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El camino de Goytía: "La atmósfera de las pinturas está en las canciones"

HISTORIAS DE ACÁ

Aprendió a ver el mundo dando vueltas a la manzana en barrio Sur y perdiéndose por los senderos del parque 9 de Julio: absorto en las artes visuales durante los últimos años, este viernes a las 22 en el Virla presenta su primer disco con Madre, Silvio, Estación y las más bellas canciones de su repertorio. VIDEO

Agustín González Goytía es uno de los artistas tucumanos más importantes de la nueva generación.





El camino de Agustín González Goytía comienza como todos los caminos de Agustín González Goytía: con una imagen. La imagen se sitúa bajo el caótico sol del mediodía tucumano de la caótica esquina del mediodía tucumano conocida como es la de 25 de Mayo y San Martín. Es una imagen que contiene a un artista muy parecido a él, que puede ser él, que de hecho es él a bordo de un taxi blanco con cuadros amarillos y negros, sin aire acondicionado, con las ventanillas a media asta, el tránsito que no avanza, los vehículos en modo cosmopista, un coro de bocinas e insultos que no se consiguen en el Virla y él, él buscando aire, tratando de sacar la cabeza por la ventanilla, pidiendo auxilio, que alguien o algo lo saque de ahí: “Estaba metido en una cafetera”.

Serán las escenas del mediodía, el formato rutina, la versión trámite o la veracidad incomprobable del taxista que maneja lo que hace que Agustín González Goytía interrumpa ese viaje, saque rápido la plata, pague, baje y vaya a refugiarse en sus canciones o en sus pinturas, en el camino que más disfrute, el que toque o el que pinte, pero un camino que empieza por dónde más que por las calles de barrio Sur, vestido como ahora que posa para las fotos en El Bajo, pero por aquel entonces todo un niño: “Vivía en casa de mis viejos, en barrio Sur. Me iba mucho al parque 9 de Julio, agarraba mi walkman, flasheaba mucho con Spinetta, con Charly, recuerdo un cassette de los Clash (London Calling) que me había regalado el Chueco (Ferrer). O después, ya adolescente, cuando Jorge Piñero tocaba en Estación después de un ensayo salió con una caja de cassettes que quería tirar a la mierda y había cosas buenísimas: Teenage Fanclub, John Cale, esas cosas”.

Es un camino que literalmente comenzó a pie, con los primeros pasos dando vuelta a la manzana de la casa anclada en Alsina y Rioja, viendo las fachadas, descubriendo la ciudad que ahora resignifica, un camino que empieza así: “Me flasheaba mucho la arquitectura de la ciudad, cómo seguía resonando en las casas esa prosperidad económica de los ingenios, de la industria azucarera, ese parque francés de Carlos Thays con esculturas griegas que cuando sos pendejo te parecen increíbles. Sí, de chico me acuerdo de salir a dar la vuelta a la manzana. Me acuerdo de un montón de cosas: de una casa abandonada que era literalmente un rancho con una tranquera, totalmente fuera de contexto, o de un edificio inmenso sobre la Roca y Jujuy que era inmenso con un montón de puertas de madera, con una vereda de piedras inmensas como las veredas de San Pedro de Colalao y gomeros, muchos gomeros. Esas cosas recuerdo, de alguna manera así fui construyendo mi mirada”.

La distancia a la que refiere Goytía a secas es la que experimenta desde que hace unos años vive en Buenos Aires: “Estoy instalado allá, pero estoy viajando constantemente a Tucumán. Cada dos meses estoy volviendo. Allá me pegó mucho Tucumán, ver la ciudad a la distancia y lo que estaba produciendo, cosas inspiradas o muy afectadas por la ciudad. He vivido 30 años en Tucumán, me he formado acá, toda mi vida la he tenido acá. Esa distancia de la que te hablo me ha permitido ver muchas cosas que he vivido de chico, de pendejo, de adolescente, callejeaba mucho, para decirlo en un término de Los Chicles”, explica Agustín, a quien se le cuentan las cosas importantes que pasan en Tucumán durante su ausencia, escenas como Lazo en bicicleta, una Norte fría bajo la siesta que pela en la plaza San Martín y su definición de curador: “¿Matías? Qué capo”.

