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El secreto que guardan las manos de Jorge, el peluquero de los artistas

Historias de acá

Las manos de Jorge Ferré han esculpido los cabellos de Susana Giménez, Mirtha Legrand, Moría Casán, Luis Miguel, Ricky Martín y de las dos más grandes cantantes tucumanas: “La Negra” y “La Bomba”, las entrañables amigas que se conocieron en su peluquería. Las anécdotas y confesiones más íntimas de un auténtico artista capilar.

Jorge, el artista de las cabezas de los famosos.





Ese día de alguna semana de algún mes de 1990, el avión carreteó dos veces en la pista del aeropuerto Benjamín Matienzo y dos veces detuvo su carrera. En la primera interrupción hubo un abucheo generalizado. En la segunda, una ovación encendida. El primero en retrasar el vuelo y provocar el malestar de la tripulación fue el estilista Jorge Ferré que debía hacer escala en Buenos Aires para, desde ahí, viajar a un congreso de peluquería en Río de Janeiro. La segunda, la que se llevó los aplausos, fue una pasajera. Ambos fueron a parar a los últimos asientos donde se acomodaron como pudieron con sus valijas a cuestas. Instantes después, la mujer gritó para que paren el avión, pero no habría una tercera interrupción porque la aeronave ya surcaba el aire. Iba al cumpleaños de Mirtha Legrand y se había olvidado la cartera con el dinero y el pasaje de vuelta. Como Jorge era licenciado en turismo se comprometió a ayudarla una vez que aterrizarán en aeroparque. En ese caótico primer encuentro fue ella quién lo reconoció a él:

- Ay yo a vos te conozco… vos sos peluquero ¿no es cierto?
- Sí, soy peluquero.
- Ah, me parece que alguna vez nos cruzamos en Canal 8 o Canal 10. 
- Y vos qué hacés…

Gladys, que ya había comenzado su transición de “La exuberante” a “La bomba tucumana”, se sacó el sombrero dejando al descubierto un auténtico penacho capilar rubio que hacía las veces de flequillo y que Ferré describe ahora como un “mechón amarillo de cardenal”. 

- Ahhhh ¡sos la cumbianchera! – exclamó el peluquero al reconocerla por el peinado propio del estilo voluminoso y extravagante que había marcado tendencia a lo largo de la década del ochenta.

Una vez que se presentaron, la charla continuó a lo largo del viaje hasta que la cantante le hizo una consulta profesional:

- ¿Qué me puedo hacer con este pelo?
- Discúlpame que te diga, pero parecés un taxi… esto no puede ser más ordinario – contestó con toda la vehemencia de una honestidad brutal. 

Al llegar al aeropuerto, Jorge consiguió que le emitieran el pasaje de regreso y le dio dinero para pagar el taxi hasta el hotel donde se encontraban sus músicos. Gladys devolvió el gesto con la retribución de la plata y un enorme ramo de flores que le envió a la peluquería. Desde entonces, las manos de Jorge marcaron los continuos y radicales cambios de look de la cantante: “Le puse un color miel, un 7.32,  que es un color muy fino y le dejé el mechón rubio que la caracterizaba a ella. Me acuerdo que los MIDACHI la imitaban en un sketch y vino Miguel Del Sel y me dijo: Ah vos sos el hijo de puta que me cambio la historia, ahora me tengo que cambiar de peluca”. Más allá de las vicisitudes capilares, la relación entre ambos se fue estrechando hasta volverse el vínculo fraternal que es hoy. 


Jorge la acompañó en algunas de sus giras, en muchas de sus presentaciones en la televisión, fue quien le contó que Gilda había sufrido un accidente mientras ella daba un show que terminó con el rostro bañado de llanto y estuvo a su lado como consejero cuando se separó de su marido, “El príncipe” Ariel. Incluso, llegó a vivir un tiempo en su casa de Buenos Aires: “Que te puedo decir… ella es mi hermana, mi amiga, es mi todo. Es un ser humano como pocos he conocido en mi vida. Ella es muy noble, muy humilde. Detrás de lo que ves hay un ser humano increíble”. 

Se sabe que aquellos que se aman se dicen cualquier cosa como reza una canción y cada vez que Jorge habla de su amiga Gladys, la llama “la loca”. Según él, esa locura se traduce en la transparencia de su forma de ser y de sus emociones: “Creo que el gran secreto de Gladys es ser ella misma, tal cual es. Su humildad y su buena persona, creo que esa no es una imagen que vos podes vender… cuando vos sos buena tela, sos buena tela. Por más que ella se prenda en un jueguito de la televisión y le diga una cosa a una y otra cosa a otra, porque, en definitiva, eso es todo un juego”. 

