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El nuevo Cadillal: un mar a la altura de nuestro caribe

Mirá cómo quedó

Diversas actividades y atractivos le dan forma a un lugar distinto de aquel que todos conocimos: ¿Qué hay para hacer en el dique? ¿Cuáles son los nuevos servicios? ¿Es El Cadillal que los tucumanos soñamos?





Por la vehemencia del sol que nos alumbra y la omnipotencia de la humedad que nos acecha, incluso por la presencia rala en el paisaje de algunas palmeras que resisten con aguante; es posible imaginar a Tucumán como un caribe sin mar. De ahí que los tucumanos se sientan condenados a un infierno climático: reúne todas las desventajas de su condición tropical, pero carece de su principal paliativo líquido. Cuando el calor asfixia entre tanto pavimento, parece que la única escapatoria es hacia arriba: los cerros. Imponentes, majestuosos, cautivantes, los valles que nos rodean brindan esos grados menos que nuestros cuerpos reclaman en la ciudad y una belleza que empacha las miradas de propios y ajenos. Pero ese paraíso ni está tan cerca ni reúne condiciones de balneario. A veces, lo que nuestros castigados y asoleados organismos exigen no es ni más ni menos que un charco donde descansar las patas. Y es ahí donde se puede dimensionar el auténtico valor recreativo del dique El Cadillal. A media hora de la ciudad, el espejo de agua es, desde su finalización en 1965, lo más parecido a un mar en nuestro caribe.

Aun cuando es nuestro balneario por antonomasia, históricamente muchos tucumanos - acaso la mayoría -  han desarrollado una relación ambivalente con el dique: lo quieren y, a la vez, reniegan de él. Es bello dirán, pero no todo lo bello que podría ser. Es agraciado dirán, pero está siempre sucio. Es un lugar ideal para descansar dirán, pero no hay dónde comerse un pancho. Es un diamante dirán, pero en bruto. Desde hace años, muchos años, que se piensa en El Cadillal desde su potencialidad y su postergación histórica como el lugar con que los tucumanos soñamos. A la hora de buscar las razones de la constante frustración de esas aspiraciones, las culpas suelen dividirse (tal vez no en partes iguales) entre la desidia estatal y la desidia ciudadana. La Doña dirá que el gobierno de turno no hace nada por el dique, que lo olvida y lo descuida. El Don que, sin importar lo que haga el gobierno por mejorar el lugar, la gente lo destruirá y lo descuidará de manera desaprensiva. No es momento de ponernos a filosofar, pero el debate quizás sea de carácter ontológico: El Cadillal está, pero no es. O bien, es pero no termina de estar. 

La noticia es que El Cadillal ya no es el que era. Tal vez ahora sí se acerque al dique ideal, a eso que muchos quieren que sea. En todo caso, conviene que veamos qué es y qué aspira a ser el nuevo Cadillal.

Son las 10 de la mañana del sábado y las aguas mansas del dique mecen al Camakén, la embarcación cero kilómetro que llegó para reemplazar al catamarán Arquímedes que tuvo una estadía tucumana con más penas que gloria. Previo baño en champagne, la embarcación emprende su navegación inaugural. El andar es suave y placentero. El viento acaricia los rostros y las miradas se pierden en el paisaje natural que rodea el largo. Mientras, Sergio Wilde, dueño de SW Aventuras, explica el origen del nombre con el que ha bautizado al bote: “El Camakén es la energía que el supremo le transmitió a los seres inertes y seres vivos para organizarlos. El agua tiene energía, las piedras también; el Camakén es la energía de todas las cosas”. Lejos de las atracciones turísticas que invitan a la adrenalina y a la aventura, la energía de la embarcación es la del paseo y la contemplación. A nuestros costados se despliega la historia de la primeros habitantes de estas tierras y la prehistoria grabada en las rocas, memoria viva de los terremotos y accidentes naturales que les dieron su forma actual. Sergio lo explica en detalle, aunque muchos ya estemos en otra parte o en otra era, inducidos por el bamboleo leve y líquido. 


Los paseos en el Camakén durarán entre 30 y 50 minutos, el pasaje costará 250 pesos para los adultos y 150 para niños (en las familias, el cuarto integrante estará liberado). La capacidad de la embarcación es para 80 pasajeros. Después de la navegación está la posibilidad de subirse hasta el techo para apreciar el paisaje. “¿Se imaginan regalar un ocaso en El Cadillal?”, pregunta Sergio para luego confesar su plan de hacer navegaciones nocturnas que permitan vislumbrar la caída del sol en el dique. Suena bien y hasta apologético para los más hedonistas de los espectáculos naturales. 