La dualidad del artista plástico y del músico en el camino de Goytía se tocan todo el tiempo, desde siempre, imposibles de separar: “Al principio era bien difícil separarla, era bien conflictivo, como que sentía que tenía que hacer una u otra cosa. Cuando estaba haciendo música sentía que estaba dejando de lado la pintura y me daba mucha culpa. Pero ahora, después de mucho tiempo, de haberle metido un acelerador a la pintura, de haberme plantado más en eso me ha permitido volver a la música y resolver algo que estaba muy pendiente: este álbum que presentamos contiene canciones de hace cinco años, siete años, canciones que empezamos a grabar con José (Villafañe) y con el Mocho (Federico Orio) cuando teníamos el trío Goytía Sidecar. Son canciones que cuando las escucho hoy siento que están súper actualizadas. Durante el tiempo que se disolvió ese trío y que yo estaba enfocado en la plástica, seguía tocando las canciones en mi casa solo con la viola. Las canciones se han ido macerando, estacionando, han aparecido nuevos arreglos. Creo este era el momento para sacar el disco”.



Aquel trío mágico, los gloriosos ciclos de vinilo los jueves en Sonora, el coqueteo con Vera y Las Bóvedas sólo fueron aproximaciones a lo que sonará esta noche en el Virla cuando Agustín González Goytía presente El camino. “Pasé el otro día por donde era Sonora y me agarró tristeza. Es tremendo cómo  las cosas van cambiando. Todas tienen un ciclo. Por ejemplo, es una locura que hace un año estamos grabando este disco y ahora lo estemos presentando. Lo editamos con el sello Otras formas que edita música de artistas visuales. Fue un proceso que arrancó laburando y maquetando todas las canciones en la casa con José y con Paulo (Vera). Cuando teníamos todas las voces y las guitarras pasamos a grabar en el hermoso estudio del barrio Piedrabuena de Ramiro (Rodríguez), que trabaja increíble. En dos días grabamos todas las voces que ya estaban arregladas. Eso nos confirmó que lo más importante ya estaba hecho hace cinco años: ahora queríamos trabajar en función de las canciones, de la voz, que esa voz sea la voz para esa canción, y una buena puesta en escena”.

Del repertorio que hace a El camino, el creador destaca: “Me gusta mucho la canción El camino, arranca muy bien el disco, tiene algo de nostalgia, algo alegre, algo de regreso, de todo lo que estamos hablando. Me gusta mucho cómo suena. A José la que más le gusta es Madre, la segunda. Me gusta cómo se han actualizado las canciones. Silvio era una canción de guitarra acústica ha pasado a ser no electrónica pero tiene una caja de ritmos, sale desde otro lugar. Sí, me gusta mucho El camino. También me gusta mucho Estación”, cierra Agustín no sin antes darse una vuelta más por barrio Sur, por sus caminos, por sus paseos, como el autor de la acuarela que hace a la tapa del disco y a la puesta en escena de su show. 

“Siento que todos los amigues que tengo tienen que ver con la música. La música y la plástica son lenguajes diferentes, pero me gusta pensar que una buena melodía es un buen dibujo y que un buen dibujo es una buena línea melódica. Me gusta pensar eso: la atmósfera de las pinturas está en las canciones. La tapa del disco es una pintura mía que es un motivo que tomé de una acuarela del pintor tucumano Ignacio Baz, de mediados del siglo XIX. La hizo en 1846 e ilustra un paseo que había acá, en la zona de la plaza Belgrano, una alameda de la cual hablaba Alberdi. Esta acuarela es una de las primeras representaciones de un espacio público de la ciudad. Es entonces que noto: el camino, los caminos, barrio Sur, sin querer o queriendo vuelven a aparecer, siempre vuelven a aparecer".