*****

Cuando conoció a Gladys, Jorge Ferré ya era peluquero y amigo de Mercedes Sosa. Fue el hermano de “La Negra”, Cacho Sosa, también peluquero, quien fue a pedirle un turno. La cantante volvía a Tucumán a reencontrarse con su madre tras los largos y duros años del exilio. Se vieron por primera vez en aquellos tiempos del regreso de la democracia al país y sintieron que se querían desde siempre. “El encuentro con Mercedes fue mágico, nos fundimos en un abrazo los dos”, recuerda Jorge mientras muestra el antebrazo bronceado y dice: “mirá, se me pone la piel de gallina”. Así fue que se convirtió en el estilista de cabecera de Mercedes en Tucumán, pero también cuidó de su cabello en Buenos Aires, en algunas de sus giras y en el festival de Cosquín. El estilo era siempre el clásico corte carré, aunque con algunas innovaciones que él le proponía. “Su pelo se veía negro, pero no era negro. Antes usaba un tono castaño oscuro que le hacía la cara muy rígida y  empecé a mezclar el castaño claro con un rojizo porque las luces de los shows, por lo general, tienen muchos pigmentos azules y le hacían el pelo muy oscuro. Eso le daba el brillo y la calidez que ella necesitaba para su pelo”, explica haciendo gala de su amplia sabiduría en la materia. 

Pero la relación entre ellos iba más allá de la confianza férrea que supone el vínculo entre estilista y estilizado, Mercedes y Jorge no tardaron en volverse amigos. La cantante solía venir hasta tres veces a la semana a este salón de Avenida Mitre al 800, el mismo que había pertenecido al padre de Jorge, Dino Ferré, con el nombre de Salón Hardy (en homenaje al peluquero francés Georges Hardy, considerado el creador del corte modelado a navaja, técnica de la que Dino fue pionero en Tucumán en la década del sesenta) y donde estaba la casa de la familia. “La negra” solía almorzar comida casera en la galería junto a sus padres y había establecido un constante intercambio de gajos de plantas entre el jardín de la mamá de Jorge y el de su madre. Era una relación familiar, amena y forjada en el cariño mutuo: “Mercedes nunca mezcló la amistad con el trabajo. Yo a ella no le cobraba, nunca le puse un precio, siempre vino y dejó plata de más. Si ella se hacía un trabajo de cien pesos, dejaba mil y decía: repatilo con los chicos”. 

Tan estrecho era ese vínculo que Jorge hasta llegó a auspiciar de embajador entre la cantante y la diva de los almuerzos, Mirtha Legrand, cuando ambas se encontraban distanciadas: “Yo paraba en su casa cuando estaba en Buenos Aires y la hice volver a la amistad con Mirtha porque estaban peleadas a muerte, por esas cuestiones de la política, porque una es de derecha y la otra de izquierda. Me acuerdo que Mercedes me dijo: sólo por vos lo hago, pero con una condición: yo no voy a ningún estudio de televisión, si ella quiere, que venga a mi casa. Y ahí se montó todo el estudio”. 


“¿Qué enseñanza me dejó Mercedes Sosa?”, se pregunta ahora el peluquero para luego responderse: “A mí me enseñó la humildad y la verdadera grandeza de los grandes”. Para graficarlo apelará a una anécdota. Mirá hacia el sillón donde Sebastián - un peluquero musculoso y pelado que parece salido de una película de acción, pero con movimientos precisos de bailarín del Colón – termina de delinear el corte de una clienta y suspira como si tomara carrera para viajar al pasado: “Ella estaba sentada justo ahí”. 

Era una tarde de sábado y esa noche “La negra” daba su primer recital en la provincia después de su larga ausencia durante el bussismo. Dos mujeres mayores y bien paquetas sortearon la recepción del salón y se dirigieron hasta el sillón donde Jorge trabajaba en la cabellera de la cantante. Una vez ahí, se frenaron en seco al advertir que quien estaba sentada allí era Mercedes Sosa. Una de las damas se animó a tomar la palabra: 

- Señora… ¿le puedo hacer una pregunta?
- Sí señora – respondió Mercedes con cortesía. 
- Le quiero preguntar qué se siente… qué se siente tener tanta plata.

Mercedes intercambió una mirada cómplice con Jorge a través del espejo y acto seguido, reflejo de por medio, la fijó, incisiva, en su interlocutora. Sin abandonar el tono cortés, ensayó su respuesta:

- Yo le puedo contestar a usted señora qué se siente volver después de más de 15 años a mi provincia a ver a mi madre… yo le puedo decir qué se siente estar fuera del país y no poder tener contacto con mi hijo… le puedo decir lo que se siente estar sin tener qué comer fuera de mi casa… Por favor, este es mi momento.

