de que te exploten por dos pesos. Entonces un día empecé a trabajar en la calle, desde hace cinco años, aquí en la Córdoba primera cuadra”.


José Molina es trapito, cuidacoches. Los vigila, los acomoda, los lava, lo que sea que haga falta para llevar plata a su casa ubicado en El Chañarito, en el asentamiento de Edet. “Hago 400 pesos por día más o menos. Algo alcanza, pero no mucho. Hay vecinos que me pagan por semana, todos me conocen y me tratan de lo más bien. Hago sentir segura a la gente que vive y a la que deja en el auto. De eso se trata”.


La situación es distinta en Villa Luján: los vecinos han denunciado que los trapitos no tienen ningún tipo de respeto por nada y viven alcoholizados. Un calvario que ha quedado expuesto con el brutal asesinato de un puntazo en el cuello del joven de 21 años, Santiago Ismael Palavecino, quien volvía de un casamiento junto a su familia y encontró el trágico final tras una discusión con un trapito identificado como Waldo Monteros.


Se le menciona el caso y el semblante de José Molina cambia, se pone serio, deja de lado la sonrisa con la que posa para el tucumano, la buena energía a la que tiene acostumbrados a los vecinos de la zona: “No soy de los que van y presionan para que paguen. Voy con la paciencia, les consulto si le puedo cobrar el auto o no. Si no tienen, no hay ningún problema. De ahí viene la confianza de la gente. Cuando escuché  lo que le pasó al joven, sentí una gran tristeza”.


José Molina supo del asesinato de Santiago mientras se tomaba el 17 El Chañarito durante 45 minutos para ocupar su puesto en la primera cuadra de la calle Córdoba. El cuidado de los autos de la primera cuadra le dejó a un amigo del campo, de Alberdi, se llama Rafael y tiene 3 hijos. “El asesinato del joven ha cambiado mucho la calle: la gente que no me conoce viene con bronca por lo que ha pasado”.

Lo primero que ha pedido el trapito José es enviar un mensaje a la familia del joven asesinado: “Lamento de corazón lo que sucedió. No todos los que cuidamos autos somos asesinos. Este trabajo a nosotros nos dignifica. No podés terminar con la vida de alguien de ninguna manera y menos por un puñado de billetes. Encima supe que estaba a punto de ser papá, con toda la vida por delante, me rompió el alma. Por esa persona que mató puede apostar que estaba drogado. Nada de mi palabra va a hacer que le devuelva al hijo: una vida es una vida”.


Como efecto secundario a lo que ha pasado a las 6 de la mañana en la esquina de San Martín y Saavedra, José Molina traza un paralelismo con el caso de los rugbiers asesinos de Villa Gesell: “Mucha gente piensa  que son todos malos los rugbiers por culpa de esos asesinos, pero conozco a muchos jóvenes que juegan al rugby y tienen muchos valores. Con los trapitos pasa algo parecido: piensan que somos todos asesinos, ignorantes. Yo soy muy consciente de que la calle es pública. Es un trabajo que nos ayuda para llevar la comida a la casa: yo trabajo de 16 a 22 y si cuido un auto me pagan 50 pesos. Son seis horas. En una guardería una hora sola sale 70 pesos. Pero insisto, si no me pueden dar, no hay drama, les doy las muchas gracias”.


“Es triste la situación de muchos trapitos: mucha gente como yo trabaja bajo el sol o la lluvia. Es el único ingreso. Dejamos todo nuestro esfuerzo en un trabajo honesto y ahora estamos preocupados por quedarnos sin trabajo: el tipo que mató al chico no estaba en sus cabales, para esa persona la vida de uno no tiene precio. El trabajo es una cuestión de ética, de respeto, de valores. Es por eso que queremos organizarnos para buscar una salida a este momento difícil. Es una pena todo lo que ha pasado, mientras cuido los autos, no puedo dejar de pensar en que ha sido una verdadera y profunda pena”.