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No hubo agua que frene la fiesta ulisera en Ranchillos

Euforia carnavalera

A pesar de la persistente lluvia que azotó el domingo a toda la provincia, Ulises Bueno puso a bailar a los miles de tucumanos que se llegaron hasta el club San Antonio de Ranchillos. El agua no destiñó los rostros pintados ni puso freno a la euforia carnavalera. Imágenes y video.

Ulises Bueno desató la euforia de sus fans.





No para. Ni va a parar. La lluvia se encharca hasta formar una laguna a la vera de la ruta 302, empapa los cuerpos, humedece las ropas, baña la piel de los caballos de la policía,  se mete en la boca de las botellas cortadas y diluye los vinos terciados con gaseosas. El sonido de la caída y de su fluir incesante es apagado por la música que sale de los parlantes en los baúles de los autos. Mientras el cielo lánguido se les viene encima, algunos arman la previa en los refugios de los colectivos o bajo los toldos de los improvisados ranchos de comidas. A otros no parece importarle demasiado el clima y se dejan bautizar por las gotas que se les escurren por pelos y rostros. Muchos han aprovechado los precios populares de las entradas y, apenas abrieron las puertas del Club San Antonio de Ranchillos, a eso de las 14 , buscaron su lugar en el enorme tinglado. Para tomar los primeros porrones de una tarde que será larga, para bailar, para escuchar a las bandas que preceden a la actuación de Ulises Bueno. Han aceptado el precepto implícito de todo carnaval: el que se moja, no se enoja. Y acá nadie parece enojado. Todos parecen incubar una felicidad contenida; todos salvo Rubén, un jubilado que se las rebusca vendiendo el merchandising extraoficial del ídolo cuartetero: vinchas, gorras y gorros tipo piluso. No está molesto por la lluvia, de la que se protege con un paraguas, sino porque esta amenaza con arruinarle su jornada laboral. “Como no me he ido a la cancha de San Martín”, se lamenta. Son las 17 y no ha vendido nada. Pero el carnaval recién comienza. 

Adentro, bajo el tinglado, changuitos y adultos inician batallas de nieve artificial. Un chochecito de bebé vacío se ha convertido en una barra improvisada donde descansan una mamadera, un vaso de cerveza y un aerosol de espuma. Una pareja, ambos con las caras tiznadas de negro, se toma de la cintura y gira de manera cadenciosa al ritmo de una guaracha. Metros detrás, un perro duerme desentendido de la música y el movimiento que lo rodea. Un grupo de señoras baila en ronda. Un joven se saca una selfie. Un hombre sin remera abre los brazos como un cristo con un vaso en la mano y mira el cielo en una especie de plegaria; acaso un brindis con alguien que ya no está. 


Fuera del resguardo del techo, un niño se zambulle en un charco y un adolescente arrastra a una chica hasta esa zona donde la lluvia se ha vuelto laguna. La resistencia es en vano. Hay risas y una venganza que se traduce en agua salpicada. No hace calor, pero la sed va regando el piso de vasos vacíos. Las manos dejan sus huellas de pintura en las camisetas de fútbol del mercado Persia. En las casacas del club San Antonio de Ranchillos. En las remeras que dicen Ulises. 

El cantante se hace esperar. Han pasado las horas desde el show de Retumba Guacho y es el animador quien la tiene que remar arriba del escenario. Como si estuviera tomando asistencia al público, pide que alcen las manos quienes no van a ir a trabajar el lunes. Y nadie va a ir al laburo al otro día. Pide que las alcen los que no se van a casar nunca. Y todos eluden el casamiento. Pregunta quiénes quieren una foto con Ulises Bueno. Y todos quieren. Pero antes del cuartetero, son los trece integrantes de La Banda del Petiso quienes coparon el escenario bajo el mando del cantante Juani Vásquez. Y aunque pueda sonar contradictorio, es alta banda la de los santiagueños que se despacharon con un set de grandes clásicos de la cumbia para dejarle el carnaval caliente al Ulises. Para entonces, bajo el tinglado todo es sed y baile y rostros renegridos de pintura; esa pintura que se suele colar en los recovecos de la piel para delatar a infieles, escapados de sus hogares y carnavaleros furtivos. 


“Adónde tu vayas sabes que iré yo”, reza la bandera de La Peke, una de las seguidoras de ley a quienes no detuvo la lluvia para demostrar su fanatismo por el artista cordobés. Es que, aún lejos de la devoción popular que supo generar su hermano “El Potro” Rodrigo, Ulises tiene un séquito fiel de seguidores que lo idolatran y que traducen ese fervor en clubs de fans, trapos, remeras y vinchas. Son los que se conocen como uliseros y uliseras y fueron ellos los primeros en gritar cuando el cantante de la cruz gótica en el micrófono hizo su aparición en el escenario. El show cumplió con todos los condimentos de la liturgia: chicas subidas en hombros, celulares iluminando la noche carnavalera, lluvia de prendas y banderas al escenario, una muleta agitada en lo alto y hasta una fanática a la que no le importó el frio ni la lluvia para despojarse de su remera y seguir el recital en corpiño. 


Histriónico, Ulises Bueno respondió a esa euforia con un show que se dividió en dos sets de media hora cada uno en los cuales no faltaron clásicos como “Intento”, “Ahora mírame” y “Dale, vieja dale”; tema que marcó el cierre de la presentación y de la segunda fecha del carnaval de Ranchillos. Afuera, la lluvia que lo seguía empapando todo en su obstinado fluir, no pudo calmar el gozo musical ni el júbilo etílico de un público que se retiraba tarareando canciones. Tampoco logró desteñir los semblantes y las sonrisas pintadas como para siempre.