*****

No fue arriba de un escenario, ni en un festival musical, ni en una entrega de premios, ni en lo de Susana, ni en lo de Mirtha. Las dos cantantes más populares de la provincia se conocieron por casualidad en una peluquería; la peluquería de Jorge Ferré quien se convirtió en testigo privilegiado de ese momento histórico: “Yo estaba cortándole el pelo a Mercedes y vino Gladys. La verdad es que Gladys se emocionó tanto cuando la vio, porque no lo podía creer… como que le daba vergüenza… encontrarse con semejante personalidad. ¿Viste cuando vos te encontrás con alguien que no te imaginas?... bueno, así fue…Y la Negra muy con la humildad que la caracterizaba la saludó…y las dos se abrazaron, se agarraron las manos, se tiraron flores, se dijeron que eran unas privilegiadas de Dios porque podían estar representando a la Argentina y a Tucumán en el mundo entero”. 

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“Gladys, Mercedes, Mirtha, Susana, Moria, Luis Miguel, Ricky Martín (cuando eran chicos y vinieron a Tucumán, aclara) Nora Carpena, los Pimpinela, Sergio Denis, Patricia Sosa, Panam, Evangelina Salazar…”, enumera Jorge Ferré sólo algunos de los artistas cuyos cabellos pasaron por sus manos. La lista podría extenderse por decenas de nombres más, pero los cita a manera de ejemplo mientras, desde su banco, como el director técnico de un equipo de fútbol, no deja de dar indicaciones a Sebastián que atiende a una de sus clientas. Jorge tiene 55 años, pero su aire distendido lo hace lucir de mucho menos: camisa mangas largas metida por dentro de los chupines y abotonada por debajo del tercer botón, zapatillas blancas, anteojos colgando del cuello, piel bronceada, pulseras y un anillo en cada mano con un árbol de la vida en la derecha y dos lágrimas rojas en la izquierda. “Yo a los artistas los trato de igual a igual, me pongo en un mismo nivel. Esa apertura permite que la gente se abra. Les hago sentir mi admiración, pero no hay cholulismo”, explica cómo ha logrado satisfacer las ambiciones estéticas de una clientela tan célebre como variada. “Nunca me dijeron qué cagada que te has mandado”, asegura entre risas.


Mientras suena la radio y la turbina del secador de pelo de fondo, Jorge da cuenta de su arte y de los distintos aspectos a considerar a la hora de lograr un corte o un look perfecto: “Esto es técnica pura. Es necesario hacer un buen estudio del rostro y del cuerpo. Tiene que ser todo muy armónico. Tipo de rostro, estatura, estructura ósea y también el estilo de cada persona… hay personas que son muy clásicas y otras que son extremadamente vanguardistas”. Ese arte no se limita a un entrenamiento de la percepción y a la destreza de las manos al esculpir el cabello, sino también en tener un oído adiestrado. Un peluquero no es un mero artesano capilar; es un consejero, un confesor, un psicólogo que ha cambiado el diván por el sillón: “El peluquero no es el simple cortador de pelo, sino aquel que hace de su oficio un culto… ¿Por qué la señorita que viene al salón necesita un cambio de look? Generalmente, la mujer cuando viene a la peluquería, viene por una necesidad de adentro. Ojo, no en el 100% de los casos, sino en un 70%. Cuando te vienen con locuras, tenés que tener la capacidad de decir: no, esto te va a empeorar. El estilista es el que busca o ayudar a buscar un estilo”. 

Los ladridos de Pachu, el yorkshire terrier (la raza canina que popularizó el famoso Jazmín de Susana Giménez) de Jorge interrumpen de a ratos la conversación, pero cada vez que este le indica que haga silencio, el perro calla y agacha la cabeza. A diferencia de otros salones, el de Ferré tiene un espejo que va del piso al techo para que sus clientes puedan pararse frente a él y mirarse completos. El pelo, el corte, no es más que otra pieza de un conjunto que, como insiste el estilista, debe ser un todo armónico. El lugar está bien iluminado, las paredes fucsia y los sillones blancos le dan calidez al ambiente. Once años atrás, esa pared estaba cubierta de cuadros con fotos de los clientes famosos de la peluquería, pero Jorge decidió sacarlas: “Esto era un museo, pero un día dije voy a sacar todo esto porque me parecía que era una forma de venderte por una foto más que por lo que sos”. El cambio respondía a una transformación más profunda, era el propio Jorge quien había cambiado cuando empezó a trabajar con unos talleres dirigidos a pacientes oncológicos en el marco del programa “Luzca bien, siéntase mejor” que lleva adelante la Organización Mundial de la Salud. Se trata de un programa que busca levantar la autoestima de los pacientes y que tengan una mejoría en su calidad de vida. Ahí Jorge enseña distintas técnicas para usar turbantes, pelucas o arreglarse para una fiesta: “Cuando vos decís Jorge Ferré te asocian al mundo de la moda, del espectáculo… todos creen que yo vivo de joda en joda, haciendo sociales. Muchas veces eso no te deja ni aca, llegás a tu casa y estas solo con tu perro. Desde que yo empecé con eso cambié y dije: la vida no es una vidriera donde tenés que estar mostrando todo el tiempo a quién atendiste o qué es lo que hiciste y que eso este plasmado en una foto, en un papel o en una nota en los medios… No, no es eso mi vida”.