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Río, castigo y milagro: la conmovedora historia de un tucumano y el Gauchito Gil

HISTORIAS DE ACÁ

Luis Tártalo vive en Villa Mariano Moreno y es uno de los tucumanos que viajó a Corrientes para el tributo de devoción más popular de la Argentina: "Fuimos casi 500 mil personas". La noche con El Chaqueño Palavecino en la ruta, el cielo iluminado y una sentencia increíble. VIDEO

Luis Tártalo, a la izquierda, en un día conmovedor para todos los fieles del Gaucho más querido.





"Viaje a Corrientes: $2500 ida y vuelta (un solo precio). Salimos hoy a la tarde desde San Miguel de Tucumán. Últimos lugares al Santuario del Gauchito Gil, en Mercedes Corrientes". El último anuncio fue publicado el lunes por Luis López Mendoza, Luisito, el artista de Ciudadela que sacó un colectivo junto a Sebastián, su compadre, para cumplir un sueño este miércoles 8 de enero: estar presente junto a 500 mil personas de todo el país en la tierra donde nació Antonio Mamerto Gil Núñez. 

Entre los cuarenta pasajeros que subieron al colectivo el lunes (36 mayores y cuatro niños), una de las butacas fue ocupada por otro Luis, por Luis Tártalo, un hombre de 46 años, con gruta propia del Gaucho en la entrada de su casa en Villa Mariano Moreno, un techo que comparte con su esposa, sus tres hijos y su nieto. "Vi el aviso y soñaba con hacer este viaje, pero apareció el diablo y puso todas las trabas a último momento para que no viajara: se enfermó mi hija, desapareció el padre de mi nietito y vino a vivir con nosotros y llegó una orden de desalojo a mi casa. Llamé a Sebastián para explicarle que no podía irme así, gastar la plata en el viaje y dejar a mi familia sin comer".

Sebastián recibió el llamado de Luis Tártalo y le dijo que pasara por el lavadero donde trabaja: escuchó su historia, lo escuchó de verdad mientras corría la espuma con el agua por los techos y los neumáticos de los autos y las camionetas, toda la tierra de la calle arrastrada por baldazos y mangueras con cumbia de fondo y un lamento: "No voy a poder viajar". Fue entonces cuando Sebastián le dijo que no se preocupara por la plata, que luego pagaría el viaje como pudiera, cuando pudiera. Así empezó la historia de este viaje, mucho más que un viaje para la vida de un promesero que conoció al Gauchito hace 20 años.   

"El Gaucho ha llegado a mi vida cuando trabajaba en el ambiete de la música. Todos los músicos lo tenían tatuado. No entendia por qué carajo tanta gente lo seguía, tenía intriga. Cuando tocaba en Siete Lunas, ahí lo conocí. Teníamos fecha en Corrientes. Me tomó un taxi y fui a Empedrado, un pueblito cerca de Mercedes. Cuando bajé del auto, había un Gauchito tirado al costado de la ruta. Le pregunto por qué tanta gente lo adoraba. Fue en ese momento cuando sentí una especie de presentimiento: me dijo que fuera al santuario, a Mercedes. Llegué al museo, vi camisetas de fútbol, patentes, oraciones para personas con cáncer. Y le hice mi primera promesa: yo daría fe de él a todas las personas con las que hablara y que él me hiciera prosperar en el ambiente".

"Yo fui un niño pobre, vivía en un ranchito. Quería hacer la casa para mis viejos. Después de la promesa, era plomo de Siete Lunas. Hasta que Víctor (Pérez, el líder de la banda de cumbia) me dio el güiro y empecé a prosperar. Además le pedí siempre no caer en la tentación de la droga, habitual en el ambiente de la música tropical. Nunca la probé, pero sí tomaba mucho alcohol. Me ayudó mucho con eso también. Pasaron los años, fui manager, productor de discos, hasta que un año decidí dejar la música, tener un trabajo con boleta de sueldo y obra social. Conseguí trabajo en el Ferrocarril Mitre, en Córdoba. Y ahí se complicó la cosa", le relata Luis Tártalo a el tucumano desde el río del puente Chaco-Corrientes, luego de haber compartido con su tocayo Luis, Sebastián, cuarenta tucumanos y medio millón de personas más lo inimaginable.

Luis en el santuario junto a la imagen principal del Gaucho, banderas, patentes, cigarros y alcohol.

"Esto es más grande que un recital del Indio Solari. Todo es desierto, campo, no hay nada más que el santuario. Éramos 500 mil personas a las 12 de la noche para recibir el 8 de enero desparramados sobre toda la ruta. En mi vida he visto tanta gente. No te das idea: toda la gente disfrazada como el Gaucho, todos calzados con facas, es como el Año Nuevo. La gente sacaba fierros, hacían tiros. El Chaqueño Palavecino estaba como uno más al lado nuestro en una carpa. Hay que andar con cuidado: hay mucha gente buena y en algunas partes hay que estar atento. Cuando llegué al santuario me he largado a llorar. Le pedí por mi hijo y por el ascenso de San Martín", narra Luisito, al lado de Luis Tártalo, conmovido por el cielo correntino iluminado, al lado de una madre que ha perdido a su hijo, se ha tatuado al Gaucho en la piel y lo más fuerte: "Conservó un pedazo de hueso del hijo muerto y se lo hizo injertar. Nos caían las lágrimas".


De vuelta a la historia de Luis Tártalo con el Gauchito Gil, los problemas comienzan cuando ya en Córdoba le avisan que uno de sus hijos casi muere: "Casi se me muere por un golpe de calor. Era justo para el 8 de enero. Le había prometido viajar a Corrientes a agradecerle por todos los favores recibidos, pero no pude ir. Volví de Córdoba a Tucumán sin pedir permiso en el trabajo, empecé a perder todo lo logrado, no pude pedirle disculpas al Gaucho por no haber podido ir, quedó ofendido y un día tomé una decisión muy fuerte, ¿me escuchás? ¿Escuchás lo que te voy a decir?", pregunta Luis Tártalo del otro lado del celular mientras el viento intenta cortar la señal y el silencio ante lo que va a contar espera.

"Puse una imagen del Gauchito en una caja de cartón y lo tiré al río. Me dije que nunca más iba a confiar. Pero todo se puso peor: en Arrufó, Santa Fe, se me prendió fuego el auto, por ejemplo. Estos cuatro años del gobierno de Macri fueron muy duros: había puesto una empresa que no funcionó, mis hijos se enfermaron, soy hipertenso, diabético, hasta que me compré n Gauchito. Volví a creer. Me comprometí con él, cambié a mi Gauchito con otra promesera por uno mucho más grande. Me largué a llorar mucho. Puedo declararlo: me quebré, me largué a llorar, le dejé copias de las bendiciones que él me había dado de ofrenda. Entonces le fui a agradecer, solo a agradecer y a prometerle: este año va a ser mío, hay mucha necesidad en la gente, y este año va a ser mío. Con la ayuda de Dios y a través del Gauchito, este año va a ser mío. Lo prometo por este tatuaje que llevo en el brazo. Cumple un año hoy. Por el Gauchito Gil, ruega por nosotros".  

Sebastián y Luisito, compadres de esta aventura con el corazón en Ciudadela y en Corrientes.