En tierra, en un complejo Puerto Argentino renovado y en plena metamorfosis edilicia (escaleras, rampas, miradores, terrazas que hasta hace no mucho tiempo no estaban ahí), los interesados en la historia los habitantes ancestrales del lugar pueden visitar el también remodelado museo arqueológico. Además, pueden sentarse a comer o tomar algo en el restaurante Clara o en el nuevo bar de playa El Faro pronto a estrenarse y que promete una vista excepcional al lago que podrá disfrutarse, inclusive, de noche, ya que el lugar se encontrará iluminado. 


Si la idea es volver al agua y sus atractivos, los visitantes pueden optar por un paseo en kayak para vivir El Cadillal en cercana intimidad. Si la idea es continuar en el plano contemplativo, una excelente opción es el viaje en la aerosilla que sube a la cima del cerro Médici (el ticket cuesta $300 para los adultos y $250 para niños). Arriba, un mirador permite vislumbrar todo el lago, las montañas y las casitas amontonadas que lo rodean. El sol que se filtra entre las nubes pulposas deja manchas de luz en la superficie del agua donde ahora una lancha traza una línea efímera. La mirada quiere abarcarlo todo en su escala microscópica en su ambición de que nada se escape del cuadro. También arriba, se puede disfrutar de un sendero entre las yungas donde se forma una especie de túnel vegetal selvático resguardado del sol por los enormes árboles. Acompaña el recorrido un soundtrack de cantos de aves en concierto. Ahí, todo es fresco y verde y vivo; inconmensurablemente vivo. Al volver, se podrá hacer una pausa en el bar que, en un principio ofrecerá sólo snacks, pero luego prevé ampliar su carta con distintas y variadas minutas. El recorrido de vuelta en la aerosilla, con el espejo de agua de frente y el desplazamiento pausado, garantiza el relajamiento de músculos e ideas. 


A contrapelo de aquel viejo mito de que no hay nada para hacer en El Cadillal, en la suma de actividades y diversos paseos se puede perder tiempo a lo bobo. Aunque será más justo decir que usted ha invertido cada minuto en un disfrute hedonista quizás terapéutico; quizás renovador de gastadas energías. Según adelantó Sebastián Giobellina, presidente del Ente Tucumán Turismo, próximamente se podrá adquirir una especie de voucher con descuentos para disfrutar de todas las actividades y de opciones gastronómicas en el lugar. También se dispondrá de un colectivo gratuito que saldrá desde al centro de la ciudad hasta el complejo Puerto Argentino y volverá a destino para aquellos que deseen disfrutar de una jornada completa en el dique. Este nuevo Cadillal se proyecta todo iluminado, con seguridad, con el anfiteatro completamente techado y 23 guardavidas atentos a lo que sucede en el dique. Hasta se están realizando fumigaciones cada quince días para que los mosquitos no sean una amenaza al caer el sol. El proyecto es ambicioso y va por más: la futura construcción de un hotel autosustentable que se erigiría sobre un morro y que será amigable con el entorno natural que lo rodea.

A este sábado todavía le queda un rato más de sol. En el agua, los que participan de la segunda fecha del Campeonato Argentino de Wakeboard dibujan acrobacias en el aire, lo propio hacen los que se lanzan por una rampa en sus bicicletas emulando a los “bicivoladores” de la película que muchos intentamos sin éxito imitar de adolescentes. Hay un escenario con bandas en vivo, camiones con diversas opciones gastronómicas, acróbatas, jóvenes jugando al ping pong y al futbol tenis y hasta una barbería al aire libre para cortarse el pelo. En la orilla, changuitos y changuitas se dan un chapuzón en el espacio que delimitan las boyas, otros buscan un lugar donde arrojar el anzuelo de la mojarrera y algunos –no muy changos- juegan a hacer sapito en el agua con las piedras. Hay risas y diversión al aire libre en el dique que, al menos en esta parte, ya no es el mismo dique que muchos conocían. 

Crédito: Ente Tucumán Turismo.

La nueva infraestructura de El Cadillal puede que sí suponga un cambio ontológico. Lo advirtió Giobellina: la intención es que el dique deje de ser un lugar adonde sólo se iba a tomar alcohol y escuchar música a todo volumen para convertirse en un espacio familiar con diversas actividades. Después de todo, quién no ha ido al dique después de una navidad o un año nuevo a paliar o postergar la resaca. Aunque muchos no se enorgullezcan por eso, nuestro Cadillal también es ese Cadillal. El desafío es que este nuevo Cadillal se acerque a ese que muchos tucumanos imaginaron y que sea atractivo, tanto para nosotros como para los turistas que nos visiten. El desafío es un Cadillal que, en su afán de seducción de visitantes, no pierda la impronta popular que lo caracteriza. Es decir, un balneario que esté a la altura y dentro de las posibilidades de nuestro caribe.


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